EXISTIÓ UN CÓDIGO SECRETO EN LAS OBRAS DE LEONARDO DA VINCI? (2-2)
Como hemos visto, la primitiva iglesia la llamó «Apóstol de Apóstoles». En la Edad Media habría sido inimaginable que nadie atribuyese a una mujer misión semejante. Si como mantienen algunos críticos, la leyenda de la Magdalena francesa fue inventada por unos monjes medievales, desde luego no le habrían concedido el atributo de Apóstol, por entonces claramente masculino. Lo cual sugiere que el relato se basaba en el recuerdo real de una mujer que estuvo allí, por más que modificado en el decurso de los siglos. Vale la pena señalar además que según los historiadores, hay indicios de que el cristianismo estuvo establecido en la Provenza desde el siglo I. Saintes-Maries-de-la-Mer, está a unas dos horas en coche de Marsella, en la zona de la Camargue, región pantanosa, donde el Ródano desemboca en el Mediterráneo. Saintes-Maries es la única población en una comarca dedicada a la cría de caballos, que es la que ha dado fama a la Camargue, y refugio también de numerosas especies de aves acuáticas, entre las cuales pueden verse bandadas de flamencos que visitan estas costas procedentes de África. Es una tierra primitiva donde al anochecer se levantan enjambres de mosquitos. La nave de Notre-Dame de la Mer se alza como un galeón sobre las casas bajas y descubrimos que esta iglesia del siglo XII estaba amurallada cuando se construyó. Allí se venera a tres Marías: la Magdalena, María Jacobi y María Salomé. Esta iglesia interesó particularmente a René d’Anjou (1408-1480), rey de Nápoles y Sicilia, que según el Priorato de Sión fue uno de sus Grandes Maestres. «El buen rey Renato», pues así pasó a la Historia, era un gran devoto de la Magdalena y pidió permiso al Pontífice para excavar la cripta. Descubrió dos esqueletos, que dijo ser los de María Jacobi y María Salomé, pero no halló ni rastro de la Magdalena. En el interior de la iglesia hay una capilla dedicada a Sara la egipcia y supuesta criada de las Marías. Sara es considerada tradicionalmente como negra, siendo la santa patrona de los gitanos, que se reúnen a miles en la ciudad cada 25 de mayo para celebrar su festividad. Eligen la Reina gitana del año frente a la figura de Sara, y luego sacan a ésta en solemne procesión y se adentran con ella en el mar. Como es natural, dicha ceremonia se ha convertido en uno de los grandes eventos turísticos de la región.
Otro de los visitantes ilustres, que se conmemora por medio de una placa colocada en la plaza de la iglesia, fue el cardenal Angelo Roncalli (1881-1963), entonces embajador del Vaticano en Francia y futuro papa Juan XXIII. Se ha dicho que también fue miembro del Priorato de Sión en la época en que el Gran Maestre era Jean Cocteau. Si vamos a Marsella, donde ella predicó, podemos visitar dos catedrales contiguas. Una sólo tiene 150 años de antigüedad y es la que se halla en uso. Pero el edificio más interesante es el más antiguo, la Vieille Majeure, con imágenes supuestamente auténticas de la vida y obras de la santa en esta región. Exactamente como el domo de Notre-Dame de France en Londres. el techo de ésta simula una gran telaraña. Por su estado ruinoso, sin embargo, la tienen cerrada al público. Esta construcción del siglo XII sobre el emplazamiento de un baptisterio del siglo V parece pertenecer a un culto ancestral a la Magdalena. No sólo tiene una capilla expresamente consagrada a ella, sino que también adorna la capilla de san Sereno una serie de bajorrelieves que representan escenas de su vida, encargados por el mismísimo Renato de Anjou. En uno de ellos está representada predicando, lo cual corrobora la imagen apostólica que dan de ella los evangelios gnósticos. De acuerdo con la tradición local, predicaba en la escalinata de un antiguo templo dedicado a Diana. Cerca del fuerte de San Juan Bautista y el pintoresco puerto viejo, encontramos la abadía de San Víctor, que es otro centro religioso memorable. Ahí ha existido siempre un monasterio desde el siglo V, y aun entonces se construyó sobre una necrópolis pagana. El edificio actual data del siglo XIII, pero la cripta es mucho más antigua y contiene varios sarcófagos ornamentados, de la época romana. Hay asimismo una capilla subterránea consagrada a la Magdalena. Pero lo más fascinante del lugar es la efigie de Notre-Dame de Confession, del siglo XIII, con niño y con la piel negra. Es una más de las legendarias y discutidas «Vírgenes negras». Saliendo de Marsella hacia el este se va a Sainte-Baume. la gran cueva donde se cree popularmente que María Magdalena pasó buena parte de su vida como ermitaña. En la época en que supuestamente estuvo allí la Magdalena, esa gruta era el Santuario de una divinidad pagana. Pero la Iglesia convirtió la Magdalena en una santa convencional, y un antiguo templo pagano en una ermita. Desde Sainte Baume podemos viajar al supuesto lugar de la muerte y enterramiento de la Magdalena, que no es otro sino Saint-Maxirnin-la-Sainte-Baume.
El culto de la diosa egipcia Isis estaría el origen del culto cristiano de la Virgen, pues la diosa egipcia era la simbolización de la Naturaleza, siempre fecundada, pero siempre virgen. Las vírgenes negras son efigies de la Virgen María que la representan como de piel oscura, o incluso completamente negra. Representaciones modernas en las que a la Virgen se la ha dotado premeditadamente de un aspecto étnico negro no entran dentro de esta categoría. El origen de estas imágenes se explica como la adopción por parte del culto popular cristiano en sus primeros siglos de elementos iconográficos y atributos de antiguas deidades femeninas de la fertilidad, cuyos rostros se realizaban en marfil (elemento que al oxidarse se vuelve de un color negruzco), y cuyo culto estaba extendido por todo el Imperio Romano tardío, tales como Isis, Cibeles y Artemisa. Debido a ello pueden encontrarse ejemplos de estas vírgenes por toda Europa. La veneración a las vírgenes negras tiene también numerosos ejemplos en América impulsada por la conquista española. Allí las vírgenes negras del Viejo Mundo surgidas del sincretismo religioso cristiano-pagano atravesarían en algunos casos una identificación con deidades femeninas amerindias o africanas como Pachamama o Yemayá. Los esoteristas medievales utilizaron el color negro en las imágenes de la Virgen, recogiendo el legado de las diosas madres prehistóricas y de sus sucesoras paganas, Isis, Belisana o Artemisa. En el origen del culto a las diosas madres prehistóricas encontramos unas piedras negras caídas del cielo, los meteoritos, adorados como generadores de vida. En nuestros días pueden encontrarse las vírgenes negras en muchos países europeos, especialmente en Francia y España como objeto de gran devoción popular. En la mitología de la antigua Europa céltica, sobre las colinas sagradas dedicadas a la Madre Tierra, llamada Brigit o Belisana, se encendía, el primer día de febrero, una hoguera, el Kildare, que custodiaban nueve vírgenes. Sobre esa hoguera, los druidas cocían en un recipiente, que representaba el caldero mágico del dios Lug, una poción de hierbas medicinales para que la energía regeneradora de los dioses beneficiara al pueblo. Cuando llegaba la noche, cada cual encendía una antorcha en las brasas del Kildare, de manera que éste, a semejanza del fuego cósmico, derramase bendiciones sobre la familia y sus posesiones.
Cuando se estableció el Cristianismo en el viejo mundo se rezaba a Jesús pero, aún así, muchos continuaron con la celebración de los antiguos ritos y subían a los montes a encender sus hogueras tradicionales y a cocer sus pociones, regresando a las casas con sus antorchas mágicas encendidas. La Iglesia se dio cuenta de que no podría acabar con estas costumbres y, en lugar de combatirlas, las substituyó por otras similares, celebradas en fechas parecidas y dedicadas a vírgenes y santos que habían adoptado los caracteres de los antiguos dioses y diosas. Así, Nuestra Señora de la Candelaria toma el lugar de Belisana y es acompañada los días 1 y 2 de febrero por San Lucas, que reemplaza a Lug, dios del caldero. La sacaban en procesión con una vela en la mano rodeada por doncellas que portaban cirios encendidos y los fieles le ofrecían ramos de hierbas medicinales. El sacerdote culminaba la celebración presentándola a todos como La Virgen Madre que trae la Luz al mundo. Lo llamativo, sin embargo, es que su imagen era de color negro ¿Por qué, quién y cómo escogió el color negro para una figura cristiana que debía substituir el viejo culto a la Madre Tierra? A lo largo de la Edad Media, las imágenes de las Vírgenes de rasgos europeos pero de piel negra, fueron abundantes. Tanto es así, que algunas de ellas han llegado hasta nuestros días. Buenos ejemplos lo constituyen las Vírgenes francesas de Marsat y Rocamadour, las alemanas de Altötting y Colonia, las británicas de Glastonbury y Walsingham, las italianas de Loreto y Nápoles y las españolas de Montserrat y Solsona (Catalunya), la de Atocha (Madrid) o las de Peña de Francia y Guadalupe (Extremadura), por mencionar tan solo unas cuantas. La realidad es que en cada lugar donde hubo un santuario a la Madre Tierra se instaló una Virgen Negra. Los autores de esta substitución fueron miembros de órdenes esotéricas, integrados en importantes órdenes religiosas, como las de San Antón, San Benito o el Temple. Oriente Medio siempre fue un punto de confluencia donde se dieron cita tanto las grandes como las pequeñas religiones mistéricas de la antigüedad. En tiempos de las Cruzadas, Tierra Santa conservaba aún restos de cultos iniciáticos a Dionisos, Mithra e Isis, que se entremezclaban con las prácticas de algunos grupos de cristianos orientales. Entre los cultos de Oriente Medio sobresale el de la Diosa Madre, que aparece en todas las grandes religiones de la antigüedad aunque su origen es anterior a ellas. Encontramos así, bajo diversas formas, una Gran Madre o Diosa Tierra, cuyos más antiguos antecedentes son las “Venus paleolíticas” de la prehistoria.
Estas diosas (Isis, Astarté, Cibeles o Artemisa), fueron representadas generalmente de color negro porque eran el símbolo de la Tierra primigenia que, una vez fecundada por el Sol, se convertía en fuente de toda vida. Pero también porque muchas de esas imágenes substituían a una Piedra Negra de origen meteorítico, que había sido venerada en esos santuarios desde tiempo inmemorial. Tanta llegó a ser la fama de poder divino de tales rocas meteóricas que los romanos las requisaron en los países conquistados para venerarlas todas juntas en un templo dedicado a la Magna Mater (la Gran Madre) que construyeron en el Palatino de Roma. Allí lograron reunir la piedra Kybele de Frigia, la Lapis Lineus de Anatolia y El Gebel de Siria entre otras. Y a ellas acudía el pueblo en general para solicitar favores, especialmente relacionados con la fecundidad, tanto como con la fertilidad intelectual y espiritual. Esta veneración por las piedras negras celestes llegó hasta la Edad Media. El ejemplar más famoso, puesto que su culto persiste hasta nuestros días, es el de la negra roca basáltica conservada en el valle de Arabia donde se le adora en el templo llamado Kaaba. Cuando los musulmanes conquistaron La Meca en el año 683 y se apoderaron del templo de la Kaaba, destruyeron 360 ídolos que se encontraban en su interior, pero respetaron, sin embargo la mencionada piedra negra. Por su parte, cuando los templarios entraron en posesión de Chipre, hacia el 1191, encontraron que todavía los habitantes bizantinos de la isla rendían culto, en Pafos, a una Piedra Negra que para los fenicios había personificado a Astarté y que los dorios habían identificado con Afrodita Cipris. Los templarios levantaron allí una iglesia dedicada a Nuestra Señora y pusieron en su altar a una Virgen Negra, en cuyo trono cúbico guardaron la piedra como una reliquia preciosa. Así, tanto musulmanes como cristianos, demostraban una especie de temor reverente ante la idea de destruir una piedra negra que se consideraba sagrada. Atendiendo a diversos simbolismos, parecería que esta adoración de piedras caídas del cielo explicaban de cierta forma el origen de la Vida y su renovación cíclica, por constituir la plasmación material del estado espiritual. Según el simbolismo cabalístico tradicional, por ejemplo, la Piedra Negra Celeste está relacionada con todas las formas derivadas de la Diosa Madre Tierra o asimiladas a ella.
En la Cábala Hebraica encontramos: “El mundo solo comenzó a existir cuando Dios cogió la Piedra de Fundación y la lanzó al abismo de las posibilidades, para que pudiera construirse el mundo sobre ella“. Encontramos también ideas afines en el mito griego del Diluvio y entre los celtas. Los antonianos y los benedictinos del Siglo XI y, tras ellos, los cistercienses y templarios en el Siglo XII asimilaron el sincretismo a través de los contactos que tenían con Anatolia, Siria, Chipre y Egipto, y llenaron Occidente de imágenes de la Virgen Negra, que tenían ocultas en su interior piedras de ese color. Estas vírgenes no fueron instaladas al azar. Los santuarios de las imágenes negras occidentales se levantan sobre las ruinas de templos paganos, que a su vez fueron edificados sobre sitios de adoración prehistóricos megalíticos y son herederos no sólo de sus piedras, bosques, manantiales y pozos, sino de sus ritos, tradiciones, mitos y folklore, que aun están presentes en las celebraciones que honran a las Vírgenes Negras. Hoy día encontramos Vírgenes Negras diseminadas por todo el mundo: En Europa: Francia ( que es el país que tiene mayor número de Vírgenes Negras), Alemania, Austria, Bélgica, República Checa, Holanda, Hungría, Inglaterra, Irlanda, Italia, Lituania, Malta, Polonia, Portugal, Suiza o España. Aparecen igualmente en América, aunque no pueden considerarse rigurosamente como auténticas puesto que algunas son copias o llegaron después de la conquista española. Las vemos en Canadá, Bolivia, Brasil, Ecuador y México. Los hieráticos y morenos rostros de las Vírgenes Negras parecen invitarnos a una búsqueda iniciática personal tras la sabiduría y la suma de conocimiento que han encerrado durante siglos y que, en verdad, aunque requiere perseverancia y esfuerzo, se encuentra al alcance de nuestras manos.
Las reliquias María Magdalena se hallaron, según se dice, enterradas en la cripta de la iglesia de Saint-Maximin el 9 de diciembre de 1279, por Carlos II de Anjou, conde de Provenza. El esqueleto que se creyó era el de María Magdalena estaba en un valioso sarcófago de alabastro que databa del siglo V. Esta inhumación tardía la explicaban los documentos hallados dentro de la misma sepultura. Hasta el año 710, los restos de la Magdalena habían permanecido en otro sarcófago, escondido para protegerlo de las incursiones de los invasores sarracenos, y más tarde fueron trasladados a esta cripta. La sepultura en cuestión se halla todavía en la cripta de la basílica y contiene el supuesto esqueleto de María Magdalena, pero el cráneo se conserva guardado en la sacristía. Carlos de Anjou emprendió la construcción de la basílica, contando con la autorización papal, y la acogió a la protección de la orden de Santo Domingo. Se comenzó en 1295 y quedó más o menos terminada 250 años más tarde, aunque la obra nunca se terminó del todo. El propósito de Carlos de Anjou había sido convertirla en un centro de peregrinación y culto a la Magdalena, aunque no llegó a suplantar la fama de otros centros similares, como el de Santiago de Compostela. Es cierto que la posesión de reliquias era un negocio lucrativo. Pero en lo que concierne a los supuestos despojos de grandes personajes históricos suelen intervenir además otros motivos. En lo que respecta a los huesos de María Magdalena, se creía que estaban en Vézelay de Borgoña, adonde habían sido trasladados procedentes de la Provenza, y se guardaban bajo el altar de la abadía de Sainte-Marie-Madeleine. En 1265, Luis IX de Francia, también conocido como San Luis, gran coleccionista y venerador de reliquias, ordenó la exhumación y dispuso que dos años más tarde fuesen exhibidos en solemne ceremonia a la que él asistió. Por desgracia, los monjes de Vézelay sólo pudieron presentar algunos huesos en un cofre metálico, pero no el esqueleto entero que, hasta entonces, se había supuesto en poder de ellos. Carlos de Anjou, que tendría entonces diecinueve años, debió de asistir a la ceremonia, en tanto que sobrino del rey. Después de este evento, y por motivos que se desconocen, Carlos de Anjou quedó persuadido de que los verdaderos restos de la Magdalena habían quedado en algún lugar de la Provenza, y se obsesionó con la búsqueda. Tanto es así que esa pasión ha extrañado a los estudiosos de todas las épocas, y como escribió un historiador francés, «nos gustaría saber qué motivos tendría el príncipe para tanta devoción».
Carlos de Anjou mandó excavar debajo de la iglesia de Saint-Maximin y llegó a hurgar con sus propias manos. Cuando se encontraron los huesos, Carlos ejerció su influencia cerca del Papa con objeto de conseguir que fuesen reconocidas sus reliquias en detrimento de las que tenía Vézelay, lo cual consiguió en 1295, así como que se autorizase la construcción de la basílica. Se sabe que Carlos hizo sus proyectos en reuniones secretas con los arzobispos de todas las diócesis del entorno. También se encargó de lograr que los dominicos reemplazasen a los benedictinos ya establecidos en Saint-Maximim. Una consecuencia de todo esto, y no poco curiosa, fue que los dominicos adoptaron a la Magdalena como santa patrona en 1297 con el epíteto de «hija, hermana, y madre» de su Orden. Renato de Anjou, descendiente de Carlos y supuesto Gran Maestre del Priorato de Sión, también tuvo en altísima estima a la Magdalena. Se cuenta que tenía un cáliz a imitación del Grial con la siguiente y enigmática inscripción: “El que beba a fondo verá a Dios; el que la apure de un solo trago verá a Dios y a la Magdalena“. María Magdalena mereció gran respeto por parte de la familia de Anjou, pero hay un misterio oculto en ese fervor. El hecho de que Renato de Anjou practicase excavaciones en Saintes-Maries-de-la-Mer, en busca de restos de la Magdalena, ha de juzgarse muy extraño, puesto que 200 años antes, Carlos aseguró haberlos encontrado en Saint-Maximin. En Marsella hay una de las misteriosas «Vírgenes Negras» conectadas con la tradición de la Magdalena. Estas figuras religiosas son las imágenes habituales de la Virgen con el Niño, pero en que la Virgen aparece con piel de color negro. ¿Qué relación pueden tener con la Magdalena? Todas y cada una de estas figuras, dondequiera que fuesen halladas, se convirtieron en centro de un culto importante. Aunque se han encontrado en una gran extensión de Europa, la mayor proporción de ellas se da en el sur de Francia. Pero la veneración a las Vírgenes negras no fue bien vista por la Iglesia. El escritor Ean Begg, en su libro The Cult of the Black Virgin (1985), nos explica lo siguiente: “La hostilidad fue inconfundible el 28 de diciembre de 1952 cuando iban a presentarse [colaboraciones acerca de] las Vírgenes Negras ante la Asociación Americana para el Progreso de las Ciencias. Todos los curas y monjas presentes entre el público abandonaron la sala”.
Para explicar que las Vírgenes sean negras se han aventurado varias teorías. Una posibilidad es que fueran traídas por los Cruzados de lugares donde la población tenía la piel de este color. Pero hay otra teoría bastante más probable, y es que las Vírgenes negras se vinculan, por lo general, a emplazamientos paganos mucho más antiguos. Y si bien la cristianización de esos santuarios ha sido un hecho común en toda Europa, la propia negritud de estas imágenes sugiere que son la continuación de una diosa pagana revestida de ropajes cristianos. Quizá sea ésa la causa de que la Iglesia las tratase con cierto desdén. Pero la relación con el paganismo no explica por sí sola el motivo de que las Vírgenes sean negras. Pero muchas de estas localizaciones se vinculan a deidades precristianas, como Diana y Cibeles, a las que sí se representó como negras durante los largos períodos en que su culto estuvo vigente. Otra diosa representada generalmente como negra fue Isis, cuyo culto en la región mediterránea sobrevivió hasta bien entrado el período cristiano. Hermana de Neftis, era una divinidad de múltiples aspectos, y cuyos dones particulares incluían la magia y la sanación, íntimamente asociada al mar y a la Luna. También su consorte Osiris era negro, en tanto que dios del mundo subterráneo y de la muerte. Éste fue traicionado y muerto por Set, el dios del mal, pero mágicamente devuelto a la vida por Isis a fin de engendrar el infante Horus. Se sabe que los primeros cristianos tomaron en beneficio de la Virgen María buena parte de la iconografía de Isis. Por ejemplo, le adjudicaron varios de los títulos de Isis, como el de «Estrella del mar» y el de «Reina de los Cielos». También la representación tradicional de Isis, de pie sobre una media luna, o con el cabello cuajado de estrellas, o una orla de estrellas alrededor de la cabeza, fue adoptada con frecuencia para la Virgen. Y aunque los cristianos crean que las figuras de Virgen con Niño son una iconografía exclusivamente cristiana, de hecho todo el concepto de Nuestra Señora con niño se hallaba ya bien asentado en el culto de Isis. También a ésta se le rindió culto como santa virgen. Pero, aunque fuese asimismo la madre de Horus, esto no suponía ninguna dificultad en las mentes de sus millones de seguidores. Pues a diferencia de los cristianos actuales, obligados a admitir el dogma de la virginidad como artículo de fe y como suceso histórico real, los seguidores de Isis y otros paganos no se enfrentaban a un dilema intelectual de ese género. Para ellos, Zeus, Venus o Ma’at anduvieron o no por la Tierra en algún momento, pero lo importante no era esto sino lo que encarnaban.
Isis recibía culto como Virgen o como Madre, pero nunca como madre virgen al mismo tiempo. Cada diosa, y también Isis, representaba la totalidad de la experiencia femenina, sin exceptuar el amor sexual, y por consiguiente podía ser invocada por una mujer para que la socorriese ante cualquier género de dificultad. Algunas veces se representó como negra a Isis, esa mujer que representa el ciclo de vida femenino completo. Y su culto estuvo mucho más difundido de lo que generalmente se cree. Por ejemplo, se descubrió un templo consagrado a ella en lugar tan septentrional como París, junto con indicios de que no era un centro aislado. Isis, la bella diosa adolescente, a quien una mujer podía rezar sin escrúpulos de conciencia para absolutamente todo, sedujo a las mujeres de todas las culturas. Cuando surgió la Iglesia, tan patriarcal ella, la primera intención fue la de erradicar los cultos femeninos de los paganos. Pero la necesidad de una diosa continuaba ahí, y representaba un peligro para los Padres de la Iglesia. Así que permitieron la veneración a la Virgen María como una especie de versión expurgada de Isis, aunque absolutamente desvinculada de los imperativos biológicos, emocionales y espirituales de las mujeres de verdad. Fue un sucedáneo de diosa creado por misóginos para un ambiente misógino. Pero no era fácil que la asexuada Virgen María pudiese suplantar el rol de Isis y que ello no suscitase ninguna reacción por parte de sus seguidoras. La madre de Jesús, esencialmente buena pero desprovista de relieve en los relatos evangélicos, ¿cómo reemplazaría a una figura como la de Isis, que no sólo era la virginidad, la maternidad y la sabiduría, sino además iniciadora sexual y dueña de los destinos de los hombres? Tal vez el culto a María Magdalena ocultase en realidad una idea de la mujer mucho más antigua y más completa. Es evidente que los santuarios de Vírgenes negras tienen relación con antiguos emplazamientos paganos, pero hay otro vínculo no tan ampliamente conocido. Una y otra vez, esas figuras enigmáticas y sus antiquísimos cultos florecen al lado de los consagrados a María Magdalena. Por ejemplo, la célebre figura negra de Sara la Egipcia, que está en Saintes-Maries-de-la-Mer, el mismo lugar donde se dice que desembarcó la Magdalena al término de su viaje desde Palestina. En la región de Marsella tienen no menos de tres Vírgenes negras, una de ellas en la cripta de la basílica de Saint-Victor, contigua a la capilla subterránea consagrada a María Magdalena. La otra está en la iglesia que María Magdalena tiene en Aix-en-Provence, cerca del lugar donde se cree fue sepultada. Y la tercera está en la catedral de esta misma ciudad, la de Saint-Saveur.
Es innegable la relación entre el culto a María Magdalena y el de las Vírgenes negras. Ean Begg ha relacionado no menos de cincuenta centros del primero, que también poseen santuarios dedicados a alguna Virgen negra. Un estudio de las localizaciones de Vírgenes negras en Francia muestra la concentración máxima en el polígono entre Lyon, Vichy y Clermont-Ferrand, con centro en una cordillera llamada Les Monts de la Madeleine. También hay una importante aglomeración en la Provenza y los Pirineos orientales, regiones ambas íntimamente unidas a la leyenda de la Magdalena. Así que la asociación entre ambos cultos queda clara, aunque no sus razones. Y volvemos a topar con el Priorato de Sión, a quien el culto de la Magdalena merece un particular interés, aunque eso no sea muy conocido. Varios de los emplazamientos vinculados al Priorato tienen sus propias Vírgenes negras. Por ejemplo, Sion-Vaudémont y también la ciudad donde sus miembros celebran tradicionalmente la elección del Gran Maestre, es decir Blois, en el valle del Loira. Más exacto sería decir que la veneración de las Vírgenes negras ocupa un lugar central para el Priorato. Sus miembros destacan como devoción especialmente recomendada la de Goult, cerca de Avignon. Ésta tiene la advocación de «Notre-Dame de Lumière», es decir Nuestra Señora de Luz. Ellos al menos no albergan ninguna duda en cuanto al significado real de la Virgen negra; como ha escrito explícitamente Pierre Plantard de Saint-Clair, «la Virgen Negra es Isis y su nombre es Notre-Dame de Lumière». Plantard de Saint-Clair explica la relación entre el Priorato y las Vírgenes negras diciendo que su veneración fue promovida por los reyes merovingios. Pero la afirmación no acaba de encajar con el postulado de que provenía del linaje judío de David. Según Begg, la veneración del Priorato moderno hacia Isis puede considerarse como el intento de establecer para sí mismos un origen que se retrotraiga a la época de los romanos o más atrás todavía, las deidades femeninas a las que se rendía culto en las Galias: pero las deidades de las Galias eran principalmente Cibeles y Diana, pero no Isis. Pero Plantard de Saint-Clair insiste en que el Priorato tiene que ver concretamente con Isis. Begg sugiere que podría tratarse de un artificio para insinuar alguna vinculación importante con la antigüedad egipcia.
Si existiera un personaje legendario que pudiese entenderse como un puente entre la tradición pagana y la cristiana alrededor del culto a las Vírgenes negras, sin duda sería María Magdalena. Hemos visto que ésta era muy importante para el Priorato y que éste ve a Isis en las Vírgenes negras. Pero ¿cómo fue que Magdalena acabó relacionándose con antiguos emplazamientos de santuarios paganos? Una posible pista podría buscarse en el Cantar de los Cantares, del Antiguo Testamento, y tradicionalmente atribuida al rey Salomón en elogio de los encantadores atributos de la reina de Saba. Es curioso observar que el día de la Magdalena se lee en las iglesias católicas un pasaje del Cantar de los Cantares, que dice: “En mi lecho, por la noche, busqué al amor de mi vida; lo busqué, pero no lo encontré. Me levantaré, recorreré la ciudad, por las calles y las plazas buscaré al amor de mi vida. Lo busqué, pero no lo encontré. Me encontraron los centinelas, los que hacen la ronda por la ciudad:«¿Habéis visto al amor de mi vida?». Apenas los había pasado, cuando encontré al amor de mi vida. Lo abracé y no lo he de soltar hasta que no lo haga entrar en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me engendró“. Desde los primeros tiempos de la era cristiana se ha asociado a la Magdalena con el Cantar de los Cantares. En este caso es posible que los versos oculten alguna otra relación, porque pone en boca de la amante las palabras «morena soy, pero hermosa», por donde vemos otro vínculo con la veneración de las Vírgenes negras. Y, si creemos al Priorato en este punto, con la diosa egipcia Isis. Si no se ven muy claras las relaciones entre la Magdalena y las Vírgenes negras, menos aún las encontramos entre la santa y el Cantar de los Cantares. Es verdad que Isis salió en busca de su esposo Osiris, como la amante que se lamenta en los versos citados, pero ¿qué paralelismo puede haber con la historia de María Magdalena? Hay otro elemento que debe tenerse en cuenta y que complica todavía más la cuestión. La Provenza, domicilio de la veneración a María Magdalena y a varias Vírgenes negras, muestra asimismo el poderoso influjo de otro personaje significativo del Antiguo Testamento: Juan el Bautista. En efecto, sorprende comprobar cuántas iglesias se le han consagrado en esa región, y cuántos lugares están dedicados a su nombre. En Marsella, además de una iglesia de San Juan Bautista hallamos el fuerte de San Juan, de los antiguos caballeros hospitalarios, que todavía guarda la entrada del puerto. En Aix-en-Provence está la iglesia de San Juan de Malta, y para mostrar el camino, un bajorrelieve que representa la decapitación de Juan el Bautista en un muro de la calle por donde se va al templo.
La mayor concentración de santuarios consagrados a la Magdalena corresponde a una densidad de iglesias consagradas a Juan el Bautista. Tal vez esa relación extraña en apariencia inspiró las especulaciones de Ean Begg: “[…] el caso de las Vírgenes negras incluye tal vez un secreto herético susceptible de escandalizar y asombrar incluso en estos tiempos actuales de actitudes poscristianas, y lo que es más, un secreto que afecta a fuerzas políticas todavía influyentes en la Europa moderna“. La abundancia de edificaciones dedicadas a Juan el Bautista podría explicarse recordando que los hospitalarios, más tarde llamados caballeros de Malta, le profesaron siempre una veneración especial, y tuvieron destacada presencia en la región. Pero también hay que contar con otra gran Orden de caballería, aún más famosa, que tuvo fuerza en el sur de Francia y también veneraba especialmente al Bautista. Se trata de los caballeros templarios. Si visitamos los alrededores de Saint-Jean-Cap-Ferrat, donde residió Jean Cocteau, podemos visitar una iglesia consagrada a Juan el Bautista, que también da nombre a la población. Una vez más esto se debe a la presencia de los caballeros de Malta, cuya capilla del Saint-Hospice ocupa todavía el lugar que tuvo dentro del antiguo fuerte. En la ornamentación de la capilla sobresalen las placas que conmemoran las visitas de los Grandes Maestres de diferentes épocas. La plaza exterior se llama «Place des Chevaliers de Malte» y la domina una gran figura de bronce que representa una Virgen con Niño. Pese a la pátina color verde oscuro que la recubre, allí la llaman La Vierge Noire. Con sus más de cinco metros de altura, lleva casi un siglo mirando al mar. He aquí otra manifestación del extraño vínculo, casi diríamos simbiótico, entre los emplazamientos de las Vírgenes negras y los dedicados a Juan Bautista.
En el puerto de la pequeña ciudad de Villefranche-sur-Mer hallamos una relación inesperada con el Priorato de Sión. Hay una capilla de la cofradía de pescadores, consagrada a san Pedro, el «Gran Pescador», que fue proyectada y ejecutada por Jean Cocteau. Quedó terminada en 1958, aunque se dice que había sido un sueño suyo desde hacía muchos años. Lo que cuenta en este caso es que él se encargó de todos los detalles de la decoración, desde la renovación del enlucido hasta el diseño de los candeleros. El resultado final es extraño, ya que recuerda vagamente la decoración de algún templo masónico, aunque con una imaginería notablemente más surrealista. En todas partes hay ojos pintados, gigantescos los situados a uno y otro lado del altar. Hay constelaciones de ojos por todas partes, además de unas figuras muy peculiares, como la de una mujer que mira intencionadamente y apunta con tres dedos al espectador. De todo este amasijo de extraños símbolos y personajes que contiene la capilla, sin embargo, llama especialmente la atención una escena que representa a gitanos bailando alrededor de una divinidad adolescente, obvia alusión a la ceremonia anual de Saintes-Maries-de-la-Mer. No deja de extrañar esta referencia al otro extremo de la Provenza, y en una capilla consagrada a san Pedro, que, según los evangelios gnósticos, era enemigo de María Magdalena, la predilecta del Priorato de Sión. La decoración de esta capilla fue el último trabajo de Cocteau antes de emprender el mural de la iglesia londinense. Y, en ambos casos, el visitante sale del lugar con una sensación como si unas imágenes subliminales le hubiesen comunicado a nivel inconsciente algo muy distinto del mensaje que supuestamente debe contener un templo cristiano. Al norte de Niza hay varios pueblos con santuarios de la Magdalena al lado de otros dedicados a Juan Bautista. Es el valle del río Vésubie, donde hallamos topónimos que evocan las mismas asociaciones halladas en las cercanías de Saint-Jean-Cap-Ferrat. Por ejemplo la aldea de Sainte-Madeleine tiene por vecinas una Marie y un Saint-Jean. En la misma comarca encontramos un conjunto medieval, Utelle, que fue de los templarios. En sus muros y estrechas callejuelas vemos los sellos esotéricos de los antiguos alquimistas. Valle arriba está Roquebillière, otro asentamiento de los monjes-soldados. La ciudad más importante es Saint-Martin-de-Vésubie, escenario de una legendaria matanza de templarios en 1308.
En estos parajes veneran a otra famosa Virgen negra, la Madone des Fenestres (Nuestra Señora de las Ventanas), aunque no falte quien haya puesto en tela de juicio la advocación actual, introducida en el lugar por los templarios. Pero la tradición local dice que la figura fue traída a Francia por María Magdalena. Son leyendas, no necesariamente fundadas en nada real, pero queda el hecho curioso de que a las gentes de estos lugares, por lo visto, les parece muy natural el establecer asociaciones entre la Magdalena, la veneración de las Vírgenes negras y los templarios. Al otro lado del valle está el pueblo de Saint-Dalmas y, en éste, la iglesia templaria de Sainte-Croix, uno de los monumentos religiosos más antiguos de Francia. En las paredes, unos frescos representan a Salomé, que enseña la cabeza de Juan el Bautista a su madre Herodías y a su padrastro Herodes. Bien es cierto que muchas iglesias tienen alguna que otra imagen del Bautista, pero el tema elegido suele ser el bautismo de Jesús. Muy raras son las escenas de la decapitación de Juan, o que muestren su cabeza cortada. Pero hay varias en esta parte de Francia y tal circunstancia no es casual porque, como se ha mencionado, la comarca tuvo en otros tiempos gran densidad de templarios y otras órdenes similares. Como se sabe, Juan el Bautista fue el santo patrono de los templarios, quienes lo reverenciaron especialmente. Pero aún está por ver por qué este Juan tenía tanta importancia para los templarios y los caballeros de Malta. En la Provenza las leyendas locales sobre la Magdalena tenían un trasfondo consistente. Al mismo tiempo se descubrían inquietantes atisbos de algo más antiguo y más trascendente. Dondequiera que hubiese una Magdalena había una Virgen negra, por lo general. Y donde funcionó ese culto, hubo antes un floreciente santuario consagrado a una diosa pagana. Otros hilos de la trama conectaban a ese fenómeno con el Priorato de Sión, e inexplicablemente, con la veneración de los templarios por Juan el Bautista.
Pero las leyendas acerca de la Magdalena han viajado mucho más allá de la Provenza francesa. Muchas anécdotas se refieren a ella en el Midi, más cerca de los Pirineos, hacia el sudoeste y en la región de Ariège. Se dice que llevó a estas tierras el Santo Grial. Como cabía esperar, son también tierras de muchas Vírgenes negras, sobre todo en los Pirineos orientales. En la región de Languedoc-Rosellón abundan los indicios de la turbulenta historia de estos parajes. Ruinas de castillos y de antiguas ciudadelas, arrasados por orden de reyes y de Papas, recuerdan brutalidades, tan habituales en la Edad Media. Porque el Languedoc-Rosellón fue la cuna de una herejía. Lo que en otros tiempos se llamaba tan sólo Languedoc, por el idioma del país, la Langue d’Oc, se extendía desde la Provenza hasta la región comprendida entre Toulouse y los Pirineos orientales. Hasta el siglo XIII ni siquiera formaba parte de Francia, sino que era feudo de los condes de Tolosa, teóricos vasallos de los reyes de Francia, pero en la práctica más ricos y poderosos que éstos. Durante los siglos XI y XII estas tierras eran la envidia de Europa por su civilización y su cultura. En arte, literatura y ciencias iban por delante de todo el mundo. Pero en el siglo XIII esta brillante y fastuosa cultura quedó destrozada por una invasión de los bárbaros del norte. Para muchos de los habitantes actuales su país sigue llamándose Occitania. El antiguo Languedoc siempre fue un reducto de ideas heréticas y heterodoxas, probablemente porque una cultura que favorece la búsqueda del conocimiento ha de ser tolerante con las ideas nuevas y radicales. Elemento central de ese ambiente fueron los trovadores, músicos peregrinos que cantaban canciones de amor. Sin embargo, la influencia del movimiento se extendió mucho más allá del Languedoc, y tuvo especial arraigo en Alemania y Holanda, donde los llamaron Minnesinger, que significa literalmentecantores de la mujer. Pues bien, ese Languedoc fue el primer escenario europeo de un genocidio cuando hubo una matanza de más de 100.000 seguidores de la herejía cátara, durante la cruzada albigense, efectuada por mandamiento del Papa. El nombre de albigense deriva de la ciudad de Albi, uno de los focos de la insurrección. Precisamente la Inquisición se creó inicialmente para interrogar y exterminar a los cátaros. Pero esta matanza no ocupa en el imaginario moderno un lugar comparable al de otros holocaustos más recientes, seguramente debido a que la cruzada albigense tuvo lugar en el siglo XIII.
Aparte los cátaros, esta región era y ha sido siempre un centro de la alquimia. No pocas poblaciones conservan huellas de las preocupaciones alquímicas de sus habitantes, como las ornamentaciones con símbolos esotéricos que vemos en las casas de Alet-les-Bains, en las cercanías de Limoux. Hacia 1330 o 1340 se produjeron en Toulouse y Carcasonne las primeras acusaciones de hechicería. En 1335 la Inquisición de Toulouse acusó a sesenta y tres personas. Destacó especialmente una joven acusada, Anne-Marie de Georgel, de quien se considera generalmente que habló en nombre de los demás al describir sus creencias. Dijo que para ellos la Tierra era campo de batalla entre dos dioses, el Señor de los Cielos y el Amo de este mundo. Y que ella y los demás apoyaban a este último porque estaban convencidos de que sería el ganador. Lo cual pareció tal vez «hechicería» a los interrogadores, pero era puro y simple gnosticismo. Muchos elementos paganos sobrevivieron en estos parajes y aparecen todavía en los lugares más sorprendentes. Pues si bien es posible ver relieves del «Hombre Verde», ese primitivo dios de la vegetación que fue venerado en la mayoría de las comarcas rurales de Europa, no es tan normal que lo describan como descendiente de una divinidad del Antiguo Testamento. Como han escrito A. T. Mann y Jane Lyle, en su obra Sacred Sexuality: “Lilith consiguió hacerse un lugar en una iglesia, a saber, la catedral pirenaica de Saint-Bertrand-de-Comminges: hay en ésta un relieve que representa una mujer con alas y patas de pájaro que da a luz un personaje dionisíaco, el «Hombre Verde»“. Según Josefo, el historiador judeorromano del siglo I, el perverso triunvirato formado por Herodes, su intrigante esposa Herodías y su hijastra Salomé, la de la «danza de los siete velos», fue desterrado por los romanos a la ciudad gala de Lugdunum Convenarum, que es la actual Saint-Bertrand-de-Comminges. Allí Herodes desapareció sin dejar rastro, Salomé murió ahogada en un arroyo y Herodías sobrevivió en la leyenda local, convertida en la bruja mayor de un culto de aquelarres nocturnos. Otra leyenda languedociana no menos llamativa es la que se refiere a la «Reina del Sur» (Reine du Midi), uno de los títulos de las condesas de Toulouse. En el folclore, la protectora de Tolosa de Languedoc es La Reine Pedauque, es decir la Reina Pata de Oca, lo cual puede ser una alusión al País de Oc. Pero investigadores franceses han identificado a ese personaje con la diosa siria Anath, a su vez muy vinculada a la egipcia Isis. Y queda también la asociación evidente con Lilith, la diosa de pies de ave.
Otro personaje legendario de Languedoc es Meridiana. Su aparición más famosa aconteció cuando Gerberto de Aurillac (940-1003), el futuro papa Silvestre II, viajó a España para aprender los secretos de la alquimia. Silvestre, propietario además de una cabeza parlante que le anunciaba el porvenir, recibió su sabiduría de esta Meridiana, que le regaló «su cuerpo, sus riquezas y sus saberes mágicos», lo cual describe algún tipo de conocimiento alquímico y esotérico. Según la escritora norteamericana Barbara G. Walker, el nombre de Meridiana es un compuesto de «María-Diana», es decir, que vincula a esa compleja divinidad pagana con las leyendas acerca de María Magdalena corrientes en el sur de Francia. El Languedoc tuvo también la máxima densidad de caballeros templarios en Europa hasta la supresión de la Orden, a comienzos del siglo XIV, y todavía abundan allí las evocadoras ruinas de sus castillos. Béziers se encuentra en el actual departamento de Hérault, del Languedoc-Rosellón, y es una activa ciudad a escasos diez kilómetros del golfo de Lyon, en la costa mediterránea. En 1209 todos y cada uno de sus habitantes fueron perseguidos y muertos sin contemplaciones durante la cruzada contra los albigenses. Pierre des Vaux-de-Cernat, un monje cisterciense, escribió en 1213, basándose en los relatos de cruzados que estuvieron allí. Béziers se había convertido en una especie de refugio para heréticos y por eso, cuando los cruzados la atacaron, existía allí un enclave de 222 cátaros que vivían en la ciudad sin que nadie los molestase. Aunque no se sabe si el conde de Béziers era también cátaro, o sólo un simpatizante, el caso es que no hizo nada por perseguirlos o expulsarlos, y esto enfureció sobremanera a los cruzados. Éstos exigieron que los habitantes católicos entregaran a los cátaros o salieran de la ciudad, dejando intramuros a los cátaros para que fuese más fácil exterminarlos. Aunque estas exigencias se plantearon bajo amenaza de excomunión y la alternativa concedía a los católicos la oportunidad de salvarse de la inminente matanza, sucedió algo asombroso: los ciudadanos no quisieron cumplir ninguna de las dos condiciones. Como escribió Vaux-de-Cernat, prefirieron «morir como heréticos que vivir como cristianos». Y de acuerdo con el informe que el Papa recibió de sus enviados, los habitantes de la población juraron además defender a sus herejes. En julio de 1209 los cruzados entraron en Béziers. Después de ocuparla sin dificultad mataron a todo el mundo, hombres, mujeres, niños y clérigos, tras lo cual incendiaron la ciudad. Debieron de morir entre 15.000 y 20.000 personas, mientras que los heréticos eran poco más de doscientos. «No encontraron refugio ni bajo la cruz, ni ante el altar, ni junto al crucifijo». Así fue que los cruzados preguntaron a los delegados del Papa cómo distinguirían a los heréticos de los demás ciudadanos y recibieron la célebre contestación: «Matadlos a todos, que Dios conocerá a los suyos».
¿Qué ocurrió allí en realidad? En primer lugar hay que tener en cuenta la fecha exacta de la matanza, que fue el 22 de julio, fiesta de María Magdalena, detalle cuya singular importancia destacaron todos los autores contemporáneos. Y fue en la iglesia de la Magdalena de Béziers donde cuarenta años antes murió asesinado el señor local, Raymond Trencavel, por motivos que no han quedado claros. En Béziers al menos, la relación entre la Magdalena y la herejía no era casual, y además proporciona algunos atisbos sobre el trasfondo de la cruzada albigense en su conjunto. Como escribió Pierre des Vaux-de-Cernat: “Béziers fue tomada el día de santa María Magdalena, ¡oh justicia suprema de la Providencia! […] los heréticos afirmaban que santa María Magdalena había sido la concubina de Jesucristo […] era justo, por tanto, que esos perros repugnantes fuesen vencidos y exterminados en la festividad de aquella a quien habían agraviado […]“. Por más que la idea pareciese repugnante al monje y a los cruzados, es obvio que no escandalizaba a la gran mayoría de los ciudadanos que se pusieron activamente a favor de los herejes. Lo cual indica que la creencia o tradición local en cuestión ejercía un gran ascendiente en aquellas gentes. Los evangelios gnósticos y otros textos primitivos describen sin muchos eufemismos como unión sexual la relación entre María Magdalena y Jesús. Pero los evangelios gnósticos ni siquiera habían sido descubiertos. Así pues, ¿de dónde provenía la tradición? El episodio vino a ser como el preludio de la cruzada albigense, cuyos estragos en el Languedoc aún habrían de durar cuarenta años más y dejaron grandes cicatrices en la conciencia colectiva de la población. Pero, ¿quiénes fueron esos cátaros cuyas creencias justificaron que se montase toda una cruzada? ¿Qué motivos tenía el poder establecido para temerlos tanto? En el Languedoc el movimiento se convirtió rápidamente en una fuerza no desdeñable durante el siglo XI. Llegaron a ser la religión dominante del país y siempre fueron tratados allí con el mayor respeto. Los miembros de todas las familias aristocráticas eran cátaros notorios, o simpatizantes que los ayudaban activamente. Se puede afirmar que el catarismo era la virtual religión de estado en el Languedoc.
Los llamaban les Bonhommes o les Bons Chrétiens, es decir buenos hombres o buenos cristianos, lo cual da a entender que no escandalizaban a nadie. Aunque asimilaron otras muchas ideas y sus doctrinas no estuvieron exentas de confusión, propugnaron un ideal de vida conforme a las enseñanzas de Jesús. Acusaban a la Iglesia católica de haberse alejado en exceso de los postulados originarios, en especial el de la pobreza apostólica. Por tanto, anatemizaban la riqueza y los fastos de la Iglesia, que juzgaban opuestos a lo que Jesús exigió de sus seguidores. Algunos estudiosos tienden a presentarlos como precursores de la Reforma protestante, lo que no es el caso, pese a algunas semejanzas. Los cátaros vivían sencillamente. Preferían congregarse al aire libre o en casa de un vecino mejor que en las iglesias, y aunque tuvieron una jerarquía con sus obispos, todos los miembros bautizados eran iguales en lo espiritual. También postulaban la igualdad entre los sexos, y esto puede sorprender más teniendo en cuenta la época. Se abstenían de comer carne, eran pacifistas y creían en una especie de reencarnación. También practicaban la predicación itinerante, para lo cual viajaban por parejas que vivían en la mayor pobreza y sencillez y se detenían dondequiera que hiciese falta ayudar y sanar. En muchos sentidos cabe decir que los Hombres Buenos no eran un peligro para nadie, excepto para la Iglesia. Dicha institución sí tenía numerosos motivos para perseguir a los cátaros, ya que éstos se declaraban adversarios del símbolo de la cruz, en tanto que morboso recordatorio del instrumento de suplicio en que Jesús halló la muerte. Aborrecían asimismo el culto de los difuntos y el consiguiente tráfico de reliquias, recurso principal con que la Iglesia de la época llenaba sus arcas. Pero el primer motivo de la enemistad eclesiástica fue que los cátaros no reconocían la autoridad del Papa. Durante el siglo XII varios concilios condenaron a los cátaros, pero fue en 1179 cuando ellos y sus protectores quedaron definitivamente anatemizados. Hasta esa fecha la Iglesia envió a misioneros, elegidos entre los mejores predicadores con que contaba, para tratar de obtener el «regreso al redil» de los cátaros. Incluso el gran santo Bernardo de Claraval (1090-1153) fue enviado a la región, pero regresó exasperado por la contumacia de aquéllos. Sin embargo, en su informe al Papa tuvo buen cuidado de señalar que, si bien los cátaros estaban sumidos en el error desde el punto de vista de la doctrina, «si examinamos su modo de vida no encontraremos ninguno más irreprochable». En toda la cruzada éste fue un rasgo invariable. Incluso los enemigos de los cátaros tenían que admitir que la regla de vida de éstos era ejemplar.
Otra táctica de la Iglesia fue la de vencer a los heréticos con sus propias armas, haciendo que sus misioneros actuaran como predicadores itinerantes. Entre los primeros, allá por 1205, estuvo Domingo de Guzmán, monje español y futuro fundador de la Orden de los Predicadores, luego conocida como dominicos o frailes negros, que suministraron la mayor parte del personal de la Santa Inquisición. Los dos bandos se reunieron para una serie de disputas públicas, que no solucionaron el problema. Por último, en 1207, el papa Inocencio III perdió la paciencia y excomulgó a Raymond VI, conde de Tolosa, por no haber procedido contra los herejes. La medida fue muy impopular, por lo el legado papal que traía la noticia fue muerto por uno de los soldados de Raymond. Y ésa fue la gota que colmó el vaso. El Papa convocó la cruzada contra los cátaros y contra quienes los ayudasen o simpatizasen con ellos. Esta proclamación se realizó el 24 de junio de 1209, curiosamente la fiesta de San Juan Bautista. Hasta entonces se solía llamar a la cruzada contra los musulmanes, unos «infieles» extranjeros que vivían en países tan lejanos, que apenas se tenía una noción de ellos. Pero esta cruzada iba a ser de cristianos contra cristianos. Era muy posible que algunos cruzados conociesen personalmente a algunos de los heréticos que juraron exterminar. La cruzada albigense, comenzada en 1209 con el asalto a Béziers, continuó con la mayor brutalidad, a medida que una ciudad tras otra iba cayendo en manos de los soldados bajo el mando de Simón de Montfort. La campaña duró hasta 1244. Todavía hoy, en algunos lugares del Languedoc el nombre de Simón de Montfort suscita una reacción mezcla de temor y odio. Pero pronto a las razones religiosas se añadieron razones económicas y políticas. La mayoría de los cruzados eran oriundos del norte de Francia y las atractivas riquezas y el poderío del Languedoc eran aspectos que nadie ignoraba. Antes del comienzo de la cruzada la región disfrutaba de una notable independencia. Este episodio de la Historia europea, además de ser el primer genocidio conocido perpetrado en Europa, proporcionó un impulso definitivo a la unificación de Francia y a la creación de la Inquisición.
Los cátaros eran pacifistas, y además desdeñaban tanto la «vil envoltura carnal», que no tenían inconveniente en desprenderse de ella, aunque fuese por medio de un martirio tan horrible como la muerte en la hoguera. Durante la campaña, incontables millares de cátaros hallaron la muerte en las piras, pero muchos de ellos no dieron ninguna muestra de temor. A lo que parece, algunos ni siquiera sufrieron, como se evidenció singularmente cuando terminó el asedio a Montségur, su último reducto. Poco después de 1240 y conforme sus enemigos iban arrinconando a los cátaros sobrevivientes en sus reductos pirenaicos, ellos hicieron de Montségur su cuartel general. En tanto que refugio de unos 300 cátaros y más particularmente de sus cabecillas, para los hombres del Papa era el objetivo principal, tal como escribió Blanca de Castilla, la reina de Francia, refiriéndose a la importancia de Montségur, «[hay que] cortar la cabeza del dragón». Durante los meses que duró el sitio se produjo un curioso fenómeno. Varios de los soldados sitiadores se pasaron al bando de los cátaros, aun sabiendo cómo acabaría la aventura para ellos. Se ha sugerido que los impresionó tanto el ejemplar comportamiento de los cátaros, que sufrieron una profunda conversión interior. Los cátaros se enfrentaron a la muerte en el suplicio con absoluta tranquilidad, incluso mientras las llamas crecían a su alrededor. Pero la caída de Montségur creó muchos misterios que fascinaron a muchas generaciones, incluidos los nazis y los buscadores del Santo Grial. El misterio más duradero de todos es el relacionado con el supuesto Tesoro de los Cátaros, que cuatro de éstos lograron sacar la noche antes de la matanza. Esos intrépidos herejes consiguieron escapar de algún modo, se dice que descolgándose con ayuda de sogas por el despeñadero más escarpado, a favor de la oscuridad nocturna. Aunque se habían rendido formalmente el 2 de marzo de 1244, por razones nunca explicadas se les permitió quedarse en la ciudadela quince días más, tras lo cual se entregaron para ser quemados. Algunos relatos van todavía más lejos y pretenden que bajaron y se metieron por su propio pie en las hogueras que los enemigos habían preparado en el llano, al pie de la fortaleza. Se ha especulado si solicitaron ese plazo adicional de gracia para realizar alguna ceremonia. En este punto no es fácil que llegue a saberse nunca la verdad. La naturaleza exacta del tesoro cátaro ha sido objeto de muchas especulaciones. Algunos postulan que debió de ser el Santo Grial u otro objeto ritual parecido, de mucho significado. Otros dicen que pudieron ser documentos con conocimientos secretos, o que lo importante eran las propias personas de los cuatro cátaros que escaparon.
Los cátaros fueron sucesores de los bogomiles, movimiento herético que floreció en los Balcanes hacia mediados del siglo X y seguía activo en esa región cuando los cátaros se encaminaban hacia su destino fatal. El bogomilismo tuvo mucha extensión, alcanzando hasta Constantinopla, y por momentos constituyó un serio peligro para la ortodoxia. A su vez los bogomiles de Bulgaria eran los herederos de una larga sucesión de «herejías» y habían alcanzado una reputación peculiar entre sus oponentes. Los bogomiles y sus variantes, como los cátaros, eran dualistas y gnósticos. Para ellos el mundo era inherentemente malo, el alma sufría la prisión de una envoltura indigna, y la única vía de liberación era la gnosis, la revelación personal gracias a la cual el alma accede a la perfección y al conocimiento de Dios. En cuanto a su idea de la reencarnación, se basaba en el concepto de la «buena muerte», lo que significaba más comúnmente recibir el martirio por la fe. Si uno tenía la suerte de merecer ese final, no hacía falta que siguiera reencarnándose en este despreciable valle de lágrimas. Caso contrario, tendría que regresar. Una aportación original de los cátaros fue la creencia de que María Magdalena había sido la esposa de Jesús, o tal vez su concubina. Aunque este conocimiento no se juzgaba adecuado para todos los cátaros, sino sólo para los admitidos al círculo más sublime, el de los «perfectos». Pero la noción de que Jesús y María Magdalena hubiesen sido pareja no tenía, a primera vista, nada susceptible de agradar especialmente a los cátaros. Aunque la Magdalena fuese una santa popular en la Provenza, donde se cree que vivió, fue en el Languedoc donde hicieron de ella foco de creencias abiertamente heréticas. La idea de que Jesús y María Magdalena fueron amantes también se encuentra en los evangelios de Nag Hammadi, ocultos en Egipto desde el siglo IV. Algunos estudiosos han especulado sobre si el culto de la Magdalena en el sur de Francia conservó esas primitivas ideas gnósticas. No faltan indicios de que así fue. Hacia 1330 aparecía en Estrasburgo un notable tratado titulado Schwester Katrei o «Hermana Catalina», atribuido al místico alemán Meister Eckhart. Expone una serie de diálogos entre la «hermana Catalina» y su confesor sobre la experiencia religiosa de la mujer. Y, aunque incorpora muchas ideas ortodoxas, tiene ciertos rasgos que no lo son tanto. Por ejemplo, declara expresamente que «Dios es la Madre Universal…» y revela con claridad una fuerte inspiración cátara así como la influencia de la tradición de los trovadores.
Esta obra relaciona a la Magdalena con la Minne u homenaje amoroso a la mujer. Y ha dado mucho que pensar a los investigadores porque contiene ideas acerca de María Magdalena que no se encuentran en ningún otro lugar, excepto los evangelios de Nag Hammadi. La describe como superior a Pedro porque supo entender mejor a Jesús, y aparece la misma rivalidad entre ambos. El tratado de la hermana Catalina incluso describe incidentes concretos que también figuran en los textos de Nag Hammadi. La profesora Barbara Newman ha escrito: «El hecho de que Hermana Catalina utilice estos motivos plantea un espinoso problema de transmisión histórica», y confiesa que es «un problema real, pero sorprendente». El autor de Hermana Catalina manejó en el siglo XIV unos textos que no fueron descubiertos hasta el siglo XX. No puede ser coincidencia que el tratado refleje la influencia de los cátaros y los trovadores del Languedoc. Y la conclusión obvia es que éstos transmitieron el conocimiento de los evangelios gnósticos en relación con María Magdalena. Es posible que estos secretos no estuvieran sólo en los textos que hoy conocemos como los de Nag Hammadi, sino asimismo en otros que aún no hayan sido redescubiertos. Llama la atención que en el sur de Francia exista una arraigada creencia en la naturaleza sexual de la relación entre la Magdalena y Jesús. Una investigación de John Saul ha recopilado gran número de alusiones a tal relación en la literatura del Midi, hasta el siglo XVII inclusive. Aparecen en las obras de gentes vinculadas al Priorato de Sión, como Cesar, el hijo de Nostradamus. Hemos visto en la Provenza que dondequiera que hubiese santuarios de la Magdalena también se descubría algún emplazamiento relacionado con Juan el Bautista. En vista de que los cátaros la tenían en tan alta consideración, nos figurábamos que tal vez veneraron también al Bautista. Pero, sorprendentemente, sucede lo contrario. Les desagradaba hasta el punto de describirlo como «un demonio». Ésa es otra herencia directa de los bogomiles, algunos de los cuales aludieron al Bautista, no sin cierta confusión, como «precursor del Anticristo». Una de las pocas escrituras sagradas que nos han quedado de los cátaros es el Libro de Juan, llamado también Liber Secretum. Se trata de una versión gnóstica del evangelio de otro Juan muy diferente. En buena parte es idéntico al evangelio canónico, pero contiene varias «revelaciones» añadidas que supuestamente recibió en privado el «discípulo predilecto del Señor». Éstas contienen ideas dualistas y gnósticas, en correspondencia con la teología de los cátaros. En este libro Jesús enseña a sus discípulos que Juan el Bautista era en realidad un emisario de Satán, el Amo del mundo material, enviado para adelantarse a la misión salvadora. Esta idea era debida en principio a los bogomiles, pero no era aceptada por todos ellos, ni por todos los cátaros. Muchas sectas cátaras tuvieron acerca de Juan el Bautista ideas bastante más ortodoxas, y de hecho se tienen incluso indicios de que los bogomiles de los Balcanes celebraban ritos en el día de su festividad, 24 de junio.
Lo cierto es que los cátaros tenían en especial consideración el evangelio de Juan, que según el parecer de los entendidos es el más gnóstico del Nuevo Testamento. En los círculos ocultistas circula un rumor de que los cátaros tenían otra versión del evangelio de Juan, hoy perdida. Ciertamente los cátaros tuvieron ideas no ortodoxas acerca de Juan el Bautista, pero ¿podemos tomarnos en serio sus afirmaciones sobre un Juan malo y un Jesús bueno? Tal como ocurre con la relación entre la Magdalena y Jesús, parece que se tuvo de la que hubiese entre Juan y Jesús una idea radicalmente distinta de la que enseña la Iglesia. Pero para los caballeros templarios Juan el Bautista fue objeto de especial veneración. Y tal como la cruzada contra los cátaros ha dejado una marca visible en los paisajes del Languedoc, también los castillos de aquellos enigmáticos caballeros se alzan todavía en los rincones más remotos de dicha comarca. Cualquier misterio relacionado con el Priorato de Sión implica asimismo a los monjes- soldados templarios. La tercera parte de todas las posesiones europeas de los templarios estuvo en el Languedoc. Una de las leyendas locales más pintorescas es la que dice que cuando el 13 de octubre cae en viernes, fecha y día de la brutal supresión de la Orden, pueden verse en las ruinas resplandores extraños, y movimientos de misteriosos bultos. La Orden de los caballeros templarios, oficialmente llamada de los pobres conmilitones de Jesucristo y del Templo de Salomón, fue fundada en 1118 por el noble francés Hugo de Payens con el fin de dar escolta a los peregrinos que iban a Tierra Santa. En principio y durante nueve años fueron nueve caballeros, pero luego la orden creció y no tardó en constituir una fuerza considerable, no sólo en el Oriente Próximo sino también en toda Europa. Una vez obtenido el reconocimiento de la orden, el mismo Hugo de Payens emprendió una gira por Europa a fin de solicitar tierras y dinero a la realeza y los nobles. Visitó Inglaterra en 1129 y fundó allí el primer establecimiento templario, sito en lo que hoy es la estación Holborn del metro de Londres. Como todos los monjes, los caballeros hacían votos de pobreza, castidad y obediencia, pero vivían en el mundo y del mundo, y se comprometían a usar la espada contra los enemigos de Cristo cuando fuese necesario. La imagen de los templarios ha quedado indisolublemente unida a las cruzadas que se organizaron para expulsar a los infieles de Jerusalén y mantener los Santos Lugares en manos de la cristiandad.
Fue en 1128 cuando el Concilio de Troyes reconoció oficialmente a los templarios como Orden religiosa y militar. El protagonista principal de la decisión fue Bernardo de Claraval, superior de la orden cisterciense y más tarde canonizado. Fue el mismo Bernardo quien escribió la Regla de los templarios, basada en la de los monjes del Císter. Y un pupilo de aquél, tras coronarse papa como Inocencio II, estableció en 1139 que en adelante los templarios sólo obedecerían a la autoridad del Sumo Pontífice. Se ha sugerido que los templarios y los cistercienses actuaban de común acuerdo y con arreglo a un plan preconcebido para apoderarse de la cristiandad, aunque eso nunca se consiguió. Apenas cabe exagerar el prestigio y la potencia financiera de los templarios en el momento culminante de su influencia en Europa, y apenas existió un centro importante de civilización donde ellos no hubiesen establecido una de sus capitanías. En parte la riqueza de los templarios fue una consecuencia de su regla. Al ingresar, el nuevo adepto donaba a la orden todas las propiedades que tuviese. Por otra parte, amasaron una importante fortuna gracias a las grandes donaciones de tierras y dinero por parte de muchos reyes y nobles. No tardaron en ver repletas sus arcas, porque además llegaron a acumular una notable experiencia financiera que hizo de ellos los primeros banqueros internacionales del mundo, de cuyo juicio dependía, por ejemplo, la calificación de riesgo asignada a otros poderes. Aparte su asombrosa riqueza los templarios contaron con el prestigio de su experiencia militar y valentía en la batalla, en la que llegaban muchas veces hasta la temeridad. Tenían reglas que dictaban su comportamiento como soldados. Por ejemplo, se les prohibía rendirse a menos que se viesen ante una fuerza superior en proporción de más de tres contra uno, y aun entonces no sin el permiso de su comendador. Eran unos combatientes de elite que tenían a su favor la razón de Dios y la de su dinero. Pese a su valiente defensa, los Santos Lugares fueron retornando a los sarracenos hasta 1291 en que cayó el último territorio cristiano, San Juan de Acre. Nada les restaba que hacer a los templarios excepto regresar a Europa y trazar planes para una futura reconquista. Pero el impulso capaz de iniciar semejante campaña se había desvanecido entre los reyes que habrían estado en condiciones de financiarla. Faltos de empleo, pero todavía ricos y arrogantes, suscitaban amplios resentimientos porque no pagaban impuestos y sólo respondían ante el Papa. Así que en 1307 se produjo su inevitable caída en desgracia. El todopoderoso rey francés Felipe el Hermoso inició la destrucción de la orden templaria con la connivencia del Papa. Obedeciendo a órdenes secretas del rey, el viernes 13 de octubre de 1307 los templarios fueron cercados en un súbito golpe de mano, encarcelados, torturados y finalmente quemados en la hoguera.
Se queda uno con la idea de que toda la orden resultó arrasada en aquella jornada fatídica y remota, como si la hubiesen borrado de la faz de la tierra. Pero nada más lejos de la verdad. En realidad fueron relativamente pocos los templarios ejecutados. No muchos ardieron en la hoguera, aunque no dejó de causar impresión que todo un Gran Maestre como Jacobo de Molay fuese inmolado al fuego en la Île de la Cité, a la sombra de la catedral de Notre-Dame de París. Pero sólo quienes se negaron a confesar o se retractaron de sus confesiones murieron. Lo que consta acerca de las confesiones de los templarios no carece de imaginación. Así nos enteramos de que rendían culto a un gato, celebraban orgías homosexuales como si fuesen parte rutinaria de sus devociones, y veneraban a un demonio llamado el Baphomet y a una cabeza cortada. También se dice que pisoteaban y escupían la cruz en sus ritos de iniciación. Todo esto parece absurdo, naturalmente, en relación con la idea de que eran devotos caballeros de Cristo y defensores del ideal cristiano. Se ha postulado que todos los cargos dirigidos contra los templarios eran invenciones de quienes envidiaban sus riquezas y temían su poder, y que el rey de Francia aprovechó la oportunidad para quedarse con aquéllas y resolver así sus propios apuros económicos. Por otra parte, y aunque las acusaciones no fueran estrictamente verídicas, hay indicios de que los templarios andaban en algo misterioso y tal vez «oscuro», en el sentido de lo oculto. El Priorato de Sión dice haber sido la fuerza inspiradora de la creación de los caballeros templarios. Lo cual, de ser cierto, constituiría uno de los secretos mejor guardados de la Historia. También se afirma que ambas órdenes fueron prácticamente indistinguibles hasta que se produjo el cisma de 1188, después de lo cual la una y la otra emprendieron caminos separados. No parece descabellado suponer que la concepción de los templarios implicaba algún designio oculto. El sentido común sugiere que harían falta más caballeros que los nueve fundadores para proteger y dar refugio a todos los peregrinos que iban a Tierra Santa, y eso durante nueve años nada menos. Pero además hay indicios de que ni siquiera lo intentaron en serio. A no tardar recibieron privilegios y honores fuera de toda proporción. Por ejemplo, se les concedió un ala entera del palacio real en la misma Jerusalén, en un lugar que antes había sido una mezquita. De ésta se dijo a su vez, erróneamente, que había sido edificada sobre los fundamentos del Templo de Salomón, y de ahí la denominación oficial de los templarios.
Otro misterio en relación con los comienzos de la Orden del Temple lo constituyen los indicios según los cuales la orden existía desde bastante antes de 1118, sin que se sepa por qué razones se falseó la fecha. Hugo de Payens y sus compañeros eran todos de la Champagne o del Languedoc, entre ellos el conde de Provenza, y parece bastante claro que acudieron a los Santos Lugares con una misión concreta. Quizá buscaban el Arca de la Alianza, como ha sugerido alguien, o algún tesoro antiguo que los condujera a ella, o tal vez algún tipo de conocimiento secreto que les confiriese influencia y fortuna. Christopher Knight y Robert Lomas, en su obra The Hiram Key han insinuado que los templarios buscaron y encontraron un escondrijo con documentos del mismo origen que los Manuscritos del Mar Muerto. Sin embargo, no aportan ninguna prueba convincente. Pero no hay que olvidar que los templarios buscaron nuevos conocimientos y a tal efecto consultaron a los árabes y a otros que iban encontrando en sus viajes. Los templarios veneraban mucho a Juan el Bautista, bastante más de lo que suele venerarse a un santo patrono. El Priorato de Sión, tan relacionado con los templarios, llama «Juan» a todos sus Grandes Maestres, tal vez también por veneración. Pero es prácticamente imposible descubrir las razones de esta especial devoción templaria. La explicación habitual es que Juan era especial para ellos porque fue el maestro de Jesús. Algunos han propuesto que la cabeza cortada a la que se les acusó de adorar no sería otra sino la del propio Bautista. Pero el hecho de adorar una cabeza cortada indicaría que los templarios fueron algo muy distinto de unos simples soldados de Cristo. Una de sus imágenes favoritas era la del Cordero de Dios. La mayoría de los cristianos creen que simboliza a Jesús, de quien dijo el Bautista, según se le atribuye, «éste es el Cordero de Dios». Pero en muchos lugares, como es el caso de la región occidental de Inglaterra, entienden que el símbolo se refiere al mismo Juan el Bautista, y parece que los templarios le atribuyeron ese significado. El símbolo del Cordero de Dios fue adoptado en uno de los sellos oficiales del Temple, para las encomiendas del sur de Francia. Una pista en cuanto a que la veneración de los templarios por Juan el Bautista ocultaba algo bastante más radical, se halla en la obra de un clérigo llamado Lamberto de Saint-Omer, o Audemar, que era pariente de uno de los nueve caballeros fundadores, Godofredo de Saint-Omer, la mano derecha de Hugo de Payens.
En The Hiram Key, Christopher Knight y Robert Lomas reproducen una ilustración de Lamberto que representa la «Jerusalén celeste» y observan que: “[…] al parecer presenta a Juan el Bautista como el fundador [de la Jerusalén celestial]. Ni con una sola palabra se menciona a Jesús en ese documento supuestamente cristiano“. Como en el simbolismo de los cuadros de Leonardo, parece que se quiera dar a entender que Juan el Bautista fue importante por sí mismo, y no sólo por su misión de precursor de Jesús. Dos años después, mientras se desarrollaba el procesamiento de los caballeros templarios, el filósofo Ramón Llull, que antes había sido un rígido defensor de la orden, escribió que los procesos habían revelado que «peligraba la barca de san Pedro» diciendo: “Hay tal vez entre cristianos muchos secretos, de lo que un secreto [particular] puede originar una revelación increíble [como la] que emerge de los templarios […] infamia de por sí tan pública y manifiesta que peligra la barca de san Pedro“. Ramon Llull (en castellano: Raimundo Lulio) (1232 – 1315), también conocido como Raimundus o Raymundus Lullus en latín, como Raymond Lully por los ingleses, o como Raymond Lulle por los franceses, fue un laico próximo a los franciscanos, ya que pudo haber pertenecido a la Orden Tercera de los frailes Menores. También fue filósofo, poeta, místico, teólogo y misionero mallorquín del siglo XIII. Fue declarado beato y su fiesta se conmemora el 27 de noviembre. Se le considera uno de los creadores del catalán literario y uno de los primeros en usar una lengua neolatina para expresar conocimientos filosóficos, científicos y técnicos, además de textos novelísticos. Se le atribuye la invención de la rosa de los vientos y del nocturlabio. Conocido en su tiempo por los apodos de Arabicus Christianus (árabe cristiano), Doctor Inspiratus (Doctor Inspirado) o Doctor Illuminatus (Doctor Iluminado), Llull fue una de las figuras más avanzadas de los campos espiritual, teológico y literario de la Edad Media. En algunos de sus trabajos (Artificium electionis personarum, 1247, y De arte electionis, 1299) propuso métodos de elección, que fueron redescubiertos siglos más tarde por Condorcet (siglo XVIII). Fue escritor, cabalista, divulgador científico, misionero, teólogo, fraile franciscano, alquimista entre otras cosas, dejando una obra ingente, variada y de muy alta calidad escrita en catalán, árabe y latín. Por lo que dice Ramón Llull se intuye que el peligro para la Iglesia provenía no sólo de las revelaciones en cuanto a los templarios, sino también de otros secretos de no menor magnitud. Y también parece admitir los cargos que se formularon contra la Orden, aunque en el momento en que escribió esas líneas quizás habría sido gran imprudencia ponerlas en duda. ¿Era posible que el Languedoc contuviese alguna pista en cuanto a la verdad acerca de la Orden?
Los cátaros y los templarios florecieron en el Languedoc más o menos hacia la misma época. El emblema de los templarios, la cruz roja sobre el manto blanco, muchos lo confunden con la enseña típica de los cruzados anti-cátaros. Sin embargo, hay indicios de que los templarios simpatizaron con los «heréticos» cátaros, aunque no colaborasen activamente con ellos. En todo caso, es innegable que brillaron por su ausencia en la cruzada albigense contra los cátaros. ¿Cuáles fueron los auténticos intereses y motivos de los templarios? Algunos historiadores prestigiosos confiesan en privado que la relación entre los templarios y el esoterismo es importante, pero jamás lo dirían en público. De estas actitudes resulta cierto abandono de los estudios relativos a determinados asentamientos templarios importantes. El Languedoc-Rosellón fue el país de la Orden, si prescindimos de los Santos Lugares. En esa reducida superficie se concentra más del 30 por ciento de los castillos templarios y las encomiendas de toda Europa. Pero, a pesar de ello, apenas se realizan allí excavaciones arqueológicas oficiales, y algunos emplazamientos fundamentales no han sido estudiados jamás. Por fortuna, la desidia oficial queda contrarrestada por muchos investigadores privados, a los que anima un apasionado interés hacia esos misteriosos caballeros. Según algunos de estos investigadores habían existido claros vínculos entre los templarios y los cátaros. Por ejemplo, ni siquiera en los momentos álgidos de la cruzada albigense dejaron los templarios de dar asilo a los cátaros fugitivos, y hay casos documentados de socorro a caballeros que habían sido combatientes activos a favor de los cátaros y contra los cruzados. No hay más que inspeccionar las actas de la Inquisición, con los apellidos de los cátaros, y compararlos con los de templarios de la misma época, para ver que son los mismos. Pero más concretamente, es innegable que algunos establecimientos templarios alojaron a cátaros, los escondieron e incluso los enterraron. se han encontrado pruebas de que algunos templarios acogieron a los cátaros cuando éstos habían quedado despojados de todo, y no sólo fueron recibidos y escondidos entre ellos, sino que murieron y fueron enterrados allí. Y más adelante, los templarios hicieron cuanto estaba en sus manos para que les fuesen devueltas las tierras a las familias de los cátaros, o sus herederos.
Teniendo en cuenta que la mayoría de las acusaciones dirigidas contra los templarios debieron de ser ficticias, es curioso que su trato cercano con unos intocables como los cátaros no hubiese figurado entre aquéllas. Que los inquisidores estaban al corriente, nos lo indica el hecho de que rebuscaran en los fosares de los templarios para desenterrar los cadáveres de los cátaros y quemarlos, a título de escarmiento de herejes futuros. Ciertamente hubo algo que tal vez supo la Corona francesa, pero demasiado peligroso para publicarlo. Era posible que tanto los templarios como los cátaros hubiesen sido poseedores de un conocimiento potencialmente explosivo para la Iglesia y la corona francesa. No obstante, no todos los caballeros templarios fueron exterminados aquel fatídico viernes trece. A muchos se les permitió vivir y reconstituirse bajo otros nombres diferentes. Dos países en particular sirvieron como puertos de refugio a los fugitivos, Escocia y Portugal, donde pasaron a llamarse caballeros de Jesucristo. También la región del Languedoc y alrededores constituyó una curiosa excepción a la pauta general de la persecución. Al este, el Rosellón era territorio de la Corona de Aragón, excepto la parte septentrional de Carcasona, que pertenecía a Francia. Los templarios roselloneses fueron detenidos y juzgados, pero se les declaró inocentes, y cuando el Papa disolvió la orden oficialmente se incorporaron a otras órdenes militares parecidas, o se retiraron a sus tierras para disfrutar de rentas vitalicias. Por lo tanto, gran parte de los templarios sobrevivieron al intento de exterminio total. Desde cualquier punto de vista que consideremos los sucesos, falta un eslabón en la cadena. Tal vez ese elemento escurridizo tenga que ver con el Priorato de Sión. Como ya hemos visto, hay indicios de la presencia de un grupo de manipuladores ocultos desde el mismo instante de la fundación de los templarios. Posiblemente existiese un «círculo interior» secreto dentro de la estructura de mando de los templarios. Según el escritor francés Jean Robin: “En realidad la Orden del Temple estaba constituida por siete círculos «exteriores» dedicados a los misterios menores, y tres círculos «interiores» que correspondían a la iniciación en los grandes misterios. Y el «núcleo» lo formaban aquellos setenta templarios a quienes «interrogó» Clemente V [después de las detenciones de 1307]“. Y según el investigador británico Graham Hancock, en su obra The Sign and the Seal: “[…] mis investigaciones sobre las creencias y conducta de ese extraño grupo de monjes-soldados me han persuadido de que tuvieron acceso a una sabiduría tradicional de muy remota antigüedad […]“.
Era posible mantener un grupo secreto porque los templarios funcionaban como una jerarquía basada en la iniciación y en el secreto. Es probable que la mayoría de los caballeros templarios no fuesen más que simples soldados de Cristo, pero el círculo interior era otra cosa. Al parecer ese círculo interior templario se creó para seguir activando los estudios de temas esotéricos y religiosos. El motivo para mantenerlos en secreto pudo ser que versaban sobre aspectos arcanos de los mundos judío e islámico. Buscaban literalmente los secretos del mundo dondequiera que sospechaban su presencia, y en el decurso de ese periplo geográfico e intelectual acabarían por tolerar todas las creencias, y quién sabe si abrazaron algunas creencias heterodoxas. Si emprendieron una pesquisa concreta tendrían sus buenas razones, y por eso mismo dejaron ciertas pistas en cuanto a lo que ellos consideraban especialmente importante. Una de esas pistas puede hallarse en las obsesiones de Bernardo de Claraval. Aquel monje intelectual, pero combativo, en apariencia fue un gran devoto de la Virgen María, como demuestran sus numerosos sermones. Pero se diría que no fue la Virgen el objeto auténtico del amor espiritual de Bernardo, sino más bien otra María, cuya identidad verdadera viene indicada por el hecho de su especial afecto por las Vírgenes negras. También escribió casi noventa sermones sobre el tema del Cantar de los Cantares, y en otras muchas prédicas suyas relacionó más explícitamente a la «Amada» con María de Betania. Pero en aquellos tiempos nadie creía que ésta fuese otra persona sino la misma María Magdalena. «Morena soy, pero hermosa», dice la Amada, y esa frase también vincula el Cantar de los Cantares con la veneración a las Vírgenes negras, de las que Bernardo era excepcionalmente devoto. Él dijo que había recibido la inspiración cuando niño, al dársele tres gotas de leche milagrosa del pecho de la Virgen negra de Châtillon. Se ha especulado sobre si este comentario sería una alusión en clave a su iniciación en algún culto de ésta. Y cuando Bernardo predicó la segunda cruzada para conquistar Tierra Santa, eligió hacerlo desde el santuario de Vézelay, dedicado a María Magdalena. Es probable, en consecuencia, que la aparente devoción mariana de Bernardo fuese simplemente la cortina de humo con que tapaba su indudable pasión por la Magdalena, aunque por supuesto la una no excluye la otra. En todo caso, cuando diseñó la regla de los templarios les encomendó expresamente «la obediencia a Betania, el castillo de María y de Marta». Y se sabe que transmitió a la Orden esa devoción particular.
Incluso mientras se enfrentaban a la extinción total, los caballeros templarios que estaban presos con su Gran Maestre Jacobo de Molay en las mazmorras de la fortaleza francesa de Chinon compusieron una oración dedicada a «Notre Dame», que elogiaba a san Bernardo como fundador de la devoción a la Santísima Virgen María. Pero teniendo en cuenta todos los demás indicios, esto bien pudo ser otra alusión en clave al culto de la Magdalena. Llama la atención que los templarios jurasen «por Dios y Nuestra Señora», y también, con frecuencia, «por Dios y la Virgen Santísima». Seguramente esta «Nuestra Señora» de quien hablan en los juramentos no es la Virgen, tal como dan a entender las palabras de la absolución templaria: «Ruego a Dios que tus pecados te sean perdonados como Él perdonó a santa María Magdalena y al buen ladrón en la cruz». Al menos esto nos proporciona una demostración de la importancia que los templarios atribuían a la Magdalena. Vale la pena observar que hallándose cautivos los del Rosellón, les fueron empeoradas deliberadamente las condiciones del encarcelamiento el día de la festividad de Santa María Magdalena, por orden expresa del Papa. Se recordará que la matanza de Béziers se perpetró en esa misma festividad de la Magdalena, a manera de recordatorio sobre la naturaleza de la «herejía». La noción de la Feminidad preocupó mucho a los templarios, lo cual no deja de sorprender habida cuenta de su imagen de guerreros. Pues bien, la Orden admitía mujeres. En los primeros años de su existencia, muchas mujeres tomaron los votos, aunque nada indica que existiese un núcleo secreto de guerreras en el seno del Temple, como escriben Michael Baigent y Ricliard Leigh en The Temple and the Lodge (1989): “[…] una crónica de finales del siglo XII en Inglaterra menciona que una mujer fue recibida como Hermana en el Temple, lo cual parece implicar con bastante claridad una especie de ala o anexo femenino a la Orden. Pero no se ha encontrado nunca una explicación ni una digresión sobre el asunto, e incluso la información que contuviesen los autos inquisitoriales desapareció hace tiempo o fue eliminada“. En los documentos del siglo XII se encuentran muchos casos de mujeres que entraron en la Orden, al menos durante el primer siglo de existencia de ésta. Al ingresar prestaban juramento de donar «mi casa, mis tierras y mi cuerpo y alma a la Orden del Temple». Al pie de esos documentos se hallan firmas de mujeres así como de hombres. Tales documentos se encuentran principalmente en la región del Languedoc, y los ejemplos son lo bastante numerosos como para dar a entender que en algún momento dado la orden debió de contar con no pocas mujeres. Más adelante fueron cambiadas las reglas, prohibiéndoseles expresamente admitir mujeres, de lo cual se deduce que antes lo hacían.
También es notable que la encerrona del 13 de octubre de 1307 se ejecutase sin apenas derramamiento de sangre. En toda Francia los senescales del rey abrieron sus órdenes selladas, que les mandaban reunir tropas suficientes para arrestar a los soldados más aguerridos de toda la Cristiandad. A lo que parece, la mayoría de los templarios de Francia permitieron que los detuvieran como ovejas destinadas al sacrificio. También es extraño que no pidiesen refuerzos a las encomiendas de otros países. Llama la atención que algunos, entre ellos el tesorero de la orden, consiguieran desaparecer, ya que se les habría dado aviso. Por otra parte, la célebre flota de los templarios, ubicada en puertos franceses, sencillamente se desvaneció. En las listas de los bienes incautados por el rey francés a los templarios no figura ni un solo barco. ¿Dónde quedó la flota? En cualquier caso el círculo interior de la Orden no escatimó esfuerzos por proteger sus conocimientos secretos. Un prestigioso especialista en estudios bíblicos, Hugh Schonfield, ha demostrado que los templarios utilizaron el sistema de codificación llamado la Cifra Atbash. Lo cual es verdaderamente notable porque el mismo procedimiento había sido utilizado por los autores de algunos de los Manuscritos del Mar Muerto, unos mil años antes de la fundación de la orden templaria. Schonfield explica cómo al aplicar el código al nombre del misterioso ídolo de cabeza cortada, supuestamente idolatrado por los templarios, el Baphomet, obtenemos la palabra griega sophia. Como ha escrito Graham Hancock, en The Sign and the Seal, «significa “sabiduría” nada más, pero también nada menos». En realidad significa bastante más que eso, y su pleno sentido aporta un matiz muy diferente a toda la razón de ser de los templarios. Aludida sencillamente como «Sabiduría», en hebreo Chokmah, también es un personaje que figura en el Antiguo Testamento, concretamente en el libro de los Proverbios. Sophia ha creado muchas dificultades a los comentaristas, tanto los judíos como los cristianos, porque aparece como pareja de Dios, que tiene influencia sobre Él e incluso le prodiga consejos. Es también figura central de la cosmología gnóstica. El texto de Nag Hammadi titulado Pistis Sophia la pone en íntima asociación con María Magdalena. Y, como Chokmah, es la clave de la interpretación gnóstica de la Cábala. Para los gnósticos fue la diosa griega Atenea y la diosa egipcia Isis, que recibió a veces el nombre griego de Sophia.
El uso que hacían los templarios de la palabra Sophia, codificada en «Baphomet», no demuestra una especial veneración del principio femenino por parte de aquéllos. Pero hay otros muchos indicios de que formaba parte de una profunda obsesión por dicho principio, y de que ésta llegaba mucho más allá de lo semántico en lo que concierne a los templarios. Como dijo el estudioso escocés Niven Sinclair, que tiene de ellos un conocimiento particularmente extenso, «los templarios eran grandes creyentes de lo femenino». Los templarios construyeron iglesias de planta circular, porque creyeron que ésa había sido la forma del Templo de Salomón. Lo cual, a su vez, simbolizó quizá la noción de la circularidad del universo, pero más probablemente representaba lo femenino. Las circunferencias y los círculos siempre se han vinculado a las divinidades femeninas y a todas las cosas de dicho género, tanto en lo esotérico como en lo biológico. Es un arquetipo que hallamos en muchas civilizaciones. Los túmulos prehistóricos eran circulares porque representaban la matriz telúrica donde el difunto renacería a la vida espiritual. Cualquiera que fuese el significado de la redondez para los templarios, desde luego no simbolizó jamás nada masculino. Una vez borrados del mapa los templarios, la Iglesia proscribió oficialmente, por herética, la construcción de iglesias circulares. Parece, pues, que los templarios habían adquirido conocimientos heréticos. Los indicios apuntan a que buscaron con asiduidad ciertos secretos y, una vez adquiridos, quedaban en posición de divulgarlos o de retenerlos. Muchos de ellos quedaron retenidos, mientras que de otros dejaron pistas en forma de claves, incluso esculpidas en piedra. De los caballeros templarios partió la iniciativa para la construcción de las grandes catedrales góticas, en especial la de Chartres. Corno promotores principales en los grandes centros de cultura europeos, fomentaron gremios de los oficios de la construcción, sobre todo los de canteros, que eran admitidos como legos de la orden y participaban de los privilegios de ésta. En toda la larga historia de las grandes catedrales ha intrigado a los expertos el extraño simbolismo de la ornamentación. Sólo en época reciente se ha empezado a comprender que representaban la codificación de unos conocimientos esotéricos que los templarios poseían. Al comentar la arquitectura sacra de los antiguos egipcios, Graham Hancock observa que «en Europa sólo ha sido igualada por las grandes catedrales góticas de la Edad Media, como la de Chartres», y se plantea la pregunta: «¿Fue por casualidad?».
Y prosigue Hancock: “Hacía tiempo venía yo sospechando que existía en efecto una relación y que los caballeros templarios, por los descubrimientos realizados durante las cruzadas, pudieron constituir el eslabón perdido en la cadena de transmisión de un saber arquitectónico secreto […] San Bernardo, el protector de los templarios, había definido a Dios como «longitud, anchura, altura y profundidad». Asombroso para un cristiano. Tampoco se podía olvidar que los mismos templarios fueron grandes constructores y grandes arquitectos, ni que la orden monástica cisterciense, que era la de san Bernardo, también sobresalió en este campo concreto de la actividad humana“. La puesta en planta de las catedrales se proyectó teniendo en cuenta expresamente los principios de la geometría sagrada. Ello obedece a la idea de que la proporción geométrica contiene, en sí misma, una resonancia con la armonía divina, y ciertas proporciones concretas son más divinas que otras. En ello vemos una confirmación de la afirmación de Pitágoras, «todo es número», y una reiteración del concepto hermético de que las matemáticas son la clave que utilizan las divinidades para hablar al Hombre. En particular fueron también adeptos de la arquitectura esotérica los pintores y arquitectos del Renacimiento, para quienes la «Regla Áurea», en la que veían la proporción perfecta, era una panacea universal. Pero no hay que creer que se redujese a eso todo su pensamiento, teniendo en cuenta que el concepto de geometría sagrada informó toda su vida intelectual. Todos los dibujos de Leonardo comunican la convicción del artista en el sentido de que las formas y las proporciones tenían una armonía y un significado. Uno de sus dibujos, el muy conocido Hombre de Vitruvio, es literalmente una encarnación de laRegla Áurea. Para los templarios, así como más tarde para los francmasones, el legendario Templo de Salomón fue el paradigma de toda geometría sagrada. No sólo era una delicia para el ojo de quienes lo contemplaban o rezaban en su interior, sino que tenía algo que iba mucho más allá de los cinco sentidos. Su resonancia especial y trascendental enlazaba con la misma música de los cielos. En longitud, anchura, altura y profundidad mantenía las proporciones predilectas del universo, o si se quiere, el Templo de Salomón era el espíritu divino plasmado en la piedra. El visitante erudito suele quedarse perplejo al observar símbolos obviamente astrológicos en la ornamentación pétrea de las antiguas catedrales.
Todo el grandioso simbolismo que vemos en las catedrales era entendido por los iniciados, en su tiempo, como una enunciación del antiquísimo adagio hermético: “Todo lo que está arriba también está abajo”. Esta frase se encuentra en laTabla Esmeralda, de Hermes Trismegisto, el legendario mago egipcio. Significan que todo lo que hay en la tierra tiene una correspondencia celestial, y viceversa, noción que Platón popularizó con su concepto de los Ideales. Según éste, cualquier cosa existente, desde una cuchara hasta un ser humano, no era más que una copia imperfecta de su ideal, existente en una especie de dimensión alternativa donde residían los patrones perfectos. Los magos iban más lejos y postulaban que todo pensamiento y toda acción tenían un reflejo en otro plano diferente, y que existía influencia mutua e irresistible entre ambas dimensiones. Hay un eco de esa noción en la moderna idea científica de los universos paralelos. De esa manera, las leyendas de los dioses antiguos, con sus envidias mezquinas y sus manías muchas veces sórdidas, podían tomarse como representaciones arquetípicas de la raza humana. Los paganos no creían que tuviese nada de particular ni de humillante el postrarse ante un Zeus Olímpico, por más que éste adoptase a veces la figura de un animal para seducir a alguna doncella terrestre. Parecía lo más natural que un dios se comportase como un hombre, pero la recíproca de esa idea, que el hombre podía llegar a ser un dios, resultaba «herética», tanto para los judíos como para los cristianos. Nada de esto era nuevo para los templarios. La realización de las catedrales manifiesta un conocimiento de los principios gnósticos por parte del cantero, y por la de los caballeros que encargaron la construcción. En la Edad Media, si alguien tuvo el sentido de la aplicación práctica de cualquier saber esotérico, fueron ellos. El codificar en la misma piedra de las catedrales los mensajes secretos, fue para ellos más que un mero capricho. Como escriben Baigent y Leigh en The Temple and the Lodge: «[…] el mismo Dios, en efecto, había enseñado la aplicación práctica de la geometría sacra por medio de la arquitectura». Una vez más, la referencia apunta al Templo de Salomón. Hijo del rey David, el legendario héroe judío, el rey Salomón construyó un Templo de belleza insuperable, en el que se usaron los materiales más preciosos. Mármol y piedras suntuarias, maderas de olor y brocados costosos sirvieron para crear un lugar que fuese un regalo para los sentidos de los creyentes, y donde el mismo Dios pudiera sentirse como en su casa. En su núcleo estaba el Santo de los Santos, donde el sumo sacerdote podía recibir realmente al Todopoderoso por medio de aquel instrumento tan sumamente misterioso que fue el Arca de la Alianza. Este artefacto famoso se sabía que dispensaba grandes bendiciones a los «justos», por una parte, y por otra era capaz de destruir a los malvados o los que no supieran cómo contrarrestar los efectos de su funesta presencia. A lo mejor esta descripción les pareció a los templarios la del arma definitiva, y por eso andaban tan empeñados en buscarla, como algunos han supuesto.
En la ornamentación de las catedrales tal vez se encuentra alguna pista sobre lo que los templarios creían ser el significado del «Arca». Por ejemplo, la catedral de Chartres, debida a Bernardo de Claraval, tiene un bajorrelieve que representa a la Virgen María, con la inscripción esculpida arcis foederis, es decir: Arca de la Alianza. Si Chartres fue un centro del culto a la Virgen negra, ¿no se estará comparando el Arca con María Magdalena o, tal vez, con una diosa mucho más antigua, y pagana, como Isis? Es la disciplina de la alquimia la que se oculta detrás de la ornamentación, a veces extraña, de los monumentos góticos. Y también parece la alquimia el denominador común de la mayoría de los Grandes Maestres del Priorato de Sión. Desde sus orígenes, que muchos sitúan en el antiguo Egipto, pasando por los árabes, ya que la misma palabra «alquimia» es de origen árabe, llegó a Europa como algo más que una ciencia. La práctica comprendía una sutil red de actividades y sistemas de pensamiento interrelacionados, desde la magia hasta los procedimientos químicos, desde la filosofía y el hermetismo hasta la geometría sacra y la cosmología. También se ocupaba de lo que hoy llamaríamos ingeniería genética y métodos para retrasar los procesos del envejecimiento, así como para alcanzar la inmortalidad física. Los alquimistas tenían hambre y sed de conocimientos. Pero como la Iglesia prohibía la experimentación, ellos pasaron a la clandestinidad y siguieron con sus investigaciones a escondidas. No se veían a sí mismos como herejes, pero para la Iglesia un alquimista no podía ser sino herético y su práctica acabó denominándose «el Arte Negra», a título de descalificación global. La alquimia tiene varios niveles: el exotérico, que trabaja y experimenta con los metales; y el esotérico, que culmina en la obtención de la misteriosa «Gran Obra». Ésta se ha entendido como coronación de la vida del alquimista, que es cuando por fin se convierte el vil metal en oro. En los círculos esotéricos, sin embargo, se define también como el punto en que alcanza la iluminación espiritual y la revitalización física por medio de una «obra» mágica, que gira alrededor de la sexualidad. A lo que parece, la Gran Obra representaba un acto de suprema iniciación.
Se creía que este rito confería la longevidad: Nicolas Flamel, que fue supuesto Gran Maestre del Priorato de Sión, culminó la Gran Obra, en compañía de su esposa Perenelle, el 17 de enero de 1382, y se rumoreó que después de eso alcanzó una edad excepcional. En alquimia el símbolo de la consecución de la Gran Obra es el hermafrodita, que representa al dios Hermes y la diosa Afrodita confundidos en una sola persona. Los hermafroditas fascinaron a Leonardo, quien llenó muchas páginas de su cuaderno con dibujos de ellos. En un estudio reciente sobre el retrato más famoso del mundo, el de Mona Lisa con su sonrisa enigmática, se ha demostrado de manera convincente que «ella» es en realidad el mismo Leonardo. Mediante avanzadas técnicas computarizadas, dos investigadores que han trabajado independientemente el uno del otro, el doctor Digby Quested, del hospital Maudsley de Londres, y Lillian Schwartz, de los Laboratorios Bell, intentaron la superposición del rostro retratado con el del artista y descubrieron una correspondencia perfecta. Quizá no fue más que una de sus bromas dirigida a la posteridad, pero también se puede interpretar que Leonardo, como entendido en alquimia, quiso expresar su idea de la obtención de la Gran Obra. Algunos creen que ésta implica una transformación física tan profunda que el alquimista, en caso de tener éxito, incluso podría cambiar de sexo. Y tal vez sea ése el concepto que declara la Mona Lisa. Pero el símbolo del hermafrodita expresa también el instante del orgasmo, cuando ambos protagonistas del rito experimentan la sensación de fundirse el uno en el otro, de trascender los límites físicos en una conciencia mística de sí mismos y del universo. Las catedrales góticas exhiben muchas figuras curiosas, desde los demonios hasta el Hombre Verde, pero algunas causan verdadera extrañeza. En un relieve de la catedral de Nantes aparece una mujer que se contempla en un espejo, pero la parte posterior de la cabeza representa a un anciano. Y en Chartres, la llamada «Reina de Saba» luce barba. Se ven símbolos alquímicos en muchas de las catedrales vinculadas a los templarios. Son vínculos implícitos, aunque Charles Bywaters y Nicole Dawe han encontrado en el Languedoc-Rosellón establecimientos templarios provistos de un simbolismo explícitamente alquímico: “Nuestras investigaciones han demostrado, entre otras cosas, que fueron grandes conocedores de las propiedades del suelo. En una comarca concreta fundaron un hospital para los templarios que regresaban de los Santos Lugares porque el paraje tenía propiedades salutíferas. Hay signos alquímicos en ese lugar […]“.
Queda bastante claro que los templarios estuvieron familiarizados con la alquimia. Esto se revela cuando uno encuentra un emplazamiento elegido expresamente por la constitución del suelo, con signos obviamente alquímicos en la construcción y con vínculos que apuntan a los cátaros así como a los musulmanes. Son indicios documentados, incontrovertibles. Algunas ciudades que habían sido feudos de los templarios —como Utelle, en la Provenza, y Alet-les-Bains, en el Languedoc— se convirtieron luego en centros alquímicos. También llama la atención que los alquimistas, lo mismo que los templarios, tuviesen especial devoción por Juan el Bautista. Las grandes catedrales y muchas iglesias famosas se construyeron en lugares anteriormente dedicados a divinidades paganas. Por ejemplo, Notre-Dame de París se construyó sobre los fundamentos de un templo de Diana, y también en París había uno consagrado a Isis donde ahora está Saint-Sulpice. En toda Europa los constructores de iglesias cristianas se atuvieron a esta práctica para significar el carácter definitivo de su triunfo sobre el paganismo. Lo que sucedió en realidad, sin embargo, fue que las gentes adaptaron sus creencias politeístas absorbiendo en ellas el cristianismo, de manera que el nuevo edificio venía a complementar la vieja religión en vez de reemplazarla. Pero teniendo en cuenta lo que sabemos acerca de los designios más profundos de los templarios, tal vez es posible que la intención de las catedrales fuese la de prolongar el culto al principio femenino en vez de suprimirlo. Quizá las catedrales fueron himnos a la diosa esculpidos en piedra, y la «Notre-Dame» a quien se consagraron tantas de ellas era en realidad ese principio, la Sophia. A muchos observadores actuales la arquitectura gótica les parece más bien «masculina» con sus agujas altísimas y sus plantas en cruz latina. Pero la ornamentación es predominantemente femenina, en especial los espléndidos rosetones. Barbara G. Walter ha puesto de relieve los significados de la rosa: “[…] que era para los antiguos romanos la Flor de Venus y la insignia de la prostitución sagrada. Las cosas que se decían «bajo la rosa» (sub rosa) eran los misterios sexuales de Venus, y no se revelaban a los no iniciados […]. En la gran era de los constructores de catedrales, cuando se veneró a María como la diosa en sus «Palacios de la Reina de los Cielos» o Notre-Dames, con frecuencia se le dirigían epítetos como Rosa, Rosario, Corona de rosas, Rosa mística […]. Lo mismo que un templo pagano, la catedral gótica representaba el cuerpo de la Diosa, que era también el Universo y contenía dentro de sí la esencia de la divinidad masculina […].
La rosa fue también el símbolo que adoptaron los trovadores del sur de Francia, aquellos autores e intérpretes de canciones amorosas. Existen en las catedrales góticas más símbolos que transmiten intensos mensajes subliminales acerca del poder de lo Femenino. Las telas de araña esculpidas, imagen que se reitera en la luz de la cúpula de la londinense Notre-Dame de France, representan a Arachné, la diosa que teje los destinos de la humanidad, función también asignada a Isis. De manera similar, el gran laberinto en el suelo de la catedral de Chartres alude a los misterios femeninos, donde el iniciado sólo podrá guiarse por el hilo que la diosa ha hilado especialmente para él. No es la Virgen María quien recibe culto en este lugar, que contiene además una Virgen negra: Notre-Dame de Souterrain, o Nuestra Señora de la cripta. Uno de los vitrales de Chartres representa la llegada de María Magdalena en barco, lo cual combina la alusión a esta leyenda con otra de Isis, quien solía preferir también dicho medio de transporte. Y tal vez el título de Nautonnier, «timonel», que es uno de los atributos del Gran Maestro del Priorato de Sión, indica la supuesta función de éste en el Barco de Isis. Esa ventana policromada es la representación más antigua de la leyenda de la llegada a Francia de la Magdalena. Su presencia en una catedral tan alejada de la Provenza indica el poderoso significado que debían de atribuirle sus arquitectos. Mientras los constructores erigían sus catedrales, la herejía encontraba otro camino de expresión para garantizar la perdurabilidad de su mensaje a través de la historia. Aunque, como sucede también con la Última Cena de Leonardo, muchas veces se hayan interpretado erróneamente los códigos de dicha expresión. Esa otra tradición herética es la de las leyendas del Grial. Hoy día la expresión «Santo Grial» viene a significar un objetivo difícil de alcanzar, o el espléndido premio que corona la obra de toda una vida. Muchas personas creen que se refiere a un objeto muy antiguo, y de significado religioso, por ejemplo el cáliz del que bebió Jesús en la Última Cena. De acuerdo con una leyenda, José de Arimatea, el amigo rico de Jesús, recogió en dicho recipiente la sangre derramada en la Crucifixión, y luego se descubrió que tenía milagrosas propiedades curativas. La búsqueda del Santo Grial se entiende como una peregrinación llena de peligros físicos y espirituales, durante la cual el buscador pelea contra enemigos de muchas clases, algunos de ellos pertenecientes a los dominios de lo sobrenatural. En todas las versiones del relato, el cáliz es un objeto material y, al mismo tiempo, un símbolo de la perfección. Se diría que representa algo que pertenece simultáneamente a dos dimensiones distintas, la real y la mítica. Por eso ejerce un ascendiente incomparable sobre la imaginación.
El Grial puede ser visto como un objeto misterioso, un tesoro real escondido en alguna cueva de alguna parte, pero siempre le acompaña la idea implícita de que simboliza algo inefable y que no está en el mundo cotidiano. La aureola de búsqueda espiritual no sólo proviene de la leyenda originaria, sino también de la cultura en que aquélla floreció. De los muchos miles de palabras que se han escrito sobre el tema en el decurso de los siglos, algunas de las más acertadas se encuentran en The Holy Grail, obra de Malcolm Godwin y publicada en 1994. Es un notable repaso a las distintas versiones de la leyenda, así como a sus múltiples interpretaciones. Aparte las pistas principales conducentes a los romances griálicos de finales del siglo XII y comienzos del XIII, que son la cristiana y la céltica, identifica una tercera y no menos importante, la alquímica. Así revela que las versiones más primitivas de la leyenda del Grial remiten indudablemente a los mitos célticos del rey Artús y su corte. Muchos elementos de estas leyendas manejan nociones de cultos a antiguas divinidades femeninas celtas. El ciclo del Grial redefinió estas antiguas leyendas celtas y, las amplió para incluir algunas de las ideas heréticas que circulaban hacia el siglo XIII. El primer romance del Grial fue el inacabado Le Conte del Graal, de Chrétien de Troyes (escrito hacia 1190). Vale la pena observar que la ciudad de Troyes, cuyo nombre adoptó Chrétien, era un centro cabalístico y emplazamiento de la capitanía templaria fundacional, además de sede de la corte del conde de Champagne, de quien eran vasallos la mayoría de los nueve caballeros fundadores del Temple. Y la iglesia más famosa de Troyes está consagrada a María Magdalena. En la versión de Chrétien no dice que el Grial fuese un cáliz ni describe expresamente ninguna relación con la Última Cena ni con Jesús. En realidad no hay ninguna connotación religiosa obvia, o incluso algunos comentaristas han afirmado que el ambiente de la obra es claramente pagano. Considerado como objeto, en este caso resulta ser una bandeja o un plato, lo cual es muy significativo. De hecho Chrétien se inspiró en un cuento céltico muy anterior, cuyo protagonista fue Peredur. Éste, durante su búsqueda, se tropezó, en un castillo, con una procesión horripilante y de marcado carácter ritual, en la que transportaban, entre otras cosas, una jabalina goteando sangre y una cabeza cortada puesta en un plato. Rasgo común de las leyendas del Grial es el momento crítico en que el héroe se abstiene de formular una pregunta importante, cuyo pecado de omisión le arrastra a graves peligros. Como escribe Malcolm Godwin, «en este caso la pregunta no dicha se refiere a la naturaleza de la cabeza. Si Peredur hubiese preguntado de quién era la cabeza y qué tenía que ver con él, habría sabido cómo anular el encantamiento del Yermo». El Yermo era la tierra baldía sobre la cual había caído la maldición de la esterilidad.
La narración de Chrétien conoció un éxito inmediato y suscitó una larga serie de imitaciones… muchas de éstas explícitamente cristianas. Pero como dice Malcolm Godwin refiriéndose a los monjes que las escribieron: “Envolvieron una obra de la más profunda herejía en tantas capas de misterio devoto, que tanto la leyenda como sus autores consiguieron escapar al ardoroso celo de los Padres de la Iglesia. Las mentes ortodoxas de la Roma pontificia, aunque jamás reconocieron en realidad la existencia del Grial, manifestaron una sorprendente debilidad a la hora de condonarla. Y lo que es más curioso, la leyenda no quedó afectada por la caída de los herejes cátaros, ni siquiera por la de los caballeros templarios, implícitamente aludidos en los diversos textos“. Una de estas versiones cristianizadas fue el Perlesvaus, atribuido por algunos a un monje de la abadía de Glastonbury y fechada hacia 1205, mientras que otros creen que fue obra de un templario anónimo. En realidad este cuento narra, no una sino dos búsquedas entretejidas. El caballero Gawain busca la espada que sirvió para decapitar a Juan el Bautista y que sangra mágicamente todos los días a las doce. En uno de los episodios, el héroe se encuentra con un carro que contiene 150 cabezas cortadas de caballeros, las unas selladas en oro, las otras en plata y algunas en plomo. También hay una extraña damisela que lleva en una mano la cabeza de un rey, sellada en plata, y en la otra la de una reina, sellada en plomo. En el Perlesvaus los privilegiados sirvientes del Grial visten prendas blancas adornadas con una cruz roja, lo mismo que los templarios. Hay también una cruz roja erigida en medio de un bosque, y se apodera de ella un clérigo que la golpea con un bastón «por todas partes», episodio que tiene evidente relación con el cargo formulado contra los templarios al acusarlos de escupir y pisotear la cruz. Una vez más aparece una curiosa escena en relación con las cabezas cortadas. Uno de los custodios del Grial le dice al protagonista Perceval: «Aquí están las cabezas selladas en plata, y las cabezas selladas en plomo, y los cuerpos a los que pertenecen esas cabezas: Os digo que traigáis aquí las cabezas del Rey y de la Reina». El simbolismo alquímico asoma por todas partes: metal vil y metales preciosos, reyes y reinas. La misma imaginería retorna en otra obra que reformula el mito del Grial. Pese al tácito desagrado que el Grial inspiraba a la Iglesia, la versión más cristianizada fue obra de un grupo de monjes cistercienses. Titulada la Queste del San Graal, es de destacar que recurre al Cantar de los Cantares en su poderoso simbolismo místico.
Todas ellas son extrañas. Pero la más extravagante es el Parzival del poeta bávaro Wolfram von Eschenbach, datado hacia 1220. En ella el autor declara expresamente su propósito de enmendar la versión de Chrétien de Troyes, que no contenía todas las informaciones disponibles. Y asegura que la suya es la más exacta porque ha recibido el relato auténtico de un tal Kyot de Provenza, que ha sido identificado como Guiot de Provins, monje que fue portavoz de la Orden templaria y también trovador. Como escribió Wolfram en el Parzival: «El relato auténtico con la conclusión del romance fue enviado desde la Provenza a tierras alemanas». En el Parzival, el Castillo del Grial es un lugar secreto guardado por los templarios, a quienes significativamente Wolfram llama «los bautizados», que tienen por misión la propagación secreta de su fe. La Compañía del Grial se caracteriza por su afición al secreto y su aversión a ser preguntada. Al final del relato, Repanse de Schoye, la portadora del Grial, y Fierefiz, el hermanastro de Parzival, parten hacia la India y engendran un hijo llamado Juan, el famoso y misterioso Preste Juan, primero de un linaje cuyos miembros toman siempre el nombre de Juan. Tal vez sea una alusión en clave del Priorato de Sión, cuyos Grandes Maestres supuestamente han adoptado siempre dicho nombre. Este concepto de linaje es fundamental para las teorías de Baigent, Leigh y Lincoln en relación con el Grial. Para ellos el «Santo Grial» era en realidad la «Santa Sangre». Ello se basa en la idea de que el original francés sangraal debería escribirse más propiamente como sang real, la sangre real que en la interpretación de ellos significa un linaje. Baigent, Leigh y Lincoln relacionan las leyendas del Grial interpretadas en función del linaje con lo que ellos creen es el gran secreto de Jesús y la Magdalena: que eran esposo y esposa, de donde resulta la hipótesis de estos autores, de que el Grial de las leyendas era una referencia simbólica a los descendientes de Jesús y María Magdalena. Según esa teoría, los custodios del Grial eran los que conocían la existencia de ese linaje secreto y sagrado, como los templarios y el Priorato de Sión. Pero esta idea suscita un problema. En los relatos griálicos se hace hincapié en el linaje de los buscadores del Grial o el de los que lo encuentran; pero el Grial mismo es algo aparte. Aunque sería bien posible que las leyendas aludiesen a un secreto guardado por ciertas familias, y transmitido por ellas de generación en generación, en realidad no parece plausible que se refieran a un linaje. Al fin y al cabo, toda la idea descansa sobre un juego con una sola palabra francesa, sangraal, y parece difícil sostener una hipótesis que postule la conservación de un linaje «puro» en el decurso de muchos siglos.
En cambio resulta más plausible la conexión entre los relatos griálicos y el legado de los templarios. Se cree que Wolfram von Eschenbach fue un gran viajero y que no desconoció los establecimientos templarios del Próximo Oriente. Su relato es el más explícitamente templario de todos los romances griálicos. Como ha escrito Malcolm Godwin, «en todo el Parzival, Wolfram mezcla la narración con alusiones a la astrología, la alquimia, la cábala y las nuevas ideas espirituales procedentes del Oriente». También incluyó simbolismos tomados del Tarot. Los custodios del Grial en el castillo de Montsalvatge son llamados explícitamente templarios. El castillo en cuestión ha sido identificado con Montségur, el último reducto de los cátaros. En otro poema suyo, Wolfram llama Perilla al señor del Castillo del Grial. El señor verdadero de Montségur en la época de Wolfram se llamaba Ramon de Perella. Una vez más hallamos relacionados a los templarios con los cátaros, y, a ambos, con un tesoro muy valioso pero del que no se dice con claridad en qué consiste. En la versión de Wolfram no hay ningún cáliz de propiedades sobrenaturales, sino que el Grial es una piedra, lapsit exillis. Esa expresión enigmática puede encerrar más de un significado. Pero podemos considerar que es una suerte de contracción fonética de lapis lapsus ex caelis, ‘la piedra caída de los cielos’, o meteorito. e. Otras explicaciones especulan con que esa piedra sea la que se desprendió de la corona de Lucifer, cuando éste fue precipitado de los cielos a la tierra, o la famosa Piedra Filosofal (lapis elixir) de los alquimistas. Lo que es evidente es que el texto abunda en símbolos alquimistas. Según algunos autores, el personaje Cundrie, la «mensajera del Grial» en Parzival, representa a María Magdalena. En 1882 ciertamente lo entendió así Wagner, el autor de la ópera Parsifal, cuando Kundry saca un frasco de «bálsamo» y unge los pies del protagonista para enjugarlos luego con sus cabellos, como hizo la Magdalena. Tal vez podría intuirse alguna resonancia entre el cáliz del Grial y la jarra de alabastro que lleva la Magdalena en la iconografía tradicional cristiana. No obstante, en todas las narraciones la búsqueda del Grial es una alegoría del camino espiritual del héroe hacia su transformación personal, que fue uno de los motivos principales de los alquimistas. Pero el carácter «herético» de todas las leyendas del Grial, ¿se debe a este contenido alquímico?
A la Iglesia podía ofenderla gravemente la negación de su autoridad y de la sucesión apostólica que implican los relatos griálicos. El héroe actúa por su cuenta, aunque con algunas ayudas ocasionales, en la busca espiritual de la iluminación y la transformación. De manera que las leyendas griálicas son, en rigor, textos gnósticos, por cuanto subrayan que cada uno es responsable de la situación de su alma. Además, en todos los relatos griálicos la experiencia del Grial se describe como reservada a los iniciados superiores, a los más distinguidos de entre los elegidos, y ello en un sentido que excede incluso la trascendencia de la Eucaristía. Es más, en todos esos relatos el objeto en sí, cualquiera que sea, lo guardan mujeres. E incluso en la leyenda céltica de Peredur, aunque los hombres ciñen espada, son las doncellas quienes llevan lo que podríamos llamar el Grial prototípico, la bandeja con la cabeza cortada. Es sorprendente que se asigne a las mujeres un papel tan destacado en lo que era, a todos los efectos, una forma equivalente a la Misa. Recordemos que los cátaros, cuya fortaleza de Montségur fue seguramente el original del Castillo griálico de Wolfram, tenían un sistema de igualdad sexual en el sentido de que admitían tanto «sacerdotes» como «sacerdotisas». La relación con los templarios es corriente en los relatos del Grial. Tal como han señalado varios estudiosos, la acusación de que los caballeros rendían culto a una cabeza cortada, que sería tal vez lo que llamaban Baphomet, tiene sus ecos en los romances del Grial, por donde circulan cabezas cortadas en abundancia. Los poderes que los templarios atribuían al tal Baphomet, según la inculpación, eran de tipo griálico. Se dice que era capaz de hacer florecer los árboles y devolver la fertilidad a las tierras. De hecho, no sólo se les acusó de reverenciar esa cabeza sino que además tenían, se dijo, un relicario de plata en forma de cráneo femenino, sin más rótulo que un simple caput (cabeza). Al considerar las implicaciones de esa cabeza femenina y tras «descifrar» a Baphomet como Sophia, Hugh Schonfield escribe: “Parece poco dudoso que la cabeza de una bella mujer representaba para los templarios a Sophia en su aspecto femenino y de Isis, y que la vinculaban a María Magdalena en la interpretación cristiana“. Entre las reliquias de los templarios figuraba también, según se ha dicho, un dedo índice derecho atribuido a Juan el Bautista. También esto puede ser más significativo de lo que parece a primera vista. Como hemos visto, las escenas religiosas que pintó Leonardo suelen presentar un personaje que levanta dicho dedo en actitud intencionada, casi ritual. Ese gesto tiene que ver con Juan el Bautista, según todas las apariencias. Vemos, por ejemplo, que en La Adoración de los Magos dicho personaje se halla en actitud reverente mirando un algarrobo, al tiempo que hace el ademan. Ambos, árbol y gesto, están vinculados a Juan el Bautista. Y si Leonardo creyó que la reliquia del dedo estuvo en poder de los templarios, quizá fue esa la razón material de que adoptase tal imaginería en sus cuadros.
En su Leyenda dorada, Jacobo de Voragine recogió una tradición según la cual el dedo de Juan el Bautista, única parte del cuerpo decapitado que se salvó de su destrucción a cargo del emperador Juliano, fue llevado a Francia por santa Tecla. Ello indicaría que podría existir algún motivo para creer que la reliquia de los templarios y la de la leyenda fueron la misma cosa. En una tradición también recogida por De Voragine, la cabeza del Bautista fue enterrada debajo del templo de Herodes, en Jerusalén. Y se sabe que los templarios excavaron allí. Son numerosas las asociaciones de los templarios con el Grial. La británica Nina Epton, autora de libros de viajes, ha descrito, en The Valley of Pyrene (1955), cómo subió a ver las ruinas del castillo templario de Montréal-de-Sos, en Ariège, para ver unos murales que representaban una lanza de la que se desprendían tres gotas de sangre, así como un cáliz. Estas imágenes fueron tomadas de las leyendas griálicas. No menos sorprendentes fueron los graffiti encontrados en un castillo de Domme, que sirvió de cárcel a numerosos templarios. Ean y Delke Begg describen una extraña escena de la Crucifixión en la que aparece a la derecha José de Arimatea, llevando una cruz de Lorena, que recoge unas gotas de la sangre de Jesús. A la izquierda se veía una mujer desnuda y embarazada portando una vara o bastón.Hay otras asociaciones, todavía más curiosas. En Saint-Martin-du-Vésubie, en Provenza, lugar renombrado por su Virgen negra y porque tuvo un establecimiento templario, hay una tradición que incorpora elementos interesantes de los relatos griálicos. Dice que todos sus templarios fueron ejecutados por decapitación, pero antes de morir maldijeron la tierra, por lo que los hombres se volvieron impotentes o estériles, y las tierras se convirtieron en eriales. Cualquiera que sea la verdad del asunto, consta históricamente que el duque Manuel Filiberto de Savoya mandó exorcizar aquellas tierras en 1560 porque se hallaban en un estado desastroso. Y hay una montaña vecina que lleva todavía hoy el nombre de Maledia, traducible por «enfermedad».
Pero lo más significativo de esa lamentable historia es que vincula a los templarios decapitados con la esterilidad que afligió al país, siendo éstos dos elementos principales del canon griálico. Algo tenían las cabezas cortadas para los autores de esos relatos, o tal vez una sola cabeza cortada, que traía la desgracia a la tierra, aunque también podía favorecer a algunos y hacerlos ricos. Desconciertan tantas historias sobre el Santo Grial y sus diversos hilos colaterales. Pero en su estudio sobre las leyendas griálicas, The Hidden Church of the Holy Graal (1902), el gran entendido en ocultismo A.E. Waite supo distinguir la presencia de una tradición secreta dentro del cristianismo, que subyace en dichas leyendas. Waite fue de los primeros que identificaron sus elementos alquímicos, herméticos y gnósticos. Aunque estaba seguro de que las leyendas del Grial contenían fuertes indicios de la existencia de una «Iglesia oculta», no aventuró ninguna conclusión definitiva acerca de su naturaleza, si bien concedió lugar destacado a lo que él llamaba «la Tradición Juanista [o Johánnica]». Con esto nos remite a una idea sostenida desde hace mucho tiempo en los círculos esotéricos y que se refiere a una escuela mística del cristianismo, fundada por Juan el Evangelista y basada en las enseñanzas secretas que éste recibió de Jesús. Ese conocimiento arcano nunca apareció en el cristianismo exotérico transmitido por las enseñanzas de Pedro. Según Waite, y vale la pena reparar en ese detalle, dicha tradición llegó a Europa por la Galia meridional, es decir el sur de Francia, antes de filtrarse a la primitiva Iglesia céltica de las islas Británicas. Pese a los elementos célticos que contienen los relatos del Grial, Waite opinaba que la influencia juanista había tenido su origen en el Oriente Próximo y que fueron los templarios quienes la transmitieron. Pero se abstuvo de postular que ésa fuese la única conexión posible. ya que ésta no tiene ninguna prueba concluyente que la corrobore, si bien admitió que era la más plausible. En cualquier caso estaba seguro de que los romances del Grial se basaban en algún tipo de «Iglesia oculta» y relacionada con los templarios. La insistencia de Waite aporta una idea seductora, la de la relación entre los temas griálicos y un cierto san Juan, aunque todavía no se ha dicho cuál de ellos.
Los relatos del Grial vienen a ser una manifestación más de las ideas clandestinas que circulaban por la Francia medieval bajo los auspicios de los templarios, como también la veneración de Vírgenes negras. Entre lo uno y, lo otro hay conexiones sorprendentes. Por ejemplo, la derivación de temas paganos anteriores, como la mitología céltica, en el caso de las leyendas del Grial, o los santuarios de antiguas diosas paganas, en el culto de las Madonas negras. Y ambos florecieron en los siglos XII y XIII, como resultado del contacto con los Santos Lugares a través de los templarios. Éstos obtuvieron conocimientos de muchas fuentes esotéricas, entre ellas las alquímicas y la sexualidad sacra. La relación entre Vírgenes negras, templarios y alquimia fue estudiada por el historiador francés Jacques Huynen, en su libro L’énigme des Vierges Noires, 1971. Y el «puente» entre esas ideas esotéricas y el mundo cristiano de su época lo encarnó la imagen de una mujer: María Magdalena. De todo eso han pasado muchos siglos. Los cátaros desaparecieron y los templarios no tardaron mucho en seguirlos. ¿Habrá quedado enterrado aquel conocimiento secreto? Tal vez no. Tal vez se ha convertido en un secreto todavía vivo en los subterráneos de la Europa actual.
Fuentes:
Lynn Picknett y Clive Prince – “La revelación de los templarios”
Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln – “El enigma sagrado”
Gérard de Sède – “Les Templiers sont parmi nous”
http://mparalelos.com/existio-un-codigo-secreto-en-las-obras-de-leonardo-da-vinci/
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