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miércoles, 1 de enero de 2014

De la Masonería de oficio a la Masonería Simbólica 1 de 3

De la Masonería de  oficio a la Masonería Simbólica 1 de 3
Hurtado Amando.

            Como hemos  visto, los  constructores medievales,  a los que nos  hemos   estado  refiriendo, amalgamaban y  daban  forma, en sus  cofradías a  aspiraciones profesionales,  sociales y culturales, como había  ocurrido desde la  Antigüedad en los collegia romanos, en los que  tenían sus  antecedentes  históricos.

            Conviene  subrayar que, como los masones, los practicantes de otros oficios  se  organizaban prescribiendo  reglas de conductas laborales y personales, a  fin de merecer el  respeto  social y evitar el  intrusismo profesional, pero  también para  estimular en sus oficiales el  espíritu de superación  a través de la  emulación y  de la  autovaloración. El conocimiento  de la  tradición del oficio no sólo ennoblecía a quienes  lo  practicaban por  vincularlos con  gloriosos, e incluso legendarios o divinos antecesores-maestros, sino  que les  facilitaba la comprensión de los “secretos profesionales”, algunos  de los cuales contenían las  claves  del  bien-hacer que podían  garantizar el éxito laboral. Tal  era el fin de la iniciación.

 

            Los  aspirantes a ingresar  en las  cofradías solían ser  también sometidos a pruebas que  atestiguaran la  firmeza  de voluntad del  candidato y la posesión  de cualidades específicas. Retengamos que,  en todos los casos, el  esquema  era  muy semejante: ejercer un oficio  correctamente exigía una  especial concienciación que había  de  generar determinados principios éticos y prácticas morales  concretas que encauzaban  también la  vida  civil y  familiar  de  quienes las observaban,  de forma que  resultaba prestigiada la profesión misma. Igualmente, se  buscaba la solidaridad y la  ayuda  mutua entre los practicantes  cualificados de los oficios. Los  cofrades identificaban todas  estas  aspiraciones con los  símbolos éticos imperantes en el medio social en el que operaban y  solían  adoptar un patrono que, en definitiva, representaba el nexo  con lo  divino, con lo trascendente. Podía  ser Jano, Marte, etc.,  entre los  romanos, o bien, más  tarde, cualquier  santo del  santoral  cristiano a quien se pudiera atribuir,  de alguna manera, una  relación con la  actividad  desarrollada.

            Por otra parte, la  arquitectura y  el oficio  de la  construcción, fundidos en uno hasta momentos  históricos relativamente  recientes, revestían una  especial  importancia en la  vida  de la  sociedad, y  quienes  ostentaban  el poder en ella  necesitaban su  concurso, tanto para conservarlo, como para  desarrollarlo o  expandirlo. Los  reyes y los grandes  señores  feudales y religiosos precisaban de constructores experimentados y  fiables para  fines que trascendían las  meras necesidades  primarias. La  construcción de templos, puentes,  fortalezas y  edificios suntuarios precisaba  de  especialistas avezados y no sólo de  sencillos  “albañiles”. Por  ello, los masones,  diseñadores de edificios y talladores de la  piedra, así  como  de los  carpinteros y los  forjadores de metales, habían  gozado  siempre de la  especial consideración  de los poderosos. La Edad Media europea no había  de  ser  excepción.

            También  hemos  visto que en la tradición de los constructores se habían  conservado conocimientos que no  eran  comunes en la sociedad  medieval. Algunos  espíritus  inquietos, a menudo  del entorno de quienes patrocinaban las obras realizadas  por los masones medievales, se habían aproximado a las logias3 de  éstos, interesados por  su  quehacer y su  forma  de interpretar la geometría, participando en sus  reuniones de trazado e interviniendo en las discusiones como invitados, ya que no  eran  del oficio. Fueron los  predecesores medievales de los que, sobre todo  a partir del siglo XVII,  serían  recibidos en las logias  operativas  escocesas como “masones  aceptados”.

            El paso  de la Masonería  gremial, o de oficio, a la Francmasonería especulativa o simbólica se  fue  estando ya  abiertamente desde el siglo XVI hasta principios  del  XVIII, a partir  de algunas logias  escocesas. Como pone  de relieve  David Stevenson4, es ilusorio seguir manteniendo  que la Masonería  especulativa nació en Inglaterra,  repentinamente, con el  acuerdo  de las cuatro logias londinenses que  se unieron para  formar, en  1717, la Gran Logia  de Londres. Lo que parece evidente para este importante masonólogo es que en logias “operativas” escocesas del siglo XVII hallaron acogida caballeros  estudiosos,  así  como profesionales de otros oficios, interesados en el método ritual de los constructores y  que, ya  desde esa época,  se puede  hablar  de Masonería  especulativa o  simbólica, puesto  que  aquellos no masones  de oficio debatían  temas no  limitados a la  reglamentación y práctica  de la construcción física,  sino  a  los principios  geométricos y  de orden  estético y moral en que ésta  se  basa, simbolizados en la utilización de los utensilios  de trabajo.

            Por otra parte, las logias masónicas escocesas  del siglo  XVII se preocupaban tanto  de la reglamentación del oficio como  de las prácticas rituales de iniciación, aunque sólo  se consignara en las  actas  de las  reuniones lo  concerniente al primer  aspecto y  que no  se hayan  encontrado, hasta después  de  1630, más que  alusiones  esporádicas a los  “secretos” ritualizados, como  era  el  de la Palabra  del Masón,  como medio  de identificación,  según señala también Stevenson.


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