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viernes, 30 de septiembre de 2016

- La épopeya Templaria -

- La épopeya Templaria -
Raymond François AUBOURG DEJEAN

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Europa ha tenido siempre una relación íntima con oriente, que se ha mantenido presente gracias a la constante lectura de las Santas Escrituras y a las peregrinaciones. Hacia el año 1.000, la lucha de España contra los musulmanes forjó el concepto de Guerra Santa. Cuando el monje Pedro «el ermitaño», predicaba la liberación de Tierra Santa por las ciudades de Europa durante la última década del Siglo XI, promovió en 1.095 la primera cruzada ante el Papa Urbano II. 

El Papado reunió un concilio en Clermont que propondría a los Caballeros de la Cristiandad una acción piadosa que debía asegurar la salvación espiritual y eterna a la clase militar de los Caballeros: una cruzada para reconquistar los santos lugares.

Hubo un total de 8 cruzadas, durante las cuales la más alta nobleza europea, a menudo dirigida por sus soberanos: Conrado III de Alemania, Luis VII de Francia, Ricardo Corazón de León de Inglaterra, Felipe Augusto II de Francia, Federico I de Alemania, Andrés II de Hungría, Federico II de Alemania, Luis IX de Francia (San Luis), pudo expresar su fe y la fuerza de las armas de sus contingentes, que fueron ejércitos en permanente crecimiento y simultáneo relevo durante 2 siglos (*25).

La primera cruzada (1098-1099) fue dirigida por Godefroi (Godofredo) de Bouillon, Duque de Lorraine (Lorena); pero, mal concebida y compuesta de Caballeros acompañada de mercenarios más terroristas que redentores, invadió el medio oriente, matando, asesinando y exterminando a todos aquellos que protestara, en medio de una barbarie de sangre y fuego; pero, según las palabras del Papa Urbano II “...el Cristo lo ordenaba...” y los asesinos “...merecerían el perdón eterno...” (*43).

Desde la toma del simbólico centro del mundo, Godefroi de Bouillon fue elegido Rey de Jerusalén, título que él rechazó para adoptar el de “Defensor del Santo Sepulcro”.

La orden de los Caballeros-monjes combatientes: “los humildes soldados hermanos de Cristo y del templo de Salomón” (los Caballeros Templarios), fue fundada en 1.118 por un pequeño grupo de 9 nobles Caballeros franceses “devotos, religiosos y temerosos de Dios”, gentilhombres “distinguidos y venerables”: Godefroi de Saint-Omer, Geoffroi Bisoi, Godefroi Roval, Payen de Mont-Didier, Archambaud de Saint-Amand, André de Montbard, Fulco d’Angers y Gondemare, encabezada por Hugues de Payens, vasallo del Conde de Champagne (Champaña). 

En 1.125 ellos aceptaron un nuevo Caballero: Hugues, Conde de Champagne, quien abandonó su Condado y repudió a su mujer e hijos para unirse a ellos.

Ante la tumba de Jesucristo, estos Caballeros hicieron voto ante Garimont (Gormondo), Patriarca de Jerusalén, de retomar de los «infieles» árabes el territorio del Santo Sepulcro que los turcos Seldjoukides, más intolerantes que los Arabes, prohibieron a los Cristianos, de velar con las armas en la mano al triunfo de la justicia, a la defensa de los oprimidos, de practicar todas las virtudes y proteger a los peregrinos que viajaban durante las cruzadas hacia los lugares sagrados de Tierra Santa, intentando evitar una nueva masacre, como aquella que fue la primera cruzada que había degenerado en una paranoia criminal (*47).

Los “humildes soldados del templo” decidieron orientar sus actividades hacia la reconstrucción de puentes y de caminos que las cruzados habían destruido en los combates; implantar plazas fuertes, puertos, hospicios para los peregrinos y capillas para sus oraciones y actuar como policía de las rutas de las peregrinaciones en Tierra Santa. Los Templarios introducían un elemento nuevo en esta época de la edad media: la conciliación de dos formas de vida que durante mucho tiempo habían sido consideradas contradictorias: el sacerdocio y la milicia (*44).

Como orden religiosa, los Templarios tenían sus reglas de conducta de una constitución de 72 artículos escritos por Bernard de Fontaine, abbe de Citaux, hijo de Aleth de Fontaine, conocido como Bernardo de Clairvaux (Bernardo de Claraval - San Bernardo -1.090-1.153), sobrino del Caballero Templario André de Montbard. Esta constitución, basada en las de la Ordenes de los Benedictinos y del Cister, era más severa que la más severa de las reglas monásticas en uso en esa época; los obligaba a llevar una vida piadosa, entregándose al servicio de Cristo, en estricta obediencia, pobreza y castidad (*43).

La regla tiene otras rudezas: los Templarios no tienen sino un plato para dos, deben comer en silencio, comer carne sólo tres veces por semana y hacer penitencia el viernes. Esta constitución fue confirmada en 1.139 por el Papa Inocente II en la bula “Omne datum optimum” según la cual los Templarios no debían lealtad a ningún poder secular o eclesiástico salvo al propio Papa. No dependiendo sino de la Santa Sede, ellos eran “soberanos” en el sentido espiritual, en virtud de una bula del Papa Alejandro III.

Como signos distintivos, los Templarios tenían el cráneo rapado, la barba larga y no se bañaban. La Orden Templaría comenzó a expandirse por Europa 9 años después de su fundación, poco antes de que fuera reconocida por la Iglesia en el concilio de Troie (Troyas).

Los Templarios obtienen en 1.127 una carta de Esteban de Chartres, Patriarca de Jerusalén y del Patriarca Théoclètes, 67vo. sucesor de San Juan, que ellos adoptaron como Santo Patrón. La divisa de la orden no podía contener más humildad:

“...Non nobis, Domine, non nobis, sed Nomini tuo da gloriam...”(*44) 
(Nada para nosotros, Señor, nada para nosotros,
sino para dar gloria a tu nombre)

El estandarte de combate de los caballeros Templarios, llamado el “Beau Séant” era vertical, dividido en dos cuadros: uno de color negro arriba, que simbolizaba el oscuro mundo del pecado que los Templarios habían dejado atrás y el otro, de color blanco abajo, que reflejaba la vida de pureza de la Orden.

Los Templarios carecían totalmente de bienes particulares; comenzaron sin casa en que vivir, de tal forma que Beaudoin II, Rey de Jerusalén y sobrino de Godefroi de Bouillon, los acogió y les concedió el ala norte de su palacio Real, situado sobre el monte de Mojira, donde estuvo construido el Templo de Salomon, para que establecieran su cuartel general: una cripta medio excavada en las ruinas de la antigua mezquita de Masjid al Aqsa, donde los musulmanes habían edificado 2.000 años antes, el santuario de “la Roca”. Algunos años más tarde, el Rey Baudoin II hizo donación de dicho palacio a los Templarios y trasladó su residencia a la parte opuesta de la ciudad: la torre de David. 

Los nobles de su corte, así como el Patriarca de Jerusalén, les confirieron donaciones de sus propias pertenencias de territorios, donde el Rey les concedía la soberanía.

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