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domingo, 31 de enero de 2016

CANTEROS


Introducción


El trabajo de la piedra se inició, de un modo muy rudimentario, ya en la Prehistoria con la arquitectura megalítica, continuándose esencialmente en las innumerables construcciones de Egipto y en la revolución estética griega, alcanzando su cénit en la arquitectura romana. Durante la República y el Imperio Romano se consolidó la técnica de la cantería. Así, mediante el empleo de operarios altamente especializados, con una estricta formación, y la utilización de herramientas muy perfeccionadas, se estuvo en disposición de levantar grandes monumentos. Sin embargo, la caída del Imperio Romano supondría para Occidente un largo período de decadencia de la arquitectura. Su descomposición interna, la llegada de los germanos y su definitiva disolución en el año 476 impusieron un nuevo orden occidental basado en la división política, la disminución de las comunicaciones y el declive de los recursos, lo cual trajo como inevitable consecuencia la interrupción de las grandes obras de piedra. 

La población se desplazó al campo y las antiguas ciudades romanas perdieron importancia. Tampoco la nobleza ni el nuevo poder emergente, la Iglesia, se encontraba en disposición de llevar a cabo proyectos excesivamente costosos, por lo que la arquitectura del momento debió limitarse a obras de tradición germánica o de raíz popular basadas en la utilización de materiales pobres y perecederos: el barro y la madera. Durante la alta Edad Media la tónica general europea consistió en el empleo de la madera, con la consiguiente decadencia de la técnica de la cantería. Tanto fue así, que las primeras abadías cristianas medievales de Francia se vieron en la necesidad de emplear, para su construcción, materiales pétreos reaprovechados de antiguas villas romanas, como fue el caso de la abadía de Jouarre, del siglo VII. 

Pero también los castillos, símbolos inmemoriales del poder feudal se construyeron durante la alta Edad Media en madera. Por otro lado, se sabe, por hallarse dibujados en miniaturas medievales que estos castillos ligneos se cubrían de pieles de animales húmedas para impedir que fueran incendiados. De este tipo existieron algunos en la zona pirenaica española durante la época altomedieval. A partir del siglo X se produce en Europa el paso progresivo de la madera a la piedra, aunque en principio no se hace sino trasponer las primitivas formas de los edificios de madera de las construcciones con el nuevo material. Este cambio se aprecia previamente en las obras militares; así, en el siglo X, se construyen ya en piedra elChâteau Coudray (Francia) o las fortalezas de Rüdesheim sobre el Rhin (Alemania).

Técnicas constructivas y estilos medievalesCómo se produjo este cambio de materiales y, por consiguiente,de formas constructivas, resulta una cuestión compleja de resolver. Los historiadores conceden gran importancia a las grandes invasiones, que entre los siglos VIII al X, asolaron Europa, produciendo importantes destrucciones y un clima generalizado de inseguridad. Los musulmanes por el sur, los húngaros por el este y los normandos desde el norte protagonizaron el sistemático desvanecimiento del continente, generando profundas transformaciones sociales. 


Los edificios de madera fueron fácil presa de las llamas y la destrucción, siendo ésa posiblemente la causa principal del cambio constructivo. En este contexto, vemos surgir, durante el siglo XI, un nuevo estilo arquitectónico, el románico, que fundamentado en la piedra, contrastará fuertemente con las débiles estructuras de tiempos anteriores. En la adopción de la nueva arquitectura pétrea debió incidir no solo el conocimiento de las ruinas romanas, sino también la herencia de cierta literatura técnica de la Antigüedad. Es bien sabido que, durante la Edad Media, se conocían y manejaban algunos libros clásicos. Es el caso de la obra de Vitruvio: De Architectura Libri Decem (Los diez libros sobre arquitectura), de Varrón (116-27 a.C.): Las Antigüedades, dePlinio el Viejo (23-79 d.C.): Historia Natural y de san Isidoro (560-636): Etimologías. No obstante, los textos aportados por estas obras, aunque muy generales, y de escaso valor técnico, tuvieron el mérito de dar a conocer la Antigüedad Clásica al mundo medieval. Solo la obra anónima conocida como Mappae Clavicula, con sus dos versiones de los siglos X y XII, nos proporciona datos técnicos al tratar de la manera de construir de los cimientos de puentes y edificios, obra basada sin duda en la tradición antigua.
 
Existen documentos del medievo que hablan de los picapedreros altomedievales, especialmente de los franceses, que ya en el siglo VII debieron tener gran fama, a juzgar por el dato de que, en el año 685, se llamara ex profeso a algunos canteros galos para construir Jarrow (Inglaterra). Esto no es de extrañar, si consideramos que varios textos del siglo X nos informan de que estos operarios trabajaban la piedra more antiquorum —según la costumbre de los antiguos—, expresión que revela claramente los orígenes romanos de esta técnica. Así, el estilo de ámbito europeo que extendió el uso de la piedra fue el románico, constituyendo también el origen de las logias de canteros que alcanzarían su apogeo en el período gótico. La propia palabra románico evoca sus relaciones con lo romano, patente en el empleo, tanto de los materiales, como de los elementos constructivos de la arquitectura clásica, si bien esto se hizo transformando la esencia espacial de los edificios otorgándoles una nueva función, fundamentalmente religiosa o militar. 

El primer románico o románico lombardo, un estilo nacido en Lombardía (Italia), tomó algunos elementos arquitectónicos romanos, realizando al principio sus obras en ladrillo. Durante el siglo XI, los canteros lombardos (magistri comacini) salieron de Italia, extendiendo su estilo y sustituyendo el ladrillo, por un tipo de piedra que lo imitaba: el sillarejo irregular, pequeñas piezas de piedra, similares a un ladrillo plano, conseguidas trabajándolas a martillo; sirven como ejemplo de su trabajo las obras que realizaron en los Pirineos. Pero la recuperación de la piedra sillar, tal y como la entendían los romanos, fue obra del denominado románico clásico o segundo románico (siglos XI al XIII). Éste se basó en la utilización de un tipo de piedra tallada en bloques cúbicos, encuadrados en forma de paralelepípedo —llamados sillares— con los que luego se fabricaban los muros, colocándolos unos sobre otros, lo que los romanos denominaban opus quadratum, es decir obra cuadrada. 

Junto al nuevo material, también resucitaron ciertos elementos constructivos romanos: los pilares, las columnas adosadas, el arco de medio punto y los sistemas de abovedamiento. El cubrimiento de un edificio con piedra fue otro de los grandes logros del románico. En la Edad Media, la mayor parte de las edificaciones se techaban con madera, e incluso muchas del primer románico seguían haciéndose de este modo. A partir del siglo XI es cuando se generalizan las bóvedas en piedra, tras abundantes intentos de evitar que muchas de estas construcciones se hundieran. Pero la arquitectura románica, debido al enorme peso de sus bóvedas, se vio obligada a disponer de gruesos muros para sustentarlas, lo que impedía la apertura de vanos de iluminación en gran numero y tamaño. Esto determinó la oscuridad que dominaba en los edificios, especialmente en las iglesias. Tiempo después la arquitectura gótica, aun continuando con la utilización de piedra sillar, idearía un original sistema constructivo que configuraba un espacio diferente. En efecto, entre los siglos XII al XV se extendió por Europa el nuevo estilo gótico, basado en el empleo del arco apuntado y la bóveda de crucería. Mediante estos elementos, el peso de las bóvedas quedaba solo concentrado en los pilares, sujetos desde el exterior por los arbotantes y contrafuertes, posibilitando de este modo la eliminación del muro y su sustitución por vidrieras. Todo ello dará como resultado la creación en su interior de un nuevo ambiente místico, inundado de luz.

Escala social de los canteros

Protagonistas de los cambios arquitectónicos mencionados fueron sin duda los canteros, operarios que trabajaban la piedra dándole la forma adecuada para la construcción. Pero no hay que pensar en ellos como simples trabajadores que realizaban una actividad repetitiva y monótona, sino en personas que llevaban a cabo una excepcional tarea de creación artística. En este sentido, destacan especialmente los maestros de obras, que podemos equiparar con los actuales arquitectos. Ahora bien ¿qué lugar ocupaban estos grupos de canteros en la sociedad de su tiempo?, ¿cuáles eran sus condiciones de vida?. La sociedad feudal había girado en torno a tres órdenes o clases sociales: el clero, la nobleza y los siervos. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta estructuración tripartita de la sociedad se fue haciendo cada vez más compleja. El desarrollo de las ciudades, especialmente a partir del siglo XI, produjo la diferenciación del tercer orden con la aparición de diferentes oficios y ocupaciones urbanas, pero manteniéndose en todo momento, para estos grupos, la condición de no privilegiados en contraposición a la nobleza y a la Iglesia. En este orden de cosas, el oficio de cantero va a tener un carácter especial, alcanzando gran prestigio social. No hay que olvidar que éstos eran los receptores de las técnicas clásicas del trabajo de la piedra sillar, por ellos mismos confeccionadas. Su trabajo se encontraba así muy por encima de los constructores de edificios de madera o de los vulgares albañiles que realizaban casas de adobe o mampostería. Iglesias, catedrales, monasterios, castillos o palacios debían ser levantados por los canteros. Las clases speriores, constituia su clientela. 


Por las especiales características de su actividad, sus desplazamientos eran abundantes debiendo trabajar en distintos lugares. Por eso, desde muy temprano, se les concedió libertad de movimientos en un mundo donde la fijación a la tierra era obligada para cualquier persona perteneciente al tercer orden. En esta itinerancia ven algunos investigadores un factor de la unidad de estilos, presente tanto en el románico como en el gótico, pues a menudo las logias, las cuadrillas de canteros o los propios maestros trabajaban en varias zonas de un mismo reino o en varios países distintos. Por otro lado muchos son los maestros franceses conocidos que trabajaron fuera de sus fronteras: Lafranc de Caen en Canterbury en el siglo XI; losRudolf, padre e hijos, en Estrasburgo (antes Alemania), en el siglo XIII; también en este siglo, Villard de Honnecourt se encuentra en Hungría,Bernard en Tarragona, Petrus Petri en Burgos y, en el siglo XIV, Pierre Moret en Palma de Mallorca, Jacques Perut en Pamplona y Bonaventura Nicolas en Milán. 

Durante la Edad Media, la creciente importancia de la religión produjo la multiplicación de los días de fiesta de la Iglesia, a los que se sumaban innumerables celebraciones locales; de este modo, existían anualmente entre 30 y 40 fiestas de obligado cumplimiento, además de los domingos, con lo que se reducían considerablemente los días de trabajo efectivo por año. Esto obligó, cuando la urgencia de la construcción lo aconsejaba, a utilizar el sistema de destajo, practicado sobre todo en las construcciones militares, pero también en numerosos edificios religiosos. Por lo demás, normalmente, se cobraba por semana trabajada, en la que podía o no incluirse el sábado, que en ocasiones era festivo y pagado. El horario de trabajo diario variaba del invierno al verano: para el invierno se empleaba ⅔ del horario de verano, es decir, unas ocho horas en la temporada invernal y unas doce en la estival, en la que el mayor número de horas de sol así lo permitía; además solía dejarse entre una y dos horas para la comida. En algunos lugares donde el frío era intenso en el invierno, la construcción quedaba prácticamente paralizada durante esa estación; se despedía a los jornaleros y tan solo algunos canteros permanecían trabajando, resguardados en la logia, especie de cobertizo situado a pie de obra. 


Aparte de los canteros constituyentes de las logias y de los trabajadores fijos de otros oficios, la construcción reclutaba trabajadores locales. Unas veces eran jornaleros o braceros a sueldo que combinaban sus labores agrícolas con los de la peonía en la construcción; en estas ocasiones, el señor, la iglesia o el monasterio que sufragaba las obras realizaba levas obligatorias entre sus siervos, en cumplimiento de sus derechos señoriales que les facultaban para exigir «prestaciones personales» o, dicho de otro modo, trabajos inexcusables que los siervos debían al señor durante un determinado número de días al año. 

Como las obras de los grandes edificios duraban muchos años, con frecuencia gran parte de la vida del maestro, el firmar un contrato a largo plazo donde se acordara una cantidad de dinero fijo como pago podía acarrear inconvenientes económicos, ya que se corría el riesgo de que los precios subieran mucho en ese período, mientras que el salario se estancaba. Para evitar estos problemas de inflación, los constructores a menudo preferían cobrar parte de su paga en metálico y la otra parte en especie. Los salarios de los trabajadores de la construcción eran más elevados que los de otros artesanos y su nivel de vida también, aunque, por supuesto, dentro de una obra existían muy diversas categorías salariales. Es necesario apuntar que el nivel de vida de los trabajadores de la construcción se elevó en Europa a lo largo de la Edad Media; en concreto, durante el período comprendido entre mediados del siglo XIII y principios del XVI, el poder adquisitivo creció constantemente, para bajar a partir de la última fecha. El motivo de este descenso hay que buscarlo en el cambio de mentalidad impuesto por el Renacimiento, el punto final a la edificación de las grandes catedrales góticas y la disminución en el ritmo de construcción de castillos.

División técnica de los canteros

Durante la Edad Media, según los documentos conservados, no existe una clara distinción entre canteros y escultor, ambos considerados trabajadores de la piedra. Los términos latinos artifex y operarius se utilizan indistintamente. La variedad de expresiones aplicadas a los trabajadores de la piedra fueron frecuentes en los distintos países europeos. En Inglaterra, en concreto Londres (1213), se empleaban de igual modo las expresioneslathomus liberarum petrarum (tallista de piedras francas) y sculptor lapidum liberorum, según se escogiera la palabra de derivación griega lathomus(picar piedra) o la latina sculpo, de similar traducción. Otras expresiones dadas a los canteros eran las de magister lapidum y scarpellator. Esta terminología no es nada sorprendente, pues muchos maestros eran a la vez arquitectos y escultores, así como los canteros, que realizaban igualmente sillares para los muros y piezas provistas de decoración escultórica. Sin embargo, durante la Edad Media, el término «arquitecto» no suele utilizarse. Los nombres para designar a los maestros van desde lapiscida, lapicida o sculptor, hasta magister operis (maestro de obras) o magister fabricae(maestro de fabrica), todos ellos contenidos en un documento que trata de una reunión que tuvo lugar en la catedral de Gerona en el año 1470. A veces se le llamaba simplemente maestro masón; así, puede leerse en la basílica colegiata de San Isidoro de León, sobre la tumba de Doña Sancha(siglo XIII), la firma de un artista, posiblemente francés, cuyo nombre ha desaparecido, que dice: MESTRE MASON ME FIST (maestro masón me hizo). En Alemania también se utilizó el término gubernator (gobernador) o ingeniator (ingeniero), esta última designación era solo empleada para los constructores de castillos. En Francia, sin embargo, encontramos la expresión doctor latomorum (doctor en cantería); así la vemos en la tumba dePierre de Montreuil, en Saint-Germain des Prés. 


El cometido técnico del maestro masón o arquitecto medieval era el diseño de edificios y la dirección de sus obras. También se hallaban instruidos en el Quatrivium y que, por lo tanto, sus conocimientos de matemáticas y geometría eran extensos; valiéndose de ellos, dibujaban los edificios, parte por parte, utilizando fundamentalmente círculos, cuadrados, triángulos equiláteros y rombos. Algunos trabajaban directamente sobre el suelo de la obra, pues se han descubierto agujeros en los que se colocaban estacas de madera para tirar cordeles, y así trazar las zonas a construir. Pero también hay indicios de que los maestros realizaban previamente los planos y alzados de las construcciones a edificar, como lo hacen los modernos arquitectos. Aunque muy pocos son los dibujos que han llegado de la Edad Media hasta nosotros. Tan solo contamos con el plano del monasterio de San Gallen (Suiza), del siglo IX, y el excepcional Cuaderno de Villard de Honnecourt, del siglo XIII, único libro práctico de arquitectura medieval que se conserva. En él recoge el autor apuntes sobre obras al parecer ya construidas, de las que representa planos y alzados, así como sistemas de diseño geométrico, tanto para arquitectura como para escultura, además de algunas maquinarias empleadas en construcción, todo ello acompañado de textos explicativos. Su testimonio puede acercarnos a los conocimientos que los arquitectos de la época debían poseer. 

Por otra parte, estos maestros no solían trabajar de forma aislada, sino que a menudo estaban en contacto con otros arquitectos. Algunas veces, las tareas del maestro arquitecto no terminaban con el diseño y ejecución del edificio, sino que se extendían a todas las actividades del trabajo de construcción: poseía las canteras, controlaba el transporte, e incluso se aseguraba la fabricación y el comercio de los materiales. Otra categoría la componían los masones llamados compañeros u oficiales. Expertos conocedores de los procedimientos técnicos de su oficio, eran los operarios que desarrollaban el trabajo de la piedra, guiándose por los dibujos y planos del maestro. 

Una primera división de estos masones nos hace distinguir dos ocupaciones diferentes, en efecto, en las construcciones había que tallar las piedras para darles la forma adecuada, y esto lo hacían los canteros, pero también con esas piedras debían construir los muros y levantar los pilares, así como las bóvedas y todos los elementos del edificio, y esta tarea la llevaba a cabo los albañiles propiamente dichos. La existencia de estos dos tipos de obreros viene atestiguada por su aparición en diferentes documentos. Así, por ejemplo, en Francia, durante el siglo XII, el cantero recibe el nombre de caesor lapidum (cortador de piedras),y en Inglaterra, en el siglo XIII, se le llamaba lathomus. A partir del siglo XIV se extienden los términos cementarius, cubitores o positores, aplicados a los operarios que colocaban las piedras, a los auténticos albañiles. Estas palabras encontraron transcripción a diferentes idiomas: de este modo, los canteros son llamados tailleurs de pierre en francés, y hewers en inglés, mientras los albañiles se denominaban asseyeurs y layers, respectivamente. Dentro de los canteros o tallistas de piedra, puede no obstante distinguirse un grupo que desarrolla labores de mayor complejidad y a los que la investigación actual ha dado en llamar canteros especialistas. Así, al estudiar los signos lapidarios, se han encontrado marcas correspondientes a canteros que solo realizaban trabajos de gran especialización o próximas a la escultura, como dovelas, plementos de bóveda, piezas curvas, fustes, basas de columnas, molduras, etc. Estos coincidirían con los términos free-mason o franc-maçon de los documentos, y otros canteros (conocidos por el nombre de rough-mason) que tallaban exclusivamente los sillares dedicados al levantamiento de los muros. 

Tanto canteros como albañiles con la categoría de oficial se veían a veces asistidos en su trabajo por ayudantes, que los documentos citan comofamuli, y que constituían una mano de obra compuesta por peones locales reclutados temporalmente por la logia. Estos ayudaban al transporte de las piedras, materiales de todo tipo y herramientas, así como al desarrollo de actividades para las que no se necesitaba cualificación alguna. En cuanto a la última categoría, la de los aprendices, trabajaban ayudando mientras aprendían en la obra. Pero, además, cada aprendiz debía ser tutelado por un maestro u oficial que se encargaba de su formación. La actividad de los aprendices era, en efecto, seguida estrictamente, pues de ellos dependía el futuro de la profesión. Así, en principio, se les encomendaban tareas sencillas, que iban aumentando en dificultad según avanzaba el aprendizaje, y algunos llegaban a tallar piezas en las que colocaban su marca junto a la del oficial que fuera su tutor.

La extracción de la piedra en la cantera


La explotación de las canteras de piedra para las construcciones medievales eran realizadas por los picapedreros, dirigidos por un maestro de cantería. Generalmente eran trabajadores sin mucha preparación, elegidos entre la población del lugar, aunque a veces constituían logias que colocaban sus propios signos en las piedras. Los canteros solían ubicarse, tras haberse rastreado la zona, en un lugar próximo al edificio por construir; pero en determinados casos, aquellas que alcanzaban gran importancia por la calidad de la piedra, la exportaban a otras zonas más o menos alejadas. Antes de iniciarse la construcción, el maestro de obras decidía qué material era idóneo y de dónde podía obtenerse. Según los documentos medievales las piedras se clasificaban en: lapis vivus o franchus (piedra dura para obras de calidad y escultura), lapis villanus (piedra blanda de mediocre calidad para construcciones modestas), lapis maceralis (cantos para mampostería o relleno de muros) y lapis columnaris (piedra de gran resistencia para columnas). Técnicamente, las piedras más duras utilizadas son las pertenecientes a los grupos de las areniscas, cuarzos y granitos, que producen chispas con el eslabón y efervescencia con los ácidos; en cuanto a las blandas, están representadas por calizas, que no producen chispas y son rápidamente atacadas por los ácidos.
 
El trabajo se iniciaba con el desbroce o retirada de la tierra que cubría la roca, mediante el pico y la pala. A continuación, con el martillo del piquero (herramienta en forma de gran martillo con un lado en pico) se capeaba el material, tarea consistente en detectar fallos e imperfecciones de la roca. Después con el pico y la acodadera (instrumento muy parecido a un puntero), se procedía a marcar las líneas que determinarían la figura del bloque. Sobre dichas lineas se hincaban cuñas metálicas, y éstas, al presionar la roca, fracturaban el bloque. También, en algunos casos, se utilizaban cuñas de madera, que luego se mojaban, hinchándose y provocando el desgajamiento del bloque. 

El maestro de obras comunicaba al maestro de la cantera el número de bloques de piedra que eran necesarios, así como sus medidas, indicando a qué clase de piezas iban destinados, ya que, el tipo de material o su lugar de extracción dentro del yacimiento hacía variar su calidad. Pero los sillares y las diferentes piezas arquitectónicas o escultóricas no solían tallarse en la cantera, especialmente las piezas delicadas, que podían romperse durante el traslado. Por ello, tan solo se devastaban bloques cúbicos que luego se convertían, trabajados en la logia, en sillares, o piezas diversas, arquitectónicas o escultóricas. El movimiento de las piezas en la cantera se verificaba mediante el uso de rodillos de madera para desplazar las piezas muy pesadas o también el rastrón, ingenio de manera que, atado a bueyes o caballerías, arrastraba los bloques mediante cuerdas. 

En el transporte desde la cantera a la construcción, se hacía uso de carros con caballos; en la baja Edad Media se desarrollaron vehículos de cuatro ruedas tirados por seis u ocho caballos capaces de acarrear una carga en torno a dos toneladas y media. Cuando las condiciones lo permitían, el transporte de las piezas se llevaba a cabo por barco o barcaza a través de ríos navegables o canales, pues estos sistemas de navegación eran capaces de recibir grandes pesos y se movían con relativa rapidez. Para grandes trayectos, las piezas se calzaban con madera o se protegían con paja al objeto de evitar el desplazamiento de la carga y los posibles golpes entre ellas.

Sillares, dovelas e instrumentos de trabajo


Una vez trasladados a la logia los bloques de piedra, comenzaba su proceso de transformación en piezas diferentes. Las más numerosas eran los sillares con forma de paralelepípedo, que servían para construir los muros; aquéllos se obtenían de los bloques en bruto según las medidas indicadas por el maestro. Para iniciar la tarea, era preciso entallerar el bloque, es decir, calzarlo con cuñas de modo que la primera cara a trabajar quedara ligeramente inclinada hacia el cantero. Seguidamente se comenzaba el desalabeo o alisamiento de la superficie preparada; con ayuda de la regla e instrumentos cortantes, se realizaba un escalón en cada una de las aristas de la cara a trabajar, y a partir de ellos se alisaba su superficie. Después se repetía la operación con el resto de las caras hasta alisar el sillar, ayudándose con la escuadra para conseguir los ángulos rectos. Otros elementos sumamente abundantes en las construcciones medievales eran las dovelas de los arcos, que eran imprescindibles para separar las bóvedas, abrir puertas y ventanales, etc. El diseño del conjunto de las dovelas se realizaba generalmente dibujando el arco sobre el suelo alisado con yeso o sobre una superficie de madera. Allí, en virtud de su curvatura y de las piedras disponibles, se dibujaban las dovelas y se determinaban sus medidas exactas, de manera que los canteros pudieran tallarlas. Determinadas piezas, como molduras, fustes de columnas, o las que presentaban cierta dificultad, se aplantillaban. Esta técnica consistía en el empleo de plantillas con el perfil del dibujo a ejecutar, que se colocaban, en uno, dos, o varios de los lados del bloque de piedra. 

Para realizar las tareas mencionadas, los canteros medievales se servían de una amplia gama de instrumentos, cuyos orígenes pueden remontarse en muchos casos al trabajo de la piedra y el mármol durante la antigüedad clásica. Por otro lado, estas herramientas han llegado también hasta la actualidad casi inalteradas, siendo hoy empleadas en el oficio de cantería, que existe fundamentalmente en la restauración de monumentos. 

Cuando se iniciaba el trabajo, los primeros instrumentos a utilizar eran los de medida o trazado; la regla y la escuadra metálicas, esta última fundamental para encuadrar los sillares, de modo que colocados posteriormente uno junto al otro, lograran formar perfectamente el muro; y, además, el trazador, pequeño cilindro metálico alargado y terminado en punta, con el que se marcaba la piedra, y el compás, que sería también para marcar y trasladar medidas. Las herramientas de desbaste se utilizaban para alisar ligeramente las superficies de un bloque, siendo las principales el martillode piquero, diferentes tipos de picas y el escafilador, grueso cilindro con un lado plano, al que había que golpear con un mazo para ejecutar la obra. Las herramientas de labra, usadas para trabajo y terminación final de los sillares y de las múltiples piezas de la construcción, revestían diversas formas y funciones. Algunos requerían ser golpeados mediante mazos, como los punteros y cinceles. Los primeros, instrumentos cilíndricos más o menos gruesos y puntiagudos, realizaban finas incisiones sobre la piedra. En cuanto a los cinceles, también cilíndricos pero con un lado plano o curvo cortante, servían para desarrollar labores de talla; entre sus tipos, destacan las gradinas, similares a aquéllos pero presentando dientes en su lado plano. El resto de los útiles de labra estaba compuesto por un variado número de martillos de talla, picos y hachas para tallar. Entre los más significativos se encuentra el tallante, herramienta similar a un hacha doble con mango de madera, de corte plano y filo recto, y el trinchante, muy parecido al anterior, pero con dientes en las partes cortantes; ambos actuaban realizando amplias tallas o también aplanando la piedra. En cuanto a la escoda, nos recuerda igualmente la forma de hacha, pero su sección tenía forma de huso. 

En la terminación de los sillares se podían emplear distintos útiles. El tallante proporcionaba una superficie lisa, el trinchante dejaba marcadas pequeñas lineas rayadas por sus dientes. Una terminación más basta producía el pico, con hendiduras en la superficie. Por otro lado, la bujardadeterminados diminutos puntitos en las caras del sillar, pues este instrumento, con aspecto de maza de sección cuadrada, poseía en sus lados cortos un número variable de pequeñas puntas de forma piramidal. Por último, los canteros se ayudaban con otras herramientas auxiliares en su trabajo, por ejemplo, con varios tipos de sierras para cortar la piedra, berbiquíes para agujerearla y barras metálicas para resquebrajarla en bloques. Además, los albañiles poseían sus propios instrumentos para la colocación de los sillares, como el cartabón de madera para establecer los ángulos, la plomadapara conseguir la absoluta verticalidad del muro o las paletas para poner el mortero sobre los sillares. Para el movimiento y colocación de las piezas en la obra se hacía uso de grúas manuales o tiradas por animales, y si los bloques eran de gran tamaño se empleaban otras compuestas por una rueda, en forma de cilindro hueco, desde el cual un operario la hacía girar andando dentro de ella. Sin embargo para el transporte de las piezas pequeñas, sobre todo si eran delicadas, se servían de la aportadera, instrumento compuesto por dos varas paralelas de madera entre las que se apoyaba una tabla que soportaba la carga.

Las marcas de los canteros


Los signos lapidarios (en latín, piedra: lapis, lapidis) son aquellos que aparecen sobre los sillares que constituyen los edificios. Dichos signos se observan ya en monumentos de la Antigüedad, especialmente en los egipcios, griegos y romanos, aunque el período histórico donde más abundan, ligados principalmente a la actividad de las logias de canteros durante la Edad Media europea (período románico y gótico). A estos signos, estudiados desde el siglo XIX, se les dio en principio una interpretación relacionada con la astrología, la alquimia, o la magia, o se les creía pertenecientes a antiguos alfabetos masónicos. Pero pronto surgió otra teoría interpretativa, apoyada por grandes investigadores y figuras de la talla de Viollet-le-Duc (1813-1879), arquitecto y restaurador de numerosos edificios medievales franceses; éstos consideraban los signos lapidarios como las simples firmas de los canteros que constituyen los edificios. Actualmente no se admite la primera interpretación, pero sí la segunda. Hoy en día, los investigadores opinan que la mayor parte de estas marcas son simples firmas que eran colocadas para que los canteros se responsabilizaran de su trabajo y poder además el maestro contabilizar el número de piezas que realizaba cada operario. 

Aparte de las firmas de los canteros, existen otros tipos de signos, como los graffiti, que pueden aparecer en las construcciones. Por eso se han establecido algunos sistemas de clasificación a fin de distinguirlos, considerando el origen de su realización. Entre los más conocidos están el sistemaLecotté, el sistema Van Belle, la clasificación Wiersma, y la clasificación Joan Tous, entre otros. Estos sistemas de catalogación, no obstante, tan solo tienen la misión de ordenar las marcas, tratando de establecer criterios, a nivel nacional o internacional, que faciliten el estudio. 

Frecuentemente, la colocación de las marcas de canteros estaba relacionada con el trabajo a destajo, por este motivo, tan solo se encuentran en edificios medievales y empiezan a desaparecer a partir del siglo XVI, cuando cambian los sistemas de trabajo. Estas marcas eran hechas logícamente al terminar de tallar el sillar y antes de colocarlo sobre el muro, lo que explica que, una vez acabado el edificio, haya sillares donde no se vean los signos si éstos se encuentran en alguna cara interna de la piedra o han desaparecido, bien por reformas posteriores de la construcción o bien debido a las inclemencias climáticas. 

Por otro lado, ya sabemos que no todos los dibujos aparecidos en los muros de los edificios son marcas de canteros, siendo fundamental diferenciarlos con claridad. Así los graffiti suelen ser signos únicos e irrepetibles en todo el edificio, además de estar siempre realizados en zonas accesibles, a la altura de la mano. Mientras que en los signos de cantería, cada uno de los tipos se repite siempre igual, pudiendo aparecer cientos de veces, y a distintas alturas. Las letras se encuentran entre las más abundantes signos de identidad y responden a muy variadas formas, coincidiendo, como es lógico, con los alfabetos de la época: letra mozárabe, visigótica, carolina, gótica, etc. Otros signos igualmente utilizados son los que hacen referencia al oficio de los canteros, en concreto a sus herramientas de trabajo. Los signos religiosos cristianos están representados por un variado número de cruces, y las figuras geométricas se basan en el círculo, el cuadrado, el rectángulo y el triángulo. 

Dichos signos se grababan sobre la piedra por medio de punteros o de finos cinceles, o bien se marcaban mediante el troquel, que era como una especie de «sello para piedra», donde el dibujo estaba constituido por aristas cortantes sujetas a un mango metálico; al ser golpeado con la macetacontra la piedra, marcaba el signo sobre ella, siempre idéntico. En cuanto a la utilización de las formas de las marcas por los canteros, se ha descubierto que las más sencillas eran empleadas por operarios que producían gran número de sillares, generalmente destinados a la construcción de muros. Sin embargo, los canteros especialistas, que hacían trabajos de gran calidad técnica, tallaban por ello menos número de piezas, de forma más sosegada, y poseían unas marcas mucho más complicadas. 

A menudo, dentro de una misma construcción, aparecen signos similares, tan solo diferenciados por pequeños detalles o porque unos están dibujados en oposición simétrica con otros. Este fenómeno se entiende por la herencia de signos que, de padres a hijos, tenía lugar dentro de las logias. En efecto, los hijos de los canteros utilizaban frecuentemente los signos de los padres, pero variando algún trazo para distinguirse. En menos medida se han encontrado signos únicos, marcas de cantero tan solo localizadas una vez. Sobre ellas hay que decir que posiblemente no fueran únicas y hubiese más no reconocidas, pero, sea como fuere, de su carácter minoritario puede deducirse que se realizaron por trabajadores locales contratados temporalmente, por canteros itinerantes o quizá por aprendices que trabajaban solos sus primeras piedras. 

Para concluir muestro aquí una serie de marcas de canteros realizadas en monumentos medievales repartidos por varios lugares de Europa.


Monedas y medidas medievales

Monedas

Denario: moneda de origen romano, que durante la Edad Media, solía denominarse dinero. Según el sistema monetario carolingio, utilizado para el cambio hasta la época bajomedieval. 1 dinero equivalía a 2 óbolos. 

Libra: moneda medieval, según el sistema monetario carolingio, equivalía a 20 sueldos. 
Sueldo: moneda medieval que según el sistema monetario carolingio, equivalía a 12 dineros (denario).

Medidas

Hasta comienzos del siglo XIX no se empezó a introducir el sistema métrico en Europa, por lo que hasta ese siglo el sistema de medida era otro muy diferente. He aquí algunas unidades importantes:

Punto : ............................ 0,1875 milimetros
Línea : ............................ 2,25 milimetros y 2,247 milimetros
Cícero : ........................... de 4,30 a 4,60 milimetros
Pulgada : ......................... de 25,04 a 30,27 milimetros (12 líneas)
Palmo menor : .................... 7,66 centímetros (34 líneas)
Palmo medio : .................... 12,4 centímetros (55 líneas)
Palmo : ........................... de 20 a 22,45 centímetros (89 líneas)
Pie : .............................. de 32,484 a 36 centímetros (144 líneas o 12 pulgadas)
Codo : ............................ de 49 a 55 centímetros (233 líneas o 1,5 pies). 
Codo de Chartres :.............. era igual a 0.738 metros. Corresponde a la cienmilesima parte del grado del paralelo de Chartres: 73,8 Kilometros 
Vara : ........................... de 1,1885 a 1,8845 metros
Toesa : .......................... de 1,94 a 2,19 metros (6 pies o cuatro codos)
Pértica : ......................... 5,847 metros en París y 6,496 metos en otras partes
Lieue de poste : ................. de 3,8989 a 4,444 Kilometros 
Legua : ........................... 4,45 Kilometros

Hay que tener encuenta que estas longitudes son solo aproximativas, ya que en el siglo XVII, por ejemplo el pie, cada estado fijaba su medida y podía variar incluso de una ciudad a otra:

Pie de París : .................... 0,3248 metros 
Pie del Rhin : .................... 0,3138 metros
Pie de Londres : ................. 0,3048 metros
Pie de Bologne : ................. 0,3803 metros
Pie del Norte : .................. 0,3156 metros
Pie de Dinamarca : .............. 0,3139 metros
Pie sueco : ....................... 0,2968 metros
Pie de Burgos : .................. 0,2786 metros


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sábado, 30 de enero de 2016

¿Cómo surgió la masonería?

¿Cómo surgió la masonería?

La masonería actual proviene de los gremios medievales de constructores. La masonería actual, que es de las organizaciones con peor marketing de la Historia, llama a la masonería medieval masonería operativa, y a la actual, que se basa en la reflexión ética asistida por metáforas, masonería especulativa. No es que se dedique a jugar en bolsa, es que se dedica a reflexionar, a especular en su sentido menos negativo. Como digo, la masonería, por razones estructurales, nunca se ha preocupado excesivamente por el marketing.


La transición de una a otra no fue instantánea, sino que se produjo a lo largo de los siglos. Los gremios de constructores eran personas que no eran de origen noble, ni tenían relación con el poder espiritual; ni siquiera eran comerciantes o mercaderes, el núcleo de lo que posteriormente sería la burguesía.

No obstante, tenían acceso a dos cosas que la mayoría de la gente sin privilegios ni fortunas no tenían: cierta formación en artes y ciencias (geometría, matemáticas, mineralogía…), y en una época en la que los siervos estaban atados a la tierra y se transmitían con ella entre señores feudales, una pasmosa facilidad para viajar y descubrir culturas nuevas, técnicas nuevas, enfoques nuevos. Los ricos y poderosos necesitaban sus servicios para construir castillos, catedrales y palacios, pero no en todas partes y a la vez se estaba construyendo, por lo que los constructores viajaban de un sitio a otro con las técnicas que conocían para levantar todas esas construcciones. No solo eso, sino que en plenas guerras de religión, eran de los pocos entornos en los que personas de diferentes creencias podían y debían convivir y trabajar juntos, desarrollándose un ambiente de tolerancia religiosa.

Además, los gremios de constructores, como todos los demás, tenían sus conocimientos y técnicas reservadas para los miembros del mismo, con un sistema de formación y transmisión de los mismos algo sistematizados. Había aprendices, oficiales y un maestro en cada obra, con una delimitación clara de sus derechos y obligaciones de los unos frente a los otros, un rudimentario código ético a respetar. Los gremios eran de los pocos ámbitos en los que el poder autoritario de los nobles, reyes y papas permitían la libre opinión y expresión de sus miembros sin intervención de dichos poderes. No debemos olvidar que en aquella época no existía una opinión pública, un debate público o unos medios de comunicación. La imprenta aún no había sido inventada.

Así tenemos el caldo de cultivo perfecto para que se creen esos primeros núcleos de debate y perfeccionamiento ético y social: personas con cierta formación ética, académica y cultural, sin luchas de poder muy enormísimas, con un oasis de libertad en medio de un mundo feudal. Lógicamente, su principal función, que era la conservación y transmisión de las técnicas de construcción los tenían ocupados la mayor parte del tiempo…

Hasta que llegó el Renacimiento, el auge de la Universidad, de los primeros mercaderes capitalistas, y la decadencia de los gremios. La función de transmisores de los conocimientos fue pasando al mundo universitario y la mayor parte de los gremios fue extinguiéndose poco a poco.

Sin embargo, ya hemos visto que el gremio de la construcción tenía una serie de ventajas añadidas que podían haberse perdido si los masones operativos no hubieran tomado una decisión que cambió la Historia: comenzar a aceptar a masones a título honorífico que no eran constructores.

¿Y qué interés podía tener alguien no relacionado con el mundo de la construcción en pertenecer a la masonería operativa? Principalmente, el disfrutar de esas ventajas de las que os hablaba antes: libertad de expresión y opinión, tolerancia del diferente, reflexión ética, ambiente culto y popular al mismo tiempo…

Estos nuevos masones que no tenían conocimientos de construcción fueron llamados “masones aceptados”. Poco a poco, la proporción de masones aceptados fue aumentando y la de masones operativos fue disminuyendo, al tiempo que la logia fue dedicando cada vez más tiempo a la reflexión ética y menos a las tareas tradicionales de la construcción. En 1717 se considera que la masonería especulativa ya está consolidada, fecha en la que se constituye la primera Gran Logia, que reúne a cuatro de las logias de Londres. El núcleo de la actividad de las logias ya está centrado en la mejora del individuo y la sociedad. Y así hasta hoy.

https://masoneriahoy.wordpress.com/2014/10/12/como-surgio-la-masoneria/

viernes, 29 de enero de 2016

El vinculo entre la Masonería y el Fútbol

El vinculo entre la Masonería y el Fútbol

El 26 de octubre de1863 se establecieron por escrito las reglas del fútbol. Se constituyó la English Football Association.

La reunión se desarrolló en la Freemason’s Tavern, Queen Elizabeth N° 11, Londres.


En el encuentro surgieron serias discrepancias entre los asistentes. Un sector, encabezado por los representantes de la ciudad de Rugby, fue partidario de permitir el uso de las manos en la práctica del juego, pero el grupo liderado por la ciudad deHarrow se inclinó por permitir exclusivamente el uso de los pies y la cabeza.

Los delegados favorables a permitir el uso de las manos se retiraron de la reunión y, establecieron las bases del deporte al que llamaron “Rugby”.

En las deliberaciones de la Freemason’s Tavern se acordó entonces que el football sería un deporte de equipo jugado entre dos conjuntos de 11 jugadores cada uno y cuatro árbitros para que se cumplan las normas. El terreno de juego sería rectangular, de césped natural o artificial, con un arco a cada lado del campo. El objetivo del juego sería el desplazamiento de una pelota con cualquier parte del cuerpo que no sean los brazos o las manos, y mayoritariamente con los pies, para intentar introducirla dentro del arco oponente. Esa acción se denominaría gol . El equipo que lograra más goles al cabo del partido, de una duración de 90 minutos, sería el ganador.


Entre los principales promotores del nuevo deporte se encontraban masones que eligieron para la reunión la Freemason´s Tavern, Taberna de los Franco masones.

El fútbol recogió de la Masonería el espíritu de igualdad y fraternidad sin distinción de nacionalidad, raza, ideología, religión ni genero. La tribuna es el “punto de encuentro” donde el aficionado aplaude o recrimina por igual al negro Pelé, al blanco Messi, respeta por igual al jugador católico que se persigna cuando entra a la cancha, al evangélico que invoca a Cristo después de anotar un gol o al jugador que baila para festejar una conquista. No le importa si se trata de un socialista, un capitalista, un socialdemócrata, o un tercermundista. Tampoco tiene en cuenta si el jugador viene de las clases menos favorecidas o si nació en una familia adinerada. No hace distinción de género desde el campeonato mundial femenino de China (1991) y tampoco discrimina ya que existen campeonatos mundiales de fútbol gay organizados por la “Asociación Internacional de Fútbol de Gays y Lesbiana (IGLFA)” (1992). Cualquiera sea el resultado, los jugadores intercambian camisetas al final del partido, una expresión que subraya al valor de la tolerancia.

En la Argentina: El fútbol llegó a la Argentina a través de viajeros ingleses, muchos de los cuales eran masones. El 20 de junio de 1867 se jugó el primer partido en el Buenos Aires Cricket Club. Un grupo de socios encabezados por los hermanos Thomas y James Hogg publicaron un aviso en el diario The Standard convocando a una reunión para impulsar la práctica del fútbol. De inmediato se fundó el Buenos Aires Football Club y se organizó el encuentro entre colorados y blancos, donde ganaron los primeros por 4 a 0. Curiosamente, esos colores coinciden con los atributos del Maestro Masón.


A comienzos de la década de 1880 llegó al país Alejandro Watson Hutton, portador de pelotas e infladores entre sus pertenencias . Graduado en humanidades en la Universidad de Edimburgo, se hizo cargo del Colegio Saint Andrew donde implantó la práctica deportiva y la cultura física. Poco después fundó el English High School, base del Alumni. Alejandro Watson Hutton fue Maestro Mason de la Logia Excelsior Nº 617

Hacia 1887 nació el Quilmes Athlectic Club, solo para ingleses, la entidad más antigua de las que integran la Asociación del Fútbol Argentino. El 1 de Diciembre de 1899 un grupo local dio nacimiento a Argentinos de Quilmes. “Y cambian otra costumbre: los ingleses, en el entretiempo tomaban té. Los argentinos se hacían mate cocido”(Osvaldo Bayer en “Fútbol Argentino”).

Sucesivamente se crearon Gimnasia y Esgrima de La Plata,Banfield, Estudiantes de Buenos Aires, Central Argentine Railway Athletic (Rosario Central) y Alumni, de los hermanosBrown, con el primer campeonato. En Alumni, antecedente del Racing Club de Avellaneda, todos sus integrantes eranmasones.

Entre 1901 y 1910 nacieron 32 instituciones. Estaciones ferroviarias, logias masónicas y clubes de fútbol constituyeron por entonces un conjunto estrechamente relacionado.

Sucedió otro tanto con la inmigración italiana afincada en el barrio de La Boca, a orillas del Riachuelo, en la Ciudad de Buenos Aires.


Hijo de las logias de inmigrantes peninsulares afincadas en la sede de Suárez 465 (Figli d’Italia, Liberi Pensatori, entre otras), nació River Plate, el 25 de mayo de 1901, tras la fusión de las pequeñas entidades Santa Rosa y La Rosales. Su primera cancha estuvo en Sarandí, coincidente con la línea ferroviaria del sur bonaerense.

En su libro autobiográfico, el Dr. Leopoldo Bard, Maestro Masón, prestigioso médico, reconocido orador, seguidor de Hipólito Yrigoyen desde la primera hora, diputado nacional y luego presidente del bloque de diputados nacionales de la UCR (1922 a 1930), también recuerda su paso como fundador, primer capitán y presidente del Club Atlético River Plate.

La presencia de funcionarios y empleados ingleses en el desarrollo ferroviario argentino favoreció la creación de logias en las cercanías de las estaciones, según revela el mapa masónico argentino de las primeras décadas del siglo XX. Los nombres se repetían cuando se trataba de estaciones, logias y clubes de fútbol.

La Masonería Argentina recuerda hoy el nacimiento del fútbol, el deporte que apasiona a millones de personas esparcidas sobre la faz de la tierra. Sus reglas fueron escritas hace 149 años en la Taberna de los Francmasones de Londres.

http://yeow.com.ar/2012/11/vinculo-masoneria-futbol.html#.VpfbrfnhCM8

jueves, 28 de enero de 2016

LA MUJER EN LOS ORIGENES DE FRANCMASONERIA.

LA MUJER EN LOS ORIGENES DE FRANCMASONERIA.
Gustavo Pardo Valdés.


Aunque los estudiosos y eruditos en Historia de la Masonería, afirman que ésta tiene su origen en las corporaciones de picapedreros alemanes, y en particular en Magdeburg, lo cierto es que la Moderna Masonería, la que conocemos hoy, tiene su origen en Inglaterra, y por ello nos vamos a detener a estudiar las condiciones sociales, y particularmente las intelectuales, que prevalecían en este país a fines del siglo XVII y principio del XVIII, que pudieron incidir en la fundación de la Francmasonería Moderna.

Los Antiguos Documentos.

Según expresa en IH J: G: Findel en su “Historia de la Francmasonería”, pág. 64, Vol. II, Tomo I, “El primero escrito donde aparece el vocablo frestone-mason (el que trabaja el asperón, la piedra de ornamento, a fin de distinguirlo del Rouge-mason, el albañil ordinario), para designar a los talladores de piedras ingleses, es un acta del Parlamento de 1350 (25 del reino de Eduardo I)”. Es significativo que el VH Findel afirma que “Las primeras actas los obliga a no abandonar sus residencias sin el permiso de la autoridad o de los propietarios, de cierto que se encontraban atados a la gleba, hasta que a su vez se convirtieran en propietarios. Cuando estaban agregados a los conventos acompañaban a los monjes dónde quiera que éstos los conducían”. Aunque no deseo entrar en otras consideraciones, siempre que sea posible, que no sean aquellas que se refieran a este tema que hoy me ocupa, si deseo señalar que estos “talladores de piedra” no eran “Hombres libres”, porque según señala Findel “se encontraban atados a la gleba” y que cuando ellos se hallaban “agregados a los conventos acompañaban a los mojes a dónde quiera que éstos los conducían”, es decir ellos no podían desplazarse por su cuenta, lo que implica que si en estos primeros tiempos alguien tiene que ver con nuestra Institución Francmasónica moderna, al menos en lo relacionado a ciertos usos y costumbres y el simbolismo del Arte Operativo, entonces éstos se pueden deber a los Arquitectos o monjes, que eran los únicos capaces de efectuar trabajos intelectuales en aquella época, con lo cual se reafirma la profunda influencia de la Iglesia Católico Romana en estos primeros cuerpos masónicos.

El más Antiguo Documento Masónico de Inglaterra.

Este documento fue descubierto en el Museo Británico de Doudez, por un anticuario conocido por Halliwell, y debe datar de la primera mitad del siglo XV, aproximadamente entre 1425 y 1445. El mismo está escrito en versos y en inglés antiguo, constando de 790 versos y 186 líneas, en las que se expone la antigua tradición de la asociación de constructores. De este Manuscrito deseo referirme a los poemas que se relacionen con la pertenencia de las “señoras” al gremio de constructores, lo que parece constituir una evidencia que ya el Arte Operativo de la Construcción, se había extendido sectores no religiosos y con una cierta ilustración. Los poemas a que me refiero están contenidos en la obra de Aurelio Almeida, “El Consultor del Masón”, pág. 360-64, Tomo I de 1883, y dicen así:

Verso 10: “Aquel que bien lea y mire

Podrá encontrar escrito en un viejo libro

De grandes Señores y sus Señoras,

Que tuvieron muchos hijos, ciertamente,

Y no tenían rentas con qué mantenerlos,

Ni en ciudad, ni en campo, ni en bosque;

Celebraron Consejo juntos…” (El subrayado es mío)

Más adelante, en el verso 350 al 353 dice:

Habéis de pasar de uno al otro lado

Amablemente sirviéndonos a todos

Como si fuéramos hermana y hermano…

Es decir esta masonería “seglar”, para significar que ya no se limitaban a trabajar bajo la dirección de Arquitectos pertenecientes al clero, aunque de este documento antes mencionado, se continúa desprendiendo el profundo espíritu religioso que animaba a estas corporaciones. Por otra parte el autor o autores del anterior Manuscrito, tuvo que poseer una cultura muy por encima de la que era corriente a los “talladores de la piedra”, pues en el mismo hace mención al “gran sabio” que se llamaba “Euclides” (versos 35) y en el verso 55, que “El sabio Euclides por tal modo descubrió este oficio de geometría por tierras de Egipto”, por ello me sigue pereciendo sumamente extraño que la asociación a que se refiere este documento y otros posteriores, estuviese constituida por meros “obreros de las canteras”, sin que al menos, contasen con personas de una ilustración tal, que le fuese posible redactar de forma inteligente, la estructura, y reglamentación de aquellas corporaciones, de “señores y señoras”, es decir donde está presente la mujer.

Manuscrito de 1693. El IH Aurelio Almeida, cita en su Consultor del Masón, pág. 347 del Tomo I, lo que expresa el Hno. David Murria Lyon, en su Historia de la Logia “Mary’s Chapel”, que a continuación transcribo: “La referencia hechas en ciertas cláusulas del Manuscrito de 1693 al deber en que está el Aprendiz de proteger los intereses de su señor o dama, es decir señor o señora, claramente indica que en aquella época era lícito a las mujeres ejecutar obras de arquitectura, con el carácter de empresarias”. Es de señalar que “las actas de la Mary’s Chapel encierran, a nuestro juicio, el único caso de que una logia Escocesa haya reconocido como legítimo el carácter de dama”, continúa diciendo el IH Almeida en la pág. 348. Entonces podemos concluir que la mujer estuvo presente en los trabajos de esta primera masonería, al menos hasta 1690, fecha ésta muy cercana al momento en que es fundad la Gran Logia de Inglaterra, el 24 de junio de 1717. Entonces podemos preguntarnos: ¿por qué la mujer fue excluida de las logias masónicas modernas? Para responder esta interrogante, al menos intentar hacerlo, debo pasar al terreno de la especulación.

¿Cómo se aprecia a la Inglaterra del siglo XVII?

La Inglaterra del siglo XVII nos ofrece un panorama general excepcional, y en particular por la libertad de expresión y el régimen parlamentario, firmemente establecido en este país que recuerda mucho a una democracia en formación. Fueron estas condiciones, y tal vez, la condición insular que tantas veces propició a esta nación un desarrollo más liberal, particularmente en el plano religioso, lo que permitió que el movimiento conocido por Ilustración, contase en Inglaterra con un terreno fértil y abonado, para surgir, y manifestarse, irradiando su luz a todo el continente Europeo.

El movimiento de la Ilustración, se orientó en Inglaterra hacia lo tangible, la Naturaleza, abogando por el empleo de la Razón y la Ciencia. En este punto deseo detenerme para citar el Ar.1, inc. II, de la Constitución Masónica vigente, donde se enuncia una de las leyes antiguas y esenciales de la Masonería Universal, “Son sus principios (los de la Masonería) la Moral universal y la Ley Natural, dictadas por la Razón y definidas por la Ciencia…”; por otra parte, en la Liturgia el primer grado de la Masonería, escrita por el Dr. Vicente A de Castro, que fue editada en 1875, dice: que para hallar la Virtud es necesario conocer la Verdad y que ésta es “Lo que se halla en consonancia con la naturaleza de las cosas, satisface a la razón, adhiere la voluntad y arrastra la conciencia. He citado los anteriores pasajes del Código Masónico, donde se plasma nuestro principios y una de las Liturgias de un masón que ha sido reconocido como el autor de las mejores liturgias escritas en idioma español en el siglo XIX y que aún hoy resultan una fuente de extraordinarias enseñanzas masónicas, particularmente en su aspecto social, filosófico y doctrinal, para que pueda apreciarse la similitud de los conceptos expuesto en ellos, y la corriente del pensamiento de la Ilustración inglesa del siglo XVII, lo que me lleva a pensar que nuestra Institución adquiere sus conceptos básicos, que se plasmarían en la estructura adoptada por la Gran Logia de Inglaterra en 1717, en esta época y de estos ilustres pensadores ingleses, quedando la organización anterior de la misma, como un esfuerzo de darle un sentido práctico-material al encadenarla a la historia de los gremios, cofradías y guildas de la Edad Media, de las cuales considero sólo se tomaron sus instrumentos de labor, para desarrollar un simbolismo, un sistema filosófico y una doctrina, que es muy poco probable que aquellos talladores de piedra alemanes o ingleses del medioevo, pudiesen haber desarrollado, a excepción de que aceptamos que no fueron los talladores de la piedra, sino los Arquitectos o monjes que los dirigían, que si eran hombres ilustrados, nuestros antecesores. No obstante, entonces surge un problema; ¿por qué la Francmasonería es una de las Instituciones que más ha sido condenada por la Iglesia Católico-Romana a través de los tiempos? ¿Por qué la Francmasonería es anti-dogmática y racionalista? ¿Por qué la Francmasonería adopta al G.A.D.U. y no continúa con la devoción que aquellos gremios, guildas y cofradías dispensaban al Dios de los Católicos y a la Virgen María? Realmente me es muy difícil justificar desde el punto de vista conceptual la relación histórica que se pretende establecer entre la Francmasonería actual y los talladores de piedra medievales, en cambio encuentro que la pieza de este rompecabezas encaja perfectamente si consideramos que nuestra Masonería se origina en el siglo XVIII, tomando como punto de partida el pensamiento de la Ilustración inglesa. No deseo profundizar más en este aspecto, por no constituir el mismo el objeto del presente trabajo, no obstante considero que es importante el habernos relacionado con los orígenes de nuestra Institución, para comprender o al menos, intentar comprender el por qué se le niega a la mujer la entrada, en calidad de iguales a las logias masónicas en 1717, prohibición que aún continúa, en la llamada Masonería Regular, liderada por la Gran Logia de Inglaterra.

Aunque la Ilustración fue un movimiento cuya trascendencia política, filosófica y cultural, marcó la historia del pensamiento humano posterior a él, y creo que muy en particular a nuestra Institución, por las nuevas definiciones que de viejos conceptos se desarrollaron a partir de entonces, algo quedó en el olvido: la mujer.

Cuando se elaboraron las nuevas teorías liberales, se pensó en el hombre, no en genérico, sino en el varón. Esta puede ser la explicación del por qué al establecerse la nueva Institución no se piensa en la mujer, simplemente no existe como ser pensante, es un objeto más del cual se vale el hombre (varón) para satisfacer determinadas necesidades, y no exclusivamente de orden fisiológicas, la mujer llenaba otras funciones de importancia tales como la de compañera útil, es decir, el ser que nos sirve de alivio cuando llegamos pensionados de los múltiples y complejos problemas que nos plantea la vida, la compañera-madre que nos consuela y nos cuida, etc. Es una realidad que el hombre necesita de la mujer y sin ella, sin sus atenciones, nuestras vidas se complican de un modo extraordinario. Alguien dijo que detrás de un gran hombre, se encuentra una mujer, y es cierto. No obstante cuando tenemos ese inapreciable bien, no lo apreciamos, y esto puede haberle sucedido a aquellos filósofos y pensadores de la Ilustración, tenían ese gran bien, y no lo conocían porque lo consideraban tan natural, como existir.

Lo cierto es que la Gran Logia de Inglaterra pasó por alto que en este mundo, además de los hombres existían las mujeres.

http://www.desdecuba.com/mason/?p=4363

miércoles, 27 de enero de 2016

JUAN SANTOS ATAHUALPA APU INCA (Séptima parte)

JUAN SANTOS ATAHUALPA APU INCA (Séptima parte)


Juan Santos estaba muy preocupado por lo que pudiera saber el Virrey de su propósito mesiánico y postulados ideológicos. Su objetivo primordial era la publicidad para influir en la opinión pública sobre la trascendencia de su lucha. No había manera de poner en ejecución la idea porque ninguna autoridad política o religiosa se atrevía a sostener una conferencia con él. La única manera de conseguirlo era la captura de algunos frailes con los cuales podía transmitir su mensaje. Corría el año de 1746. Escogió una fecha y un lugar. Sería el 24 de junio en Monobamba. Allá despachó un grupo de guerreros negros. Tras un ataque relámpago dieron muerte a treinta y tres monobambinos pro virreinales y capturaron a un clérigo.

Juan Santos conferenció con el cura y le encargó decir al general Llamas que no le escribía por juzgar que éste era de muy baja categoría para él. También envió una carta para el Virrey. En ella volvía a proclamar que era el Señor del Reino Indígena y exigía que desocupasen sus tierras. En Lima el cura informó que Juan Santos tenía escaso ejército pero que podía reunir miles de todas las naciones en un tiempo breve. Que era muy poderoso y que sus guardianes eran guerreros simirinches.

En 1752, los territorios asháninka, yanesha y piro habían sido recobrados totalmente por la acción del inca rebelde. No quedaban en pie ninguno de los 50 pueblos fundados por los misioneros que aglutinaban más de diez mil habitantes. Ninguna misión franciscana o jesuita, ni un solo establecimiento español había resistido a la demoledora acción de las tropas nativas rebeldes y, con el afán de dar una muestra de su poderío bélico decide atacar la sierra. Él sabe que allí es donde la sangrienta opresión de sus hermanos es más abominable y dantesca. Como es natural, la noticia al expandirse por toda la sierra, encendió la esperanza de los nativos. Terminarían los suplicios de tantos hombres sacrificados que dejaban la vida en las oquedades siniestras. El primer bastión español que cae es Andamarca. Apresan a los dos sacerdotes que allí estaban de misioneros; recogen abundantes víveres, se llevan las cabezas de ganado que encuentran y, luego de tres días de estadía retornan nuevamente a la selva de donde habían venido. ¿Por qué? Después de arrasar el pueblo de Andamarca, inexplicablemente se han detenido. ¿Por qué? La respuesta hasta ahora es un enigma. El camino a la sierra estaba abierto de par en par; la resistencia en la selva central había sido vencida tras diez años de lucha ininterrumpida sin que jamás el inca rebelde fuera derrotado. ¿Qué ocurrió entonces? ¿Por qué no terminó de tomar la sierra? No lo sabemos. No podemos comprenderlo. La invasión a esta zona habría significado la libertad los pobres mineros. El caso final es que Juan Santos había cumplido su promesa. Antiguos territorios tribales habían vuelto a manos de sus legítimos dueños, libres de españoles y negros. El Virreinato peruano estaba estremecido. Habían visto de lo que eran capaces los indios. El movimiento mesiánico y reivindicatorio había encontrado eco en todos los habitantes de la sierra y la selva centrales.

Triunfante, quiso ajustar cuentas con algunos traidores simirinchis y antis de Pangoa y Sonomoro que habían osado desobedecer su autoridad; únicos lugares en los que no se recibió con beneplácito el mensaje del inca mesiánico al comenzar su campaña, sin duda influenciados por el Comisario de Misiones que residía en ese lugar, Fray José Gil Muñoz, quien había infiltrado neófitos fieles que, al detalle, informaban al fraile sobre lo que acontecía en el cuartel rebelde. Una vez que Juan Santos descubriera a los traidores, lejos de castigarlos como debía, los devolvió a sus reductos a fin de que el curaca Bartolomé Quintimari, jefe de los allegados a los españoles, supiera que estaba enterado de los planes realistas y le conminaba a que se arrepienta. El curaca, contra lo que se esperaba, desoyó la invitación del inca y siguió fiel a los españoles. Es más, en ese lugar cobijaron a los reaccionarios que quedaban en Jesús María y Catilipango, en su mayor parte mujeres y niños. También se refugiaron en este lugar los Chichirenes que habitaban Parva, quienes por razones desconocidas no se plegaron a la revolución del inca. Lo mismo hicieron los franciscanos que trabajaban en el Gran Pajonal con mucho temor de ser victimados, pues en el camino no hallaron abastecimiento alguno, inequívoca señal de que ya en aquellos lugares ya no se les quería. Pasados los años, como lo estamos viendo, se apoderaron de animales y sembríos del lugar y mataron a los traidores que pudieron encontrar, el resto se salvó internándose en la selva o huyendo a la sierra.

Después de sus enfrentamientos triunfales con las huestes españolas y la expulsión de los padres misioneros, dejaba exterminadas las conversiones de Chanchamayo, Perené, Paucartambo, Cerro de la Sal, Metraro, Eneñas, Huancabamba, Apurimac, Pangoa, Ene Sonomoro y Alto Ucayali. En una nota aparecida poco después de la insurrección de Juan Santos, los misioneros de Ocopa decían: “…los terrenos actualmente habitados por los salvajes eran productivas haciendas de caña, cacao, café, coca, etc.. Aquellos silenciosos bosques, hoy día habitados tan sólo por pequeñas tribus de salvajes, eran centro de gran actividad y se había entablado confraternidad con los mismos infieles quienes cambiaban los ricos productos de la montaña con víveres y objetos de nuestra industria. Internaban carne salada, quesos, ají, aguardiente, herramientas, etc. y regresaban con valiosas especies de la montaña, multiplicando de este modo sus capitales. Hasta los chunchos, según Urrutia, llegaron a realizar viajes a Tarma para vender o cambiar sus frutos, regresando muy confiados a sus reducciones surtidos de cuanto necesitaban en el país. Pero ¿Quién hubiera dicho que tanta prosperidad debía desaparecer en tan poco tiempo bajo las manos destructoras de estos mismos chunchos tan sólo por instigación de un hombre ambicioso y cruel?. Este bello país que había sido conquistado poco a poco a la virgen naturaleza, volvió nuevamente a quedar bajo su dominio, después de haber gozado unos pocos años los beneficios de la civilización. Desde aquella fecha se perdió a todos los pueblos establecidos en las márgenes del Perené y las montañas de Andamarca y Pangoa”

Después de su triunfal ingreso en Andamarca en 1755, sucede un silencio en torno a la figura del caudillo incaico. Envalentonados entonces los españoles, delegan la responsabilidad de terminar con el caudillo, al brigadier español Pablo Sáenz, que entra en Quimiri donde no encuentra sino escombros. La iglesia y los talleres han sido barridos por el fuego y los indios no lo han reedificado. En agosto de 1756, Manso de Valazco eleva un informe al Rey y le dice, entre otras cosas: “el sanguinario cacique no se ha dejado sentir en mucho tiempo, ello, sin embargo, no ha influido para nada en la vigilancia de los puestos de frontera. Ésta continúa con el mismo celo que hasta ahora ha tenido. La tropa continúa en sus puestos de vigilancia. La noticia regada por los indios conibos afirman que, Juan Santos Atahualpa Apu Inca, ha desparecido misteriosamente, echando humo ante la mirada de estupefacción de todos los nativos”.

¿Qué había ocurrido con el invicto vengador al que jamás habían logrado derrotar?. ¿Dónde estaba?.

Los asháninkas, herederos del sacrificado esfuerzo del rebelde, mantienen todavía vigente la misteriosa historia de su muerte a través del siguiente relato.

Después de sus encuentros con las guarniciones españolas y la expulsión definitiva de los Padres Misioneros, todavía continuó con sus merodeos entre las quebradas de Chanchamayo, Vítoc y Monobamba. Murió en el año de 1756, en una fiesta que acostumbraban celebrar los nativos en la cosecha del maíz. Consistía en beber y practicar simulacros de combate arrojándose las corontas; en el fragor del simulacro un indio émulo de Santos Atahualpa que tomaba parte en la fiesta, para cerciorarse si era realmente hijo de la divinidad, en lugar de una coronta, le asestó una piedra lanzada con honda que le hirió gravemente, de cuyo resultado murió. Antes de expirar hizo que llevaran a su presencia al asesino quien fue muerto con sus propias manos.

La muerte física del adalid invicto de la selva no les importa gran cosa a los indios. Saben que todos tenemos que morir tarde o temprano. Aseguran que, en aprobación de este magnífico gesto cristiano de luchar por los desamparados y explotados, Juan Santos Atahualpa fue ungido con una especial bendición de Dios, ya que al morir –cumplida su valiente misión en la selva- entre nubes y vapores brillantes, se elevó hacia los cielos en medio de cánticos hermosos y extraños, con la promesa de que volvería. Los frailes franciscanos, enemigos naturales del adalid –tal vez con el fin de deshacer la mitología- afirman que, retirado a la profundidad de la selva, muchos años después, lo vieron ya anciano, acompañado de su compañera negra, llevando una vida de placidez y tranquilidad, feliz porque la lucha que había iniciado se propagaba por todo el Perú.

En todo caso, los nativos no han olvidado la gesta del valiente inca; por esta razón, reverentes, en Metraro le han erigido una capilla de 18 metros de largo por ocho de ancho, sostenido por ocho columnas de madera en esqueleto; cubierta con techo de humiro, en forma cruzada; en medio de la capilla, el túmulo donde descansó su cuerpo a poco de morir, hecho de cinco tablas labradas de jaracandá, de 8 a 10 centímetros de espesor y a una altura de un metro veinte centímetros, situado en medio del templo, mirando hacia Oriente.

Desde entonces, sobre la cúspide del impotente nevado del Huaguruncho, apareció una colosal cruz de oro macizo cuyos destellos se veían nítidamente en todos los confines de Pasco. Una cara de la cruz recibía el saludo del sol naciente de las mañanas; la otra, los postreros destellos de los atardeceres. Al hacerse realidad la añorada recuperación de sus tierras, en reconocimiento de la bendición recibida del cielo para el triunfo final, el imbatible caudillo guerrero, utilizando todo el oro recogido de ríos y minas de la selva, hizo fundir una sólida cruz bruñida de oro macizo de enormes proporciones, que mediante un magistral y agotador trabajo de ingeniería rudimentaria la fijaron en la cúspide del Huaguruncho con un túnel vertical que comunicaba perpendicularmente la base, con la cima del monte. Este trabajo realizado en tres largos años venía a significar la confirmación de la fe en Cristo del caudillo Juan Santos Atahualpa.

Mucho más tarde, cuando mediante la invasión sangrienta y cruel, españoles y negros volvieron a recuperar las posiciones de la selva, la cruz de Haguruncho desapareció tragada por las nieves eternas en medio de lluvias torrenciales, truenos y relámpagos. Los campas aseguran que el símbolo volverá a refulgir cuando retorne Juan Santos Atahualpa y esta vez sí serán dueños definitivos de sus tierras selváticas.

En todo caso, éste, es el primer paso que dimos en la lucha por la libertad de la patria y la dignidad de la persona humana. Vendrán, como veremos, otras epopeyas igualmente impresionantes que tiñeron de sangre nuestra tierra.

B I B L I O G R A F Í A

01.- VEGA, Juan José, HISTORIA GENERAL DEL EJÉRCITO PERUANO.

02.- VARESE, Stéfano, LA SAL DE LOS CERROS. Lima 1963.

03.- MENDIBURU, Manuel. DICCIONARIO HISTÓRICO BIOGRÁFICO DEL PERU.

04.- AMICH, José. HISTORIA DE LAS MISIONES DEL CONVENTO DE OCOPA.

05.- RIVA AGÜERO, José de la.- EL PERÚ Y LAS MISIONES DE OCOPA. Lima 1930.

06.- VARGAS UGARTE, Rubén. HISTORIA GENERAL DEL PERU. Lima 1971.

07.- IZAGUIRRE, Bernardino. HISTORIA DE LAS MISIONES FRANCISCANAS. Lima 1930.

08.- BUENO, Cosme, GEOGRAFÍA DEL PERÚ VIRREINAL.- Lima 1951.

09.- CARRANZA, Albino.- EL VALLE DE CHANCHAMAYO- 1894.

10.- VALLEJO, José A.- LA REBELIÓN DE 1742, JUAN SANTOS- 1954.

11.- ORTIZ, Dionisio O. F. M.- OXAPAMPA (Estudio de una provincia de la selva del Perú)- Imprenta Editorial San Antonio – Lima 1967.

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martes, 26 de enero de 2016

JUAN SANTOS ATAHUALPA APU INCA (Sexta parte)

JUAN SANTOS ATAHUALPA APU INCA (Sexta parte)


Desde la floresta, los indios silenciosos los contemplaban, como buitres a la espera que la muerte se hiciera cargo de ellos. Un día, un hombre que se metió entre unos arbustos a hacer sus necesidades, no regresó. Cuando lo encontraron, tenía el cuello atravesado por una flecha. La lluvia, como si vaciaran todos los mares, no dejaba de caer, inmisericorde, continua, apabullante. Otros elementos igualmente nocivos dieron cuenta de las engreídas tropas del rey: avispas, abejas asesinas, grillos, zancudos, mosquitos, isangos que dejan sus huevos en las heridas abiertas de los penosos caminantes haciéndolos sufrir indeciblemente. A su pesar, tuvieron que conocer a la shushupe, la más grande de las serpientes que llega a sobrepasar los tres metros de longitud con un diámetro superior a los diez centímetros en la parte más gruesa; en la cola lleva una lanceta venenosa cuya pinchadura puede ser tan mortal como la misma mordedura. Es la única serpiente que ataca y persigue al hombre empleando tanto la cola como los colmillos; cuando llega a adulta le emergen unas pequeñas orejas muy erguidas que le dan un aspecto aterrador. Otros cayeron gimiendo de dolor y fiebre en el poco tiempo que pudieron vivir desde que sintieron sus carnes desgarradas con las picaduras de las otras mortíferas serpientes: ajuaringa, jergón, mantona, cascabel, loro machaco y la mortal nacanaca. Toda esta variedad asombrosa de animales, entremezclada con la alfombra vegetal que cubre la tierra, fue dando cuenta de los extraños. Tuvieron que avanzar en marchas forzadas por las enormes montañas cortadas a pico, por quebradas profundas, llanuras inmensas cubiertas de espesísimo follaje impenetrable para los rayos del sol, humedad continua por los torrenciales aguaceros que caen, de una parte y de otra; la escasa o nula evaporación por lo espeso del bosque. Como si esto fuera poco, en acciones sincronizadas de exterminio meticulosamente planificado, los rebeldes atacaban en ocasiones y lugares menos esperados. En la floresta quedaban numerosos muertos y heridos. Los rebeldes se llevaban provisiones y armamento. Es más, la presión sicológica que sufrían los españoles era insoportable. Un día, un grito de sorpresa de un español convocó a todos los famélicos caminantes. En medio de una trocha encontró tirada la bolsa multicolor del alegre español que había desaparecido los primeros días; cuando la abrieron para ver lo que había dentro, quedaron mudos de espanto. Junto a la flauta, alegre compañera del español, había un bulto pequeño que todos reconocieron. Era su cabeza reducida hasta el tamaño de un puño con sus ensortijados pelos rubios, sus barbas floridas y mefistofélicas en pequeño; tenía la boca y los ojos cocidos. El jefe de los baquianos, aterrorizado sólo alcanzó a musitar:

— ¡Los jíbaros también luchan con ellos!.- Todos lo comprendieron. Estaban frente a un ejército que conocía su escenario y sus posibilidades. Un ejército de hombres valientes, decididos y enterados. Era una guerra de guerrillas de combatientes que conocían la selva como la palma de su mano, contra los que se caían de cansancio, hambre y terror. A estas alturas, el General de Armas, don José de Llamas, Marqués de Mena Hermosa, tuvo que volver sobre sus pasos, dejando en la selva a numerosos muertos por agotamiento y otros tantos por picaduras de serpientes; los más, rematados por los chunchos que los seguían con una paciencia inclemente. En todo ese tiempo ni un sólo indio se les ha acercado. Han cruzado territorio amuesha y yánesha sin trabar combate ni una sola vez; como si en este lugar no existieran indios. Pero ellos estaban ocultos, confundidos con su camuflaje natural, entre la floresta; trepados sobre altos montes, escondidos sin ser vistos, en oquedales y vericuetos, contemplando cómo se suicidaban al penetrar en terrenos que desconocían. Claro, eso lo habían previsto. Al final, lejos de exterminarlos con sus manos, dejaron que la selva con sus alimañas, víboras, lluvias y mil dificultades, se encargara de ellos.

La debacle repercutió muy hondo en el espíritu soberbio de los españoles. En un parte de guerra que publica aquellos días un sacerdote, (Los franciscanos jamás trataron con respeto a Juan Santos y, en muchos casos, se dejaron llevar por un prejuicio malsano), dice:

“Vino dicho caballero a Tarma a principios de año 1746 (se refieren al marqués de Mena Hermosa) con nombramiento de Gobernador de la Provincia, y como de secreto se hizo las prevenciones para una formal entrada. El mes de febrero mandó llamar al Gobernador de Fronteras don Benito Troncoso –sobreviviente de una anterior empresa guerrera- para que mandase un trazo de la tropa que se meditaba. Advirtió este caballero al general, lo intempestivo que era esta expedición en aquel tiempo por ser en rigor de las lluvias y el grande peligro que corría de malograrse con pérdida de la reputación de las armas españolas. Respondió el General Llamas que “tenía órdenes expresas para que se ejecutase así. 

“Determinóse la salida para principios del mes de marzo. El General José Llamas con doscientos hombres y trescientos de carga, entró por Huancabamba al Cerro de la Sal; y Benito Troncoso con ciento cincuenta hombres de armas y doscientos de carga, entró por Ocsabamba (Oxapampa) y Quimiri, para juntarse al primer trozo. Acompañaron al General los Padres Misioneros franciscanos, Fr. Juan Francisco Mateo y Pedro Domínguez. A Benito Troncoso acompañó el padre Fr. José de San Antonio”.

“La expedición fue desgraciada e intempestiva. Los víveres se pudrieron por la humedad de las continuas lluvias. Las mulas de silla como de carga murieron; de suerte que habiendo llegado a últimos de marzo el general Llamas con su gente fatigada al Cerro de la Sal, no pudiéndose encontrar con la gente de Troncoso, que se había adelantado a Nijandaris, se vio precisado a dar la vuelta con su gente a pie por donde habían entrado, dejando en el camino alguna gente rendida; muchos murieron de cansancio, hambre y fatiga”.

“La gente de Troncoso tuvo un pequeño combate con los indios de Nijandaris y hubo heridos y muertos de ambas partes. Finalmente se retiraron todos, sin más fruto que muchas enfermedades contraídas por el cansancio y las humedades y mucha pérdida de caballería, víveres y tropa. Dispuso Dios para bien de los nuestros que el rebelde se haya retirado; pues si los hubiese acometido por aquellos montes con el desorden y fatigas en que se hallaban sin poder valerse de las armas de fuego, por estar la pólvora húmeda, hubiera sucedido un estrago muy afrentoso a las armas españolas; pues los pocos indios que se hallaban escondidos por los montes hicieron algunas hostilidades y muertes de los soldados, que desmandados del cuerpo de la tropa, caían al alcance de sus flechas. Se tiene por cierto que el general don José Llamas se quejó de haber sido engañado por los padres jesuitas que le habían asegurado que luego que llegase con su tropa al Cerro de la Sal, saldría el curaca don Mateo de Asia con su gente a auxiliarles y le entregaría en su poder al rebelde. Este fue el motivo de hacer la entrada intempestiva sin hacer las prevenciones necesarias, sin consulta de experimentados y todo como en secreto”.

“Con esta malograda expedición quedaron los infieles y los incrédulos tan insolentes que no temieron desafiar a los españoles, ni se descuidaban de hacerles todo el daño que podían”.

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lunes, 25 de enero de 2016

JUAN SANTOS ATAHUALPA APU INCA (Quinta parte)

JUAN SANTOS ATAHUALPA APU INCA (Quinta parte)


Aquí hay una refriega sangrienta en la que muchos hacendados mueren a manos de sus esclavos indios que se vengaron con sangre de los castigos que habían sufrido. En esta ocasión, otra gigantesca ola de serranos se suman a la guerra de recuperación. Un franciscano, con marcado estupor, deja escrito: “muchos serranos sanguinarios se han agregado a la miserable gente chuncha y, todos conforman hordas sanguinarias y salvajes”(…) “Esta turba descomunal ha prometido que beberá chicha en la calavera del padre y del teniente”. Al final, todo lo que había sido una región floreciente, de gran porvenir, quedaba convertido en escombros y cenizas. Cuando Milla llega al lugar con su tropa a la que se suman más de doscientos milicianos, no encuentra a Juan Santos; éste se ha escabullido por las espesuras a asaltar Huancabamba. Atravesando el valle del Entás, donde hoy se asienta Villa Rica, por sendas sólo conocidas por sus guías, fue a parar al valle de Chorobamba, donde actualmente se encuentra la ciudad de Oxapampa, y finalmente llega a Huancabamba, valle que había alcanzado el mismo nivel que Chanchamayo, con muchas haciendas dedicadas a la producción pecuaria, varias minas explotadas por mineros cerreños afincados en el lugar, la mayoría de ellas de propiedad del Conde de las Lagunas. En general, centro de gran actividad en donde se había entablado el comercio con los mismos nativos que cambiaban los ricos productos de la montaña por víveres y objetos de la ciudad. Internaban carne salada, queso, ají, aguardiente, herramientas, etc. y regresaban con valiosas especies de la montaña multiplicando de este modo sus capitales.

Cuenta la tradición que aquel domingo de octubre de 1743, los neófitos estaban escuchando misa. Atravesando el Chorobamba por Punchao y el abra de Gasparina, los rebeldes inician el asalto a la Misión dando muerte a los blancos y negros que resistían. Muchas familias huyeron por el estrecho de Chilache y Mallapampa, hasta alcanzar la sierra a donde los rebeldes no se atrevieron a subir. Entre los fugitivos, se encontraba la esposa de Sandoval, poderoso minero cerreño, amo y dueño del lugar, que en ese momento estaba comerciando en Paucartambo. La señora, en un avanzado estado de gestación, tuvo que huir hasta las alturas de Muñapampa a 3,737 metros sobre el nivel del mar, y en una caverna que actualmente llaman “Huachanga”, dio a luz a un niño. Muchos de los propietarios de haciendas cayeron en defensa de sus propiedades. Se hablaba de Antonio José de Castro, de la hacienda Marancocha; de José de Barrios, en Chanchamayo; Bernardo Oliva, de Santa Catalina; Juan de Carvajal, de San Fernando. Los únicos que no cayeron en combate fueron los Condes de las Lagunas, propietarios de enormes haciendas en Huancabamba, Parara y Lucen, así como la vaquería de Tamaque.

El virrey, indignado por la triunfadora acción del inca rebelde, decide el envío de sesenta soldados bien preparados del Fuerte del Callao, al mando de los capitanes, Pedro Alzamora y Fabricio Bártoli. Era septiembre de 1743. En Jauja reciben el refuerzo de 200 milicianos reunidos por el Corregidor Alfonso Santa y Ortega y, el 27 de octubre, llegan a Quimiri, suponiendo que el inca les temía y que por eso no se les había enfrentado. No era así. La superioridad numérica y el armamento determinan que Juan Santos los deje pasar. La construcción del fuerte se extendió hasta el 8 de noviembre. Terminada ésta, se emplazaron dentro cuatro cañones y cuatro pedreros; en el depósito, abundantes granadas y municiones. Pensaban que eso era suficiente para vencer a los indios precariamente armados. El Corregidor Santa, seguido de sus milicianos dejó el fuerte con sesenta veteranos y sirvientes indígenas. Juan Santos pensó que era el momento para comenzar las hostilidades. Su primera acción fue el ataque a la tropa que conducía víveres al fuerte; el combate se libró a orillas del Chanchamayo en el que murieron diecisiete españoles. Acto seguido ordenó cortar los puentes y obstruir los caminos para rendir por hambre a los que estaban dentro.

El capitán español trató la salida de algunos hombres pero no lo consiguió. El único que logró escapar para solicitar ayuda a Tarma, fue el fraile Lorenzo Núñez. Los víveres escasearon en el fuerte y una rara enfermedad los afectó. Muchos españoles murieron. Entonces Juan Santos inicia una serie de ataques relámpago para ablandar al enemigo que está sitiado. Trata de que Bártoli se rinda evitando la muerte de su gente. Le otorga dos treguas de quince días cada una, pero éste no se rinde confiado que habrá de recibir el auxilio de las tropas de Troncoso. Al término de la pausa, aprovechando la oscuridad de la noche los sitiados tratan de huir, pero son ultimados. Ni un sólo hombre se salva. Estamos en 1º de enero de 1744. Cuando el dubitativo Troncoso llega a Qumiri con su tropa, ya es demasiado tarde; los rebeldes se han apoderado del fuerte. En este momento los españoles caen en la cuenta que tienen que vérselas con un estratega inteligente, osado y exitoso. En el poco tiempo de la entrada de Juan Santos en la selva, han sido ampliamente derrotados en el plano militar y moral. En poder del inca rebelde se encuentra las zonas de Chanchamayo, Perené, Huancabamba, Gran Pajonal y el Alto Ucayali. La selva central se ha hecho impenetrable para cualquier blanco y el sacrificio de Bártoli y sus hombres obliga a las autoridades buscar un trato directo con el rebelde.

El verano de 1745, acatando órdenes del Virrey Marqués de Villagarcía, cuyo gobierno fenecía, entró en la selva el padre Hirsuta, de la Compañía de Jesús, acompañado de otro sacerdote, con el encargo de lograr la paz o, en su defecto, trabajar secretamente su desestabilización, tomando contacto con indios que no siguiesen muy fervorosamente al caudillo. Se asegura que al no hallarlo, el sacerdote se limitó a hablar con su lugarteniente Mateo de Assia. Éste, siguiendo la política del inca, se niega a realizar ningún trato con el fraile. La delegación sacerdotal había fracasado en su intento.

Complicadísimas como estaban las cosas, el Rey de España toma la determinación de poner a la cabeza del virreinato peruano a un militar de oficio. Sustituye a Juan Antonio de Mendoza y Caamaño y Sotomayor, por el Teniente General de los Ejércitos Reales y Presidente de la Audiencia de Chile, don José Manso de Velasco, Conde de Superunda (21 de diciembre de 1744); dispone también que partan de Chile y Buenos Aires sendos contingentes de soldados para batir al rebelde. El novísimo Virrey, deseoso de alzarse con una victoria fácil, -según él estaban luchando contra unos indios salvajes e ignorantes-, organiza una expedición militar punitiva al mando del General de Armas, don José de Llamas, Marqués de Mena Hermosa. Este empingorotado General logra reunir para enero de 1746, una fuerza considerable de hombres y, solicita, que Troncoso lo acompañe. Éste le advierte que la época no es propicia, pero no le hace caso. Ha reunido 200 soldados españoles reforzado con 300 guerreros y cargueros nativos. Por su parte Troncoso partía con 150 soldados españoles y 200 refuerzos indígenas por la ruta de Quimiri. Ambos destacamentos debían encontrarse en un determinado lugar. Nunca lo consiguieron.

Ávido por hacer morder el polvo de la derrota a los rebeldes, el Marqués de Mena Hermosa sale en un momento inapropiado: marzo, época de lluvias torrenciales en la que prácticamente toda la selva baja está inundada; los cursos de agua han alcanzado su máximo nivel; pongos, cashueras y rápidos son infranqueables, no se pueden pasar por el gran peligro de las grandes correntadas; la creciente ha arrastrado gran cantidad de palos, plantas acuáticas y ha originado los derrumbes de las orillas. Los ríos están cargados. No obstante las advertencias de los misioneros, conocedores de su entorno, entraron en territorio rebelde por Huancabamba, cruzaron mesetas interminables, bajaron a selvas enmarañadas de tupida penumbra verde donde los árboles no dejan pasar la luz del sol, luego ascendieron al Cerro de la Sal. Desde la espesura, los indios los observaban sin hacerse ver. Sabían que la lluvia, la humedad, el clima en general, realizaría una efectiva tarea para rendir a los invasores.

Siguiendo las indicaciones de los guías, no obstante el calor avasallante y el cansancio manifiesto, tuvieron que rodear tahuampas, aguajales, cochas y pantanos, para evitar los múltiples peligros que estos lugares encierran. Uno de estos primeros días ocurrió un hecho que los alarmó. Un alegre español de ensortijados cabellos rubios, espesa barba que para darse ánimo y dárselo a los demás, iba detrás de los guías tañendo una flauta dulce que luego guardaba en una bolsa multicolor y llamativa, desapareció como por encanto. Nunca más lo hallaron. La búsqueda resultó infructuosa. Con esta primera baja siguieron adelante.

Por las noches, sufrían la invasión de murciélagos o vampiros que esperaban a que se duerman para succionarles la sangre. Su poder era tal que hasta podían pasar entre los mosquiteros. No sólo eso, muchas noches sintieron la amenazadora presencia del “Otorongo” o el “Yana puma”. Este último ataca a su víctima cuando está dormida, pero no devora su carne, sino le succiona la sangre y le destroza el cráneo para comerse los sesos.

Admirados, no daban crédito a lo que sus ojos veían. Pájaros de extraños colores como joyas, de trinos curiosos, cargados de misterios; parásitos gigantes de amenazadores desplazamientos por la espesura de la vegetación, ríos enormes y caudalosos como mares, depósitos de lluvias interminables.

Caminaron días y días y días por misteriosos territorios inexplorados donde, cada vez el paisaje era distinto y la distancia mayor. Escaseaban las provisiones; comenzaron a enfermar algunos, a desesperarse otros; descontentos la totalidad. El jefe influenciado por el guía, hablaba de que estaban a punto de llegar a destino. Desde el fondo de sus corazones los hombres hacían el esfuerzo para progresar pero continuaban encerrados por horas y días dentro de la floresta atosigante y terrible; como si no avanzaran del mismo lugar. Andaban por parajes donde nunca nadie había penetrado. Era imposible orientarse en el verde atosigante de aquel mundo primitivo, anterior al Génesis, infinito laberinto circular sin tiempo y sin historia. No podían alejarse de los ríos. Si se apartaban de la ribera, la jungla se los tragaba para siempre como ocurrió con más de un soldado aterrorizado que internado en el misterio verde, se perdía llamando a su madre, como un niño desvalido, loco de congoja y de miedo. Avanzaban autómatas, agobiados, en silencio pesado por aquellas soledades de abismos profundos. El agua infestada de pirañas que se abalanzaban en masa al olor de la sangre, acabando a un cristiano en contados segundos; sólo huesos blancos y limpios demostraban que alguna vez había existido. En ese verde lujuriante no había qué comer. Los víveres se les habían terminado. Cuando lograban cazar un mono, lo devoraban crudo, con repugnancia por su aspecto humano y su fetidez insufrible. En la humedad eterna de la jungla, no podían hacer fuego. Enfermaron de vómitos y diarreas imparables por comer unos frutos desconocidos, hasta volar de fiebre con los vientres hinchados como balones. Uno murió tragado por las inclementes arenas movedizas, otro, echando sangre hasta quedar blanco como un trapo exprimido; un tercero, triturado por una gigantesca anaconda del grueso de un hombre y tan larga como cinco lanzas alineadas. El aire un vapor caliente, insufrible, malsano como hálito de bestia infernal, lo envolvía todo. “Este es el reino de Satanás” decían los hombres y, debía serlo, por que continuamente fulgían los puñales que se teñían de sangre, matándose entre ellos.

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