VÍA INICIÁTICA Y VÍA MÍSTICA
Rene Guenon
La confusión entre el dominio esotérico e
iniciático y el dominio místico, o, si se prefiere, entre los puntos de vista
que les corresponden respectivamente, es una de las que se cometen hoy con más
frecuencia, y eso, parece, de una manera que no siempre es enteramente
desinteresada; por lo demás, hay en eso una actitud bastante nueva, o que al
menos, en ciertos medios, se ha generalizado mucho en estos últimos años, y es
por lo que nos parece necesario comenzar por explicarnos claramente sobre este
punto. Está ahora de moda, si se puede decir, calificar de «místicas» a las
doctrinas orientales mismas, comprendidas aquellas en las que no hay ni
siquiera la sombra de una apariencia exterior que pudiera, para aquellos que no
van más lejos, dar lugar a una tal calificación; el origen de esta falsa
interpretación es naturalmente imputable a algunos orientalistas, que, por lo
demás, al comienzo pueden no haber sido llevados a ella por una segunda intención
claramente definida, sino tan solo por su incomprehensión y por la
determinación más o menos inconsciente, que les es habitual, de reducirlo todo
a puntos de vista occidentales[1].
Pero después han venido otros que se han apoderado de esta asimilación abusiva,
y que, viendo el partido que podrían sacar de ella para sus propios fines, se
esfuerzan en propagar la idea en cuestión fuera del mundo especial, y en suma
bastante restringido, de los orientalistas y de su clientela; y esto es más
grave, no solo porque es por eso sobre todo como esta confusión se extiende
cada vez más, sino también porque no es difícil percibir en ello las marcas
inequívocas de una tentativa «anexionista» contra la cual importa estar sobre
aviso. En efecto, éstos a los que hacemos alusión aquí son aquellos que se
pueden considerar como los negadores más «serios» del esoterismo, queremos
decir con esto los exoteristas religiosos que se niegan a admitir nada que éste
más allá de su propio dominio, pero que estiman sin duda esta asimilación o
esta «anexión» más hábil que una negación brutal; y, al ver de qué manera
algunos de entre ellos se aplican a disfrazar de «misticismo» las doctrinas más
claramente iniciáticas, parece verdaderamente que esta tarea reviste a sus ojos
un carácter particularmente urgente[2].
A decir verdad, habría no obstante, en ese mismo dominio religioso al que
pertenece el misticismo, algo que, bajo ciertos aspectos, podría prestarse
mejor a una aproximación, o más bien a una apariencia de aproximación: es lo
que se designa por el término de «ascético», ya que en ello hay al menos un
método «activo», en lugar de la ausencia de método y de la «pasividad» que
caracterizan el misticismo, sobre los cuales tendremos que volver enseguida[3];
pero no hay que decir que esas similitudes son completamente exteriores, y, por
otra parte, esta «ascética» sólo tiene metas que son demasiado visiblemente
limitadas como para poder ser utilizada ventajosamente de esta manera, mientras
que, con el misticismo, nunca se sabe exactamente dónde se va, y esa vaguedad
misma es ciertamente propicia a las confusiones. Únicamente, aquellos que se
libran a ese trabajo a propósito deliberado, al igual que aquellos que les
siguen más o menos inconscientemente, no parecen sospechar que, en todo lo que
se refiere a la iniciación, no hay en realidad nada de vago ni de nebuloso,
sino al contrario, cosas muy precisas y muy «positivas»; y, de hecho, la
iniciación es, por su naturaleza misma, propiamente incompatible con el misticismo.
Por lo demás, esta incompatibilidad no
resulta de lo que implica originalmente la palabra «misticismo» misma, que está
incluso manifiestamente emparentada a la antigua designación de los
«misterios», es decir, a algo que pertenece al contrario al orden iniciático;
pero esta palabra es de aquellas para las cuales, lejos de poder referirse
únicamente a su etimología, uno está rigurosamente obligado, si se quiere hacer
comprender, a tener en cuenta el sentido que le ha sido impuesto por el uso, y
que es, de hecho, el único que se le atribuye actualmente. Ahora bien, todo el
mundo sabe lo que se entiende por «misticismo», desde hace ya muchos siglos, de
suerte que ya no es posible emplear este término para designar otra cosa; y es
eso lo que, decimos, no tiene y no puede tener nada en común con la iniciación,
primero porque ese misticismo depende exclusivamente del dominio religioso, es
decir, exotérico, y después porque la vía mística difiere de la vía iniciática
por todos sus caracteres esenciales, y porque esta diferencia es tal que
resulta entre ellas una verdadera incompatibilidad. Por lo demás, precisamos
que se trata de una incompatibilidad de hecho más bien que de principio, en el
sentido de que, para nós, no se trata de ningún modo de negar el valor al menos
relativo del misticismo, ni contestarle el lugar que puede pertenecerle
legítimamente en algunas formas tradicionales; así pues, la vía iniciática y la
vía mística pueden coexistir perfectamente[4],
pero lo que queremos decir, es que es imposible que alguien siga a la vez la
una y la otra, y eso incluso sin prejuzgar nada de la meta a la cual pueden
conducir, aunque, por lo demás, ya se pueda presentir, en razón de la
diferencia profunda de los dominios a los que cada una se refiere, que esa meta
no podría ser la misma en realidad.
Hemos dicho que la confusión que hace ver
a algunos misticismo, allí donde no hay el menor trazo de él, tiene su punto de
partida en la tendencia a reducirlo todo a los puntos de vista occidentales; es
que, en efecto, el misticismo propiamente dicho es algo exclusivamente
occidental y, en el fondo, específicamente cristiano. A este propósito, hemos
tenido la ocasión de hacer una observación que nos parece lo bastante curiosa
como para que la anotemos aquí: en un libro del que ya hemos hablado en otra
parte[5],
el filósofo Bergson, oponiendo lo que llama la «religión estática» y la
«religión dinámica», ve la más alta expresión de esta última en el misticismo,
que, por lo demás, no comprende apenas, y que admira sobre todo por lo que
podríamos encontrar en él, al contrario, de vago e incluso de defectuoso bajo
algunos aspectos; pero lo que puede parecer verdaderamente extraño por parte de
un «no cristiano», es que, para él, el «misticismo completo», por poco
satisfactoria que sea la idea que se hace de él, por ello no es menos el de los
místicos cristianos. En verdad, por una consecuencia necesaria de la poca estima
que siente por la «religión estática», olvida demasiado que los místicos en
cuestión son cristianos antes incluso de ser místicos, o al menos, para
justificar que sean cristianos, coloca indebidamente el misticismo en el origen
mismo del cristianismo; y, para establecer a este respecto una suerte de
continuidad entre éste y el judaísmo, llega a transformar en «místicos» a los
profetas judíos; evidentemente, del carácter de la misión de los profetas y de
la naturaleza de su inspiración, no tiene ni la menor idea[6].
Sea como sea, si el misticismo cristiano, por deformada o disminuida que sea su
concepción de él, es así a sus ojos el tipo mismo del misticismo, la razón de
ello es, en el fondo, bien fácil de comprender: es que, de hecho y para hablar
estrictamente, no existe apenas otro misticismo que ese; e incluso los místicos
que se llaman «independientes», y que diríamos gustosamente «aberrantes», no se
inspiran en realidad, aunque sea sin saberlo, sino de ideas cristianas
desnaturalizadas y más o menos enteramente vacías de su contenido original.
Pero eso también, como tantas otras cosas, escapa a nuestro filósofo, que se
esfuerza en descubrir, con anterioridad al cristianismo, «esbozos del
misticismo futuro», mientras que, en realidad, se trata de cosas totalmente
diferentes; hay así, concretamente sobre la India , algunas páginas que dan testimonio de una
incomprehensión inaudita. Las hay también sobre los misterios griegos, y aquí
la aproximación, fundada sobre el parentesco etimológico que hemos señalado más
atrás, se reduce en suma a un torpe juego de palabras; por lo demás, Bergson se
ve forzado a confesar él mismo que «la mayoría de los misterios no tuvieron
nada de místicos»; pero entonces ¿por qué habla de ellos bajo este vocablo? En
cuanto a lo que fueron esos misterios, se hace de ellos la representación más
«profana» que pueda darse; y, en verdad, ignorando todo de la iniciación, ¿cómo
podría comprender que hubo allí, así como en la India , algo que en primer
lugar no era de ningún modo de orden religioso, y que después iba
incomparablemente más lejos que su «misticismo», e incluso, es menester
decirlo, que el misticismo auténtico, que, por eso mismo de que se queda en el
dominio puramente exotérico, tiene forzosamente también sus limitaciones?[7].
No nos proponemos exponer al presente en
detalle y de una manera completa todas las diferencias que separan en realidad
los dos puntos de vista iniciático y místico, ya que solo eso requeriría todo
un volumen; nuestra intención es sobre todo insistir aquí sobre la diferencia
en virtud de la cual la iniciación, en su proceso mismo, presenta caracteres
completamente diferentes de los del misticismo, hasta incluso opuestos, lo que
basta para mostrar que se trata de dos «vías» no solo distintas, sino
incompatibles en el sentido que ya hemos precisado. Lo que se dice más frecuentemente
a este respecto, es que el misticismo es «pasivo», mientras que la iniciación
es «activa»; por lo demás, eso es muy verdadero, a condición de determinar bien
la acepción en la que debe entenderse esto exactamente. Eso significa sobre
todo que, en el caso del misticismo, el individuo se limita a recibir
simplemente lo que se presenta a él, y tal como se presenta, sin que él mismo
cuente en eso para nada; y, digámoslo de inmediato, es en eso donde reside para
él el peligro principal, por el hecho de que está «abierto» así a todas las
influencias, de cualquier orden que sean, y de que además, en general y salvo
raras excepciones, no tiene la preparación doctrinal que sería necesaria para
permitirle establecer entre ellas una discriminación cualquiera[8].
En el caso de la iniciación, al contrario, es al individuo a quien pertenece la
iniciativa de una «realización» que perseguirá metódicamente, bajo un control
riguroso e incesante, y que deberá llevarle normalmente a rebasar las
posibilidades mismas del individuo como tal; es indispensable agregar que esta
iniciativa no es suficiente, ya que es bien evidente que el individuo no podría
rebasarse a sí mismo por sus propios medios, pero, y es esto lo que nos importa
por el momento, es esa iniciativa la que constituye obligatoriamente el punto
de partida de toda «realización» para el iniciado, mientras que el místico no
tiene ninguna, ni siquiera para cosas que no van en modo alguno más allá del
dominio de las posibilidades individuales. Esta distinción puede parecer ya
bastante clara, puesto que muestra bien que no se podrían seguir a la vez las
dos vías iniciática y mística, pero, no obstante, ella sola no podría bastar;
podríamos decir incluso que no responde todavía más que al aspecto más
«exotérico» de la cuestión, y, en todo caso, es demasiado incompleta en lo que
concierne a la iniciación, de la que está muy lejos de incluir todas las
condiciones necesarias; pero, antes de abordar el estudio de esas condiciones,
todavía nos quedan que disipar algunas confusiones.
[1] Es así como, especialmente
desde que al orientalista inglés Nicholson se le ocurrió traducir taçawwuf por mysticism, se
ha convenido en occidente que el esoterismo islámico es algo esencialmente
«místico»; e incluso, en ese caso, ya no se habla en absoluto de esoterismo,
sino únicamente de misticismo, es decir, que se ha llegado a una verdadera
sustitución de puntos de vista. ¡Lo más ilustre es que, sobre las cuestiones de
este orden, la opinión de los orientalistas, que no conocen estas cosas más que
por los libros, cuenta manifiestamente mucho más, a los ojos de la inmensa
mayoría de los occidentales, que el punto de vista de aquellos que tienen de
ellas un conocimiento directo y efectivo!
[2] Otros se esfuerzan también
en disfrazar de «filosofía» las doctrinas orientales, pero esta falsa asimilación
es quizás, en el fondo, menos peligrosa que la otra, en razón de la estrecha
limitación del punto de vista filosófico mismo; estos últimos no tienen éxito
apenas, debido a la manera especial en que presentan estas doctrinas, que hace
de ellas algo totalmente desprovisto de interés, y porque lo único que se
desprende de sus trabajos es sobre todo una prodigiosa impresión de «aburrimiento».
[3] Podemos citar como ejemplo
de «ascética», los Ejercicios
Espirituales de San Ignacio de Loyola cuyo espíritu
es incontestablemente tan poco místico como es posible, y para los cuales es al
menos verosímil que se haya inspirado en parte de algunos métodos iniciáticos,
de origen islámico, pero, bien entendido, aplicándolos a una meta enteramente
diferente.
[4] Podría ser interesante, a
este respecto, hacer una comparación entre la «vía seca» y la «vía húmeda» de
los alquimistas, pero esto se saldría del cuadro del presente estudio.
[5] Les deux sources de la morale et de la religion. — Ver a este propósito: El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXXIII.
[6] De hecho, no se puede
encontrar misticismo judaico propiamente dicho más que en el hassidismo, es
decir, en una época muy reciente.
[7] M. Alfred Loisy ha querido
responder a Bergson y sostener contra él que no hay más que una sola «fuente»
de la moral y de la religión; en su calidad de especialista de la «historia de
las religiones» prefiere las teorías de Frazer a las de Durkheim, y también la
idea de una «evolución» continua a la de una «evolución» por mutaciones
bruscas; a nuestros ojos, todo eso vale exactamente igual; pero hay al menos un
punto sobre el que debemos darle la razón, y lo debe ciertamente a su educación
eclesiástica: gracias a ésta conoce a los místicos mucho mejor que Bergson, y
hace observar que nunca han tenido la menor sospecha de algo que se parezca por
poco que sea al «impulso vital»; evidentemente, Bergson ha querido hacer de
ellos «bergsonianos» ante la letra, lo que no es apenas conforme a la simple
verdad histórica; y M. Loisy se sorprende también a justo título de ver a Juana
de Arco colocada entre los místicos. — Señalamos de pasada, ya que eso también
es útil registrarlo, que su libro se abre con una confesión bien divertida: «El
autor del presente opúsculo —declara— no se conoce inclinación particular para
las cuestiones de orden puramente especulativo». ¡He aquí al menos una
franqueza bastante loable; y puesto que es él mismo quien lo dice, y de manera
completamente espontánea, creemos gustosamente en su palabra!
[8] Es también este carácter de
«pasividad» el que explica, sin justificarlos en modo alguno, los errores
modernos que tienden a confundir a los místicos, ya sea con los «mediums» y
otros «sensitivos», en el sentido que los «psiquistas» dan a esta palabra, ya
sea incluso con simples enfermos.
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