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miércoles, 22 de agosto de 2018

SHAMBHALA SEPTENTRIONAL

SHAMBHALA SEPTENTRIONAL
Andrew Thomas

Hace cuarenta años, el doctor Lao-Tsin publicó en un periódico de Shanghai un artículo dedicado a su viaje a una extraña región del Asia central (22). En su pintoresco relato, que prefigura Horizontes perdidos, de James Hilton, este médico describe la peligrosa caminata que realizó por las alturas del Tibet en compañía de un yogui oriundo de Nepal. En una región desolada, en el fondo de las montañas, los dos peregrinos llegaron a un valle escondido, protegido de los vientos septentrionales y gozando de un clima mucho más cálido que el del territorio circundante.

El doctor Lao-Tsin evoca a continuación «la torre de Shambhala» y los laboratorios que provocaron su asombro. Los dos visitantes fueron puestos al corriente de los grandes resultados científicos obtenidos por los habitantes del valle. Asistieron también a experiencias telepáticas efectuadas a grandes distancias. El médico chino habría podido decir muchas más cosas sobre su estancia en el valle si no hubiera hecho a sus habitantes la promesa de no revelarlo todo.

Según la tradición conservada en Oriente a propósito de Shambhala septentrional, donde hoy no se encuentran más que arenas y lagos salados, existía allí en otro tiempo un mar inmenso, con una isla de la que no quedan en la actualidad sino unas cuantas montañas. Un gran acontecimiento se produjo en una época remota. 

«Entonces, con el terrorífico fragor de un rápido descenso desde alturas inaccesibles, rodeados de masas fulgurantes que inundaban el cielo de llamaradas, los espacios celestes fueron surcados por la carroza de los Hijos del Fuego, los Señores de las llamas de Venus; se detuvo, suspendida, sobre la isla Blanca, que se extendía sonriente sobre el mar de Gobi (23).»

Al recordar la controversia existente en nuestros días con respecto a la nave cósmica que se estrelló en Tunguska, Sibe-ria, no nos es lícito rechazar, con una simple sonrisa, la vieja tradición sánscrita.

El folklore y los cantos del Tibet y de Mongolia exaltan el recuerdo de Shambhala hasta transformarlo en realidad. Durante su expedición a través de Asia central, Nicolás Roerich llegó un día a un puesto fronterizo blanco considerado como uno de los tres límites de Shambhala (22).

Para demostrar hasta qué punto la creencia en Shambhala está arraigada entre los lamas, bastará citar las palabras de un monje tibetano pronunciadas ante Roerich: «Los hombres de Shambhala se presentan en ocasiones en este mundo; entran en contacto con aquellos de sus colaboradores que trabajan sobre la tierra. A veces, envían, en bien de la Humanidad, dones preciosos y reliquias extraordinarias (20).»

Después de haber estudiado las tradiciones de los budistas tibetanos, Csoma de Kóros (1784-1842) situaba la tierra de Shambhala al otro lado del río Syr-Daria, entre los 45 y los 50 grados de latitud norte. Resulta curioso comprobar que un mapa publicado en Amberes en el siglo xvii indica el país de Shambhala.

Los primeros viajeros jesuítas al Asia Central, tales como el padre Etienne Cacella, mencionan la existencia de una región desconocida llamada Xembala o Shambhala. 

El coronel N. M. Prievalsky, gran explorador del Asia Centralasí como el doctor A. H. Franke, mencionan Shambhala en sus obras. La traducción por el profesor Grünwedel de un antiguo texto tibetano (La ruta de Shambhala) es también un documento interesante. Parece, no obstante, que las indicaciones de tipo geográfico se mantienen deliberadamente muy vagas. No pueden servir de gran cosa a quienes no conozcan con detalle los nombres antiguos y modernos de las diversas regiones y de los numerosos monasterios. El deseo de sembrar la confusión obedece a dos razones. Los que conocen efectivamente la existencia de estas colonias no revelarán jamás el lugar en que se encuentran, a fin de no obstaculizar la acción humanitaria de los Guardianes. Por otra parte, las referencias a estos refugios existentes en la literatura y en el folklore oriental pueden parecer contradictorias, porque hacen alusión a comunidades instaladas en localidades diferentes.

Tras haber estudiado durante largos años este tema, he escrito el presente capítulo durante mi estancia en el Himala-ya, y, para mí, el nombre de Shambhala engloba no solamente la isla Blanca del Gobi, valles y catacumbas ocultos en Asia y en otras partes, sino también muchas otras cosas.

Lao-Tsé, fundador del taoísmo en el siglo vi a. de JC.f se había dedicado a buscar la residencia de Hsi-Wang-Mu, diosa del Occidente, y acabó por encontrarla. Según la tradición taoísta, esta diosa era una mujer mortal que había vivido millares de años. Tras haber adquirido las «cualidades divinas», se retiró a las montañas del Kun Lun. Los monjes chinos afirman que existe un valle de extraordinaria belleza, inaccesible a los viajeros desprovistos de guía. En ese valle habita Hsi-Wang-Mu, presidiendo una asamblea de genios que podrían ser los más grandes sabios del mundo.

En esta perspectiva, adquiere todo su significado la aparición ante los componentes de la expedición Roerich de un extraño ingenio por encima del Karakorum, que se encuentra en una extremidad del Kun Lun. Este extraño disco podría provenir del aeródromo de esos seres divinos. 

De todo lo que acabamos de decir, resulta que debe de ser sumamente difícil entrar en contacto con los miembros de las comunidades secretas. No obstante, han tenido lugar encuentros con ellos, y más frecuentemente de lo que se dice. La ausencia de informaciones se explica por la promesa de secreto que inevitablemente se exige a los que acuden a visitar esas antiguas colonias con un propósito justificado. Los mahatmas no quieren ser molestados por curiosos, por escépticos o por buscadores de riquezas, pues se consideran los guardianes de la sabiduría antigua y de los tesoros del pasado.

Me parece oportuno citar aquí el siguiente texto, tomado de una carta escrita por uno de esos mahatmas para definir la finalidad de sus actividades humanitarias:.

«Durante generaciones innumerables, el adepto ha construido un templo con rocas imperecederas, una torre gigantesca del Pensamiento infinito, convertida en la morada de un titán que permanecerá en ella, solo, si es necesario, y únicamente saldrá al final de cada ciclo para invitar a los elegidos de la Humanidad a cooperar con él y contribuir, a su vez, a la ilustración de los hombres supersticiosos (24).»

Este texto fue escrito por el mahatma Koot Humi en julio de 1881.

El origen de esas comunidades desconocidas se pierde en la noche de los tiempos. Según toda probabilidad, son nuestros predecesores en la evolución humana que ordenaron la salida de la Atlántida a los hombres de la «Buena Ley».

Es posible que estas colonias secretas conserven todos los documentos y todos los resultados de orden espiritual de laAtlántida, tal como ésta fue en sus días de esplendor. Esta pequeña república no está representada en las Naciones Unidas, pero podría ser el único Estado permanente de nuestro planeta y el custodio de una ciencia tan vieja como las rocas. Los espíritus escépticos no deben olvidar que los mensajes de los mahatmas se conservan hasta nuestros días en los archivos de ciertos Gobiernos.

Existe en el folklore ruso la leyenda de la ciudad subterránea de Kiteje, reino de la justicia. Los «Viejos Creyentes»,* perseguidos por el Gobierno zarista, se habían dedicado a la búsqueda de esta Tierra Prometida. «¿Dónde encontrarla?», preguntaban los jóvenes. «Seguid las huellas de Baty», respondían los viejos. El kan Baty, conquistador tártaro, había partido de Mongolia para la conquista del Occidente. La dirección indicada significaba que el país de la Utopía se encontraba en Asia Central.

Otra versión de la misma leyenda afirmaba que la ciudad legendaria se encontraba en el fondo del lago Svetloyar: se ha explorado y no se ha hallado nada. La tradición de Kiteje debería, en realidad, ser situada junto a la de Shambhala septentrional.

Otro tanto puede decirse de la leyenda de Belovodié.

El Diario de la Sociedad Geográfica Rusa publicó, en 1903, un artículo firmado por Korolenko y titulado El viaje de los cosacos del Ural al reino de Belovodié. La Sociedad Geográfica de Siberia Occidental publicó, a su vez, en 1916, un informe de Belosliudov: Aportación a la historia de Belovodié.

Cada uno de estos dos artículos, provenientes de doctas organizaciones, presenta un interés extraordinario. Se trata en ellos de una extraña tradición conservada entre los «Viejos Creyentes». Según ella, había existido un paraíso terrestre en alguna parte, en «Belovodié» o «Belogorié», país de las AguasBlancas o de las Montañas Blancas. No olvidemos que Sham-bhala septentrional había sido fundado sobre la «isla Blanca».

* Secta religiosa que consideraba contrarias a la fe las reformas relizadas en la Iglesia ortodoxa por el patriarca Nikon (1654). Arraigó principalmente en el norte y nordeste de Rusia. N. del T. 

El emplazamiento geográfico de este reino de leyenda es quizá menos vago de lo que podría creerse a primera vista. Entre los numerosos lagos salados del Asia Central, existen varios que se desecan y se recubren de una capa blanca. El Chang Tang y el Kun Lun están cubiertos de nieve.

Nicolás Roerich oyó decir en los montes de Altai que detrás del gran lago y de las altas montañas existía un «valle sagrado». Numerosas personas habían intentado en vano llegar a Belovodié. Algunas lo habían conseguido y habitado allí durante cierto tiempo. En el siglo xix, dos hombres habían llegado a este país de leyenda y vivido algún tiempo en él. A su regreso, habían contado maravillas respecto a esa colonia perdida, añadiendo que habían «visto otras maravillas de las que les está prohibido hablar (22)».

Este relato tiene muchos puntos comunes con el ya mencionado del doctor Lao-Tsin.

De otro relato de Roerich puede concluirse que los habitantes de esas aglomeraciones secretas poseen nociones científicas. Un lama regresó a su monasterio después de haber visitado una de estas comunidades. En un estrecho pasadizo subterráneo, había encontrado a dos hombres portadores de una oveja de raza purísima. Este animal era utilizado en el valle secreto para la cría científica de ganado.

Los archivos vaticanos conservan varios raros informes de misioneros del siglo xix, según los cuales los emperadores de China acostumbraban, en tiempos de crisis, a enviar delegaciones ante los «Genios de las montañas» para solicitar sus consejos. Estos documentos no indican el lugar al que se dirigían aquellos correos chinos, pero no puede tratarse más que de Chang Tang, Kun Lun o el Himalaya.

Los citados informes de los misioneros católicos (como los Anales de la Propagación de la Fe, de Monseñor Delaplace), nos hablan de la creencia de los sabios chinos en seres sobrehumanos que habitaban en las regiones inaccesibles de China. Las crónicas describen a estos «Protectores de la China» como humanos en apariencia, pero fisiológicamente diferentes de los demás hombres.

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