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domingo, 21 de junio de 2015

La Iglesia, las iglesias y los hombres de Iglesia (II)


Publicado por Alfonso Vila Francés


(Viene de la primera parte)

4. ¿Lo quemas tú o lo quemo yo?

Cómo colgaron a Margarita, que era hombre 

En el año 1460, lunes, a 28 de julio, en el mercado de Valencia, colgaron a Margarita, la cual era hombre, y se llamaba Miquel Borras, el cual era hijo de un notario de Mallorca e iba vestido como mujer, y estuvo en muchas casas de Valencia vestido de mujer, la cual cosa fue conocida, y fue presa y torturada. Y por causa de la dicha Margarita o Miquel, fueron presos algunos y torturados. No obstante, la dicha Margarita fue ahorcada, y la vistieron con camisa de hombre, y bien corta y sin calzones, de manera que mostraba bien todas sus vergüenzas

Dietario del Capellán de Alfonso el Magnánimo.

Este texto que acaban de leer no es una novela, es parte de un documento histórico. El conocido como Dietario del Capellán de Alfonso el Magnánimo es un manuscrito del que se conservan varias copias en diversos archivos históricos, atribuido por los estudiosos al clérigo Melchor Miralles y que se imprimió por primera vez en 1742 bajo el título: Dietari de varies coses en el Regne de Valencia y en altres parts, escrites per un capellà del Rey Don Alfonso el V de Aragó, fins al any 1478. Añadides altres memories diaries desde 1516 hasta 1588. En él se relata el primer ahorcamiento de un travesti del que tengo noticia. Y es curioso, en este caso, el habitualmente parco en comentarios autor del manuscrito, se detiene en una serie de detalles, cosa que nos hace pensar que el caso debió llamarle expresamente la atención. Algo que no parece ocurrir con las condenas a muerte a los sodomitas, a los que se les reserva el castigo de ser quemados vivos. Entre los años 1436 y 1478 tenemos un total de once sodomitas quemados en la hoguera, nueve en la ciudad de Valencia y dos en Gandía. El autor, en estos casos, se limita a escribir: “Lunes, a 15 de septiembre del año 66, quemaron a don Bernat del Bosch, caballero de Santiago, y a dos italianos, por sodomitas”. Y así con el resto de los casos. Si se comparan estas cortas anotaciones con otras referidas a tormentas, riadas, incendios, bodas reales, ataques de piratas, hechos políticos, actos religiosos, o incluso crímenes comunes, llegamos a la conclusión de que la quema de sodomitas no debía ser algo excepcional.

Por cierto, en el caso de Bernat del Bosch, a mí me llama la atención que sea caballero de Santiago, que era un rango equivalente a la nobleza. El propio Velázquez estuvo toda su vida ansiando llevar la deseada cruz distintiva de la orden, y solo lo consiguió al final de su vida, como “gracia” personal de su rey, y por eso se pintó con ella en Las Meninas a posteriori (cuando pintó el cuadro aún no había sido admitido en la orden). Es muy raro que a un noble se le queme por sodomía, o incluso que se le condene a muerte, a no ser que sea por traición y otros delitos muy graves. Tenemos el caso del conde de Villamediana y del conde de Lenos. Pero este es un suceso fuera de lo común y además nunca llegaron a ser formalmente acusados de sodomía (lo pagaron sus criados y esclavos: ellos sí que fueron quemados en la hoguera).

Otro delito de orden religioso que merece la hoguera es el pecado de blasfemia. El autor del manuscrito nos cuenta que:

Marti Sabata, que era muy vicioso y de malas costumbres, tuvo un hijo y una hija de una esclava. Y el domingo, a 26 de noviembre, fue ajusticiado por blasfemar de Nuestro Señor y de la Virgen María.

(Poco después, el sábado dos de diciembre, se quemó a otro familiar, Joan Sabata, del que el cronista no especifica si era hermano o hijo, ni la causa de su condena, aunque debemos suponer que las dos muertes estaban relacionadas).

Todas estas muertes me remiten a una estupenda entrevista a Salman Rushdie, en la que, tras preguntarse si no debía ceder a las presiones de los islamistas radicales, se contestó a sí mismo que:

Y llegué a la conclusión de que sí, que era necesario encarar batalla. No solo eso, sino que se trataba del regreso a una lucha que creíamos haber ganado hacía tiempo. La batalla de la Ilustración. Hace 200 años estaba claro que el enemigo no era el Estado, sino la Iglesia. Que para crear un clima de auténtica libertad de pensamiento resultaba crucial derrotar el poder de la Iglesia para limitar lo que se podía decir. Acabar con las inquisiciones, las excomuniones, las torturas. Que no podía permitirse a la religión dar permiso para decir lo que se podía decir. Gran parte de nuestra actual concepción de la libertad deriva de esa época. Creíamos que no íbamos a vernos obligados a volver a luchar por eso.

(El País Semanal, Nº 1878)

Las anotaciones de este capellán real me recuerdan una época que solemos olvidar. Ahora estas cosas nos parecen más propias del tercer mundo, de países como Pakistán, Afganistán, Somalia, Irán, Mali o Sudán. Pero no. Hace unos cuantos siglos nosotros éramos así, tan integristas como los integristas.

Pero este artículo va fundamentalmente de dos cuestiones. La quema de iglesias y de conventos por parte del propio pueblo español (las quemas producidas por tropas extranjeras, principalmente francesas, en las guerras napoleónicas, o las quemas accidentales, como por ejemplo en la destrucción de Játiva en la guerra de Sucesión, no me interesan), y el uso político del Tribunal de la Inquisición, del que veremos dos ejemplos (y recalco la palabra “político”).

Vamos con la primera cuestión…

Aunque si se le pregunta a cualquiera que sepa algo de historia por la quema de iglesias y conventos nos hablará sobre los episodios de la Segunda República o de la Semana Trágica de Barcelona, lo cierto es que la primera gran quema de edificios religiosos por parte de la propia población de una ciudad tuvo lugar en Madrid en los años 1834 y 1835.

Esta fecha es importante. En 1808 el país era invadido por Napoleón, se producían saqueos y destrucciones de edificios religiosos y el pueblo se ponía de parte de su Iglesia. En 1812-1814, el periodo más intenso de la guerra, el pueblo y los curas luchaban juntos contra los franceses (el conocido caso de Jerónimo Merino Cob, “El cura Merino”, por ejemplo, que luchó como guerrillero primero contra los franceses y luego en las filas carlistas). En cambio, en 1834-35, el pueblo ya no defendía a muerte sus conventos, los quemaba. ¿Qué había pasado para que en un periodo tan corto el pueblo se separará tanto de su Iglesia como para acabar considerándola una enemiga?

Varias cosas: la muerte de Fernando VII provoca la primera guerra carlista. Y los curas mayoritariamente optan por el bando carlista. Pero ya antes habían pasado una serie de hechos muy a tener en cuenta, sobre todo el Trienio Liberal, y también la crisis económica en la que estaba inmerso, como no podía ser de otra manera, el absolutismo español. Además, en 1834 tiene lugar una epidemia de cólera, y se hace correr el rumor de que “el agua de las fuentes públicas había sido envenenada por los frailes”, algo que, en ese momento y dadas las circunstancias, es suficiente para desencadenar la primera matanza de curas de la historia de España (a manos de su propio pueblo, repito, y que se saldó con 73 frailes muertos y numerosos heridos), a la que sigue, evidentemente, el asalto a los conventos. Así, paradojas de la historia, la Iglesia pasa de quemar a ser quemada. Toda esta destrucción y violencia fue luego reconducida hábilmente por los políticos liberales, comoMendizábal, y dio paso a la primera gran desamortización de nuestra historia.


5. El largo brazo de la Iglesia

Cuando los Reyes Católicos le pidieron permiso al papa para crear una Inquisición nacional (el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición), sabían bien lo que hacían. Sería un tribunal que no dependería de Roma sino de la Iglesia y de la monarquía españolas, y sería un tribunal (el único tribunal y el único órgano de control del Estado) que tendría jurisdicción en todos los reinos que formaban por entonces lo que hoy llamamos España. Este detalle es fundamental, como bien sabían los reyes.

El Consejo de Castilla solo servía para Castilla, no para Aragón. La Inquisición no. La Inquisición entraba en todas partes y tenía poder en todas partes: era un instrumento político estupendo.

Esto es lo que sucedió con Felipe II y el caso del secretario Antonio Pérez.

Como es sabido, el tal secretario se fugó a Aragón, donde estaba protegido por los fueros de ese reino y por tanto, lejos de la justicia real. Pero el rey castellano se guardaba una arma secreta, y esa arma era… Sí, lo han adivinado: el Tribunal de la Inquisición.

“Si no me vale la justicia civil, me valdrá la religiosa”, pensó el rey. Lo malo es que, mientras tanto, el secretario huyó a Francia, y Felipe II, enfurecido, descargó su frustración contra el Justicia de Aragón, Juan de Lanuza, que era el que se encargaba de hacer cumplir los fueros y por tanto, el que había dado cobijo a Antonio Pérez. Y así es como un gran magistrado aragonés acabó juzgado y condenado a muerte por un tribunal religioso. En la España de los Austrias aún no se había llegado al absolutismo, pero los reyes autoritarios se apañaban bastante bien…

Siglos después, Fernando VII, un rey con un poder teóricamente ilimitado (uno de los preceptos del absolutismo: la palabra del rey es la ley), tuvo que recurrir en numerosas ocasiones a este tribunal (que él mismo había restaurado, después de ser abolido por las Cortes de Cádiz). Y siempre para perseguir a militares y políticos liberales conspiradores. Para ellos no utilizaba tribunales civiles o militares. Le resultaba más cómodo, rápido y eficaz el tribunal de la Inquisición. Pío Baroja da buena cuenta de ello en su libro sobre el conspirador y militarJuan Van Halen, uno de los pocos que consiguió fugarse de una de la cárceles de la Inquisición (aunque tuvo ayuda desde dentro, les recomiendo que se lean el libro: Juan Van Halen, el oficial aventurero, es muy ameno, además de aprender historia pasarán un buen rato).

Al final este tribunal cayó en 1834, junto con el Estatuto Real de la regente María Cristina, los conventos ardiendo, los curas muertos y los carlistas a las puertas de Madrid. Pero después llegaría la constitución de 1836 y las cosas ya nunca volverían a ser como antes. Aunque aún faltaba bastante para que fueran distintas…

http://www.jotdown.es/2013/03/la-iglesia-las-iglesias-y-los-hombres-de-iglesia-ii/

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