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jueves, 7 de marzo de 2013

HERBERT ORE: ABRAHAM ( VII )


DESPUES DEL HOLOCAUSTO.

Los expertos pensaron al principio que uno invasores barbaros habían devastado Ur, la capital de Sumer, pero no hallaron evidencia de tal invasión, entonces se descubrió un texto titulado “Lamentaciones sobre la desolación de Ur”, que desconcertó a los expertos, pues en el texto no se lamentaban de una destrucción física de Ur, sino de su “abandono”: Los dioses que habían vivido allí lo abandonaron, la gente que la habitaba desapareció, los establos estaban vacíos, los templos, las casas, estaban intactos, en pie, pero vacios.

Una tormenta, el Viento Maligno, recorrió los cielos.

El torbellino radiactivo comenzó a difundirse y a moverse en dirección oeste, con los vientos predominantes del Mediterráneo; poco después, los augurios que predecían el fin de Sumer se hicieron realidad; y la misma Sumer se convirtió en la postrera víctima nuclear.

La catástrofe que hizo caer a Sumer a finales del sexto año de reinado de Ibbi-Sin se describe en varios Textos de Lamentación (Largos poemas que lloran el hundimiento de la majestuosa Ur y de los otros centros de la gran civilización sumeria). Estas lamentaciones sumerias, que nos recuerdan el bíblico Libro de las Lamentaciones en donde se llora la destrucción de Jerusalén a manos de los babilonios, llevaron a pensar a los expertos que las tradujeron de la catástrofe sumeria, que era el resultado de una invasión, en la cual se enfrentaron tropas elamitas y amoritas.

Cuando encontraron las primeras tablillas de lamentaciones, los expertos creyeron que había sido sólo Ur la que había sufrido la destrucción. Pero, con el descubrimiento de más de estos textos, se percataron de que Ur no había sido la única ciudad afectada, ni el punto central de la catástrofe. Estas lamentaciones, no sólo eran similares a los llantos por el destino de Nippur, Uruk o Eridú, sino que, además, en algunos de los textos se ofrecían listas de las ciudades afectadas; y parecía que el mal comenzaba por el sudoeste y se extendía en dirección nordeste, abarcando la totalidad del sur de Mesopotamia. Daba la impresión de que una catástrofe generalizada y repentina había caído sobre todas las ciudades, no en lenta sucesión, como sucedería en el caso de una progresiva invasión, sino de una vez. Expertos como Th. Jacobsen (The Reign of Ibbi-Sin) llegaron a la conclusión de que los invasores bárbaros no habían tenido nada que ver con tan estremecedora catástrofe.

La desolación provocada por la catástrofe se describe con versos como éstos:

Llevando la desolación a las ciudades,
[llevando] la desolación a las casas;
llevando la desolación a los corrales,
el vacío a los rediles;
ya no hay bueyes en los corrales de Sumer,
las ovejas ya no holgan en sus rediles;
sus ríos corren con aguas amargas,
en sus campos de cultivo crecen las malas hierbas,
en sus estepas crecen plantas que se marchitan.

En ciudades y aldeas, la madre no cuida ya de sus hijos, el padre no dice ya 'Oh, esposa mía'... los pequeños ya no crecen con las rodillas fuertes, ni las niñeras cantan sus nanas... la realeza se ha arrebatado de la tierra.

Es evidente sobre sumeria, cayó una calamidad, desconocida para el hombre: una calamidad que nunca antes se había visto, que no se podía resistir.

La muerte no fue a manos del enemigo; era una muerte invisible, que recorre la calle, que queda suelta en el camino; se yergue junto a un hombre, y sin embargo nadie puede verla; cuando entra en una casa, nadie se entera. No había defensa contra este mal que ha arremetido contra el país como un fantasma.

La muralla más alta, los muros más gruesos, son atravesados como una inundación; no hay puerta que pueda impedirle el paso, ni cerrojo que le haga dar la vuelta; a través de la puerta, como una serpiente se desliza; a través de las bisagras, como el viento entra.

Los que se ocultaron tras las puertas, fueron derribados dentro; los que se subieron corriendo a los tejados, murieron en los tejados; los que huyeron a las calles, fueron alcanzados en las calles: La tos y la flema debilitaban el pecho, la boca se llenaba de saliva y espuma. Se quedaban mudos y aturdidos, una maligna parálisis, una maldición, un dolor de cabeza. Sus espíritus abandonaban sus cuerpos. Y la muerte era espantosa.

La gente, aterrorizada, difícilmente podía respirar;
el Viento Maligno los atenazaba,
no les concedía otro día...
Las bocas se anegaban en sangre,
las cabezas se revolcaban en sangre...
El rostro palidecía con el Viento Maligno.

Esta muerte invisible se originaba en una nube que apareció en los cielos de Sumer y cubrió el país como con un manto, extendiéndose sobre él como una sábana. Cubría al sol con tonos marrones, durante el día. Por la noche, luminosa en sus bordes, tapaba la Luna.

No era un fenómeno natural. Era una gran tormenta enviada por Anu... había llegado desde el corazón de Enlil. El producto de las siete terroríficas armas.

 
Las siete terroríficas armas

Un estallido maligno anunciaba la siniestra tormenta,
un estallido maligno era el precursor ,
de la siniestra tormenta;
poderosa descendencia,
hijos valientes eran los heraldos de la peste.

Los dos hijos de Anu, Ninurta y Nergal, soltaron las siete armas mortales creadas por Anu, arrasándolo todo en el lugar de la explosión. Las antiguas descripciones son tan precisas como las descripciones modernas de los testigos presenciales de una explosión atómica: Tan pronto como las terroríficas armas fueron lanzadas desde los cielos, hubo un inmenso resplandor: esparcieron impresionantes rayos hacia los cuatro puntos de la tierra, abrasándolo todo como el fuego, dice en un texto; en otro, una lamentación sobre Nippur, se recuerda la tormenta, en el destello de un relámpago creada. Después, se elevó en el cielo un hongo atómico, una nube densa que trae la oscuridad, seguido de fuertes ráfagas de viento... una tempestad que abrasa furiosamente los cielos. Más tarde, los vientos predominantes, soplando de oeste a este, se pusieron a difundir el mal en Mesopotamia: las densas nubes que traen la penumbra del cielo, que llevan la penumbra de ciudad en ciudad.

Varios textos atestiguan que el Viento Maligno, que llevaba la nube de la muerte, fue generado por unas gigantescas explosiones en un día para el recuerdo:

En aquel día
cuando el cielo fue aplastado
y la Tierra fue herida,
su faz asolada por el remolino,
cuando los cielos se oscurecieron
y cubrieron como con una sombra...

Se recuerda en los lamentos, como en éste de Nippur:

En aquel día, en aquel único día; en aquella noche, en aquella única noche... la tormenta, en un destello de relámpago creada, al pueblo de Nippur dejó postrado.

El Lamento de Uruk describe la confusión sembrada tanto entre los dioses como entre el pueblo.

Los grandes dioses empalidecieron ante su inmensidad» cuando presenciaron los rayos gigantes de la explosión alcanzar el cielo [y] la tierra temblar en su centro.

Cuando el Viento Maligno comenzó a esparcirse por las montañas como una red, los dioses de Sumer emprendieron la huida a sus amadas ciudades. En el texto conocido como Lamentación Sobre la Destrucción de Ur se hace una relación de todos los grandes dioses y de algunos de sus más importantes hijos e hijas que abandonaron al viento las ciudades y los grandes templos de Sumer. Y el texto llamado Lamentación Sobre la Destrucción de Sumer y Ur añade detalles dramáticos a esta huida precipitada:

Ninharsag lloraba con amargas lágrimas cuando huyó de Isin; Nanshe gritaba, Oh, mi devastada ciudad cuando el lugar en donde moraba cayó en la desgracia. Inanna salió apresuradamente de Uruk, navegando en dirección a África en un barco sumergible, lamentándose de haber dejado atrás sus joyas y otras posesiones. En su propia lamentación por Uruk, Inanna/Ishtar lloraba la desolación de su ciudad y su templo, debido al Viento Maligno que en un instante, en un abrir y cerrar de ojos se había creado en el medio de las montañas, y contra el cual no había defensa alguna.

Una sobrecogedora descripción del miedo y la confusión reinante, tanto entre dioses como entre hombres, por la inminencia del Viento Maligno, se da en El Lamento de Uruk, que fue escrito años después, cuando llegó el tiempo de la Restauración. Cuando los leales ciudadanos de Uruk cayeron presa del terror, las deidades residentes de Uruk, a cuyo cargo estaba la administración y el bienestar de la ciudad, hicieron sonar la alarma.

¡Levantaos!, llamaron a la gente en mitad de la noche; huid, ¡ocultaos en la estepa!, les dijeron. Inmediatamente, los mismos dioses y las deidades huyeron. Tomaron senderos desconocidos. Y el texto afirma con pesimismo:

Así, todos sus dioses evacuaron Uruk;
se mantuvieron lejos de ella;
se ocultaron en las montañas,
escaparon a las distantes llanuras.

En Uruk, el pueblo fue abandonado al caos, sin dirección ni ayuda. El pánico se apoderó de la muchedumbre en Uruk... su sentido común se distorsionó. Entraron en los santuarios rompiéndo todo, mientras se preguntaban: ¿Por qué parece tan lejano el benévolo ojo de los dioses? ¿Quién ha provocado todo este pesar y lamento? Pero sus preguntas quedaron sin respuesta; y, cuando la Tormenta Maligna pasó, el pueblo fue amontonado en pilas... el silencio cayó sobre Uruk como un manto.

Después de que la tormenta portadora de mal saliera de la ciudad, barriendo los campos, Enki entró en Eridú; se encontró con una ciudad cubierta con el silencio... sus habitantes yacían amontonados. Aquéllos que se salvaron le dirigieron un lamento: ¡Oh, Enki, lloraban, tu ciudad ha sido maldecida, ha sido convertida en un territorio extraño!, y sollozaban preguntándose adonde ir y qué hacer. Pero, aunque el Viento Maligno había pasado, el lugar seguía siendo inseguro, y Enki se quedó fuera de la ciudad, como si fuera una ciudad extraña.

Más tarde, abandonando la casa de Eridú, Enki llevó a aquéllos que habían salido de Eridú al desierto, hacia una tierra hostil; allí, utilizó sus conocimientos científicos para hacer comestible el árbol desagradable.

Desde el extremo norte de la amplia extensión del Viento Maligno, desde Babilonia, Marduk, preocupado, le envió a su padre Enki un mensaje urgente, ante la inminencia de la llegada de la nube de la muerte a su ciudad:

¿Qué debo hacer?, preguntaba. El consejo de Enki, que más tarde Marduk transmitiría a sus seguidores, fue que aquéllos que pudieran abandonar la ciudad, lo hicieran, pero que fueran sólo hacia el norte; y, en la misma línea del consejo que le dieran los dos emisarios a Lot, a la gente que huía de Babilonia se le aconsejó no volverse ni mirar atrás. También se les dijo que no llevaran consigo alimentos ni bebida, pues estos podrían haber sido tocados por el fantasma. Si no era posible la huida, Enki aconsejaba ocultarse bajo tierra: Métete en una cámara bajo la tierra, en la oscuridad, hasta que el Viento Maligno haya pasado.

Mientras partían, vieron la muerte y la desolación: la gente, como fragmentos de cerámica, llenaba las calles de la ciudad; en sus nobles puertas, allí donde iban a pasear, había cadáveres por todas partes; donde se celebraban las fiestas, yacían esparcidos; en sus plazas, donde tenían lugar las festividades de la tierra, la gente yacía amontonada. Los muertos no eran enterrados: los cadáveres, como manteca bajo el sol, se derretían por sí mismos.

Después, Ningal elevaría su gran lamentación por Ur, la que fuera majestuosa ciudad, capital de Sumer, capital de un imperio:

Oh, casa de Sin en Ur,
amarga es tu desolación...
¡Oh, Ningal, cuya tierra ha perecido,
haz tu corazón como agua!
La ciudad se ha convertido en una ciudad extraña,
¿cómo se puede existir ahora?
La casa se ha convertido en casa de lágrimas,
hace mi corazón como agua...
Ur y sus templos
han sido entregados al viento.

Todo el sur de Mesopotamia había quedado postrado; el suelo y las aguas envenenados por el Viento Maligno.

En las riberas del Tigris y el Eufrates, sólo crecían plantas enfermizas. En los pantanos crecían juncos enfermizos que se pudrían en el hedor... En los huertos y en los jardines no había brotes nuevos, y pronto quedaron yermos... Los campos cultivados ya no se araban, ni semillas se plantaban en el suelo, ni canciones resonaban en los campos. En el campo, los animales también se vieron afectados: En la estepa, quedó poco ganado grande y pequeño, todas las criaturas vivas llegaron a su fin. Los animales domesticados, también, fueron aniquilados: Los rediles se han entregado al viento... El ronroneo del giro de la mantequera ya no resuena en el redil... Los corrales ya no dan manteca ni queso... Ninurta ha dejado a Sumer sin leche.

La tormenta aplastó la tierra, lo barrió todo; rugía como un gran viento sobre la tierra, nadie podía escapar; asolando las ciudades, asolando las casas... Nadie recorre las calzadas, nadie busca los caminos. La desolación de Sumer era completa.

Las ciudades sumerias, una tras otra, se relacionan en los textos como “abandonadas”, sin dioses, sin gente, sin animales. Los expertos desconcertados, se preguntaron, si había acaecido alguna grave catástrofe, una misteriosa calamidad. ¿Qué podría ser? La respuesta al enigma ya lo hemos descrito tal conforme los textos sumerios: Se lo llevo el viento maligno.

Un estudio que marco tendencias fue  el de un grupo internacional de siete científicos de diferentes disciplinas titulado “El cambio climático y el derrumbamiento del imperio acadio: evidencias desde el mar profundo”, publicado en la revista científica Geology, en su edición de Abril 2000.

En esta investigación se hicieron análisis radiológicos y químicos de antiguas capas de polvo de aquel periodo, obtenidas en diversos emplazamientos de Oriente Próximo, pero principalmente del fondo del golfo de Omán; la conclusión a la que llegaron fue un inusual cambo climático en las regiones adyacentes al mar muerto levantó grandes tormentas de polvo, y que este polvo (un inusual “polvo mineral atmosférico”) fue transportado por los vientos predominantes hacia el sur de Mesopotamia, y más alla, hasta el golfo Persico. ¡El mismo desarrollo del Viento Maligno de Sumer! La datación por radiocarbono de la inusual “precipitación de polvo” llevo a la conclusión de que se debió a “un extraño y dramático evento que tuvo lugar en torno a 4025 años antes del presente”. Eso en otras palabras significa “en torno a 2025 a.C”, ¡El mismo 2024 a.C. que hemos indicado! (Zecharia Sitchin, El Final de los Tiempos, Pág. 105-106).

Quién salió triunfante de esta guerra de los dioses y a donde se fue o se instalo este dios.

Para Marduk, la nueva era es un error corregido, una ambición lograda, una profecía cumplida. El precio pagado, la desolación de Sumer, la huida de sus dioses, su pueblo diezmado, no fue responsabilidad suya. En todo caso, los responsables fueron castigados por oponerse al destino. La imprevista tormenta nuclear, el Viento Maligno, y su rumbo parecían haber sido dirigidos por una mano invisible que venía a confirmar lo que los dioses proclamaban: la era de Marduk, la era del Carnero ha llegado. (Zecharia Sitchin, El Final de los Tiempos, Pág. 108).

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