Los orígenes, leyenda cheyenne
Por SARAINÉS
Al principio no había nada. Todo estaba vacío y Maheo, el Gran Espíritu, se sentía desolado. Miró a su alrededor pero no había nada que ver. Trató de oír, pero nada había que escuchar.
Finalmente, Maheo pensó que su Poder podía tener alguna aplicación productiva y concreta.
Creando una amplísima extensión de agua, como un lago, pero salada, comprendió el Gran Espíritu que partiendo del agua podría existir la vida.
Después pensó que deberían existir seres que viviesen en las aguas. Primero hizo los peces que nadaban en las oscuras aguas, luego las almejas y los caracoles, que vivían en la arena y en el fondo del lago. Posteriormente fueron apareciendo los gansos, los ánades, los charranes, las focas, y las cercetas, que vivían y nadaban en los alrededores del lago.
En la oscuridad, Maheo, podía escuchar el chapoteo de sus patas y el batir de sus alas pero quería verlas. Y una vez más los hechos se produjeron de acuerdo a sus deseos. La luz comenzó a brotar y a esparcirse, primero blanca y clareando en el Este, posteriormente dorada e intensa cuando hubo llegado al centro del cielo, extendiéndose al final hasta el último punto del horizonte.
Entonces la gansa se dirigió chapoteando hacia donde se encontraba Maheo, y le dijo: “Óyeme, Maheo. El lago que has hecho, en el que moramos, es bueno. Pero comprende que los pájaros no somos peces, a veces nos fatigamos de tanto nadar y nos sentiríamos muy felices de poder reposar fuera del agua”. Entonces Maheo dijo que volasen y todos los pájaros del agua aletearon agitadamente sobre la superficie acuática hasta que obtuvieron la suficiente velocidad como para remontar el vuelo. Sin embargo, el somormujo, dirigiéndose a Maheo le pidió un lugar firme y seco donde caminar cuando estuvieran cansados de nadar y volar.
Así será, respondió Maheo, pero necesito vuestra colaboración. Necesito que los animales más rápidos y de mayor tamaño encuentren tierra.
Lo intentaron la gansa, el somormujo y el ánade, pero no lo consiguieron. Finalmente vino la pequeña foca, y pidió a Maheo intentarlo, a pesar de no saber volar ni nadar tan bien como sus hermanos.
La foca tardó mucho tiempo en ascender de nuevo a la superficie del agua y cuando lo hizo, de su boca cayó una pequeña bola de lodo que el Gran Espíritu recogió entre sus manos. Maheo dio las gracias a la foca y le dijo que por su acción, sería protegida para siempre.
Maheo hizo rodar la bola de lodo entre las palmas de las manos hasta que la misma se hizo tan grande que ya no le fue posible sostenerla. Buscó entonces por los alrededores con la mirada un sitio donde ponerla, pero no había más que agua y aire.
Pidió entonces ayuda de nuevo a los animales pues necesitaba la espalda de uno de ellos para poder sostener la bola de lodo. Así que Maheo pidió ayuda a la Abuela Tortuga y apiló sobre su redonda espalda una buena cantidad de lodo hasta formar una colina. Bajo las manos del Gran Espíritu, la colina fue creciendo, extendiéndose y enderezándose, mientras la Abuela Tortuga desaparecía de la vista. Por esto la Abuela Tortuga y todos sus descendientes caminan muy lentos, pues cargan en sus espaldas todo el peso del mundo y los seres que lo habitan.
Ahora ya había agua y también tierra, pero esta era estéril. Entonces Maheo dijo que la Abuela Tierra era como una mujer y, en consecuencia, debería ser productiva. Al pronunciar Maheo estas palabras, los árboles y las hierbas brotaron, convirtiéndose en el cabello de la Abuela y las flores se transformaron en brillantes adornos. Los pájaros se posaron a descansar en las manos de la Abuela, a cuyos lados se acercaron también los peces. Mirando a la mujer Tierra, Maheo pensó que era muy hermosa, la más hermosa de las cosas que nunca había hecho.
Pero no debería estar sola, pensó. Démosle una parte de mí, y así podrá saber que estoy cerca de ella y la amo. Entonces Maheo metió la mano en su costado derecho y sacó una de sus costillas y la colocó dulcemente en el seno de la Tierra. La costilla se movió, se puso en pie y caminó. Había nacido el primer hombre. Pero Maheo sabía que el hombre estaba solo en la Abuela Tierra y que eso no era bueno. Así, utilizando una de sus cosillas derecha formó una hembra, que puso al lado del hombre. Entonces sobre la Abuela Tierra hubo dos seres humanos: sus hijos y los de Maheo. Todos eran felices, y el Gran Espíritu era feliz mirándolos.
Un año más tarde, en la época primaveral, nació el primer niño.
Y a medida que transcurrió el tiempo vinieron otros pequeños seres que, siguiendo su camino, fundaron las diferentes tribus. Luego Maheo vio que su pueblo tenía ciertas necesidades Así que con su Poder creó animales que alimentasen y protegieran al hombre.
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