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martes, 31 de diciembre de 2013

Cagliostro, un superior desconocido

Cagliostro, un superior desconocido

Por Alejandro de Seleuki
Si me amas y si me buscas con todo tu espíritu, con toda tu alma y con todo tu cuerpo, pondré un espíritu de discordia entre tú y el mundo a fin de que ningún consuelo ajeno te aparte de mi vía recta; tus allegados te odiarán y rechazarán, les resultarás odioso y ellos te serán insoportables y contrarios en todo, dice el Señor oculto; incluso tu compañera se levantará contra ti y tus hijos se burlarán de ti por mi causa. Palabras crueles para el mundo ignorante; amor santo y perfecto para el que sabe.  

(Louis Cattiaux) 

Esta pequeña introducción sintetizaría la vida y la obra espiritual de un personaje sobradamente conocido llamado por unos, Alejandro Cagliostro y por otros, José Bálsamo. De él se han escrito algunos libros, memorias, cartas, artículos. Aunque todo lo que se ha dicho sobre este hombre debe tomarse con ciertos reparos, pues muchos de estos escritos han sido dictados por la envidia y el odio, más que al servicio de la verdad histórica sirven a la polémica. La principal fuente de información de la vida de Cagliostro fue la misma Iglesia Católica, que tras el proceso seguido por el Santo Oficio en Roma contra este Adepto en el año 1790, publicaría el siguiente panfleto: El demoníaco rito egipcio y su fundador, poco después en España se publica: conde de Cagliostro. Compendio de su vida... que puede servir de regla para conocer la índole de la secta de los francmasones (Sevilla, 1791).


Entre sus mejores biógrafos se encuentra Roberto Gervaso. Los Dumas, padre e hijo, le dedicaron cuatro obras que favorecieron su popularidad más que cualquier otro memorial. Durante un viaje a Italia Goethe se entrevistó en Palermo con la madre y la hermana, compuso una comedia satírica en cinco actos, El Gran Copto. Hasta Orson Wells, realizó sobre él una película decepcionante. Su vida aventurera, secreta e iniciática, su genio “extraordinario”, su “muerte” trágica y dolorosa a manos del Santo Oficio contribuyeron a crear para la posterioridad un mito “profano” que sobrevive en la literatura romántica, pero en la memoria de los nobles-viajeros, siempre será un “representante” de la tradición iniciática, auto-sacrificado por amor a la humanidad. 

José Bálsamo o Alejandro Cagliostro

Según algunos biógrafos, Alejandro de Cagliostro (su nombre verdadero era José Bálsamo, 1743-1795) habría nacido en Palermo, Sicilia. De Acuerdo con estos, fue un individuo perverso y excesivamente inmoral durante su juventud. Algunos escritores crearon de su figura a un personaje despreciable, farsante, estafador y charlatán, pero como veremos más adelante este individuo y sus correrías, son ajenas a la vida y obra de este Adepto. 

Por otro lado, también se considera que no existen pruebas evidentes de que Cagliostro y el conocido charlatán José Bálsamo fueran la misma persona. Desde su iniciación masónica hasta el proceso de Roma, Alejandro Cagliostro rechazará obstinada y desesperadamente el identificarse con José Bálsamo. “En los papeles de Cagliostro, secuestrados por dos veces y por sorpresa en París en 1784 y en Roma en 1789 – según Haven- no se encuentran huellas de Bálsamo.” Según el historiador Pier Carpi, José Bálsamo habría nacido en Italia, pero Alejandro Cagliostro ha nacido en Portugal. He incluso Goethe intentó remontar los orígenes de este apellido a una deformación de la palabra codorniz. Pero la verdad parece ser más sencilla: Cagliostro era descendiente de los condes de Cagliostro, nombrados por Felipe de España; y el apellido se deriva del origen del nombramiento hecho al bisabuelo de Alejandro, pues durante una tormenta, salvó con su propio barco al rey, y éste le nombró conde de Callosto. Pero también hay que considerar que en ciertas ocasiones un iniciado puede adoptar un nombre simbólico que define su función esotérica, ocultando y dejando en un segundo plano su individualidad humana y su papel profano en la sociedad.

El Adepto no suele revelar su identidad a nadie, salvo a quien considera digno de conocerla. El trabajo oculto que les ha sido encomendado es como una espada de doble filo, de ahí que no revelan a nadie las instrucciones secretas que han recibido ni la fuente de donde tales instrucciones provinieron, contentándose con difundirlas callada y prudentemente. Si se les pregunta acerca de esto, sólo aclaran el punto de interés inmediato y luego callan. Otra de las obligaciones del Adepto es adoptar las vestimentas y las costumbres del país o de la gente con quien reside, a fin de que un apartamiento de tales hábitos no lo hagan señalarse. Esta era una de las reglas más estrictas de los maestros antiguos, y se la halla en los manifiestos de la Hermandad Rosacruz.

Tal vez unos de los pasajes que mejor describen la personalidad de este Adepto se hallen en su Memoire contre le Procureur général, en el que se describe a sí mismo de la siguiente manera: “No pertenezco a ninguna época ni a ningún lugar; fuera del tiempo y del espacio, mi ser espiritual vive su eterna existencia, y, si me sumerjo en mi pensamiento remontando el curso de los años, si extiendo mi espíritu hacia un modo de existencia alejado del que percibís, me convierto en el que deseo ser. Al participar de modo consciente en el ser absoluto, adecuo mi acción según el medio en el que me encuentre. Mi nombre es el de mi función y lo elijo, al igual que mi función, porque soy libre; mi país es aquel en el que momentáneamente he fijado mis reales (...). Héteme aquí: soy noble y viajero; hablo, y vuestra alma se estremece al reconocer palabras antiguas; una voz, que está en vosotros y que permanecía en silencio desde hacía mucho, responde a la llamada de la mía; actúo y la paz regresa a vuestros corazones. Todos los hombres son mis hermanos; todos los países me son queridos; los recorro para que, en todas partes, el Espíritu pueda descender y encontrar un camino hacia vosotros.

No les pido a los reyes, cuyo poder respeto, más que hospitalidad en sus tierras y, cuando se me concede, paso por ellas haciendo en derredor mío el mayor bien posible; pero no hago sino pasar. ¡Soy un noble viajero!”. Resulta difícil después de leer esta cita comprender la actitud detractora de Mme. Blavatsky, fundadora de la doctrina teosófica, cuando afirma de Cagliostro, “su destino fue el de cualquier ser humano que demuestra saber más que los demás. Su final no fue del todo inmerecido porque no mantuvo sus promesas, pecó contra la castidad y cayó en el egoísmo”. Creemos que desconocía el valor y la función espiritual de este Adepto, y quiso alinearse “ignorantemente” a la política infamante de la época, al igual que hacen algunos historiadores actuales, cuando recurren a los panfletos y escritos del Santo Oficio para relatar su vida. Las enciclopedias modernas, como la Británica todavía perpetúan estas declaraciones. 

El Itinerario Iniciático  

Cagliostro viajó por Grecia, Egipto, Arabia, Persia, la Isla de Rodas y a través de toda Europa. En Mesina parece que conoce a quien será su Maestro Alquimista, un tal Altotas, quien decía ser medio griego, medio español, hablaba una mezcla de italiano, francés y árabe, vestía una zamarra albanesa, se tocaba con un gorro rojo y llevaba una gran barba. Cuando Altotas abandona Mesina para ir a Alejandría y El Cairo, se lleva a su alumno Cagliostro. Declaró muchas veces que había sido iniciado en los Misterios Egipcios, durante su estadía en Egipto, le fue impartida la gran gnosis, la transmisión espiritual del sacerdocio egipcio. Finalmente parece que desembarcaron en Malta, sede de los caballeros de Malta, la antigua Orden de San Juan de Jerusalén, donde parece que se mantenían algunos círculos herméticos imbuidos de doctrinas esotéricas, aprendidas de los sabios orientales. Especialmente versado en estas materias estaba el Gran Maestre, Pinto de Fonseca, un portugués originario de Lamego. Apasionado por la alquimia acoge en Malta a Altotas y a su discípulo Cagliostro y los hace caballeros de la Orden de Malta.

El Gran Copto

Más tarde Cagliostro es presentado a muchas familias prominentes de Roma. De regreso en Europa, visitó muchas de las grandes capitales, extendiéndose su fama como alquimista, filósofo y sanador. Mantiene también diversas entrevistas con el conde Saint-Germain en Hamburgo. El 12 de abril de 1777, en el curso de una solemne sesión, es admitido en la masonería, se le inicia en la logia de la “Esperanza”, perteneciente a la Obediencia de la “Estricta Observancia”. En La Haya, la masonería templaria de la “Estricta Observancia”, le invita a una de sus logias, donde pronuncia un discurso “de una sublimidad, excelencia y unción extraordinarios” que duró algunas horas y que abarcó “todas las ciencias en materias sacras y profanas”.

Es entonces cuando su labor iniciática entra en expansión, se convierte en Gran Maestro del rito Escocés, y del Temple, Iniciado de Martínez de Pascuales con el grado de Sacerdote Electo, amigo de Saint Martín, de Swedemborg y de Willermotz con quien mantiene largas charlas y discusiones sobre la C.B.C.S. (Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa). El 24 de diciembre de 1784, inaugura su “Rito de la masonería egipcia Superior” en el marco de la logia-madre La sabiduría triunfante de Lyon. En algunas de sus alusiones se desprende que Cagliostro tiene como misión la de crear las bases para lo que es llamado la Venida de la Jerusalem Celeste, es decir, la instauración de una Jerarquía de Sabios llegados a la Realización, también conocido en el hermetismo cristiano como SION, el Priorato del Temple, el templo de Dios entre los hombres. Pero como diría un contemporáneo de Cagliostro, sería preciso ser él mismo para comprender su misión, pues esta escapa a la simple compresión humana. Sus palabras así lo atestiguan: “Los Holocaustos no os son agradables.

El sacrificio que Dios pide es un espíritu afligido. ¡Oh, Dios! No puedes ignorar a un corazón pleno de humildad. Señor, en vuestra bondad, repartid vuestros bienes y vuestras ganancias sobre SION, a fin de que los muros de Jerusalem sean alzados”. También los Philalethas, recurren a él para que ponga orden en el caos de sus logias, pero Cagliostro exige la disolución de la Orden, y la adhesión a su Rito Egipcio, petición que fue secamente rechazada. Entonces el Gran Copto les dirige la siguiente carta: “En el nombre y a la gloria del Eterno, Nos, os hemos ofrecido la verdad y la habéis despreciado. Os la hemos ofrecido únicamente por amor a ella, y vosotros la habéis rechazado por amor a las formas. Pero ¿qué son las formas cuando no existen los fundamentos? No queráis llegar hasta Dios y al conocimiento de vosotros mismos con la única ayuda de un secretario de congreso. No es necesario que os justifiquéis, no estamos ofendidos. Considerar que si, para elevaros, os hemos enviado a nuestros adeptos, mientras que vosotros no hacéis 22 ningún esfuerzo para elevaros por vosotros mismos, ¿cómo podréis llegar hasta nos? Nos, damos, y vosotros habéis querido enseñarnos cómo y a quién debemos dar. Vosotros habéis querido dirigir nuestro camino por una vía que no habéis frecuentado nunca. Mirad qué inciertos son vuestros pasos. Habéis esperado seis semanas para responder a nuestros sencillos ofrecimientos.

El Gran Dios, en nombre de quien trabajamos, os devuelva al buen camino e ilumine vuestras deliberaciones...” La asamblea de los Philatethas hace un intento de reconciliación, pero Cagliostro vuelve a ser inflexible: “Sabed que Nos no trabajamos para un hombre, sino para la humanidad. Sabed que queremos destruir el error, no de uno solo, sino de todos. Sabed que esta línea de conducta está trazada no contra la falsedad aislada, sino contra todo un arsenal de mentiras. (...) Vosotros decís que buscáis la verdad. Yo os la he presentado y vosotros la habéis rechazado. Ya que preferís un montón de libros y de escritos pueriles a la felicidad que os había reservado y que debíais compartir con los elegidos, ya que no tenéis fe en las promesas del Gran Dios y en sus ministros sobre la tierra, os abandono a vosotros mismos y os digo, en verdad, que mi misión ya no es la de instruiros...”.

Esta elocuente intransigencia hizo perder a Cagliostro las simpatías y respaldo de los altos grados de la masonería francesa que era patrimonio de los príncipes de sangre real, y que en el escándalo del collar de la reina María Antonieta no moverán un dedo para salvarlo.

La hora de la traición y crucifixión 

La Iglesia Católica estaba muy preocupada por la formación de Logias de la Masonería Egipcia en París. La generosidad de Cagliostro con los pobres, su manifiesta abnegación y benevolencia, así como la reputación moral que los círculos sociales más altos y humildes le dispensaban, difícilmente podía interesar a la Iglesia Romana. De hecho el Papa había promulgado una sentencia de muerte para quien estableciera logias francmasónicas en Roma. Pero Cagliostro convencido de su “misión” se mete en la “boca del lobo” y viaja a Roma intentando conseguir del Papa la legalización de su Rito. Varias personas se unieron a su Rito en la Logia de Roma, entre ellos un capuchino llamado Francesco de San Maurizio. Este monje era un agente del Santo Oficio al que se le encomienda vigilar y dar información a la Santa Iglesia sobre Cagliostro y sus trabajos de Logia. En la mañana del 27 de Diciembre de 1789, día de San Juan Evangelista, autor del Apocalipsis y patrón de la masonería, el Papa Pío VI, después de haber consultado con su secretario de Estado, ordena el arresto del conde. “Esa misma noche –informa Orengo-, Cagliostro fue arrestado en su casa por un piquete de soldados, que se apoderaron de todos sus papeles y le trasladaron al castillo de Sant´Angelo. Su mujer fue conducida y encerrada en un monasterio de religiosas. Otro piquete de soldados arrestó en su convento al capuchino, que fue trasladado al monasterio de Aracoeli. (...). El gobierno mantiene secretas las razones de estos arrestos y registros. No hay duda, sin embargo, de que éstos tienen móviles religiosos. Se da como cierto que el delito de Cagliostro consiste en haber tratado de conseguir prosélitos. Como escribiría posteriormente el abogado Cassinelli, el proceso fue un “error político”: “El audaz aventurero fue condenado más por sus intrigas masónicas, a las que se dio erróneamente gran importancia política.

Era necesario atemorizar a los masones de Roma, paralizándolos con un ejemplo de rigor inexorable y quitarles el deseo de dedicarse a las prácticas de su secta. Cagliostro, que con la masonería de Roma no tenía nada que ver, se presta a este plan y cae víctima de una necesidad política inevitable. Cagliostro fue castigado no por lo que había hecho, sino por lo que representaba, cuando reyes, príncipes y emperadores se lo disputaban, cuando las gacetas lo aclamaban como a un divo. Había sido uno de los jefes de la masonería, la pesadilla del papado y de las monarquías, había sido un mago famoso, y se había salido del seno de la Iglesia católica, apostólica y romana. Todo esto era suficiente para enviarle a la hoguera”.

El sumario que se inició inmediatamente duró dieciséis meses. Los interrogatorios estuvieron a cargo del procurador fiscal, Barberi, al archivero del Santo Oficio, Cavazzi, y al sustituto de la chancillería, Lelli. El 4 de enero, cuatro meses después del arresto, fue escuchado el acusado, quien llegó a ser sometido a cuarenta y tres extenuantes interrogatorios. El Santo Oficio le acusa de haber hecho y dicho una larga lista de horribles blasfemias; que Cristo y sus doce apóstoles eran francmasones; que la virginidad de María era un “camelo”, porque si la Virgen había tenido un hijo no podía ser virgen; que la confesión y la comunión eran “tonterías”; de haber echado de casa a Lorenza y al cuñado, para no oírles recitar el rosario; (...) etc. Pero él rechaza estas acusaciones. Dijo que nunca había blasfemado de Jesús, de la Virgen y de los santos porque era un buen católico, creía en la inmortalidad del alma, nunca había dudado que en la Eucaristía estuviera Dios mismo, que iba regularmente a misa, confesaba, comulgaba y observaba los ayunos (...). De hecho citó como prueba de sus buenas relaciones con la Iglesia, de contar entre sus amigos con el cardenal de Rohan y los arzobispos de Brujas, Chartres y Lyon. Los inquisidores pasaron a continuación a los delitos comunes (aunque el tribunal eclesiástico no tenía competencia para juzgar culpas cometidas fuera de su jurisdicción). Los jueces le acusaron de: falsificación de células, estafas sacrílegas, calumnias, maquinaciones y otros delitos cometidos en diversas ciudades Europeas. También se le acusa de “comercio carnal con varias doncellas”. Pero la mayor atracción son los interrogatorios sobre el “Rito Egipcio”.

A la pregunta de qué objetivos perseguía, respondió: el conocimiento de Dios, la fraternidad humana y la felicidad eterna. Habló durante horas y horas con una maravillosa verbosidad hasta que los inquisidores lo acusaron de haber admitido judíos y protestantes en las logias.(...) Entonces, le acusaron de haber tomado como emblema de su rito una serpiente, símbolo de Lucifer. “Esto no es verdad –protestó- : la serpiente con la manzana en la boca simboliza el pecado original, origen de todas nuestras desgracias. La redención de Jesús la ha vencido, y nosotros debemos tenerla siempre ante nuestros ojos y nuestro corazón, porque los ojos y el corazón son el espejo del alma, y el hombre debe guardarse de las tentaciones del demonio.” Los interrogatorios le acusan de participación en la revolución francesa. ¿Era verdad que había recopilado pasquines licenciosos contra el rey de Francia y enviado un memorándum a los Estados Generales? Respondió que era falso, que nunca había soñado con armar revueltas y aún menos con criticar a la monarquía. Se le hace que enuncie los pecados mortales, se le pregunta cuántas son las virtudes teologales y las cardinales. Se le sigue interrogando y acusando durante horas sobre los espíritus celestiales, sobre su visión beatífica, sobre sus profecías y en un momento dado el mago se derrumba, se deshace en lagrimas e implora la misericordia de sus inquisidores, dice: “Hundido como estoy en el dolor y el arrepentimiento de haber pasado cuarenta y cinco años de mi vida en el estado miserable de la perdición de mi alma, estoy dispuesto, para reparar las ofensas hechas a la religión y a las almas de mis semejantes, a hacer declaración, retractación o cualquier otro acto que se juzgue necesario (...). Pero aún no había terminado de firmar sobre el acta, cuando se percata de que estaba firmando su condena a muerte. Intentó salvarse, in extremis, realizando otras declaraciones, pero no quisieron escucharle.

El 7 de abril de 1791, escucha el veredicto, de rodillas, maniatado, con la cabeza cubierta con un velo negro: “José Bálsamo, acusado y reo de un gran número de delitos, que ha incurrido en las penas previstas contra los herejes formales, los defensores de falsos dogmas, los heresiarcas, los maestros y discípulos de la magia supersticiosa, cae bajo las censuras y penas establecidas por las leyes apostólicas de Clemente XII y Benedicto XIV contra aquellos que favorecen o forman sociedades y camarillas de francmasones (...). Sin embargo, como gracia especial, esta pena que entregada al culpable al brazo secular (el de la muerte) es conmutada por la de cadena perpetua, que ha de expiar en una fortaleza, donde el condenado será estrechamente vigilado, sin esperanza de indulto (...). 24 El 4 de mayo, en la plaza de Santa María Sopra Minerva, se celebró el auto de fe de sus instrumentos masónicos: bandas, calaveras, triángulos, llanas, reglas, cordones, delantales, insignias, estandartes, espadas, estrellas salomónicas, manuscritos, cartas y documentos. El 8 de junio, el Moniteur Universel escribió: “La hoguera duró tres cuartos de hora, en medio del regocijo de la gente. La muchedumbre aplaudía y gritaba de alegría a cada objeto que se echaba a las llamas.” Pero no todo el material que cayó en manos del Santo Oficio fue destruido, se sabe que un número importante de documentos, cartas y confidencias fue guardado en los archivos vaticanos. Y que la Iglesia no ha sacado aún a la luz. En los años 70 Roberto Gervaso, escritor y colaborador del diario Corriere della Sera solicitó al cardenal Seper, presidente de la Sagrada Congregación para la Defensa de la Fe, ex Santo Oficio, que le dejara consultar los documentos de José Bálsamo, y recibió la siguiente negativa diplomática. “Los documentos que poseemos, no añaden ni quitan nada a los que se conservan en las bibliotecas del Estado y en los archivos públicos accesibles a todo el mundo.” Cagliostro fue conducido a la Prisión de Saint Leo, en una montaña cerca del Adriático, fortaleza inexpugnable donde murió cuatro años más tarde. ¿Murió Cagliostro?, las informaciones son diversas y contradictorias, se cree que ante la inminente llegada de tropas liberadoras a Italia y temiendo que los revolucionarios encontraran vivo a un líder al que el público de Francia mantenía una particular devoción, se le estranguló en su celda el 26 de Agosto de 1795.

¿Era él quien fue encontrado muerto en su celda? Otras fuentes aseguran que debido a su precario estado de salud, Cagliostro pidió los servicios de un padre para su confesión. Un poco después, los carceleros encontraron en el suelo de su celda a un hombre estrangulado. No era José Bálsamo. Pero según el certificado de defunción extendido por el arcipreste de la parroquia de San Leo, don Luis Marini su muerte fue ocasionada por un ataque de apoplejía, dice: “Año del Señor 1795, 27 de agosto, San Leo. José Bálsamo, apodado conde de Cagliostro, natural de Palermo, bautizado, pero incrédulo, hereje, conocido por su mala fama, después de haber difundido en distintas naciones de Europa la doctrina impía de la masonería egipcia (...). Habiendo soportado con igual firmeza y obstinación las privaciones de la cárcel durante 4 años, 4 meses y 5 días, fue aquejado de improviso de un ataque de apoplejía. De mente pérfida y de malvado corazón como era, no habiendo dado la menor prueba de arrepentimiento, muere sin quejarse, fuera de la comunión de la Santa Madre Iglesia, a la edad de 52 años, 2 meses y 18 días.” ¿Pudo ser una muerte fingida? No lo sabemos, José Bálsamo desaparece de la escena mundial como Adepto y se perpetúa en un personaje mítico. Quizá regresó a su morada en el Este del Mundo, a la Santa Ciudad. Al igual que el Cosmopolita, Filaleteo, el conde Saint- Germain, son “Nobles Viajeros” que, lo mismo que los Phap del Taoísmo y los S^a´ih^un del esoterismo islámico, “se desplazan recorriendo el país con el objetivo exterior de encontrarse con los hombres (de Alá).

El provecho interior de sus viajes consiste en la adquisición de maqâmât (grados de realización iniciáticos) superiores, y de estados de inspiración provenientes de la fuente generosa de todo saber. Son siete, todos hombres, sus personas están purificadas de las escorias inherentes a la condición humana” (Ibn Arabí, Las Categorías de la Iniciación). Sería, pues, completamente vano buscar documentos históricos que probasen que el conde Cagliostro hubiese alcanzado un grado de iniciación más o menos elevado, o que fuese realmente el enviado de un centro espiritual, lo cierto es que su nombre no es un patronímico, sino un “hierónimo”, un nombre de función; su título de conde, no se relaciona, seguramente con su nacimiento, sino con un grado iniciático. Y pretender saber con certeza su “estado espiritual” por unos signos externos cualesquiera sería sumamente imprudente. Lo que puede decirse con seguridad es que, antes del fin del ciclo, debe producirse lo que a veces se llama la “reaparición de los Sabios”, la remanifestación de las funciones tradicionales hoy día ocultas. Aquellos rosacruces retirados a la India, creemos que volverán del exilio, pues como afirma Khunrath en su Anfiteatro de la Sabiduría Eterna que “los fieles intérpretes de la Sabiduría son relegados en exilio más allá de los montes del Caspio”... 

Fuente: Revista Hermética No. 17 – Mayo 2005

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