DEL SECRETO
INICIÁTICO
Rene Guenon
Aunque
acabamos de indicar ya cuál es la naturaleza esencial del secreto iniciático[1],
debemos aportar todavía más precisiones a este respecto, a fin de distinguirle,
sin ningún equívoco posible, de todos los demás géneros de secretos más o menos
exteriores que se encuentran en las múltiples organizaciones que, por esta
razón, son calificadas de «secretas» en el sentido más general. En efecto,
hemos dicho que, para nós, esta designación significa únicamente que tales organizaciones
poseen un secreto, de cualquier naturaleza que sea, y también que, según la
meta que se proponen, ese secreto puede recaer naturalmente sobre las cosas más
diversas y tomar las formas más variadas; pero, en todos los casos, un secreto
cualquiera que no sea el secreto propiamente iniciático tiene siempre un
carácter convencional; con eso queremos decir que no es tal más que en virtud
de una convención más o menos expresa, y no por la naturaleza misma de las
cosas. Por el contrario, el secreto iniciático es tal porque no puede no serlo,
puesto que consiste exclusivamente en lo «inexpresable», lo cual, por
consiguiente, es también necesariamente lo «incomunicable»; y así, si las
organizaciones iniciáticas son secretas, este carácter no tiene aquí nada artificial
y no resulta de ninguna decisión más o menos arbitraria por parte de nadie. Así
pues, este punto es particularmente importante para distinguir bien, por una
parte, las organizaciones iniciáticas de todas las demás organizaciones
secretas, y por otra, para distinguir, en las organizaciones iniciáticas
mismas, lo que constituye lo esencial de todo aquello que puede venir a
agregarse a ello accidentalmente; ahora debemos dedicarnos a desarrollar un
poco las consecuencias de esto.
La primera de estas consecuencias, que,
por lo demás, ya hemos indicado precedentemente, es que, mientras que todo
secreto de orden exterior puede ser siempre traicionado, el secreto iniciático
no puede serlo nunca de ninguna manera, puesto que, en sí mismo y en cierto
modo por definición, es inaccesible e inaprehensible a los profanos y no podría
ser penetrado por ellos, ya que su conocimiento no puede ser más que la
consecuencia de la iniciación misma. En efecto, este secreto es de naturaleza
tal que las palabras no pueden expresarle; es por eso por lo que, como tendremos
que explicarlo más completamente a continuación, la enseñanza iniciática no
puede hacer uso más que de ritos y de símbolos, que sugieren más bien que
expresan, en el sentido ordinario de esta palabra. Hablando propiamente, lo que
se transmite por la iniciación no es el secreto mismo, puesto que es
incomunicable, sino la influencia espiritual que tiene a los ritos como vehículo,
y que hace posible el trabajo interior por cuyo medio, tomando los símbolos
como base y como soporte, cada uno alcanzará ese secreto y le penetrará más o
menos completamente, más o menos profundamente, según la medida de sus propias
posibilidades de comprehensión y de realización.
Por consiguiente, se piense lo que se
piense de las demás organizaciones secretas, en todo caso, no se puede hacer un
reproche a las organizaciones iniciáticas por tener este carácter, puesto que
su secreto no es algo que ellas ocultan voluntariamente por razones
cualesquiera, legítimas o no, y siempre más o menos sujetas a discusión y a
apreciación como todo lo que procede del punto de vista profano, sino algo que
no está en el poder de nadie, aunque lo quiera, desvelar y comunicar a otro. En
cuanto al hecho de que estas organizaciones son «cerradas», es decir, que no
admiten a todo el mundo indistintamente, se explica simplemente por la primera
de las condiciones de la iniciación tales como las hemos expuesto más atrás, es
decir, por la necesidad de poseer algunas «cualificaciones» particulares, a
falta de las cuales no puede sacarse ningún beneficio real del vinculamiento a
una tal organización. Además, cuando ésta deviene demasiado «abierta» e insuficientemente
estricta a este respecto, corre el riesgo de degenerar a consecuencia de la
incomprehensión de aquellos que admite así sin reflexión, y que, sobre todo
cuando devienen mayoría, no dejan de introducir en ella toda suerte de puntos
de vista profanos y de desviar su actividad hacia metas que no tienen nada en
común con el dominio iniciático, como se ve muy frecuentemente en lo que, en
nuestros días, subsiste todavía de las organizaciones de este género en el
mundo occidental.
Así, y eso es una segunda consecuencia de
lo que hemos enunciado al comienzo, el secreto iniciático en sí mismo y el
carácter «cerrado» de las organizaciones que le detentan (o, para hablar más
exactamente, que detentan los medios por los cuales les es posible a aquellos
que están «cualificados» tener acceso a él) son dos cosas completamente
distintas y que no deben de ser confundidas de ninguna manera. En lo que
concierne al primero, invocar razones de «prudencia» como se hace a veces, es
desconocer totalmente su esencia y su alcance; para el segundo, por el
contrario, que depende de la naturaleza de los hombres en general y no de la naturaleza
de la organización iniciática, se puede hablar hasta un cierto punto de
«prudencia», en el sentido de que, con esto, esa organización se defiende, no
contra «indiscreciones» imposibles en cuanto a su naturaleza esencial, sino
contra ese peligro de degeneración del que acabamos de hablar; tampoco es ésta
la primera razón de ello, puesto que ésta no es otra que la perfecta inutilidad
de admitir a individualidades para los que la iniciación nunca sería más que
«letra muerta», es decir, un formalidad vacía y sin ningún efecto real, porque
son en cierto modo impermeables a la influencia espiritual. En cuanto a la
«prudencia» frente al mundo exterior, así como se entiende más frecuentemente,
no puede ser más que una consideración completamente accesoria, aunque sea ciertamente
legítima en presencia de un medio más o menos conscientemente hostil, puesto
que la incomprehensión profana raramente se detiene en una suerte de
indiferencia y se cambia con mucha facilidad en un odio cuyas manifestaciones
constituyen un peligro que, ciertamente, no tiene nada de ilusorio; pero, no
obstante, esto no podría alcanzar a la organización iniciática misma, que, como
tal, es, así como lo hemos dicho, verdaderamente «inaprehensible». Así, las
precauciones a este respecto, se impondrán tanto más cuanto más «exteriorizada»
esté ya esa organización, y, por consiguiente, cuanto menos puramente
iniciática sea; por lo demás, es evidente que solo en este caso puede llegar a
encontrarse en contacto directo con el mundo profano, que, de otra manera no
podría sino ignorarla pura y simplemente. Aquí no hablaremos de un peligro de
otro orden, que puede resultar de la existencia de lo que hemos llamado la
«contrainiciación», peligro al que, por lo demás, no podrían obviar simples
medidas exteriores de «prudencia»; éstas no valen más que contra el mundo
profano, cuyas reacciones, lo repetimos, no son de temer sino en tanto que la
organización ha tomado una forma exterior tal como una «sociedad» o ha sido
arrastrada más o menos completamente a una acción que se ejerce fuera del
dominio iniciático, cosas que no podrían ser consideradas sino como teniendo un
carácter simplemente accidental y contingente[2].
Llegamos así a despejar todavía otra
consecuencia de la naturaleza del secreto iniciático: puede ocurrir de hecho,
que, además de este secreto que es el único esencial, una organización
iniciática posea también secundariamente, y sin perder en modo alguno por eso
su carácter propio, otros secretos que no son del mismo orden, sino de un orden
más o menos exterior y contingente; y son esos secretos puramente accesorios
los que, al ser forzosamente los únicos aparentes a los ojos del observador de
fuera, serán susceptibles de dar lugar a diversas confusiones. Esos secretos
pueden provenir de la «contaminación» de la que hemos hablado, entendiendo por
eso la agregación de metas que no tienen nada de iniciático, y a las que puede
serles dada una importancia más o menos grande, puesto que, en esta suerte de
degeneración, todos los grados son evidentemente posibles; pero la cosa no es
siempre así, y puede ocurrir igualmente que tales secretos se refieran a
aplicaciones contingentes, pero legítimas, de la doctrina iniciática misma,
aplicaciones que se ha juzgado bueno «reservar» por razones que pueden ser muy
diversas, y que habría que determinar en cada caso particular. Los secretos a
los que hacemos alusión aquí son, más especialmente aquellos que conciernen a
las ciencias y a las artes tradicionales; y lo que se puede decir de la manera
más general a este respecto, es que, puesto que estas ciencias y estas artes no
pueden ser comprendidas verdaderamente fuera de la iniciación donde tienen su
principio, su «vulgarización» no podría tener más que inconvenientes, ya que
acarrearía inevitablemente una deformación o incluso una desnaturalización, del
género de la que ha dado nacimiento precisamente a las ciencias y a las artes
profanas, como ya lo hemos expuesto en otras ocasiones.
En esta misma categoría de secretos
accesorios y no esenciales, se debe colocar también otro género de secreto que
existe muy generalmente en las organizaciones iniciáticas, y que es el que
ocasiona más comúnmente, entre los profanos, esa equivocación sobre la que
hemos llamado la atención precedentemente: este secreto es el que recae, ya sea
sobre el conjunto de los ritos y de los símbolos en uso en una tal
organización, o ya sea, más particularmente todavía, y también de una manera
más estricta, sobre algunas palabras y algunos signos empleados por ella como
«medios de reconocimiento», para permitir a sus miembros distinguirse de los
profanos. No hay que decir que todo secreto de esta naturaleza no tiene más que
un valor convencional y completamente relativo, y que, por eso mismo de que
concierne a formas exteriores, siempre puede ser descubierto o traicionado, lo
que, por lo demás, correrá el riesgo de producirse tanto más fácilmente cuanto
menos rigurosamente «cerrada» sea la organización; así pues, se debe insistir
sobre esto, a saber, que no solo este secreto no puede ser confundido de
ninguna manera con el verdadero secreto iniciático, salvo por aquellos que no
tienen la menor idea de la naturaleza de éste, sino que ni siquiera tiene nada
de esencial, de suerte que su presencia o su ausencia no podría ser invocada
para definir a una organización como poseedora de un carácter iniciático o como
desprovista de él. De hecho, la misma cosa, o algo equivalente, existe también
en la mayor parte de las demás organizaciones secretas, que no tienen nada de
iniciático, aunque las razones para ello sean entonces diferentes: puede
tratarse, ya sea de imitar a las organizaciones iniciáticas en sus apariencias
más exteriores, como es el caso para las organizaciones que hemos calificado de
«pseudoiniciáticas», e incluso para algunas agrupaciones de fantasía que no
merecen siquiera este nombre, o ya sea simplemente de guardarse tanto como sea
posible contra las indiscreciones, en el sentido más vulgar de esta palabra,
así como ocurre sobre todo en las organizaciones con fines políticos, lo que se
comprende sin la menor dificultad. Por otra parte, para las organizaciones
iniciáticas, la existencia de un secreto de este tipo no tiene nada de
necesario; e incluso tiene una importancia tanto menor cuanto más puro y
elevado es el carácter de éstas, porque entonces están tanto más desprovistas
de todas las formas exteriores y de todo lo que no es verdaderamente esencial.
Así pues, ocurre esto, que puede parecer paradójico a primera vista, pero que,
no obstante, es muy lógico en el fondo: el empleo de «medios de reconocimiento»
por una organización es una consecuencia de su carácter «cerrado»; pero, en
aquellas que son precisamente las más «cerradas» de todas, estos medios se
reducen hasta desaparecer a veces enteramente, porque entonces no hay ninguna
necesidad de ellos, ya que su utilidad está ligada directamente a un cierto
grado de «exterioridad» de la organización que recurre a ellos, y alcanzan en
cierto modo su máximo cuando ésta reviste un aspecto «semi-profano», del cual
la forma de «sociedad» es el ejemplo más típico, porque es entonces cuando sus
ocasiones de contacto con el mundo exterior son más extensas y múltiples, y
porque, por consiguiente, le importa más distinguirse de éste por medios que sean
ellos mismos de orden exterior.
Por lo demás, la existencia de un tal
secreto exterior y secundario en las organizaciones iniciáticas más extendidas
se justifica también por otras razones; algunos le atribuyen sobre todo un
papel «pedagógico», si es permisible expresarse así; en otros términos, la
«disciplina del secreto» constituiría una suerte de «entrenamiento» o de
ejercicio que forma parte de los métodos propios de esas organizaciones; y se
podría ver en ello en cierto modo, a este respecto, como una forma atenuada y
restringida de la «disciplina del silencio» que estaba en uso en algunas
escuelas esotéricas antiguas, concretamente en los pitagóricos[3].
Este punto de vista es ciertamente justo, a condición de no ser exclusivo; y
hay que destacar que, bajo este aspecto, el valor del secreto es completamente
independiente del de las cosas sobre las que recae; el secreto guardado sobre
las cosas más insignificantes tendrá, en tanto que «disciplina», exactamente la
misma eficacia que un secreto realmente importante en sí mismo. Esto debería
ser una respuesta suficiente a los profanos que, a este propósito, acusan a las
organizaciones iniciáticas de «puerilidad», a falta de comprender que las
palabras o los signos sobre los que se impone el secreto tienen un valor
simbólico propio; si son incapaces de llegar hasta consideraciones de este
último orden, lo que acabamos de indicar está al menos a su alcance y no exige
ciertamente un gran esfuerzo de comprehensión.
Pero, en realidad, hay una razón más
profunda, basada precisamente sobre este carácter simbólico que acabamos de
mencionar, y que hace que lo que se llama «medios de reconocimiento» no sea
solo eso, sino también, al mismo tiempo, algo más: se trata verdaderamente de
símbolos como todos los demás, cuya significación debe ser igualmente meditada
y profundizada, y que forman así parte integrante de la enseñanza iniciática.
Por lo demás, es igualmente así para todas las formas empleadas por las
organizaciones iniciáticas, y, más generalmente todavía, para todas aquellas
que tienen un carácter tradicional (comprendidas ahí las formas religiosas): en
el fondo, son siempre otra cosa que lo que parecen desde afuera, y es incluso
eso lo que las diferencia esencialmente de las formas profanas, donde la
apariencia exterior lo es todo y no recubre ninguna realidad de otro orden.
Desde este punto de vista, el secreto de que se trata es él mismo un símbolo,
el del verdadero secreto iniciático, lo que es evidentemente mucho más que un
simple medio «pedagógico»[4];
pero, bien entendido, aquí más que en cualquier otra parte, el símbolo no debe
ser confundido de ninguna manera con lo que es simbolizado, y es esta confusión
la que comete la ignorancia profana, porque no sabe ver lo que hay detrás de la
apariencia, y porque no concibe siquiera que pueda haber ahí algo más que lo
que cae bajo los sentidos, lo que equivale prácticamente a la negación pura y
simple de todo simbolismo.
Finalmente, indicaremos una última
consideración que podría dar lugar todavía a otros desarrollos: el secreto de
orden exterior, en las organizaciones iniciáticas donde existe, forma propiamente
parte del ritual, puesto que lo que es su objeto se comunica, bajo la
obligación correspondiente del silencio, en el curso mismo de la iniciación a
cada grado o como acabamiento de éste. Así pues, este secreto no solo
constituye un símbolo como acabamos de decirlo, sino también un verdadero rito,
con toda la virtud propia que es inherente a éste como tal; y por lo demás, a
decir verdad, en todos los casos, el rito y el símbolo están estrechamente
ligados por su naturaleza misma, así como tendremos que explicarlo más
ampliamente a continuación.
[2] Lo que acabamos de decir
aquí se aplica al mundo profano reducido a sí mismo, si se puede expresar así;
pero conviene agregar que, en algunos casos, también puede servir de
instrumento inconsciente a una acción ejercida por los representantes de la
«contrainiciación».
[3] Disciplina secreti o disciplina arcani, se decía también en la iglesia cristiana de los primeros siglos,
lo que parecen olvidar algunos enemigos del «secreto»; pero es menester
destacar que, en latín, la palabra disciplina tiene lo más frecuentemente el
sentido de «enseñanza», que, por lo demás, es su sentido etimológico, e
incluso, por derivación, el de «ciencia» o de «doctrina», mientras que lo que
se llama «disciplina» en francés no tiene más que un valor de medio
preparatorio en vista de una meta que puede ser de conocimiento como es el caso
aquí, pero que puede ser también de un orden diferente, por ejemplo simplemente
«moral»; es incluso de ésta última manera como, de hecho, se la entiende más
comúnmente en el mundo profano.
[4] Si se quisiera entrar un
poco en el detalle a este respecto, se podría destacar por ejemplo que las «palabras
sagradas» que no deben pronunciarse nunca son un símbolo particularmente claro
de lo «inefable» o de lo «inexpresable»; por lo demás, se sabe que algo
semejante se encuentra a veces hasta en el exoterismo, por ejemplo para el
Tetragrama en la tradición judaica. Se podría mostrar también, en el mismo
orden de ideas, que algunos signos están en relación con la «localización», en
el ser humano, de los «centros» sutiles cuyo «despertar» constituye, según
algunos métodos (concretamente los métodos «tántricos» en la tradición hindú),
uno de los medios de adquisición del conocimiento iniciático efectivo.
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