De la Masonería
de oficio a la Masonería Simbólica 1 de 3
Hurtado Amando.
Como hemos visto, los
constructores medievales, a los
que nos hemos estado
refiriendo, amalgamaban y
daban forma, en sus cofradías a
aspiraciones profesionales,
sociales y culturales, como había
ocurrido desde la Antigüedad en
los collegia romanos, en los que tenían
sus antecedentes históricos.
Conviene subrayar que, como los masones, los
practicantes de otros oficios se organizaban prescribiendo reglas de conductas laborales y personales, a fin de merecer el respeto
social y evitar el intrusismo
profesional, pero también para estimular en sus oficiales el espíritu de superación a través de la emulación y
de la autovaloración. El
conocimiento de la tradición del oficio no sólo ennoblecía a
quienes lo practicaban por vincularlos con gloriosos, e incluso legendarios o divinos
antecesores-maestros, sino que les facilitaba la comprensión de los “secretos
profesionales”, algunos de los cuales
contenían las claves del
bien-hacer que podían garantizar
el éxito laboral. Tal era el fin de la
iniciación.
Los aspirantes a ingresar en las
cofradías solían ser también
sometidos a pruebas que atestiguaran
la firmeza de voluntad del candidato y la posesión de cualidades específicas. Retengamos
que, en todos los casos, el esquema
era muy semejante: ejercer un
oficio correctamente exigía una especial concienciación que había de
generar determinados principios éticos y prácticas morales concretas que encauzaban también la
vida civil y familiar
de quienes las observaban, de forma que
resultaba prestigiada la profesión misma. Igualmente, se buscaba la solidaridad y la ayuda
mutua entre los practicantes
cualificados de los oficios. Los
cofrades identificaban todas
estas aspiraciones con los símbolos éticos imperantes en el medio social
en el que operaban y solían adoptar un patrono que, en definitiva,
representaba el nexo con lo divino, con lo trascendente. Podía ser Jano, Marte, etc., entre los
romanos, o bien, más tarde,
cualquier santo del santoral
cristiano a quien se pudiera atribuir,
de alguna manera, una relación
con la actividad desarrollada.
Por otra parte, la arquitectura y el oficio
de la construcción, fundidos en
uno hasta momentos históricos
relativamente recientes, revestían
una especial importancia en la vida
de la sociedad, y quienes
ostentaban el poder en ella necesitaban su concurso, tanto para conservarlo, como
para desarrollarlo o expandirlo. Los reyes y los grandes señores
feudales y religiosos precisaban de constructores experimentados y fiables para
fines que trascendían las meras
necesidades primarias. La construcción de templos, puentes, fortalezas y
edificios suntuarios precisaba
de especialistas avezados y no
sólo de sencillos “albañiles”. Por ello, los masones, diseñadores de edificios y talladores de
la piedra, así como
de los carpinteros y los forjadores de metales, habían gozado
siempre de la especial
consideración de los poderosos. La Edad
Media europea no había de ser
excepción.
También hemos
visto que en la tradición de los constructores se habían conservado conocimientos que no eran
comunes en la sociedad medieval.
Algunos espíritus inquietos, a menudo del entorno de quienes patrocinaban las obras
realizadas por los masones medievales,
se habían aproximado a las logias3 de
éstos, interesados por su quehacer y su
forma de interpretar la
geometría, participando en sus reuniones
de trazado e interviniendo en las discusiones como invitados, ya que no eran
del oficio. Fueron los
predecesores medievales de los que, sobre todo a partir del siglo XVII, serían
recibidos en las logias
operativas escocesas como
“masones aceptados”.
El paso de la Masonería gremial, o de oficio, a la Francmasonería
especulativa o simbólica se fue estando ya
abiertamente desde el siglo XVI hasta principios del
XVIII, a partir de algunas
logias escocesas. Como pone de relieve
David Stevenson4, es ilusorio seguir manteniendo que la Masonería especulativa nació en Inglaterra, repentinamente, con el acuerdo
de las cuatro logias londinenses que
se unieron para formar, en 1717, la Gran Logia de Londres. Lo que parece evidente para este
importante masonólogo es que en logias “operativas” escocesas del siglo XVII
hallaron acogida caballeros
estudiosos, así como profesionales de otros oficios, interesados
en el método ritual de los constructores y
que, ya desde esa época, se puede
hablar de Masonería especulativa o simbólica, puesto que
aquellos no masones de oficio
debatían temas no limitados a la reglamentación y práctica de la construcción física, sino
a los principios geométricos y
de orden estético y moral en que
ésta se
basa, simbolizados en la utilización de los utensilios de trabajo.
Por otra parte, las logias
masónicas escocesas del siglo XVII se preocupaban tanto de la reglamentación del oficio como de las prácticas rituales de iniciación,
aunque sólo se consignara en las actas
de las reuniones lo concerniente al primer aspecto y
que no se hayan encontrado, hasta después de
1630, más que alusiones esporádicas a los “secretos” ritualizados, como era
el de la Palabra del Masón,
como medio de
identificación, según señala también
Stevenson.
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