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sábado, 13 de abril de 2013

LOS DOCE TRABAJOS DE HERCULES 13


Herbert Oré Belsuzarri.

Trabajo 12
Capturar la roja Manada de Gerión
Piscis (20 Febrero - 21 Marzo)

El Maestro, desde su lugar de paz, habló a Hércules:

Estás ahora ante del último Portal. Queda un trabajo para que el círculo se complete y alcances la liberación. Ve a ese oscuro lugar llamado Eritia, donde la Gran Ilusión está entronizada: donde Gerión, el monstruo de tres cabezas, tres cuerpos y seis manos, es señor y rey y retiene ilegalmente una manada de bueyes rojizos.

Debes conducir esa manada desde Eritia hasta nuestra Ciudad Sagrada. Cuidado con Euritión, el pastor, y con su perro de dos cabezas, Ortro.

Hizo una pausa y agregó lentamente:

Puedo hacerte una advertencia: Invoca la ayuda de Helios.

El hijo del hombre, que era también hijo de Dios, partió a través del Duodécimo Portal. Iba en busca de Gerión.

Dentro de un templo, Hércules hizo ofrendas a Helios, el dios del fuego en el sol. Meditó durante siete días, y entonces le fue concedido un favor: Un cáliz de oro descendió desde lo alto hasta sus pies. Y él supo, en lo íntimo de sí mismo, que aquel brillante objeto le permitiría cruzar los mares para llegar a la región de Eritia.

Y así fue. Dentro de la segura protección del cáliz de oro, navegó a través de agitados mares hasta que llegó a Eritia y desembarcó en una playa de aquel lejano país. No mucho después, llegó a la pradera donde la rojiza manada pastaba. La cuidaban el pastor Euritión y Ortro, el perro de dos cabezas.

Cuando Hércules se aproximó, el perro se adelantó veloz como una flecha hacia el desconocido y se abalanzó, gruñendo, sobre él, dando feroces dentelladas con sus colmillos al descubierto. Pero Hércules con un golpe certero y decisivo de su garrote, lo derribó.

Entonces, Euritión, temeroso del bravo guerrero que tenía delante, le suplicó que le perdonara la vida. Y Hércules se lo concedió. Y, conduciendo a la manda rojiza delante de él, se dirigió hacia la Ciudad Santa.

No había ido muy lejos cuando percibió tras él una distante nube de polvo que rápidamente se agrandaba. Suponiendo que el monstruo Gerión venía en furiosa persecución, se volvió para enfrentarse al enemigo.. Soplando fuego y llamas por sus tres cabezas a la vez, el monstruo se encontró con él. Gerión y Hércules estaban frente a frente.

Gerión arrojó a Hércules una lanza muy bien dirigida pero, inclinándose ágilmente a un lado, Hércules esquivó el venablo mortal.

 

Luego, tenso su arco, disparó una flecha que parecía incendiar el aire cuando la soltó, y golpeó al monstruo de lleno en su costado. Con tan gran ímpetu la había disparado, que atravesó los tres cuerpos del feroz Gerión. Con un agudo y desesperante gemido, el monstruo se inclinó y después cayó, para no levantarse nunca más. Entonces, Hércules condujo el ganado colorado hacia la Ciudad Santa,

El viaje de regreso resultó mucho más accidentado que el de ida. Tuvo, primero, que matar tantos monstruos en Libia que, para conmemorarlo, se erigieron luego las "Columnas de Hércules", que separan la Libia o África del Norte, de Europa y que no son otras que la roca de Gibraltar y la de Ceuta. Luego, tuvo que atravesar España, la Galia, Italia, Sicilia y Grecia. En Liguria fue atacado por los belicosos indígenas. Eran tantos que Hércules agotó sus flechas e incluso las piedras a su alcance, así que pidió auxilio a Zeus, su padre, y éste envió contra sus enemigos una lluvia de pedernales, que acabó con ellos. Luego, los ladrones Alebión y Derkinos, hijos de Poseidón, intentaron quitarle el rebaño. Hércules los mató. Al llegar a Calabria, uno de los toros se escapó y cruzó a nado el estrecho entre Italia y Sicilia. Hércules dejó el resto del rebaño al cuidado de Hefaistos y corrió tras el descarriado. Después de matar a Etix, rey de los elimes, que quiso quedarse con él, lo hizo regresar con los demás. Llegados a Grecia, fueron los toros atacados por un enjambre de tábanos, enviados, lógicamente, por Hera, que los enloqueció y dispersó.

Hércules reunió a los que pudo y los otros se hicieron salvajes por las llanuras de Scitia. Y, por fin, entregó los toros a Euristeo, que los sacrificó a Hera.

Aunque fatigado por este exigente trabajo, Hércules finalmente regresó. El Maestro esperaba su llegada.

Bienvenido, Hijo de Dios que es también hijo del hombre. Saludó así al guerrero que regresaba.  La joya de la inmortalidad es tuya. Con estos doce trabajos has superado lo humano y ganado lo divino. Has llegado al hogar, para no dejarlo más. En el firmamento estrellado será inscrito tu nombre, un símbolo para los luchadores hijos de los hombres, de su destino inmortal. Terminados los trabajos humanos, tus tareas cósmicas empiezan.

Pensemos en Hércules como en un Salvador del Mundo. Ha tenido una visión de algo que ha de hacer. Ve a la humanidad poseída por un monstruo, un hombre de tres cuerpos, símbolo de un ser humano con sus tres vehículos, mental, emocional y físico unidos.

Ese monstruo humano de tres cabezas representa la fuerza egoísta concentrada por el hombre y que le ataca en todos los aspectos: moral, mental y físico. Las masas humanas están representadas por el rebaño rojo, dominado por ese monstruo de tres cabezas.

El pastor que cuida el rebaño, del que Hércules se compadeció y cuya vida perdonó, representa la mente. Por eso fue respetado, porque no se puede concebir ningún ser humano encarnado que no necesite usar la mente como intérprete de la energía espiritual.

El perro de dos cabezas es la Ley Convencional del Viejo Orden, guiada por el egoísmo, conocida como “ortodoxa”, y que ha de ser sustituida por la Nueva Ley, inspirada por el amor. Porque la Ley ortodoxa, como el perro, posee un doble aspecto: es, a la vez, buena y mala, pues nunca beneficia a todos, sino que contenta a unos y daña a otros. El trabajo del Nuevo Día consiste en separar ambos aspectos.

Por una parte, hay que eliminar lo que no es ya útil y entorpece y, por otra, hay que conservar lo que hay de aprovechable.

Hércules, el dios Sol, representa la ley cósmica que finalmente extrae el bien del mal y el orden del caos.

El destino de la humanidad como conjunto está representado por el hecho de que, al regresar a casa, Hércules coloca el rebaño en un recipiente de oro, que le ha dado el dios del Sol, Helios.

Fijémonos en que al guardián del ganado, Ortro (el aspecto forma), se le dio muerte, pero el pastor y el ganado fueron introducidos en la copa de oro y elevados hasta el cielo. Aquí tenemos representado el Santo Grial; y así se realizó el trabajo. El Salvador del Mundo había cumplido su función; había elevado a la humanidad. Y eso es, precisamente, lo que hizo Cristo.

Se habla, a veces, del fracaso del Cristianismo. Pero no hay fracaso por parte del Gran Plan. Tal vez lentitud, pero, ¿sabemos cuán desastroso sería si la evolución fuera demasiado rápida, cuán peligroso si la gente fuera sobreestimulada antes de estar preparada para ello?

Todos los Maestros conocen los peligros de la sobre estimulación, los desastres que ocurren cuando una persona hace ciertos contactos antes de que su mecanismo esté suficientemente puesto a punto. Los Salvadores del Mundo tienen que trabajar lentamente, pues el tiempo no significa nada para ellos.

El signo de Piscis gobierna los pies y de ahí la idea de hollar o pisar el Sendero y alcanzar la meta que ha sido la fundamental revelación espiritual de la era de Piscis.

Piscis es también el signo de la muerte, en varios aspectos. A veces será la muerte del cuerpo, o puede ser que una vieja teoría llegará a su fin; que una amistad indeseable cesará; que la devoción a alguna forma religiosa del pensamiento que se ha sostenido, terminará y surgirá una nueva y colocará sus pies sobre un nuevo sendero.

Piscis es el signo de la muerte para la personalidad. Recordemos aquella exclamación, tan mal traducida y peor interpretada, de la Crucifixión . “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, que no es sino la reclamación de la personalidad al espíritu, que la está abandonando para siempre, tras milenios de convivencia. Si nosotros pudiéramos abandonar la idea de los velos de la personalidad, estaríamos dispuestos a abandonar la personalidad.

También significa la muerte de un Salvador del Mundo, pues es el signo de la crucifixión y marca el fin de un ciclo zodiacal.

Hay tres signos de salvación en el Zodíaco:

a.- Leo, de donde la palabra sale para el ser humano, “labra tu propia salvación". Así tenemos en Leo al hombre decidido a mantenerse erguido sobre sus propios pies, que se hace orgulloso y dogmático. Pero eso es necesario para la salvación porque, sólo sometiendo a prueba su equipo, llegará al punto donde aparece una perspectiva más amplia.

b.- El segundo signo de salvación es Sagitario, el signo del servicio y el silencio, donde el hombre dogmático, cansado de hablar de sí mismo y de abrirse camino, se pierde de vista a sí mismo en la meta y sirve silenciosamente.

c.- Y, por fin, llegamos al tercer signo de salvación, Piscis, el de los Salvadores del Mundo.

Existe en la naturaleza el reino humano y, por encima de él, hay otros reinos: el espiritual y el cósmico; y, por debajo de él, los reinos animal, vegetal y mineral.

El trabajo de los inteligentes hijos de Dios es actuar como transmisores, a través de la mente, de la energía espiritual, que salvará y vitalizará a todos los reinos inferiores de la naturaleza.

En cada país se puede encontrar a los que saben (no a los que dicen que saben). Pero hay un grupo de seres humanos, integrados ahora, sobre quienes está colocada la carga de guiar a la humanidad.

Están iniciando y diseminando movimientos que tienen en sí la nueva vibración; están diciendo cosas que son universales en su carácter; están enunciando principios que son cósmicos; son inclusivos, no exclusivos; no les importa qué terminología use un hombre; insisten en que el hombre debe guardar su propia concepción de la verdad para sí mismo, y no la debe imponer a nadie más; se reconocen mutuamente y, dondequiera que se encuentren, hablan un idioma universal, demuestran la luz universal, son servidores y no tienen interés en ellos mismos.

El mensaje que les llega desde lo interno está expresado en las palabras simbólicas, "Lo que yo te digo en la oscuridad, háblalo tú en la luz". A cada uno se le dirá una cosa diferente según la necesidad de la gente que lo rodea, para entregar un mensaje de luz. Por lo tanto, ellos no están atados por dogmas o doctrinas, porque tienen la palabra que les ha llegado en la oscuridad, la que han labrado para sí en la lucha y el esfuerzo de sus propios espíritus.

Encuentran la necesidad de su prójimo, y de ellos es el mensaje de Cristo. "Un nuevo mandamiento os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado". Pero ese amor de Cristo no es un sentimiento.

El amor que Cristo proclamó es una comprensión inteligente y una apreciación de la necesidad del individuo.

Un nuevo mandamiento os doy puede ser resumido como "inclusividad", el signo característico de la Nueva Era, el espíritu universal, la identificación, la unidad con todos nuestros semejantes.

Eso es amor y él nos mantendrá ocupados; no tendremos tiempo para hablar del amor, estaremos ocupados haciendo cosas, grandes cosas y pequeñas cosas, cosas sin importancia y cosas importantes.

¿Cómo nos prepararemos para llenar ese requerimiento, para poseer esas características que automáticamente nos colocan dentro del grupo de servidores del mundo?

Sea cual fuere nuestro deber, hagámoslo.

Cultivemos la recta actitud interior y estemos abiertos de par en par a todos nuestros semejantes.

Aprendamos a meditar, y aprendamos verdaderamente a meditar.

La meditación, cuando es correctamente llevada a cabo, es un arduo trabajo mental, pues significa orientar la mente en dirección al espíritu, y nosotros aún no podemos hacerlo. Significa que, cuando hayamos aprendido a enfocar la mente en el espíritu, debemos sostenerla firmemente allí y, cuando hayamos aprendido a hacer eso, debemos aprender a escuchar en la mente lo que el espíritu nos está diciendo, y eso aún no podemos hacerlo.

Luego, debemos aprender a recibir lo que el espíritu nos ha dicho, y formar con ello palabras y frases y volcarlo al cerebro que está esperando. Eso es la meditación, y es siguiendo ese proceso como llegaremos a ser Servidores del Mundo, pues entonces seremos la fuerza de lo que hayamos llevado a cabo. Automáticamente, nos encontraremos protegidos por ese Gran Uno cuya misión es levantar a la humanidad de la oscuridad a la luz, de lo irreal a lo real.

Heracles, a quien los latinos llamaron Hércules, es el héroe más célebre de toda la mitología clásica. Algunos indicios sugieren su preexistencia entre los indos como Krishna o Baladeva (también llamado Balarama o simplemente Rama) y entre los egipcios como Horus. Todas ellas figuras míticas que comparten diversas características con el héroe griego.

Las leyendas en las cuales figura Heracles constituyen un ciclo completo en constante evolución, de modo que, tal como Grimal nos lo indica, los mitógrafos han adoptado una clasificación de sus hazañas en tres categorías:

1. El ciclo de los Doce Trabajos
2. Las hazañas independientes del ciclo precedente, que comprenden las expediciones realizadas por el héroe frente a ejércitos.
3. Las aventuras secundarias, que le han acontecido durante la realización de los Trabajos.

Es del primero de estos ciclos del que nos ocuparemos, pues los Doce Trabajos son, entre todas las hazañas realizadas por el héroe, las únicas capaces de ser asociadas con los doce signos zodiacales, y las únicas que constituyen un ciclo completo en sí mismo.
  
Para obtener el poder que Zeus quiso darle, Heracles tendrá que ejecutar los Doce Trabajos encargados por Euristeo.

Sobre la significación de los trabajos, podemos definir como el proceso a través del cual el individuo se va diferenciando y se va haciendo individuo, integrando los opuestos en el Sí - Mismo.

Para ello el individuo debe atravesar ciertas pruebas (experiencias personales) al igual que como lo tuvo que hacer Hércules para poder definir si pertenecía al mundo de los mortales o de los dioses.

Así, “los Doce Trabajos de Hercacles” se nos revelan como doce trabajos interiores a través de los cuales el hombre desarrolla sus potencialidades más altas, alcanzando la maestría de sí mismo y la unión indisoluble con su propia Alma inmortal.




En cada país se puede encontrar a los que saben (no a los que dicen que saben), encontralos es una tarea masonica interesante. Herbert Oré B.













Tomado de:
Herbert Ore - Los Doce Trabajos de Hercules by HERBERT ORE BELSUZARRI

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