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jueves, 23 de agosto de 2018

MONTAÑAS SAGRADAS Y CIUDADES PERDIDAS

MONTAÑAS SAGRADAS Y CIUDADES PERDIDAS
Andrew Thomas.

Existen en el ancho mundo buen número de montañas consideradas como «moradas de Dios». Esto es aplicable particularmente a la India, país en el que he escrito este capítulo.

Los hindúes atribuyen un carácter divino a las Nanda Devi, Kailas, Kanchenjunga y a muchas otras cumbres. Según ellos, estas montañas sirven de resistencia a los dioses. Más aún, no son solamente los picos lo que se considera sagrado, sino también las profundidades de las montañas.

Se afirma de Siva que tiene su sede en el monte Kailas (Kang Rimpoche). Se cuenta también de él que descendió se bre el Kanchenjunga, mientras que la diosa Lakshmi, por el contrario, se elevó hacia el cielo desde una cumbre. Al analizar estos mitos, se tiene la impresión de que en aquella época remota en que los dioses se mezclaban con los hombres se producía un tráfico en los dos sentidos a través del espacio.

A partir del momento en que se encaminó desde el salvajismo a los rudimentos de la civilización, la Humanidad creyó en la existencia de dioses poderosos y bienhechores. Ciertas localidades terrestres y ciertas regiones del cielo eran consideradas como sedes de esos seres celestes. En la antigua Grecia, se consideraban el Parnaso y el Olimpo como los lugares en que tenían su trono los dioses. 

Según el Mahabharata, los asuras viven en el cielo, mientrasque paulomas y kalakanjas habitan en Hiranyapura, la ciudad dorada que flota en los espacios; pero, al mismo tiempo, los asuras disponen de palacios subterráneos. Los nagas y los gañidas, criaturas voladoras, tienen igualmente residencias subterráneas. Bajo una forma alegórica, estos mitos nos hablan de plataformas espaciales, de vuelos cósmicos y de los lugares terrestres que se utilizan para el despegue.

Los puranas mencionan a los «sanakadikas», «los ancianos de dimensiones espaciales». La existencia de estos seres es inexplicable si rechazamos la posibilidad de viajes espaciales en la Antigüedad.

Puesto que una navegación interastral sería imposible sin conocimientos astronómicos, la indicación del Surya Siddhan-ta, según la cual Maya, señor de Átala (¿Atlán?), aprendió la astronomía del dios del Sol, parece señalar una fuente cósmica de su saber.

Sean griegos, egipcios o hindúes, los dioses aparecen invariablemente como bienhechores de los hombres, a los que suministran conocimientos útiles y consejos en los momentos críticos.

Las escrituras de la India hablan de la montaña Mera, centro del mundo. Por una parte, se identifica con el monte Kai-las, en el Tibet; por otra, se pretende que se eleva hasta una altura de 84.000 yojanas, o 662.000 kilómetros por encima de la Tierra. ¿Sería el monte Kailas una puerta hacia el espacio, que habría existido mucho tiempo antes de la destrucción de la Atlántida por el último cataclismo? 

Los relatos referentes a seres superiores que habitaban en ciertas montañas se hallan difundidos por todos los continentes. El monte Shasta, en California, ocupa un lugar predominante en la mitología de los indios americanos de la costa noroeste del Pacífico. Una de sus leyendas narra la historia del Diluvio. Nos habla de un antiguo héroe, llamado Coyote, que corrió a la cima del monte Shasta para salvar la vida. El agua le siguió, pero no alcanzó la cumbre. En el único lugar que habiaquedado seco, en la cúspide de la montaña, Coyote encendió una hoguera, y, cuando las aguas descendieron, Coyote llevó el fuego a los escasos supervivientes del cataclismo y se convirtió en el fundador de su civilización (25).

En todos estos mitos se hace referencia a tiempos antiguos en los que el jefe de los Espíritus celestes descendió con su familia sobre el monte Shasta. Se habla igualmente en ellos de visitas realizadas a los Hombres celestes por los habitantes de la Tierra.

Los mitos del monte Shasta podrían relacionarse con acontecimientos producidos en el pasado: el gran Diluvio, el desembarco de aviadores o de astronautas y la construcción de refugios subterráneos en el interior de las montañas. Podrían existir todavía colonias establecidas entonces: no faltan testimonios en apoyo de esta hipótesis.

Hacia mediados del siglo pasado, en el momento de la estampida hacia el oro de California, los buscadores afirmaron haber visto misteriosos destellos luminosos por encima del monte Shasta. A veces, se producían en tiempo despejado: no podía, por tanto, tratarse de relámpagos. Tampoco la electricidad podía servir de explicación, pues la región no estaba aún electrificada.

En época más reciente, se han visto también automóviles cuyo motor dejaba de funcionar, sin razón aparente, en las carreteras que conducen hacia el monte Shasta.

En 1931, cuando un incendio forestal devastó esta montaña, el fuego se vio súbitamente detenido por una misteriosa niebla. La línea de demarcación alcanzada por el incendio se mantuvo visible durante varios años: describía una curva perfecta en torno a la zona central.

En 1932 se publicó un artículo muy curioso en Los Ángeles Times. Su autor, Edward Lanser, afirmaba, después de haber interrogado a los habitantes de los contornos del monte Shasta, que desde hacía docenas de años era conocida la existencia de una extraña comunidad que habitaba sobre la montaña oen el interior de ella. Los habitantes de este fantasmal poblado eran hombres blancos, de elevada estatura y noble aspecto; tenían espesos cabellos, llevaban una cinta en la frente y se cubrían con blancas vestiduras (26).

Los comerciantes afirmaban que estos hombres aparecían de vez en cuando en sus establecimientos para hacer compras. Pagaban siempre con pepitas de oro de un valor mucho mayor que el de las mercancías adquiridas.

Cuando los shastianos eran vistos en el bosque, éstos trataban de evitar todo contacto, huyendo o desapareciendo en los aires.

En las laderas de las montañas aparecían a veces extrañas cabezas de ganado pertenecientes a los shastianos. Estos animales no se parecían a ninguno de los conocidos en América.

Para aumentar el misterio, se ha observado la presencia de aeronaves en el territorio del monte Shasta. Carecían de alas y no producían ningún ruido; a veces, se zambullían en el océano Pacífico y continuaban su viaje como barcos o como submarinos (27).

¿Existe en lo profundo de la montaña un refugio de estos Hombres celestes, como pretenden las antiguas leyendas de los indios? ¿Habrían, efectivamente, escapado al Diluvio por los aires?

En México existen, al parecer, comunidades secretas del mismo tipo. En su obra Misterios de la antigua América del Sur, Harold T. Wilkins habla de un pueblo desconocido que vivía en este país e intercambiaba mercancías con los indios. Se aseguraba que procedían de una ciudad perdida en la jungla, Roerich nos habla en sus relatos de hombres y mujeres misteriosos, habitantes de las montañas, que acudían a Sin-kiang para hacer sus compras y pagaban con antiguas monedas de oro. No obstante hallarse separados por una gran distancia, México y el Turquestán presentan muchos puntos comunes en estas apariciones de seres extraños. 

El zodíaco de Dendera (Egipto) comienza, curiosamente, con el signo de Leo en el equinoccio de primavera. Abarca un período que se extiende desde 10950 hasta 8800 a. de C, época en que, según Platón, la Atlántida fue sumergida por las aguas.

Los textos sagrados, los mitos y el folklore de todos los países mencionan el gran diluvio que anegó la Tierra en una época remota. Este cuadro de Bruni representando el Diluvio se conserva en la catedral de san Isaac, en Leningrado.

Un misterioso bajorrelieve sobreun sarcófago de Palenque (México) puede ser interpretado como os mandos de un avión o de un cohete. Época maya. 

Quetzalcoatl, ¿el enviado divino que trajo a la Tierra la civilización maya, o un cosmonauta tocado con un casco espacial?

Huella de un zapato hallada en una capa calcárea de Nevada, y que pertenece a una época anterior a la aparición del hombre.

¿Quién pudo dejar en la greda del desierto de Gobi esta huella que data de hace varios millones de años y que semeja, no obstante, la pisada de una suela?

Los marcianos», fresco rupestre pintado hace unos nueve mil años en una roca de Tassili (Sahara). 

«Los seres sin boca», pintura prehistórica descubierta en la región de Kirrv berley (Australia). ¿Se trata de astronautas cubiertos con su traje espacial? 

En el siglo XVI, los conquistadores españoles descubrieron este «Candelabro de los Andes», que, según Beltrán García, podría ser un gigantesco sismógrafo construido en la época de la civilización preincaica.

En sus Caminatas por las Américas, L. Taylor Hansen habla de un matrimonio americano que, hace varios años, sobrevolaba la jungla del Yucatán en su avión particular. Habiéndose quedado sin gasolina, se vieron obligados a aterrizar en la jungla, donde se encontraron ante una ciudad secreta maya, camuflada para resultar invisible desde el aire.

Estos mayas viven en todo su antiguo esplendor, completamente aislados del mundo exterior, a fin de poder conservar su antigua civilización, que, indiscutiblemente, tiene su origen en la Atlántida. Los americanos fueron obligados a no revelar el emplazamiento de la ciudad. Después de haber permanecido en ella cierto tiempo, regresaron a los Estados Unidos con una opinión muy elevada del nivel moral e intelectual de aquellos habitantes secretos de México.

En sus Incidentes de viaje por América Central, Chiapas y Yucatán, J. L. Stephens, afamado arqueólogo americano, menciona el relato de un sacerdote español que, en 1838-1839, vio en las alturas de la cordillera de los Andes una gran ciudad extendida sobre un vasto espacio, con sus torres blancas que centelleaban al sol. La tradición afirma «que ningún hombre blanco ha podido penetrar jamás en esta cuidad; que sus habitantes hablan la lengua maya y saben que los extranjeros conquistaron todo su país; asesinan a todo hombre blanco que intente entrar en su territorio. No conocen la moneda, ni poseen caballos, ganado, mulos ni ningún otro animal doméstico».

Los conquistadores españoles tuvieron noticia de la tradición azteca referente a puestos avanzados ocultos en la jungla y provistos de depósitos de víveres y de tesoros: en el momento en que los invasores desembarcaron en México, la existencia de estas bases de reservas estaba casi olvidada. Verrill escribe: «El hecho de que no se haya descubierto jamás una de estas ciudades perdidas, en manera alguna demuestra que jamás hayan existido o que no existan hoy (28).»

Los indios quechuas de Perú y Bolivia sostienen que existe en los Andes una vasta red subterránea. Teniendo en cuenta los extraordinarios resultados obtenidos por los constructores de la época preincaica, podría haber algo de verdad en estos relatos.

El coronel P. H. Fawcett, muerto en la jungla, sacrificó su vida a la búsqueda de una ciudad perdida que, en su opinión, hubiera demostrado la realidad de la Atlántida. Aseguraba haber descubierto en América del Sur las ruinas de una ciudad así.

Todas estas leyendas de ciudades perdidas, de montañas sagradas, de catacumbas y de valles inaccesibles deberían ser estudiadas sin ninguna opinión preconcebida: podrían conducirnos al descubrimiento de colonias habitadas por descendientes de la Atlántida, o incluso por razas más antiguas aún.

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