Angel
Martín Velayos
Si bien es
cierto que varias escuelas esotéricas utilizan el llamado Camino de la
Iniciación, o ceremonias de introducción, como parte de la técnica de formación
de sus miembros, también es cierto que un verdadero esoterista reconoce que la
Iniciación, como tal, no es sólo un proceso de etapas marcadas por las
ceremonias iniciáticas, sino que, incluso, la vida misma es un proceso continuo de Iniciación.
Hay muchos
aspectos que, en el tema específico de la Iniciación, han sido rodeados de
misterio, de la falta de comprensión, o de una manera desfasada de enfocar la
cuestión, por lo que hoy, como en el pasado, se sigue viendo este tema como
algo que debe ser ocultado, o que pertenece al mundo de lo que no debe se
revelado. Aquéllos que me conocen saben que no me gusta, en modo alguno, rodear
las cosas de un misterio innecesario, o tratar de ocultar, de manera
excesivamente velada, aquello que debe ser conocido y comprendido por los que
aspiran al conocimiento que proviene de la Luz Mayor. Esto no quiere decir que
no me guste el romanticismo, o que no aprecie ese halo de misterio emocionante
que rodea el ceremonial iniciático, todo lo contrario, pero el que sepa
apreciar ese aspecto misterioso y emocionante que rodea a las Iniciaciones, y
me sienta impresionado por el drama ritual, y por la ordalía de la Iniciación,
no quiere decir que no comprenda que para que la Iniciación sea totalmente apreciada, y se pueda sacar todo el
beneficio posible de ella, es conveniente saber qué es realmente una
Iniciación, y cuáles son los mecanismos que hacen que ésta sea una técnica tan
eficaz en el desarrollo de aquéllos que buscan en las profundidades insondables
del Ser.
A lo largo de
los muchos años de investigación en el campo del esoterismo; después de haber
adquirido mucha experiencia en cuanto a diferentes filosofías, técnicas de
desarrollo, pensamientos determinados, cultos religiosos, etc., he llegado a conocer a multitud
de personas que, en diferentes Ordenes y Escuelas de los Misterios, han pasado
por muchas Iniciaciones, sin que esto quiera decir que las Iniciaciones
hayan pasado por ellos. Tal vez esa carencia de verdadero desarrollo interior, a pesar de los
muchos Grados e Iniciaciones recibidos, sea debida a una idea incompleta, o
incorrecta, de lo que son las Iniciaciones, de lo que persiguen, o de
los efectos reales que éstas tienen sobre los Iniciados, aquéllos que aspiran
al conocimiento por medio de la vía iniciática. La Iniciación es
algo tan consustancial al Ser Humano que me atrevería a decir que todos somos,
en mayor o menor medida, eternos aspirantes al despertar a la realidad única
por medio de la Iniciación Permanente. Comprendo que una
afirmación tan rotunda como la que acabo de hacer puede sorprender a muchos o,
al menos, a aquéllos que no conocen bien lo que es la Iniciación, como técnica
esotérica, ni los efectos continuados de la misma sobre todo el género
humano. No obstante, para aquéllos que tienen conocimientos básicos de
cómo funciona la mente humana, y la personalidad profunda de los individuos,
así como de la realidad evidente que existe entre las diferentes formas de
consciencia de todos los seres vivos, tanto del reino animal como vegetal, la evidencia
tangible de un proceso continuado de iniciación es la realidad completa.
Es, pues, el
deseo de transmitir algunos detalles adicionales sobre la Iniciación y su
técnica, que puedan ser útiles a aquéllos que siguen un camino, o una técnica
de conocimiento, que incluya la Iniciación como parte de la misma, lo que me
guía a hacer unas reflexiones sobre el tema.
La Iniciación, como tal, no es otra cosa que un
comienzo, un principio, a partir del cual y gracias al influjo recibido, o el
conocimiento asumido, la persona emprende una nueva etapa de su vida, bien sea en el plano de expresión físico, social,
o espiritual. Habitualmente se considera que ese comienzo debe ser
simbolizado por medio de una ceremonia que haga tomar consciencia de la nueva
situación que se va a empezar, y a esa ceremonia simbólica se la conoce con el
nombre de Iniciación.
La razón para
que el comienzo, o paso, a una nueva situación sea mejor asumido cuando es
acompañado de una ceremonia simbólica se debe, fundamentalmente, al mismo
proceso natural de manifestación de la mente humana.
Hay ciertos sentimientos, ciertas sensaciones, que
pertenecen a lo que se conoce como nuestra personalidad profunda, y sus diferentes procesos que, por ser de un
plano de consciencia elevado, no son fácilmente expresables por medio de
nuestro lenguaje habitual, es por ello que esas facetas de nuestra personalidad, y esos sentimientos,
son expresados por medio del lenguaje sintético de los símbolos, a los
cuales hemos hecho referencia en el capítulo anterior, como forma de comunicación con procesos de conciencia
muy profundos. Tenemos que tener en cuenta que los seres humanos
no son sólo racionales, sino que, también, son emocionales. Esto hace que
aquello que es enseñado, o mostrado, a la persona que se encuentra ante una
nueva situación en su vida, es mejor comprendido y aceptado cuando se le
presenta tanto en su faceta racional, o lógica, como emocional.
Comprendiendo adecuadamente esto, llegaremos a la conclusión fundamental que la
Iniciación es, realmente, un comienzo en cualquiera de las múltiples facetas de
la vida humana, aunque habitualmente se hace referencia a la Iniciación en
cuanto a la faceta del desarrollo espiritual, o de la transmisión de un nuevo
conocimiento de naturaleza interna.
El impulso que
nos es transmitido en este comienzo, que es la Iniciación, puede ser recibido
de manera natural, por medio de la vida misma y sus circunstancias, o a través
de otros agentes, a los cuales podríamos definir como los iniciadores.
En esta simple
exposición nos encontramos ya con dos aspectos de gran importancia: el iniciado
y el iniciador, que nos dan la pauta para profundas reflexiones sobre el tema
de la Iniciación. En el primer aspecto de nuestra reflexión encontramos,
que una vez que el candidato a la Iniciación ha pasado por la experiencia
iniciática, lo que le convierte en un Iniciado, adquiere un sello especial, un
algo indefinido, que le hace diferente a aquéllos que aún no han recibido la
Iniciación, a los profanos, pero que, al mismo tiempo, le identifica, de alguna
manera, con todos los demás Iniciados, haciéndole comulgar en una fraternidad
que va más allá de los lazos de la sangre, que pertenece a la hermandad del
espíritu.
Dicho de otra
manera: quien ha sido Iniciado, en cualquiera de los diferentes tipos de
iniciaciones, se unifica con los otros Iniciados reconociéndoles como tales y,
en consecuencia, como iguales a él mismo, al mismo tiempo que es reconocido
como igual por los demás Iniciados. Al respecto, siempre recordaré la época
en que, siendo niño, estudiaba bachillerato. En aquel tiempo, en España,
había un cierto grado de intolerancia oficial en cuanto a las diferentes formas
de pensamiento filosófico, o religioso, por lo que era obligatorio que, tanto
si se era creyente como si no, se estudiase una asignatura que se llamaba:
Historia Sagrada, y que en los diferentes cursos estudiaba el Antiguo
Testamento, el Evangelio, y los diferentes dogmas, así como la liturgia, de la
Iglesia Católica.
En una clase de
esta asignatura, a la que también llamábamos: la asignatura de Religión, el
profesor nos hizo el relato de cómo Alejandro Magno fue admitido por los
sacerdotes israelitas al Santo de los Santos del Templo de Jerusalén, y fue
invitado a hacer un sacrificio a Yaveh. Es esa ocasión pregunté al
profesor de religión cómo es que Alejandro el Magno, que era griego y, en
consecuencia, pagano, fue admitido al Templo para hacer un sacrificio al Dios
Verdadero. Recuerdo que el profesor me contestó que Alejandro Magno creía en un
Dios único, el Dios Verdadero, y que, por lo tanto, muy bien podía ser
admitido, de manera honorable, a hacer un sacrificio en el Templo de Jerusalén,
aunque su religión fuese diferente. Dicho lo cual, y con un tono pícaro,
el profesor me dijo que también era posible que Alejandro Magno, por razones
políticas, hubiese decidido hacer un sacrificio al Dios del pueblo que había
conquistado y que los sacerdotes israelitas, para evitar represalias, y por
arrimar el ascua a su sardina, decidieron admitir al conquistador en el Santo
de los Santos del Templo y hacer con él un sacrificio.
Esta experiencia
quedó en mi memoria sin encontrarle explicación racional hasta que, pasado el
tiempo, y teniendo nociones de
esoterismo, y de lo que significa ser un Iniciado, llegué a saber que en la
antigüedad, lo mismo que en la actualidad, un Iniciado era reconocido como tal
por cualquier otro Iniciado, de cualquier pueblo, o de cualquier religión,
siendo admitido honorablemente, como igual, en el culto del pueblo que
visitase.
Este aspecto, el
de la unidad entre todos los Iniciados, es uno de los pilares fundamentales de
una de las Ordenes Esotéricas que conozco, lo mismo que algunos de mis lectores
y, precisamente en una iniciación se relata este caso, como ejemplo de unidad entre
los Iniciados, independientemente del lugar, o de la tradición particular a la
que se pertenezca. Siendo Alejandro Magno, el gran conquistador griego,
un Iniciado en las escuelas de los misterios de la antigüedad, bien podía ser
admitido en cualquier templo de cualquier país porque, aparte de cualquier
diferencia material, política, económica, militar, etc.,. que hubiese, por
encima de todo se encuentra la hermandad de aquéllos que se unifican en la Luz.
Esa hermandad de
los Iniciados, que no tiene otra afiliación que la del espíritu, conlleva un
respeto absoluto por las diferentes vías de conocimiento, por las
diferentes escuelas, órdenes iniciáticas, etc., así como por los Iniciados,
cualquiera que sea su condición, y nunca, bajo ningún aspecto, ningún Iniciado,
o Escuela de Conocimiento Interno que sea auténtica y tradicional, tratará de
imponer su supremacía, ideas, posturas filosóficas, o entidad como
organización, a las otras Escuelas o Iniciados, de tal forma que tratar de
proceder de manera intolerante, o buscando la esclavitud en la
transmisión del conocimiento, supone un reconocimiento implícito de la falta de
autenticidad, y buenos propósitos, de la Escuela o del supuesto Iniciado que
así procediese.
El segundo aspecto de esta primera reflexión, el
del Iniciador, es también muy
importante por cuanto habitualmente se reconoce que, para que
una persona sea iniciada de manera válida, el Iniciador debe de estar investido
de un poder especial que le capacite, o le autorice, para conferir la Iniciación
a los Candidatos. Precisamente, sobre este punto, se ha hablado mucho
y de manera irreflexiva porque, algunos esoteristas, tal vez, por un celo
excesivo en cuanto a su vía particular de desarrollo, o a la Escuela u Orden a
la que pertenecen, dan una importancia, a mi juicio excesiva, en cuanto a la
continuidad de una sucesión histórica de Iniciadores que, visto de esta manera
habrían ido recibiendo unos de otros los poderes que les capacitarían para
Iniciar a los Candidatos.
Si bien es
cierto que una transmisión continuada del poder de iniciar, a lo largo de la
Historia, constituye un factor tradicional importante, también es cierto que si
nos remontamos a los orígenes de la Iniciación, cuando llegamos al que debió
ser el primer Iniciador, cabría preguntarse: ¿Quién Inició al primer Iniciador,
y quién le confirió el poder de Iniciar? Ante esta pregunta sólo cabe una
contestación sensata: El
poder de Iniciar lo concede la asunción personal de un influjo espiritual, o de
una condición moral, que hace que el Iniciador sea reconocido por los Iniciados
como alguien capacitado para transmitir dicho influjo espiritual por medio de
la Iniciación Simbólica…
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