Herbert Oré Belsuzarri.
Trabajo 5
Matar al León de Nemea
Leo (22 julio - 21 Agosto)
Hércules, con todas sus armas
preparadas, se situó ante el quinto Portal, ignorando qué le esperaba y
preguntándose sobre su siguiente prueba y hasta dudando de su decisión de
seguir o no su destino.
Pero su voz interior le decía: - Los
habitantes de Nemea necesitan tu ayuda. Están sufriendo los acosos de un
terrible león. La noticia de tus hazañas les ha llegado y piden que los libres
de ese azote cruel.
Y Hércules, prestando oídos a su voz
interior, se dispuso a responder a esa necesidad ajena. Así que, pensando que
las armas obsequio de los dioses, más que ayudarle le iban a molestar, y fiándose
de las suyas de siempre, su garrote, que él mismo había fabricado, su carcaj y
su arco, partió en busca del león.
Tras una laboriosa búsqueda, vio al
león. Era un hijo de Ortros (el perro hermano de Cerbero), al que Hera había
situado allí para que luchase con Hércules.
El león estaba junto a un espeso matorral
que había al borde del camino y, al ver a un enemigo que se aproximaba sin
miedo, acostumbrado como estaba a que todos huyesen con sólo verlo, rugió con
todas sus fuerzas. Con ese rugido, los arbustos se vieron sacudidos, los ecos
del mismo llenaron la comarca y sus habitantes temblaron de miedo. Pero
Hércules no se movió. Y, echando mano a
su carcaj, le lanzó una flecha certera.
La flecha dio en el costado del león y cayó al suelo sin haberlo herido.
Hércules repitió la operación hasta que se quedó sin flechas, pero el león
seguía ileso en medio del camino. Entonces Hércules, asió su garrote y se
dirigió, sin miedo, hacia él. Y el león, no acostumbrado a que esto le
sucediese, lanzó otro rugido y, dando un salto, desapareció entre los
matorrales.
Hércules corrió en su persecución, pero
no lo pudo encontrar. Durante largo tiempo buscó al león por el monte sin
éxito. Hasta que un día, de repente, escuchó un rugido que provenía de una
cueva cercana. Hércules, si dudarlo, se internó en ella para enfrentarse a la fiera.
Pero la atravesó y descubrió que la cueva tenía otra salida y que el león había
huido por ella. Quedó sin saber qué hacer. Y, mientras meditaba cómo se las
arreglaría para cazar al león, vio un montón de troncos y ramas cerca de él,
así que los transportó a la entrada de la cueva y la taponó con ellos. Y, yendo
por la otra entrada, penetró y allí se enfrentó al león. Lo asió con sus
propias manos y lo estranguló.
Él solo, sin armas y con sus propias
manos. Luego intentó desollarlo. Pero la piel del león era invulnerable y no
había cuchillo ni herramienta que la pudiese cortar. Por fin, dio con la
solución: las garras del mismo león. Con ellas pudo por fin arrancarle la piel
y llevársela consigo como prueba de su hazaña.
Este trabajo es el número cinco. Cinco
es el número del hombre, compuesto de un espíritu inmortal y cuatro vehículos mortales:
el físico, el vital, el de deseos y el mental.
a) En Aries, el espíritu tomó para su
uso el tipo de materia que le serviría para relacionarse con el mundo de las
ideas. Esa materia, luego, se vistió de materia mental, agregando así, a su
individualidad, la materia mental que le permitiese expresarse mejor y convertirlo
en un espíritu pensador.
b) En Tauro, contactó con el mundo del
deseo, siguiendo un procedimiento similar y así entro en contacto con el mundo
de los sentimientos y las emociones. Y llegó a ser un espíritu consciente.
c) En Géminis, se construyó un nuevo
vehículo como canal para las energías del espíritu y de la materia, manteniendo
en armonía los dos polos de su ser. Y así nació el cuerpo vital.
d) En Cáncer, que es el signo del
nacimiento físico y de la identificación con la masa, el espíritu inmortal se
manifestó en la cuádruple naturaleza, y el hombre se convirtió en el
protagonista de su propia vida, vivida en el plano físico.
e) Pero es en Leo donde llegamos,
realmente, a ser la estrella de cinco puntas, el ser que se reconoce a sí mismo
como un individuo y, al mismo tiempo, como un Yo. En este signo es donde
empezamos a utilizar palabras como “Yo” y “mi” y “mío.”
La numerología nos dice que el número
diez es el de la perfección y el de la consumación humana, el número de un
hombre perfectamente desarrollado y manifestado. Y el número del equilibrio entre
la materia y el espíritu, puesto que el uno (que es el espíritu, la polaridad
positiva) junto al cero (que es la materia, la polaridad negativa), en plan de
igualdad, representan el equilibrio.
Pero en el
número cinco el espíritu aún no domina la materia. Es
el número del aspirante espiritual, que tiene por meta someter la materia
al espíritu. Y esa lucha, de momento, rompe el equilibrio del diez que, al
final del recorrido, se alcanzará.
Y hemos de recordar que estamos aquí
voluntaria y libremente y que hemos elegido elevar la materia al cielo.
Leo es uno de los cuatro signos fijos,
que forman la cruz en la que tanto el Cristo Cósmico como el Cristo individual
interno están indudablemente crucificados, dificultados, impedidos de
manifestarse y, definitivamente sacrificados. Veámoslo:
a).- En Tauro, la fuerza creadora a
través del deseo, aparece en su aspecto inferior, el deseo sexual, que hay que
transmutar en, o sacrificar, a su aspecto superior.
b).- En Leo, la mente cósmica actúa
sobre el individuo como mente razonadora, y también su aspecto inferior ha de
ser sacrificado y la mente del hombre ha de subordinarse a la mente universal.
c).- En escorpio, que es el tercer
brazo de la cruz fija, el amor cósmico o atracción cósmica se muestra en su
aspecto inferior, produciendo la gran confusión de creer que la materia es lo
importante y lo real. Por eso, en Escorpio, el aspirante está crucificado, supeditando
la ilusión de la materia a la realidad del espíritu.
d).- En Acuario, la luz de la
conciencia universal ilumina al ser humano y sacrifica la vida individual
volcándola en la vida universal.
Se supedita así, pues, lo imaginario,
lo irreal a lo real, el aspecto inferior al superior y la unidad a la suma
total.
Dícese que, antiguamente, sólo existían
diez signos en el zodíaco. Y que Leo y Virgo formaban un solo signo con un
único símbolo. Y, si se reflexiona un poco, pronto se ve en ello el origen y la
interpretación de la esfinge, del león con cabeza de mujer: las dos polaridades,
positiva y negativa, el espíritu como león y la materia como mujer o madre de
toda forma.
En el signo de Leo, el hombre se
reconoce a sí mismo como un individuo y empieza su recorrido por el mundo de
las experiencias que le han de proporcionar conocimiento. Pero también en Leo
el hombre consciente de sí mismo empieza su aprendizaje para la Iniciación. Y es en
Leo donde enfrentamos la última prueba del sendero. Y, cuando ese trabajo lo
concluimos, llega el definitivo adiestramiento para la Iniciación , en
Capricornio.
Porque:
a).- En Aries, hemos aprendido el
control del pensamiento.
b).- En Tauro, hemos aprendido a
transmutar el deseo.
c).- En Géminis, hemos recolectado las
manzanas de la sabiduría y hemos aprendido a distinguir entre conocimiento y
sabiduría.
d).- En Cáncer, hemos aprendido que es
necesario transmutar el instinto y el intelecto en intuición, elevándolos de
categoría.
El aspirante Hércules, en Leo, intuye
con claridad lo que se le avecina porque:
a).- Ya sabe que el futuro depende de
las causas puestas en funcionamiento en el pasado.
b).- Y sabe que, antes de llegar a
Capricornio y escalar el Monte de la Transfiguración , ha de matar a la Hidra en Escorpio.
c).- Y sabe sobre la lucha que habrá de
enfrentar en los signos próximos de Virgo, Libra y Escorpio.
d).- Y sabe que sólo matando al león
(el rey de las bestias) en su propia naturaleza, merecerá la victoria sobre la Hidra en Escorpio.
O sea que él, que ha salido de la masa
y que ha creado su personalidad, ha de matarla, volviendo a ella y sustituyendo
el egoísmo por el altruismo y subordinando el yo al todo.
Resulta interesante y significativo
que, en todas las escrituras sagradas, los acontecimientos más importantes
tengan siempre lugar o en una cueva o en una montaña:
Recordemos que Jesús nació en una
cueva; que la personalidad se vence en la cueva de nuestro interior; que la voz
de Dios se escucha en la cueva interna; que el Cristo interno está en la cueva
de nuestro corazón…
Y recordemos también que hemos de
escalar los montes de la
Transfiguración , la de la Crucifixión , y la de la Ascensión.
¿Y qué significa, en este mito, la
cueva con las dos entradas, una de las cuales hay que cegar para poder matar al
león?
Partiendo de que los pioneros de la
humanidad poseen un desarrollo metal agudo y de que el resto de los humanos
está desarrollándose mentalmente muy deprisa, la residencia de las emociones se
está trasladando desde el plexo solar hasta la cabeza.
Porque tenemos en nuestra cabeza una
“cueva” muy especial, que alberga la pituitaria, una de las más importantes
glándulas del ser humano. Esa glándula está protegida por una estructura ósea o
cuerpo pituitario, que consta de dos partes o lóbulos, uno frontal o antepituitario,
que es el asiento de la mente razonadora, de la intelectualidad, y el otro,
postpituitario, que es el asiento de la
naturaleza emocional e imaginativa.
Así que ese cuerpo pituitario con sus
dos partes simbolizaría la cueva con sus dos entradas, en la que Hércules
sostuvo su lucha. Y se nos dice claramente que, sólo cuando hubo bloqueado la
entrada de la emociones (la postpituitaria), desechando hasta su familiar
garrote (lo que simboliza el abandono de una vida egoísta), pudo, utilizando la
otra entrada, la de la mente razonadora, someter al león de la personalidad
solo y con sus propias manos.
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