Herbert Oré Belsuzarri.
Trabajo 12
Capturar la roja Manada de Gerión
Piscis (20 Febrero - 21 Marzo)
El Maestro, desde su lugar de paz,
habló a Hércules:
Estás ahora ante del último
Portal. Queda un trabajo para que el círculo se complete y alcances la
liberación. Ve a ese oscuro lugar llamado Eritia, donde la Gran Ilusión está
entronizada: donde Gerión, el monstruo de tres cabezas, tres cuerpos y seis
manos, es señor y rey y retiene ilegalmente una manada de bueyes rojizos.
Debes conducir esa manada desde
Eritia hasta nuestra Ciudad Sagrada. Cuidado con Euritión, el pastor, y con su
perro de dos cabezas, Ortro.
Hizo una pausa y agregó lentamente:
Puedo hacerte una advertencia:
Invoca la ayuda de Helios.
El hijo del hombre, que era también
hijo de Dios, partió a través del Duodécimo Portal. Iba en busca de Gerión.
Dentro de un templo, Hércules hizo
ofrendas a Helios, el dios del fuego en el sol. Meditó durante siete días, y
entonces le fue concedido un favor: Un cáliz de oro descendió desde lo alto
hasta sus pies. Y él supo, en lo íntimo de sí mismo, que aquel brillante objeto
le permitiría cruzar los mares para llegar a la región de Eritia.
Y así fue. Dentro de la segura
protección del cáliz de oro, navegó a través de agitados mares hasta que llegó
a Eritia y desembarcó en una playa de aquel lejano país. No mucho después, llegó
a la pradera donde la rojiza manada pastaba. La cuidaban el pastor Euritión y
Ortro, el perro de dos cabezas.
Cuando Hércules se aproximó, el perro
se adelantó veloz como una flecha hacia el desconocido y se abalanzó, gruñendo,
sobre él, dando feroces dentelladas con sus colmillos al descubierto. Pero Hércules
con un golpe certero y decisivo de su garrote, lo derribó.
Entonces, Euritión, temeroso del bravo
guerrero que tenía delante, le suplicó que le perdonara la vida. Y Hércules se
lo concedió. Y, conduciendo a la manda rojiza delante de él, se dirigió hacia la Ciudad Santa.
No había ido muy lejos cuando percibió
tras él una distante nube de polvo que rápidamente se agrandaba. Suponiendo que
el monstruo Gerión venía en furiosa persecución, se volvió para enfrentarse al enemigo..
Soplando fuego y llamas por sus tres cabezas a la vez, el monstruo se encontró
con él. Gerión y Hércules estaban frente a frente.
Gerión arrojó a Hércules una lanza muy
bien dirigida pero, inclinándose ágilmente a un lado, Hércules esquivó el
venablo mortal.
Luego, tenso su arco, disparó una
flecha que parecía incendiar el aire cuando la soltó, y golpeó al monstruo de
lleno en su costado. Con tan gran ímpetu la había disparado, que atravesó los
tres cuerpos del feroz Gerión. Con un agudo y desesperante gemido, el monstruo
se inclinó y después cayó, para no levantarse nunca más. Entonces, Hércules
condujo el ganado colorado hacia la Ciudad Santa ,
El viaje de regreso resultó mucho más
accidentado que el de ida. Tuvo, primero, que matar tantos monstruos en Libia
que, para conmemorarlo, se erigieron luego las "Columnas
de Hércules", que separan la Libia o África del Norte, de
Europa y que no son otras que la roca de Gibraltar y la de Ceuta. Luego, tuvo
que atravesar España, la Galia ,
Italia, Sicilia y Grecia. En Liguria fue atacado por los belicosos indígenas.
Eran tantos que Hércules agotó sus flechas e incluso las piedras a su alcance,
así que pidió auxilio a Zeus, su padre, y éste envió contra sus enemigos una
lluvia de pedernales, que acabó con ellos. Luego, los ladrones Alebión y
Derkinos, hijos de Poseidón, intentaron quitarle el rebaño. Hércules los mató.
Al llegar a Calabria, uno de los toros se escapó y cruzó a nado el estrecho
entre Italia y Sicilia. Hércules dejó el resto del rebaño al cuidado de
Hefaistos y corrió tras el descarriado. Después de matar a Etix, rey de los
elimes, que quiso quedarse con él, lo hizo regresar con los demás. Llegados a Grecia,
fueron los toros atacados por un enjambre de tábanos, enviados, lógicamente,
por Hera, que los enloqueció y dispersó.
Hércules reunió a los que pudo y los
otros se hicieron salvajes por las llanuras de Scitia. Y, por fin, entregó los
toros a Euristeo, que los sacrificó a Hera.
Aunque fatigado por este exigente
trabajo, Hércules finalmente regresó. El Maestro esperaba su llegada.
Bienvenido, Hijo de Dios que es
también hijo del hombre. Saludó así al guerrero que
regresaba. La
joya de la inmortalidad es tuya. Con estos doce trabajos has superado lo humano
y ganado lo divino. Has llegado al hogar, para no dejarlo más. En el firmamento
estrellado será inscrito tu nombre, un símbolo para los luchadores hijos de los
hombres, de su destino inmortal. Terminados los trabajos humanos, tus tareas
cósmicas empiezan.
Pensemos en Hércules como en un
Salvador del Mundo. Ha tenido una visión de algo que ha de hacer. Ve a la
humanidad poseída por un monstruo, un hombre de tres cuerpos, símbolo de un ser
humano con sus tres vehículos, mental, emocional y físico unidos.
Ese monstruo humano de tres cabezas
representa la fuerza egoísta concentrada por el hombre y que le ataca en todos
los aspectos: moral, mental y físico. Las masas humanas están representadas por
el rebaño rojo, dominado por ese monstruo de tres cabezas.
El pastor que cuida el rebaño, del que
Hércules se compadeció y cuya vida perdonó, representa la mente. Por eso fue
respetado, porque no se puede concebir ningún ser humano encarnado que no
necesite usar la mente como intérprete de la energía espiritual.
El perro de dos cabezas es la Ley Convencional
del Viejo Orden, guiada por el egoísmo, conocida como “ortodoxa”, y que ha de
ser sustituida por la Nueva
Ley , inspirada por el amor. Porque la Ley ortodoxa, como el perro,
posee un doble aspecto: es, a la vez, buena y mala, pues nunca beneficia a
todos, sino que contenta a unos y daña a otros. El trabajo del Nuevo Día
consiste en separar ambos aspectos.
Por una parte, hay que eliminar lo que
no es ya útil y entorpece y, por otra, hay que conservar lo que hay de
aprovechable.
Hércules, el dios Sol, representa
la ley cósmica que finalmente extrae el bien del mal y el orden del caos.
El destino de la humanidad como
conjunto está representado por el hecho de que, al regresar a casa, Hércules
coloca el rebaño en un recipiente de oro, que le ha dado el dios del Sol,
Helios.
Fijémonos en que al guardián del
ganado, Ortro (el aspecto forma), se le dio muerte, pero el pastor y el ganado
fueron introducidos en la copa de oro y elevados hasta el cielo. Aquí tenemos representado
el Santo Grial; y así se realizó el trabajo. El Salvador del Mundo había
cumplido su función; había elevado a la humanidad. Y eso es, precisamente, lo
que hizo Cristo.
Se habla, a veces, del fracaso del
Cristianismo. Pero no hay fracaso por parte del Gran Plan. Tal vez lentitud,
pero, ¿sabemos cuán desastroso sería si la evolución fuera demasiado rápida,
cuán peligroso si la gente fuera sobreestimulada antes de estar preparada para
ello?
Todos los Maestros conocen los peligros
de la sobre estimulación, los desastres que ocurren cuando una persona hace
ciertos contactos antes de que su mecanismo esté suficientemente puesto a
punto. Los Salvadores del Mundo tienen que trabajar
lentamente, pues el tiempo no significa nada para ellos.
El signo de Piscis
gobierna los pies y de ahí la idea de hollar
o pisar el Sendero y alcanzar la meta que ha sido la fundamental revelación
espiritual de la era de Piscis.
Piscis es también el signo de la
muerte, en varios aspectos. A veces será la muerte del cuerpo, o puede ser que
una vieja teoría llegará a su fin; que una amistad indeseable cesará; que la
devoción a alguna forma religiosa del pensamiento que se ha sostenido,
terminará y surgirá una nueva y colocará sus pies sobre un nuevo sendero.
Piscis es el signo de la muerte
para la personalidad. Recordemos aquella exclamación, tan
mal traducida y peor interpretada, de la Crucifixión . “Padre,
¿por qué me has abandonado?”, que no es sino la reclamación de la personalidad
al espíritu, que la está abandonando para siempre, tras milenios de convivencia.
Si nosotros pudiéramos abandonar la idea de los velos de la personalidad,
estaríamos dispuestos a abandonar la personalidad.
También significa la muerte de un
Salvador del Mundo, pues es el signo de la crucifixión y marca el fin de un
ciclo zodiacal.
Hay tres signos de salvación en el
Zodíaco:
a.- Leo,
de donde la palabra sale para el ser humano, “labra tu propia
salvación". Así tenemos en Leo al hombre decidido
a mantenerse erguido sobre sus propios pies, que se hace orgulloso y dogmático.
Pero eso es necesario para la salvación porque, sólo sometiendo a prueba su
equipo, llegará al punto donde aparece una perspectiva más amplia.
b.- El segundo signo de salvación es Sagitario,
el signo del servicio y el silencio, donde el hombre dogmático, cansado de
hablar de sí mismo y de abrirse camino, se pierde de vista a sí mismo en la meta
y sirve silenciosamente.
c.- Y, por fin, llegamos al tercer
signo de salvación, Piscis,
el de los Salvadores del Mundo.
Existe en la naturaleza el reino humano
y, por encima de él, hay otros reinos: el espiritual y el cósmico; y, por
debajo de él, los reinos animal, vegetal y mineral.
El trabajo de los inteligentes hijos de
Dios es actuar como transmisores, a través de la mente, de la energía
espiritual, que salvará y vitalizará a todos los reinos inferiores de la
naturaleza.
En cada país se puede encontrar a los
que saben (no a los que dicen que saben). Pero hay un grupo de seres humanos,
integrados ahora, sobre quienes está colocada la carga de guiar a la humanidad.
Están iniciando y diseminando
movimientos que tienen en sí la nueva vibración; están diciendo cosas que son
universales en su carácter; están enunciando principios que son cósmicos; son inclusivos,
no exclusivos; no les importa qué terminología use un hombre; insisten en que
el hombre debe guardar su propia concepción de la verdad para sí mismo, y no la
debe imponer a nadie más; se reconocen mutuamente y, dondequiera que se
encuentren, hablan un idioma universal, demuestran la luz universal, son
servidores y no tienen interés en ellos mismos.
El mensaje que les llega desde lo
interno está expresado en las palabras simbólicas, "Lo
que yo te digo en la oscuridad, háblalo tú en la luz".
A cada uno se le dirá una cosa diferente según la necesidad de la gente que lo
rodea, para entregar un mensaje de luz. Por lo tanto, ellos no
están atados por dogmas o doctrinas, porque tienen la palabra que les ha
llegado en la oscuridad, la que han labrado para sí en la lucha y el esfuerzo
de sus propios espíritus.
Encuentran la necesidad de su
prójimo, y de ellos es el mensaje de Cristo. "Un
nuevo mandamiento os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado". Pero
ese amor de Cristo no es un sentimiento.
El amor que Cristo proclamó es una
comprensión inteligente y una apreciación de la necesidad del individuo.
Un nuevo mandamiento os doy puede
ser resumido como "inclusividad", el signo característico de la Nueva Era , el espíritu universal,
la identificación, la unidad con todos nuestros semejantes.
Eso es amor y él nos mantendrá
ocupados; no tendremos tiempo para hablar del amor, estaremos ocupados haciendo
cosas, grandes cosas y pequeñas cosas, cosas sin importancia y cosas importantes.
¿Cómo nos prepararemos para llenar ese
requerimiento, para poseer esas características que automáticamente nos colocan
dentro del grupo de servidores del mundo?
Sea cual fuere nuestro deber,
hagámoslo.
Cultivemos la recta actitud interior y
estemos abiertos de par en par a todos nuestros semejantes.
Aprendamos a meditar, y aprendamos
verdaderamente a meditar.
La meditación, cuando es correctamente
llevada a cabo, es un arduo trabajo mental, pues significa orientar la mente en
dirección al espíritu, y nosotros aún no podemos hacerlo. Significa que, cuando
hayamos aprendido a enfocar la mente en el espíritu, debemos sostenerla
firmemente allí y, cuando hayamos aprendido a hacer eso, debemos aprender a
escuchar en la mente lo que el espíritu nos está diciendo, y eso aún no podemos
hacerlo.
Luego, debemos aprender a recibir lo
que el espíritu nos ha dicho, y formar con ello palabras y frases y volcarlo al
cerebro que está esperando. Eso es la meditación, y es siguiendo ese proceso
como llegaremos a ser Servidores del Mundo, pues entonces seremos la fuerza de
lo que hayamos llevado a cabo. Automáticamente, nos encontraremos protegidos
por ese Gran Uno cuya misión es levantar a la humanidad de la oscuridad a la
luz, de lo irreal a lo real.
Heracles, a quien los latinos llamaron
Hércules, es el héroe más célebre de toda la mitología clásica. Algunos
indicios sugieren su preexistencia entre los indos como Krishna o Baladeva
(también llamado Balarama o simplemente Rama) y entre los egipcios como Horus.
Todas ellas figuras míticas que comparten diversas características con el héroe
griego.
Las leyendas en las cuales figura
Heracles constituyen un ciclo completo en constante evolución, de modo que, tal
como Grimal nos lo indica, los mitógrafos han adoptado una clasificación de sus
hazañas en tres categorías:
1. El ciclo de los Doce Trabajos
2. Las hazañas independientes del ciclo
precedente, que comprenden las expediciones realizadas por el héroe frente a
ejércitos.
3. Las aventuras secundarias, que le
han acontecido durante la realización de los Trabajos.
Es del primero de estos ciclos del que
nos ocuparemos, pues los Doce Trabajos son, entre todas las hazañas realizadas
por el héroe, las únicas capaces de ser asociadas con los doce signos zodiacales,
y las únicas que constituyen un ciclo completo en sí mismo.
Para
obtener el poder que Zeus quiso darle, Heracles tendrá que ejecutar los Doce
Trabajos encargados por Euristeo.
Sobre la
significación de los trabajos, podemos definir como el proceso a través del
cual el individuo se va diferenciando y se va haciendo individuo, integrando
los opuestos en el Sí - Mismo.
Para ello
el individuo debe atravesar ciertas pruebas (experiencias personales) al igual
que como lo tuvo que hacer Hércules para poder definir si pertenecía al mundo
de los mortales o de los dioses.
Así, “los Doce Trabajos de Hercacles” se nos
revelan como doce trabajos interiores a través de los cuales el hombre desarrolla
sus potencialidades más altas, alcanzando la maestría de sí mismo y la unión
indisoluble con su propia Alma inmortal.
En cada país se puede encontrar a los que saben (no a los que dicen que saben), encontralos es una tarea masonica interesante. Herbert Oré B.
Tomado de:
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