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jueves, 19 de diciembre de 2013

El mensaje cabalístico de La Biblia

El mensaje cabalístico de La Biblia

La palabra «Cábala» aparece asociada en la mente de todo el mundo a la idea de lo misterioso y enigmático en extremo, como si en ella estuviera ence-rrado el más recóndito de los secretos. Pocas palabras hay que sugieran como ésta lo impenetrable, el lenguaje cifrado y esotérico, el arcano de lo que rebasa la comprensión normal.
¿Hasta qué punto resulta justificada tal concepción? Trataremos de comprobarlo en las líneas que siguen.
Kabbalah quiere decir en hebreo «Tradición». Designa la Gnosis judía, que ha sido transmitida oralmente desde tiempo inmemorial a través de una cadena iniciática. Es, por tanto, el cauce doctrinal que recoge las más profundas y elevadas enseñanzas de la religión mosaica, su reensaje secreto. En ella se encierra la sabiduría oculta y suprema del judaismo. En este sentido, la Cábala viene a Ser a la tradición judía lo que el sufismo o Tasawwuf a la tradición islámica, la otra gran rama, junto con el cristianismo, del común tronco abrahámico.

La Cábala se basa en interpretaciones simbólicas y esotéricas de la Biblia, manejando sobre todo, para esta su exégesis esotérica de los textos bíblicos, el simbolismo de las letras, los números y las palabras. El reconocimiento de la fuerza mística, mágica y creadora de la palabra, ya sea oral o escrita, es uno de los rasgos distintivos de la doctrina cabalística. De ahí que la Cábala haya podido ser conceptuada como una «mística del lenguaje». Para la doctrina cabalística, el Universo está formado por letras, que determinan la verdadera naturaleza de las cosas: cada mundo es un alfabeto escrito por la mano de Dios.

El estudio de las letras y la combinación de sus equivalencias aritméticas desempeña un papel capital en la especulación cabalística. Hay que tener en cuenta que las letras del alfabeto hebreo, además de su simbolismo gráfico, tienen unos valores numéricos que los sabios cabalistas saben aprovechar, con inigualable maestría, para desentrañar el más hondo significado de cada término y de cada frase de las Sagradas Escrituras.

Hay quienes han creído ver en la doctrina esotérica cabalista algo así como el fundamento doctrinal de la subversión secreta universal, el elemento inspirador de una supuesta conspiración judeo-masónica; es el caso, por ejemplo, del conocido prelado chileno Monseñor Meurin. Pero no hay nada en la doctrina cabalista que pueda dar pie a semejante hipótesis, ni que induzca a pensar en intenciones ocultas de los maestros esotéricos hebreos. No se ve cómo una doctrina espiritual ortodoxa como la Cábala, cuyo contenido es fundamentalmente de índole metafísica y teológica, pueda servir de base para ninguna acción corrosiva y destructiva. La Cábala no sólo no tiene nada que ver con la subversión ni con el ocultismo, sino que es una de las más excelentes formas de expresión de la Tradición Universal. Semejantes concepciones obedecen tanto a un desconocimiento del mensaje de la Cábala como a una malinterpretación del fenómeno esotérico, y suelen estar motivadas no pocas veces por una visceral hostilidad hacia el pueblo judío, coaligada con la intransigencia de una mentalidad exotérica que pretende emitir juicios sobre el mundo del esoterismo sin estar en absoluto cualificada para ello.

Origen de la doctrina cabalista 

La formulación de la doctrina cabalista tal y como hoy la conocemos suele ser atribuida al rabino Simeón ben Yohal, del siglo II. al que se supone autor del Zohar, «El Libro del Esplendor», uno de los textos básicos de la Cábala.

Según refiere una antigua tradición, Simeón ben Yohai, discípulo del rabino Ariba, que había sido condenado a muerte por los romanos ante su rebeldía a acatar la autoridad de Roma y su negativa a revelar algunos de los secretos de la Ley hebrea, redactó el Zohar en el interior de una cueva en la que se refugiara para huir de la persecución romana y evitar así sufrirla suerte de su maestro {no pasará desapercibido el significado de la cueva como símbolo del centro y del corazón, lugar de la iniciación y del renacimiento interior, donde se hallan guardados los ocultos tesoros). El Zohar, en el que Yohai recogió todas las enseñanzas recibidas de los maestros del pasado, permaneció oculto durante siglos, custodiado y estudiado en secreto por una minoría de iniciados en los misterios, la élite espiritual del pueblo judío, hasta que, llegado el momento propicio, salió de nuevo a la luz en la España del siglo XIV para no ocultarse ya jamás.

Es interesante constatar que la Cábala tuvo una de sus más brillantes épocas de florecimiento precisamente en Sefarad, en España. Fue, en efecto, entre la judería española donde vivieron algunos de los más destacados representantes de la enseñanza cabalística de todos los tiempos. Figuras tan destacadas como Moisés de León, Ezra de Gerona o Salomón Ibn Gabirol. Fue precisamente Moisés de León, que vivió en Granada entre 1250 y 1305, quien redescubrió y reelaboró el Zohar, siendo por ello considerado como el autor de dicha obra.

El otro gran centro cabalístico, que adquiere relieve sobre todo a raíz de la expulsión de los judíos de España en 1492, fue la aldea palestina de Safed, en la Alta Galilea, donde en el siglo XVI enseñó el gran maestro Moisés Cordovero, cuya labor sería continuada por su eminente discípulo Isaac Luna, llamado «el León» (Ar). La mística Safed, verdadero faro sapiencial a lo largo de varios siglos, sigue siendo todavía en nuestros días un importante centro espiritual y esotérico para la cultura israelita.

El Árbol sefirótico 

Toda la doctrina cabalística gira en torno a la imagen del Árbol sefirótico, diagrama geométrico que encierra toda una descripción gráfica y simbólica de la Realidad divina, con su inmensa e inagotable gama de dimensio-nes, aspectos y cualidades, desde aquellos que hacen referencia al Ser Creador y su proyección sobre el universo manifestado. El Arbol sefirótico es, pues, un intento de representar lo irrepresentable, de describir lo que está más allá de toda descripción.

Este Árbol místico y metafísico se halla formado por una serie de núcleos o puntos luminosos, representados por círculos que llevan inscrito su nombre en caracteres hebreos, dispuestos en forma jerárquica y unidos entre sí por numerosos canales, arterias o rayos que ponen de relieve las relaciones y vínculos existentes entre todos ellos. Son las sefiroth, que representan las diversas cualidades divinas. El término seflroth es el plural de la palabra hebrea sefirah, derivada probablemente de safir, «zafiro» -lo que vendría a subrayar el apuntado simbolismo luminoso e irradiante-, y que podría traducirse como «emanación», «potencia», «principio» o «numeración».

Las sefiroth son un total de diez, número simbólico que viene a expresar la perfección, la plenitud y la totalidad. Bastará recordar la correspondencia que los diez sefiroth guardan con los diez mandamientos de la Ley Mosaica, punto éste en el que los maestros cabalistas hacen especial hincapié. Según los textos cabalísticos, cada sefirah está construida por diez luces, reflejándose en cada una de ellas -como lo indica ese número diez- el resto de las sefiroth, con lo cual la totalidad del Arbol está presente en cada una de sus partes.

Las tres primeras sefiroth son Kether (Corona), Hokhman (Sabiduría) y Binah (Inteligencia), que forman la «Trinidad suprema», la Esencia divina o causa primera, anterior a cualquier proceso creador. A continuación nos encontramos con la «Tríada creativa», integrada por las sefiroth Hesed («Gracia»), Geburah («Severidad») y Tifereth («Belleza»), triada de la cual arranca el proceso creador. Las tres sefiroth siguientes -Netsan («Victoria»), Hod («Majestad») y Yesod («Fundamento») constituyen el «Triple poder ejecutivo» de la Divinidad, por medio del cual Dios impone el orden y rige todo lo creado. Estas seis de naturaleza creativa y ejecutiva son llamadas por la Cábala «las sefiroth activas de la construcción cósmica», por ser las que configuran los arquetipos de la Creación y a través de los cuales Dios crea o se manifiesta. La décima y última sefirah es Majkhuth, «el Reino», o «la Realeza», la Causa final, la Inmamencia y Omnipresencia de Dios en el Universo; lo que la tradición hebrea designa como Shekhinah.

El Árbol sefirótico es el Árbol de la Vida, el árbol del que brota toda la vida cósmica y supra~cósmica. Un árból in~ vertido, como en el que tan frecuentemente aparece en todas las mitologías, cuyas raíces están en lo alto y las ramas y frutos abajo. La raíz es Jo Infinito de donde parte todo y donde todo tiene su principio y fundamento; el fruto es el mundo de lo creado, con toda su riqueza y magnificencia, que no hace sino reflejar el esplendor de las sefiroth.

La estructura del Arbol sefirótico se refleja en la totalidad de la Creación, contemplada por los textos cabalísticos como «la sombra de Dios». Como indicaba el rabino Moisés Luzzatto, cuya enseñanza se desarrolló en el siglo XVII la existencia universal es «una sucesión de condensaciones de la esencia de la Luz», esa esencia luminosa que da unidad al organismo espiritual constituido por las sefiroth.

Nos hallamos, pues, ante una doctrina que va más allá de una simple construcción teológica, y por supuesto de cualquier construcción antropomórfica, para penetrar en los más recónditos misterios no sólo de lo Absoluto y Supremo, sino también en las leyes secretas que rigen el orden del Cosmos.

El Hombre Arquetípico o Adám Kadmón 

La imagen del Árbol sefirótico es representada muy a menudo bajo figura humana. Imagen que encuentra su fundamentación en la equiparación simbólica entre hombre y árbol, que es propia no sólo de la tradición judía sino de la Tradición Universal, ya sea hindú o germánica, druídica o piel roja.

En este sentido, el Arbol sefirótico se convierte en la plasmación gráfica de lo que la terminología cabalística llama el Adam Kadmón, el «Hombre Universal» u «Hombre Arquetípico», que encarna la plenitud de la naturaleza humana, hecha a imagen y semejanza de Dios. El Adam Kadmón es descrito por el Zohar como «un árbol grande y poderoso, cuya copa alcanza el Cielo, fuente de toda luz espiritual».

En esta figura humana arborescente y sefirótica las distintas sefiroth son colocadas en correspondencia con las diversas partes del cuerpo humano, cada una de las cuales tiene una valencia mística muy particular para la cosmovisión del esoterismo hebreo. Las tres primeras sefiroth se corresponden simbólicamente con la cabeza, quedando Kether (la «Corona») situada en la parte superior o en lo que la doctrina cabalista llama el «cerebro oculto», mientras que las dos sefíroth siguientes, Hokhmah (la «Sabiduría») y Binah (la «Inteligencia») se asimilan a los lóbulos derecho e izquierdo del cerebro respectivamente, o también a los ojos derecho e izquierdo. Las dos sefiroth del nivel medio, Hesed (la «Gracia») y Geburah (la «Severidad») son identificadas con los brazos, siendo la «Gracia» el brazo derecho y el «Rigor» el brazo izquierdo. Convendrá recordar, a este respecto, que los lados derecho e izquierdo han sido siempre considerados en la simbología universal como la representación respectiva de lo benéfico y lo nefasto, lo recto y lo siniestro, lo propicio y lo desfavorable.

La sefirah central, Tifereth, la «Belleza», es el corazón, el núcleo o sol del cuerpo. Como indica Leo Schaya, uno de los mejores conocedores de la doctrina cabalística en el presente siglo, Tifereth encarna la plenitud, unión y armonía de todas las posibilidades. Las dos sefiroth del nivel interior, Netsah (la «Victoria») y Hod (la «Gloria»), se corresponden con las piernas, siendo la «Victoria» el muslo derecho y la «Gloria» el muslo izquierdo. Por lo que se refiere a la sefirah central Yesod (el «Fundamento»), situada entre los dos muslos, es el falo o miembro viril, «el órgano generativo masculino», como observa Leo Schaya. Por último, la sefirah número diez, Malkhuth (el «Reino»), como aspecto del que brota la manifestación cósmica y que está permanentemente en contacto con la Tierra, es equiparada a los pies, que están siempre en contacto con la tierra.

En esta su aplicación al hombre, el Arbol sefirótico muestra que todo en el ser humano es susceptible de espiritualización. El hombre debe realizar en su propio ser esa unidad armónicamente jerarquizada que aparece plasmada en la figura del Árbol divino de vida y de luz. Para ser auténtico «Árbol de vida», el hombre ha de descubrir y actualizar ese misterio sefirótico, que porta dentro de sí, como un luminoso tesoro que espera a ser encontrado.

El Tetragramaton, Nombre perdido 

En la Cábala, y en la religión judía en general, juega un papel de primer orden el concepto de Shem o «Nombre divino», cosa plenamente lógica dada la importancia que para el esoterismo hebreo tiene todo lo relacionado con el misterio de las letras y las palabras. La meditación sobre el «Nombre de Dios» constituye precisamente uno de los pilares de vía iniciática cabalística.

Forma suprema de dicho Shemes el Tetragrama o Tetragramaton del griego cuatro (tetra) y «letras» (gramaton)-, nombre formado por cuatro consonates: una yod (Y), dos he (H) y una vav (V). De la combinación de estas cuatro letras resulta la palabra YHVH, el «Nombre Santo» o Yahavah (según su lectura literal), núcleo de la religión judía, que en la Cábala es denominado Shem herma forash, «nombre completo» o el «nombre explícito».

Dicho «Nombre Sagrado» suele transcribirse por Jehovah o Yahveh; tal descripción no pasa a ser, sin embargo, una restauración hipotética y aproximativa, que no coincide en absoluto con la pronunciación auténtica y original. En realidad no se sabe cuáles son las vocales que unían esas cuatro consonantes ni, por tanto, cómo debe pronunciarse ese nombre. Según enseñan los maestros cabalistas, la pronunciación del Tetragramaton quedó olvidada ya en tiempos remotos, probablemente desde la destrucción del templo, lo que viene a indicar una cierta involución, caída o eclipse espiritual.

De ahí que la palabra YHVH, en la que se encerraban todos los misterios de la religión hebrea y el poder salvador comunicado por Dios al pueblo elegido, sea designada en la tradición judía como la «Palabra perdida». Sólo algunos elegidos conocen la pronunciación exacta del Tetragramaton o «Nombre completo». Fuera de ellos nadie puede pronunciarlo, lo que viene a quedar subrayado por una prohibición expresa de la ley religiosa exotérica en la que se veta a los espiritualmente caídos el invocar el «Nombre de Dios».

En el culto exotérico de la religión judia el «Nombre completo» fue reemplazado por otros nombres que en la Biblia son también atribuidos a Yahveh, como los de Adonal, El Shaddai o Elohim. En sustitución del nombre completo de las cuatro letras se emplea también a veces la mitad del Tétragramaton, el llamado «Nombre de las dos letras», YH, que se pronuncia Yah.

La recuperación de la «Palabra perdida» o «Nombre olvidado» es una de las metas de la disciplina cabalística, teniendo su exacto paralelismo dentro de la tradición cristiana en la empresa iniciática de búsqueda del Santo Grial.

La recuperación del «Nombre perdido» exige, como condición previa, la purificación de todos los sentidos, y la contemplación del mismo entraña, a su vez, el restablecimiento de la integridad que el hombre perdió con la celda primordial, al distanciarse de Dios, Arbol de la Vida y Arquetipo de su ser.

El misterio del Gólem 

Para muchos, la simple mención de la Cábala evoca la imagen del Gólem, el enigmático hombre artificial creado por medio de artes mágicas de que nos hablan múltiples leyendas judías, siendo la versión más conocida, aunque algo deformada por aportaciones extrañas a la tradición hebraica, la transmitida por Gustav Meyrink en la novela que lleva precisamente por titulo «Der Golem». En realidad el tema golémico es algo muy marginal en la doctrina cabalística, correspon-diendo más bien al mundo de la leyenda y los relatos populares. Pero no estará de más decir algunas palabras acerca del mismo, dado el interés que tal tema despierta por lo general.

Según el más frecuente y conocido de los relatos legendarios relativos al gólem, un rabino de Praga, valiéndose de sus conocimientos mágicos, se construyó un ser de aspecto humano con el propósito de que le sirviera como criado en las más diversas tareas, para lo cual cogió un masa de barro y, después de darle forma humana, grabó en su frente el shem o nombre vivificante de Dios, con lo cual éste empezó a gesticular y moverse. Dado que la religión judía prohíbe el trabajo en sábado, en la víspera de cada sábado el rabino borraba de la frente de su goem el nombre de Dios que le daba la vida y al instante quedaba reducido a un informe e inerte montón de barro. En cierta ocasión, sin embargo, al llegar el sábado, el rabino olvidó quitarle el shem a su semihumana criatura. Al atardecer, ésta, escapando al control de su amo, que se hallaba rezando en la sinagoga, y quizá ensordecida por su propia fuerza y por el deseo de liberarse del dominio a que estaba sometida, sufrió un acceso de cólera y, saliendo a la calle, empezó a sembrar el terror en la población. Con su inmensa fuerza sacudía las casas y destruia todo lo que encontraba a su paso. La pesadilla no acabó hasta que el rabino, llamado por sus conciudadanos, acudió apresuradamente y privó al gólem del nombre divino, con lo que éste se desplomo sin vida como una estatua sin pedestal.

Otra versión muy antigua nos cuenta cómo un rabino que había conseguido forjar un gólem, lo envió a casa de otro rabino amigo suyo. Este último, sorprendido ante la presencia del extraño ser, le preguntó quién era e intentó hablar con él, pero todo fue inútil, pues no obtuvo ninguna respuesta, ya que el gólem no podía hablar, lo que le hizo comprender que no se hallaba ante un ser humano sino ante una criatura tan extraña como potencialmente peligrosa.

El golem viene a ser, pues, una especie de zombi o autómata dotado de vida, aunque una vida muy precaria, que se podria decir es más bien apariencia de vida. El hecho de que semejante criatura aparentemente humana pueda andar y moverse, pero no esté dotada de la palabra, prerrogativa del ser humano, es señal inequivoca de que no se trata de un verdadero hombre, que sólo puede ser creado por Dios, sino de un ser ficticio e inconsistente, surgido de la mano del hombre. Es interesante constatar que, en la lengua hebrea, el término gólem lleva conexo el significado de lo caótico, lo tosco y crudo, lo que todavía no ha recibido la plenitud de forma. Según una vieja obra rabínica, Dios «comenzo su Creación nada más y nada menos que con el hombre, al que creó como un gólem; cuando se preparaba a infundirle el alma, temiendo que pretendiera ser su compañero en la obra creadora del mundo, decidió dejarlo en su estado de gólem, sin terminar, hasta haber creado todo lo demás».

En semejante imagen parece haberse inspirado la figura del "homúnculo" de Paracelso y Goethe, vinculada a concepciones alquímicas, o, incluso, la del monstruo de Frankenstein.

Como procedimiento para la fabricación de un gólem algunos textos antiguos recomiendan pronunciar todas las letras del alfabeto hebreo sobre cada uno de los miembros del conglomerado de barro con forma de cuerpo humano, pronunciándo-las de manera muy especial y uniéndolas además con alguna de las cuatro letras del Tetragramaton.

En el tema del gólem confluyen tres motivos: por un lado, el de los tre-mendos poderes que otorga la ciencia cabalística; en segundo lugar, la referen-cia al peligro de la voluntad prometeica que pretende ser como Dios, llegando incluso a arrogarse el poder de crear lo que sólo a Dios corresponde (el tema del aprendiz de brujo, incapaz de controlar el proceso mágico que inconsciente y engreidamente ha desencadenado) y, por último, la alusión al proceso transformador interior, que supone el nacimiento, forja o creación de un hombre nuevo.

El don perdido 

Por lo que se refiere al primer aspecto, el del poder mágico y creador que puede llegar a alcanzar el iniciado en la sabiduría de la Cábala, hay que señalar que, según el esoterismo judío, dicho poder es en realidad un don o atributo natural de la condición humana, perdido a consecuencia del pecado, no siendo sino proyección y reflejo del poder mágico y creador de Dios. El iniciado no hace sino recuperar, gracias a la ciencia sagrada, ese poder del que disfrutara Adán, el primer hombre, en virtud de su deiformidad. La Creación entera es una obra de la magia divina; vive gracias a los nombres secretos que configuran la esencia de cada cosa

Así se creó el mundo

Unejemplo de la profundidad en la interpretación de la Biblia que nos ofrece la doctrina cabalística es su plurifacética versión del relato bíblico de la Creación, contenido en el Libro del «Génesis», normalmente considerado como un relato ingenuo y pueril para explicar un proceso que la ciencia moderna ha demostrado que es mucho mas complicado.

Con respecto a dicho relato mítico-simbólico, semejante a otros muchos que contienen otras tradiciones espirituales de la humanidad, la doctrina cabalista hace dos observaciones básicas que son de la mayor importanecia:
  1. La Creación bíblica se refiere no sólo al proceso cosmogónico, mediante el cual surge la manifestación universal, tal y como lo entiende la interpreta ción exóterica, sino, antes que nada, al proceso teogónico, es decir, a aquel proceso lógico, óntico y metafisico que tiene lugar en el mundo divino y a tra vés del cual toma forma la Divinidad, para decirlo con fórmula inapropiada, pero expresiva; es decir, se determina y explicita el Ser Supremo, pasando de la Nada supraesencial al Todo cualificado que es la Realidad integral del mundo divino. Es, como indica Leo Schaya, no tanto la «Creación de Dios» como «La Creación en Dios». Un proceso del que la Creación del Cosmos no es sino una derivación y que, al igual que esta ultima, tiene lugar no antes ni después, sino de forma continua e ininterrumpida en un instante sin duración, más allá del tiempo, en el «Eterno Ahora».
  2. Los seis dias de la Creación se identifican con las seis sefiroth creadoras, desde la cuarta (Hesed) hasta la sexta Yesod, aludiendo a la acción o función especifica de cada una de ellas, mientras que el séptimo dia, el Sabbath en el que Dios descansó, se corresponde con la décima sefirah, Malkhuir, la Sekbinah o Presencia divina en el Cosmos (séptima y ultima de las siete sefiroth de la construcción cósmica). Y esto resulta aplicable tanto al nivel supra cosmogónico como al puramente cósmico, tanto al proceso teogónico como al cosmogónico.
Todo ello queda recogido en las palabras con que comienza el Libro del «Génesis».- «Al principio creó Dios el cielo y la tierra» (según la traducción usual y oficialmente admitida). Las palabras claves son aquí las tres primeras, para cuya comprensión exacta y rigurosa hay que remitirse al texto hebreo, que reza así: Bereshith bara Elohim. Beresnith, quiere decir «en el Principio», y según la interpretación cabalista, no se refiere a un comienzo temporal, sino a un principio lógico y ontológico: es lo que está antes no en el tiempo sino en jerarquía y en su función fundante. Este principio es Hokhmah, la segunda sefirath. El texto, pues, deberia entenderse así: «En el Principio inteligente e inteligible que es la Sabiduría divina».

La segunda palabra de la citada frase es bara, «creó». Es un verho de acción sin sujeto; no se dice quién creó. Y esa acción no tiene sujeto porque el quién del cual se predica es la sefirah Kether, «la Corona», que trasciende todo lo personal; ya que en ella se expresa la «Nada» del Supra Ser o Absoluto, comparable al Shunyata o «Vacio» de la doctrina budista. Por lo que se refiere a la tercera palabra, Elohim, hay que señalar que, aparte de no ser el sujeto de la oración, se trata de un plural, que siguifica literalmente «dioses». La exégesis cabalística identifica este Elohim como la tercera sefirah, Binah, la «Inteligencia» ontocosmológica, que integra y prefigura dentro de si las siete sefiroth de la construcción cósmica- las seis activas y la receptiva que es el receptáculo de todas las demás (1a décima sefirah, Malkhuth).

Por todo ello, resulta inexacta la traducción a que estamos habituados, «Dios creó». Una traducción más fiel al texto original hebreo seria: «La Nada creó dioses»; es decir, creó o perfiló las cualidades o aspectos de la Realidad divina, de las que posteriormente -no en el orden temporal, sino en el orden de los principios surge el orden cósmico, la Creación o Manifestación universal.

He aquí pues, el mensaje contenido en el versículo inicial del «Génesis» desde la perspectiva esotérica de la Cábala: a partir de Si mismo y apoyándose en el Principio de la Sabiduría divina, el SupraSer se determina eternamente como Ser casual y Finalidad de todas las cosas, llamado Elahin, en el que están presentes todas las cualidades, posibilidades y arquetipos de la realidad tanto creada como increada.

Fuente: Revista Año Cero

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