Con los ojos vendados fue introducido en un pequeño vehículo que sin prisas vagabundeaba entre calles haciendo perder al candidato la noción del lugar donde se hallaba. Cuando se suponía que había sido suficientemente desorientado, el vehículo se detuvo y lo hicieron bajar en una acera cualquiera de la ciudad. La tarde empezaba a caer, era un sábado de septiembre bastante húmedo y solo sentía el sudor de su cuerpo pegado a la ropa. Entraron a un portal y lo condujeron escaleras abajo hasta una pequeña habitación en penumbra. Allí le quitaron la venda y lo invitaron a sentarse en un estrecho y duro asiento ante una mesa presidida por una calavera, una palmatoria con una vela encendida, un pedazo de pan podrido y un espejo. Había también un papel y pluma y una bolsa para que depositara sus metales.
El tiempo se detuvo. Había entrado de nuevo en el útero materno y disponía de toda una nueva vida por delante. La soledad de la cámara simbolizaba el invierno, cuando toda la tierra se oculta a si misma en una severa introspección. En la oscuridad, el candidato reflexionaba sobre su próximo nacimiento y en la forma en que se enfrentaría a las pruebas del agua, el aire y el fuego, pues en aquel momento se estaba enfrentando a la de la tierra. Su mente presionaba la sesera para dejar escrito su testamento en la hoja de papel que le habían suministrado. Estar introducido en lo más profundo de la caverna, la tierra, no le hacía vislumbrar cómo sería su vida futura ante los demás elementos. Sabía, sin embargo, que la oscuridad del momento era el preludio de un viaje hacia la luz. La calavera lo miraba insistentemente recordándole que una vez que le abandonase el ego circunstancial y su ser interno, aquello era todo lo que era, lo que es, hueso desnudo, sin sangre ni pensamientos. El pan podrido le decía que para que el grano fructifique de nuevo, debe antes morir. ¡Ah!, la muerte es la vida, entonces no todo se reduce a esqueleto, pues la conciencia está unida a la vida. Toda la vida no es otra cosa que un ciclo en el que a veces se expresa en el mundo fenoménico y otras veces, aunque sigue existiendo, no la percibimos. Es el eterno problema de las imágenes. Nuestros ojos y nuestra mente le dan existencia a las cosas sensibles y se la quita cuando estas mismas cosas son solo energía. El espacio no es vacío, es vibración organizada en una forma no ostensible para nuestros sentidos. Cuando el mismo espacio se organiza de otra forma decimos que es piedra o metal, carne o vegetal, agua o aire, fuego o fibras nerviosas…
El postulante no dejaba de reflexionar en una y otra cosa oponiendo un pensamiento de índole trascendente con aquel que la calavera le resumía. Aquel que le decía que al final todo era eso, una osamenta seca. Si la conciencia está unida a la vida, aquel que anteriormente estaba en estos huesos debe seguir siendo consciente.
Con la pluma en la mano, titubeante, escribe el encabezado: Testamento de……………y a continuación pone su nombre. Mira de nuevo el entorno y sigue con sus reflexiones sin acertar trazar una nueva línea.
Descubre algo que le parece un gallo, símbolo del despertar. También observa un reloj de arena que lo desconcierta. El reloj marca un tiempo, sin embargo, en el útero materno, en la oscura caverna, no hay tiempo. Después habla otra vez con la calavera y cuando deja de pensar se le ocurre escribir: “Dejo a este mundo mis huesos secos y mi personalidad circunstancial porque mi ser busca la luz y la verdadera personalidad. El yo soy no se reduce al cuerpo perecedero ni a los aspectos circunstanciales de la vida, sino que van más allá de lo temporal. El alma es perpetua, y cuando mi aspecto se haya transformado en horrible apariencia, lo real en mi permanecerá siendo”.
No se le ocurrió otra cosa. Tuvo tiempo para leer y releer lo que había escrito. Mucho tiempo, más tiempo, y más y más. Los minutos pasaban lentamente, los segundos se deslizaban entre sus dedos. No pasaba nada. Todo se había detenido. Salió de su ensimismamiento y tomó la calavera entre sus manos, le puso un nombre y habló otra vez con ella, le dijo: “Tanto pelear, tanto discutir, tanto regañar, tantas fantasías y creencias, tantas fútiles vanaglorias, tanto creernos el ombligo del mundo, y al final esto ¿Qué queda de toda esas circunstancias cuando sea como tú? Porque yo también soy tú, sin embargo, lo que mantendré oculto no se parece en nada a ti, y eso también eres tú”.
Sintió pasos y dejó la calavera en su sitio. Se abrió la puerta y alguien vestido con traje oscuro le dijo que lo siguiera, antes le pidió que le entregara los metales y el testamento. A continuación le ordenó que se colocara de una guisa bastante extraña. Le vendó los ojos de nuevo y subieron la escalera por la que había descendido. Lo que viniera después no impresionaría al candidato pues sentía que dejaba un buen testamento. A medida que era conducido a algún nuevo
sitio, recordaba la frase que alguien había escrito: “El ave, al notar crujir la rama donde se posaba, no sintió temor, pues era consciente de poseer alas”.
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