ELECTRA, HIJA DE ATLAS
Andrew Thomas
Entre los antiguos griegos existía un mito curioso. Aquel Atlas que sostenía las columnas situadas en el mar «más allá del horizonte más occidental» tenía una hija que se llamaba Electra. Según otras versiones, el dios Océano era su padre. En griego, Electra significa la «brillante», y también el «ámbar», productor de electricidad por fricción. Y como Atlas es comúnmente identificado con la Atlántida, ¿no podríamos interpretar este mito admitiendo la existencia de electricidad en aquel país sepultado por las aguas?
Poco antes de la Segunda Guerra Mundial, Wilhelm Koe-nig, ingeniero alemán encargado de unas excavaciones en el Irak, realizó un hallazgo extraordinario. En el curso de una excavación en las proximidades de Bagdad, descubrió, por pura casualidad, un poblado parto en el que encontró un cierto número de vasijas que, por su forma particular, hacían pensar en baterías. Su aspecto era el siguiente: un jarro o un cántaro contenía un cilindro de chapa de cobre, en cuyo interior había una varilla que, probablemente, servía de electrodo. Los bordes del cilindro de cobre estaban soldados con una aleación del 60 por ciento de plomo y el 40 por ciento de estaño. La varilla estaba sostenida por un tapón de asfalto. Un disco de cobre iba ajustado en el fondo del cilindro. El betún era utilizado como aislante. El espacio existente entre las paredes del cilindro de cobre y la varilla de hierro se hallaba relleno con ciertos electrólitos, pero las baterías eran tan antiguas que había desaparecido todo rastro de productos químicos.
Interesado por este hallazgo, el célebre sabio Wílly Ley pidió a la «General Electric Company», de Pittsfield, Massa-chusetts, que construyera una copia con la idea de poner a prueba la batería. El laboratorio de la «General Electric» fabricó un duplicado de la batería, rellenándola con sulfato de cobre en lugar del electrólito desconocido..., y el aparato funcionó (48).
Los arqueólogos han descubierto también materiales chapeados por electrólisis, de cuatro mil años de antigüedad, en la misma región en que se habían descubierto las baterías.
Los objetos de cobre descubiertos en Chan Chan, en el distrito Chimu, del Perú, están chapados en oro. Otros ornamentos, máscaras y cuentas, están chapados en plata. Existen también cierto número de objetos de plata chapados en oro. El americano Verrill, escritor y arqueólogo, hace notar que «el chapado es tan perfecto y unido que, si no se conociera su origen, se lo podría tomar por un recubrimiento electrolítico (28)».
La tumba del general chino Chow Chu (265-316 de nuestra Era) encierra un misterio que no ha encontrado explicación. El análisis espectral de un ornamento metálico indica un 10 por ciento de cobre, un 5 por ciento de magnesio y un 85 por ciento de aluminio. El aluminio es un producto de la electrólisis: ¿cómo puede encontrarse en una tumba antigua? Se han repetido los análisis en diversas ocasiones, pero siempre con el mismo resultado. ¿Deberá concluirse que los chinos utilizaban la electricidad en el siglo iv?
Un viejo manuscrito, Agastya Samhita, conservado en la biblioteca de los príncipes indios de Ujjain, contiene sorprendentes instrucciones para la construcción de baterías de elementos secos:
«En un recipiente de barro se coloca una chapa He cobre bien limpia. Se recubre primero con sulfato de cobre y, luego, con serrín húmedo. Después, se pone sobre el serrín una chapa de cinc amalgamado con mercurio a fin de impedir la polarización. A su contacto, se producirá una energía líquida conocida con el doble nombre de «Mitra-Varuna». Esta corriente divide al agua en pranavayu y udanavayu. Se afirma que la unión de un centenar de estos recipientes produce un efecto muy activo (49).»
«Mitra-Varuna» se interpreta fácilmente como cátodo-ánodo, y los pranavayu y udanavayu, como oxígeno e hidrógeno. El sabio Agastya es, por su parte, bien conocido en la Historia como kumbhayoni, derivación de la palabra kumbha, o cántaro, en recuerdo de los cántaros de barro que utilizaba para fabricar sus baterías. Se le atribuye también la construcción de un pushpakavimana, o avión.
Pero, aparte de las baterías, la Historia menciona muchos otros milagros científicos producidos por los antiguos.
Según Ovidio, Numa Pompilio, segundo rey de Roma, solía invocar a Júpiter para que encendiera los altares con llamas venidas del cielo.
En la cúpula del templo que había construido, Numa hacía arder una luz perpetua. En el año 170 de nuestra Era, Pau-sanias vio, en el templo de Minerva, una lámpara de oro que daba luz durante un año sin que se la alimentara.
En las tumbas próximas a la antigua Menfis, en Egipto, se han encontrado en cámaras selladas lámparas que ardían perpetuamente; expuestas al aire, las llamas se apagaron. Se sabe que han existido lámparas perpetuas del mismo tipo en los templos de los brahmanes de la India.
La estatua de Memnón, en Egipto, comenzaba a hablar en cuanto los rayos del sol naciente iluminaban su boca. Juvenal dijo: «Memnón hace resonar sus cuerdas mágicas.» Los incas tenían un ídolo parlante en el valle de Rimac. Naturalmente, habría sido imposible construir estatuas semejantes sin tener conocimientos de física.
Es lícito pensar que las chispas que salían de los ojos de las divinidades egipcias, en particular de los de Isis, pudieron ser producidas por la electricidad: ¿acaso no se han encontrado en Egipto extraños aparatos eléctricos de este tipo? (38).
Luciano 120-180 d. de JC., el satírico griego, nos ha dejado una descripción de las maravillas que vio en el curso de su viaje realizado a Hierápolis, en el norte de Siria. Le fue mostrada una joya incrustada en la cabeza de oro de Hera; emanaba de ella una gran luz, «y el templo entero resplandece como si estuviera iluminado por millares de velas».
Otro milagro: los ojos de la diosa le seguían a uno cuando se movía. Luciano no ha dado explicación a este fenómeno; los sacerdotes se negaron a revelarle sus secretos.
Los frescos, de rico colorido, que recubren las paredes y los techos de las tumbas egipcias tuvieron que ser pintados a plena luz. Pero la luz del día no llega jamás a esas oscuras cámaras. No hay en ellas manchas producidas por antorchas o lámparas de aceite. ¿Se utilizaba luz eléctrica?
Los misterios del templo de Hadad, o de Júpiter, en Baal-bek están relacionados con piedras luminosas. No cabe poner en duda la existencia de esas piedras que, en la Antigüedad, suministraban luz durante las horas nocturnas, pues ha sido descrita por gran número de autores clásicos.
En el siglo i de nuestra Era, Plutarco escribía que había visto una «lámpara perpetua» en el templo de Júpiter Amón. Los sacerdotes le habían asegurado que ardía continuamente desde hacía muchos años; ni el viento ni el agua podían apagarla.
En 1401, se descubrió la piedra sepulcral de Palas, hijo de Evandro; sobre la cabeza de este romano se hallaba colocada una lámpara que ardía con un fuego perpetuo; para apagarla se tuvo que romper toda la escultura,
San Agustín (nacido en el año 354 de nuestra Era) describe una lámpara de fuego perpetuo que vio en el templo de Venus. El historiador bizantino Cedrino (siglo xi) afirma haber visto en Edesa, Siria, una lámpara perpetua que ardía desde hacía cinco siglos.
El padre Régis-Evariste Huc (1813-1860) asegura haber examinado en el Tibet una de las lámparas que arden con un fuego perpetuo.
De las Américas nos llegan también relatos de estas extrañas lámparas. En 1601, al describir la ciudad de Gran Moxo, próxima a las fuentes del río Paraguay, en el Matto Grosso, Barco Centenera nos habla de una isla misteriosa que aún recordaban los conquistadores; «En medio del lago se encontraba una isla, con edificios soberbios cuya belleza sobrepasaba al entendimiento humano. La casa del Señor del Gran Moxo estaba construida en piedra blanca hasta el tejado. Tenía a su entrada dos torres muy altas y una escalera en medio. Dos jaguares vivos se hallaban atados a un pilar situado a la derecha. Estaban echados, encadenados a sendas argollas de oro. En la cúspide de este pilar, a una altura de 7,75 metros, había una gran luna que iluminaba brillantemente todo el lago, dispersando, de día y de noche, la oscuridad y la sombra.»
El coronel P. H. Fawcett oyó decir a los indígenas del Matto Grosso que en las ciudades perdidas de la jungla habían sido vistas luces frías y misteriosas. Escribiendo a Lewis Spen-ce, autor británico, declara: «Estas gentes tienen una fuente de iluminación que nos parece extraña y que representa, probablemente, los restos de una civilización que desapareció dejando unas cuantas huellas.*
Los mandanes, indios blancos de la América del Norte, recuerdan una época en que sus antepasados vivían al otro lado del Océano, en «ciudades de luces inextinguibles». ¿Se trataba de la Atlántida? ¿Heredarían los antiguos estas extrañas lámparas de los supervivientes atlantes?
Hace solamente unas docenas de años, se decía que los habitantes de las islas del Estrecho de Torres poseían bouia, es decir, piedras redondas que proyectaban una penetrante luz. Esas piedras, emisoras de luz, estaban adornadas con conchas, cabellos, dientes y presentaban colores diversos. A gran distancia, se veía de vez en cuando surgir, con gran sorpresa de los hombres blancos, una luz azul verdosa (50).
Recientemente, unos comerciantes de Nueva Guinea descubrieron en la jungla, cerca del monte Guillermina, un valle poblado por amazonas. Vieron, asombrados, grandes piedras redondas de 3,5 metros de diámetro colocadas en lo alto de columnas, que irradiaban una luz semejante a la del neón.
C. S. Downey, delegado participante en la Conferencia sobre Iluminación y Tráfico celebrada en Pretoria, África del Sur, quedó tan impresionado por las extrañas y extraordinarias iluminaciones de aquel poblado de la selva de Nueva Guinea, que no pudo por menos de declarar, en 1963: «Estas mujeres, que se hallan separadas del resto de la Humanidad, han desarrollado un nuevo sistema de iluminación que iguala, e incluso supera, al del siglo xx.»
No es probable que esas amazonas de la jungla hayan podido descubrir un sistema de iluminación superior al nuestro. Cabe que heredaran esas esferas luminiscentes de una civilización desconocida para la Historia.
La presencia en la Antigüedad de iluminaciones artificiales se halla atestiguada por los autores clásicos, así como por el folklore. Electra, hija luminosa de Atlas, podría quizá simbolizar, simplemente, la electricidad conocida en la Atlántida.
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