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martes, 21 de agosto de 2018

BOMBAS ATÓMICAS Y NAVES ESPACIALES EN LA PREHISTORIA

BOMBAS ATÓMICAS Y NAVES ESPACIALES EN LA PREHISTORIA
Andrew Thomas

¿Cuál era el nivel de conocimientos en la Atlántida en vísperas del cataclismo? Platón no vacila en hablar de conquistas y de imperialismo de los atlantes en esta última época.

Las escrituras Samsaptakabadha de la India mencionan aviones conducidos por «fuerzas celestes». Hablan de un proyectil que contenía «la potencia del Universo». El resplandor de la explosión es comparado a «diez mil soles». El libro dice: «Los dioses se inquietaron y exclamaron: No reduzcáis a cenizas el mundo entero.»

El Mausola Purva, escrito en sánscrito, menciona «un arma desconocida, un hierro lanzador de rayos, un gigantesco mensajero de la muerte que redujo a cenizas las razas enteras de los vrichnis y los anhakas; los cuerpos consumidos eran irreconocibles; se habían desprendido los cabellos y las uñas; las vasijas de barro se rompieron sin causa aparente, y los pájaros se volvieron blancos. Al cabo de unas horas, todos los alimentos estaban infectados».

Alexandre Gorbovski escribe en sus Enigmas de la Antigüedad que un esqueleto humano encontrado en la India era altamente radiactivo, sobrepasando cincuenta veces el nivel normal. Cabe, en verdad, preguntarse si el Mausola Purva no relatará un hecho histórico, más que una leyenda. 

Hablando de los escombros carbonizados de Borsippa, á los que se identifica a menudo con las ruinas de la torre de Babel, E. Zehren se pregunta en su obra Die Biblischen Hü-gel * qué fuerza habría podido fundir los ladrillos de la zigu-rat. Responde: «Nada, sino un rayo monstruoso o una bomba atómica.»
El profesor Frederick Soddy, premio Nobel, descubridor de los isótopos, escribía en 1909, a propósito de las tradiciones transmitidas hasta nuestros días desde los tiempos prehistóricos;
*
«No encontramos justificación alguna de la creencia según la cual razas humanas hoy desaparecidas hubieran alcanzado no sólo nuestros conocimientos actuales, sino también un poder que nosotros no poseemos aún (17).»

En 1909, no poseíamos aún ese poder, la fuerza atómica. Con toda evidencia, el profesor Soddy admitía la existencia de una antigua civilización que habría dominado la energía nuclear.

Al hablar de esta raza prehistórica, el pionero de la ciencia nuclear contemplaba la posibilidad de que «fuera capaz de explorar las regiones exteriores del espacio».

Los escritos antiguos de la India hablan de aviones y de bombas atómicas, así como de viajes por el espacio. Pushan, dios védico, navega en un barco dorado a través del océano del cielo. Gañida, el pájaro celeste, transporta al señor Visnú a través del cosmos.

El Samsaptakabadha describe vuelos aéreos «a través de la región del firmamento situada por encima de la región de los vientos». ¿No es esto una clara indicación de viajes a través del espacio? 

El Surya Siddhanta, la más antigua de las obras astronómicas escritas en sánscrito, menciona a los siddhas, u hombres perfectos, y a los vidhyaharas, o poseedores del saber, que viajan alrededor de la Tierra «por debajo de la Luna y por encima de las nubes». ¿No hay en ello una clara indicación con respecto a sabios o filósofos que circulaban en órbita en torno a nuestro planeta?

Si relacionamos el canto de Gilgamés con las escrituras de la India, podemos colmar muchas lagunas de la prehistoria humana. En el momento del cataclismo mundial, los «hombres del cielo» de Gilgamés partieron hacia el cielo, ya fuera para describir órbitas en torno a la Tierra, ya fuera, incluso, para volar hacia otros planetas. El Saramanagana Sutrahara cuenta que los hombres podían volar por los aires en navios del espacio, y también que «seres celestes» podían llegar a la Tierra. Cuando se lee este texto, no puede uno por menos de pensar en un tráfico entre nuestro planeta y otros mundos.

Quizá sea más razonable suponer que el gran éxodo de la Atlántida fue realizado un barco, más bien que en avión o en ingenios espaciales, toda vez que éstos estaban reservados a los privilegiados. Los así salvados se instalaron en los cercanos Pirineos, contribuyendo de este modo al impulso de la civilización mediterránea.

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