CUANDO LOS DIOSES VIVÍAN ENTRE LOS HOMBRES LOS SEMIDIOSES EN LA HISTORIA
Andrew Thomas.
En las Metamorfosis, de Ovidio, puede leerse que, cuando el fango del gran Diluvio se secó, la tierra vio surgir nuevas y extrañas formas de vida, al tiempo que sobrevivían algunas de las formas antiguas.
Platón se refiere a la tradición de los sacerdotes egipcios, según la cual se habían producido en el pasado numerosas y devastadoras catástrofes. Los Sabios del valle del Nilo decían que la memoria de esos cataclismos se había desvanecido, ya que gran número de generaciones supervivientes habían desaparecido sin haber tenido la posibilidad de dejar huellas escritas.
Teniendo en cuenta la amplitud universal del desastre atlante, es preciso admitir que la actividad volcánica continuó durante numerosos siglos. Mientras la tierra sumergida por las aguas no se secara lo suficiente como para admitir vegetación, no podía existir en ella vida humana ni animal. Los supervivientes de la Atlántida se habían dispersado por todo el mundo. El centro de la cultura, los elementos de la civilización, se habían extinguido. En ausencia de toda escritura en las primitivas condiciones impuestas por la catástrofe, el recuerdo de un poderoso imperio destruido por el fuego y las aguas sólo pudo perpetuarse por medio de la tradición oral. Ahí radica el origen de todos los mitos. Transmitidos de generacion en generación, ciertos hechos fueron olvidados o deformados. Tan sólo con el redescubrimiento de la escritura pudieron preservarse las leyendas de una manera permanente inscribiéndolas en tablillas o papiros.
El folklore ha inmortalizado a los seres divinos que, después del Diluvio, llevaron de nuevo la civilización a la Humanidad. Estos portadores de la antorcha implantaron el culto al Sol. Maestros bienhechores enseñaron a los hombres la astronomía, la agricultura, la arquitectura, la medicina y la reli gión. Las tablillas babilonias de arcilla nos hablan de estos seres descendidos del cielo: «Vino luego el Diluvio, y, después del Diluvio, la realeza descendió de nuevo de los cielos.»
Los cronistas de Sumer nos han legado sus listas de reyes que reinaron después del Diluvio. La Historia no concede crédito a esas listas, porque algunos reyes están señalados como «dioses» o «semidioses». Por otra parte, el período durante el cual gobernó la I dinastía después del Diluvio está cifrado en la inverosímil duración de 24.150 años.
Hasta el siglo xx, los arqueólogos no disponían de un solo documento que demostrara la existencia de reyes de Babilonia con anterioridad a la VIII dinastía. Luego, Sir Leonard Woo-lley descubrió en el monte ATUbaid, cerca de Ur, un antiguo templo dedicado a la diosa de Nin-Karsag. Entre las reliquias figuraba un rosario de oro que llevaba grabado el nombre de A-anni-pad-da. Más tarde, se encontró una tablilla que hablaba de la fundación del templo. Confirmaba, en escritura cuneiforme, que el templo había sido erigido por A-anni-pad-da, rey de Ur, hijo del rey Mes-anni-pad-da.
Ahora bien, Mes-anni-pad-da era el fundador de la III dinastía después del Diluvio, según la lista sumeria de soberanos, y se le consideraba hasta entonces como una personalidad legendaria. Esto nos demuestra que no siempre es aconsejable rechazar como fábulas ciertas leyendas. En el caso presente, encontramos allí una indicación directa del cataclismo y de las «dinastías divinas» que contribuyeron a la reeducación de la Humanidad.
Según Eupolemo (siglo n a. de JC), la ciudad de Babilonia debe su origen a los hombres que se salvaron del Diluvio. Los reyes de Sumer estaban considerados como los descendientes de éstos, y enviados por los «dioses» para reeducar a la raza humana. El primero de tales reyes divinos era Dungi, hijo de la diosa Ninsun (29).
V. A. Obrutchev, miembro de la Academia de Ciencias de la URSS, opina que los supervivientes del cataclismo llevaron la antorcha de las luces a todos los continentes. Su escuela de pensamiento científico define a la civilización desaparecida como «cultura madre».
Los seres superiores que llevaron nuevamente a la Humanidad a la civilización después de la desaparición de la Atlántida recibieron generalmente honores divinos. Los incas, así como los antiguos soberanos de Egipto, eran venerados como Hijos del Sol.
Heródoto indica claramente que Egipto fue gobernado por «dioses» que vivían entre los hombres. Según él, Horus, que venció a Tifón, fue el último dios que ocupó el trono de Egipto.
Cuando se dieron todas las condiciones para que el hombre pudiera actuar de nuevo sobre la Tierra, se asistió a la aparición de héroes. Dionisos, descendiente de Poseidón, rey de la Atlántida, recorrió el mundo entero enseñando la agricultura y la moral a los pueblos primitivos. El papiro de Turín afirma que el establecimiento de una dinastía de semidioses en Egipto se produjo en el año 9850 a. de JC.
Jean Bailly, sabio francés del siglo xvm, suscita una oportuna cuestión en su monumental Historia de la astronomía:.
«¿Qué son, en definitiva, todos esos reinos de Devas (indios), o de Peris (persas), o esos reinos de las leyendas chinas: esos Tien-Hoang o reyes de los Cielos, coi* pletamente distintos de los Ti-Hoang, o reyes de la Tierra, y los Gin-hoang, hombres reyes, distinciones que concuerdan a la perfección con las de griegos y egipcios en sus enumeraciones de las dinastías de dioses, semi-dioses y mortales? (30)»
Las tradiciones concernientes a los dioses y los semidioses tienen un carácter universal y permanente; aunque con frecuencia acompañadas de superstición, deben ser consideradas como vagas evocaciones de tiempos antiguos en que hombres representantes de una elevada civilización precedente sirvieron de guías a los supervivientes del cataclismo.
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