Herbert Oré Belsuzarri.
El Papa León XIII a través de la Encíclica HUMANUM
GENUS dado el 30 de Abril de 1884 dice:
II.
Juicio Fundamental Acerca de la Masonería.
[7].
Varias son las sectas que, aunque diferentes en nombre, ritos, forma y origen,
al estar sin embargo, asociadas entre sí por la unidad de intenciones y la
identidad en sus principios fundamentales, concuerdan de hecho con la
masonería, que viene a ser como el punto de partida y el centro de referencia
de todas ellas. Estas sectas, aunque aparentan rechazar todo ocultamiento y
celebran sus reuniones a la vista de todo el mundo y publican sus periódicos,
sin embargo, examinando a fondo el asunto, conservan la esencia y la conducta
de las sociedades clandestinas. Tienen muchas cosas envueltas en un misterioso
secreto. Y es ley fundamental de tales sociedades el diligente y cuidadoso
ocultamiento de estas cosas no sólo ante los extraños, sino incluso ante muchos
de sus mismos adeptos. Tales son, entre otras, las finalidades últimas y más
íntimas, las jerarquías supremas de cada secta, ciertas reuniones íntimas y
ocultas, los modos y medios con que deben ser realizadas las decisiones
adoptadas. A este fin se dirigen la múltiple diversidad de derechos,
obligaciones y cargos existentes entre los socios, la distinción establecida de
órdenes y grados y la severidad disciplinar con que se rigen. Los iniciados
tiene que prometer, más aún, de ordinario tienen que jurar solemnemente, no
descubrir nunca ni en modo alguno a sus compañeros sus signos, sus doctrinas.
Así, con esta engañosa apariencia y con un constante disimulo procuran con
empeño los masones, como en otro tiempo los maniqueos, ocultarse y no tener
otros testigos que sus propios conmilitones. Buscan hábilmente la comodidad del
ocultamiento, usando el pretexto de la literatura y de la ciencia como si fuesen
personas que se reúnen para fines científicos. Hablan continuamente de su afán
por la civilización, de su amor por las clases bajas. Afirman que su único
deseo es mejorar la condición de los pueblos y extender al mayor número posible
de ciudadanos las ventajas propias de la sociedad civil. Estos propósitos,
aunque fuesen verdaderos, no son, sin embargo, los únicos. los afiliados deben,
además, dar palabra, y garantías de ciega y absoluta obediencia a sus jefes y
maestros; deben estar preparados a la menor señala e indicación de éstos para
ejecutar sus órdenes; de no hacerlo así, deben aceptar los más duros castigos,
incluso la misma muerte. De hecho, cuando la masonería juzga que algunos de sus
seguidores han traicionado el secreto o han desobedecido las órdenes recibidas,
no es raro que éstos reciban la muerte con tanta audacia y destreza, que el
asesino burla muy a menudo las pesquisas de la policía y el castigo de la
justicia. Ahora bien, esto de fingir y querer esconderse, de obligar a los
hombres, como esclavos, con un fortísimo vínculo y sin causa suficientemente
conocida, de valerse para cualquier crimen de hombres sujetos al capricho de
otros, de armar a los asesinos procurándoles la impunidad de sus delitos, es un
crimen monstruoso, que la naturaleza no puede permitir. Por esto, la razón y la
misma verdad demuestran con evidencia que la sociedad de que hablamos es
contraria a la justicia y a la moral natural.
[8].
Afirmación reforzada por otros argumentos clarísimos, que ponen de manifiesto
esta contradicción de la masonería con la moral natural. Porque por muy grande
que sea la astucia de los hombres para ocultarse, por muy excesiva que sea su
costumbre de mentir, es imposible que no aparezca de algún modo en los efectos
la naturaleza de la causa. No
puede árbol bueno dar malos frutos, ni árbol malo dar buenos frutos. Los frutos de la masonería son frutos venenosos y
llenos de amargura. Porque de los certísimos indicios que antes hemos
mencionado, brota el último y principal de los intentos masónicos; a saber: la
destrucción radical de todo el orden religioso y civil establecido por el
cristianismo y la creación, a su arbitrio, de otro orden nuevo con fundamentos
y leyes tomados de la entraña misma del naturalismo.
[9].
Todo lo que hemos dicho hasta aquí, y lo que diremos en adelante, debe
entenderse de la masonería considerada en sí misma y como centro de todas las
demás sectas unidas y confederadas con ella, pero no debe entenderse de cada
uno de sus seguidores. Puede haber, en efecto, entre sus afiliados no pocas
personas que, aunque culpables por haber ingresado en estas sociedades, no
participan, sin embargo, por sí mismas de los crímenes de las sectas e ignoran
los últimos intentos de éstas. De la misma manera, entre las asociaciones
unidas a la masonería, algunas tal vez no aprueban en modo alguno ciertas
conclusiones extremas, que sería lógico abrazar como consecuencias necesarias
de principios comunes, si no fuese por el horror que causa su misma
monstruosidad. Igualmente algunas asociaciones, por circunstancias de tiempo y
lugar, no se atreven a ejecutar todo lo que querrían hacer y otras suelen
realizar; no por esto, sin embargo, deben ser consideradas como ajenas a la
unión masónica, porque esa unión masónica debe ser juzgada, más que por los
hechos y realizaciones que lleva a cabo, por el conjunto de principios que
profesa.
III.
Naturaleza y Métodos de la Masonería
(Autonomía
de la razón)
[10].
Ahora bien, el principio fundamental de los que profesan el naturalismo, como
su mismo nombre declara, es que la naturaleza humana y la razón natural del
hombre han de ser en todo maestras y soberanas absolutas. Establecido este
principio, los naturalistas, o descuidan los deberes para con Dios, o tiene de
éstos un falso concepto impreciso y desviado. Niegan toda revelación divina. No
admiten dogma religioso alguno. No aceptan verdad alguna que no pueda ser
alcanzada por la razón humana. Rechazan todo maestro a quien haya que creer
obligatoriamente por la autoridad de su oficio. Y como es oficio propio y
exclusivo de la Iglesia católica guardar enteramente y defender en su
incorrupta pureza el depósito de las doctrinas reveladas por Dios, la autoridad
del magisterio y los demás medios sobrenaturales para la salvación, de aquí que
todo el ataque iracundo de estos adversarios se haya concentrado sobre la
Iglesia. Véase ahora el proceder de la masonería en lo tocante a la religión,
singularmente en las naciones en que tiene una mayor libertad de acción, y
júzguese si es o no verdad que todo su empeño se reduce a traducir en los
hechos las teorías del naturalismo.
Hace
mucho tiempo que se trabaja tenazmente para anular todo posible influjo del
magisterio y de la autoridad de la Iglesia en el Estado. Con este fin hablan
públicamente y defienden la separación total de la Iglesia y del Estado.
Excluyen así de la legislación y de la administración pública el influjo
saludable de la religión católica. De lo cual se sigue la tesis de que la
constitución total del Estado debe establecerse al margen de las enseñanzas y
de los preceptos de la Iglesia.
Pero
no les basta con prescindir de tan buena guía como es la Iglesia. La persiguen,
además, con actuaciones hostiles. Se llega, en efecto, a combatir impunemente
de palabra, por escrito y con la enseñanza los mismos fundamentos de la
religión católica. Se niegan los derechos de la Iglesia. No se respetan las
prerrogativas con que Dios la enriqueció. Se reduce al mínimo su libertad de
acción, y esto con una legislación en apariencia no muy violenta, pero en
realidad dada expresamente para impedir la libertad de la Iglesia. Vemos,
además, al clero oprimido con leyes singularmente graves, promulgadas para
disminuir cada día más su número y para reducir sus recursos; el patrimonio
eclesiástico que todavía queda, gravado con todo género de cargas y sometido
enteramente al juicio arbitrario del Estado; y las Ordenes religiosas
suprimidas y dispersas. Pero el esfuerzo más enérgico de los adversarios se
lanza principalmente contra la Sede Apostólica y el Romano Pontífice. Primeramente
le ha sido arrebatado a éste, con fingidos pretextos, el poder temporal,
baluarte de su libertad y de sus derechos. A continuación ha sido reducido el
Romano Pontífice a una situación injusta, a la par que intolerable, por las
dificultades que de todas partes se le oponen. Finalmente, hemos llegado a una
situación en la que los fautores de las sectas proclaman abiertamente lo que en
oculto habían maquinado durante largo tiempo; esto es, que hay que suprimir la
sagrada potestad del Pontífice y que hay que destruir por completo el
pontificado instituido por derecho divino. Aunque faltasen otras pruebas, lo
dicho está probado suficientemente por el testimonio de los mismos jefes
sectarios, muchos de los cuales, en diversas ocasiones, y últimamente en una
reciente memoria, han declarado como objetivo verdadero de la masonería el
intento capital de vejar todo lo posible al catolicismo con una enemistad
implacable, sin descansar hasta ver deshechas todas las instituciones
establecidas por los papas en la esfera religiosa. Y si los afiliados a la
masonería no están obligados a abjurar expresamente de la fe católica, esta
táctica está lejos de oponerse a los intentos masónicos, que más bien sirve a
sus propósitos. En primer lugar, porque éste es el camino de engañar fácilmente
a los sencillos y a los incautos y de multiplicar el número de adeptos. Y en
segundo lugar, porque al abrir los brazos a todos los procedentes de cualquier
credo religioso, logran, de hecho, la propagación del gran error de los tiempos
actuales: el indiferentismo religioso y la igualdad de todos los cultos.
Conducta muy acertada para arruinar todas las religiones, singularmente la
católica, que, como única verdadera, no puede ser igualada a las demás sin suma
injusticia.
(Errores metafísicos)
[11].
Pero los naturalistas avanzan más todavía. Lanzados audazmente por la vía del
error en los asuntos de mayor importancia, caen despeñados por el precipicio de
las conclusiones más extremistas, ya sea por la flaqueza de la naturaleza
humana, ya sea por justo juicio de Dios, que castiga el pecado de la soberbia
naturalista. De esta manera sucede que para esos hombres pierden toda su
certeza y fijeza incluso las verdades conocidas por la sola luz natural de la
razón, como son la existencia de Dios y la espiritualidad e inmortalidad del
alma humana. Por su parte, la masonería tropieza con estos mismos escollos a
través de un camino igualmente equivocado. Porque si bien reconocen
generalmente la existencia de Dios, afirman, sin embargo, que esta verdad no se halla impresa
en la mente de cada uno con firme asentimiento y estable juicio. Reconocen, en
efecto, que el problema de Dios es entre ellos la causa principal de divisiones
internas. Más aún, es cosa sabida que últimamente ha habido entre ellos, por
esta misma cuestión, una no leve contienda. Pero, en realidad, la secta concede
a sus iniciados una libertad absoluta para defender la existencia de Dios o
para negarla; y con la misma facilidad se recibe a los que resueltamente
defienden la opinión negativa como a los que piensan que Dios existe, pero
tienen acerca de Dios un concepto erróneo como los panteístas, lo cual equivale
a conservar una absurda idea de la naturaleza divina, rechazando la verdadera
noción de ésta. Destruido o debilitado este principio fundamental, síguese
lógicamente la inestabilidad en las verdades conocidas por la razón natural: la
creación libre de todas las cosas por Dios, la providencia divina sobre el
mundo, la inmortalidad de las almas, la vida eterna que ha de suceder a la
presente vida temporal.
(Moral cívica)
[12].
Perdidas estas verdades, que son como principios del orden natural,
trascendentales para el conocimiento y la práctica de la vida, fácilmente
aparece el giro que ha de tomar la moral pública y privada. No nos referimos a
las virtudes sobrenaturales, que nadie puede alcanzar ni ejercitar sin especial
don gratuito de Dios. Por fuerza no puede encontrarse vestigio alguno de estas
virtudes en los que desprecian como inexistentes la redención del género
humano, la gracia divina, los sacramentos y la bienaventuranza que se ha de
alcanzar en el cielo. Hablamos aquí de las obligaciones derivadas de la moral
natural. Un Dios creador y gobernador providente del mundo; una ley eterna que
manda conservar el orden natural y prohibe perturbarlo; un fin último del
hombre, muy superior a todas las realidades humanas y colocado, más allá de
esta transitoria vida terrena. Estas son las fuentes, éstos son los principios
de toda moral y de toda justicia. Si se suprimen, como suelen hacer el
naturalismo y la masonería, la ciencia moral y el derecho quedan destituidos de
todo fundamento y defensa. En efecto, la única moral que reconoce la familia
masónica, y en la que, según ella, ha de ser educada la juventud, es la llamada
moral cívica, independiente y libre; es decir, una moral que excluya toda idea religiosa.
Pero la debilidad de esta moral, su falta de firmeza y su movilidad a impulso
de cualquier viento de pasiones, están bien demostradas por los frutos de
perdición que parcialmente están ya apareciendo. Pues dondequiera que esta
educación ha comenzado a reinar con mayor libertad, suprimiendo la educación
cristiana, ha producido la rápida desintegración de la sana y recta moral, el
crecimiento vigoroso de las opiniones más horrendas y el aumento ilimitado de
las estadísticas criminales. Muchos son los que deploran públicamente estas
consecuencias. Incluso no son pocos los que, aun contra su voluntad, las
reconocen obligados por la evidencia de la verdad.
[13].
Pero además, como la naturaleza humana quedó manchada con la caída del primer
pecado y, por esta misma causa, más inclinada al vicio que a la virtud, es
totalmente necesario para obrar moralmente bien sujetar los movimientos
desordenados del espíritu y someter los apetitos a la razón. Y para que en este
combate la razón vencedora conserve siempre su dominio se necesita muy a menudo
el despego de todas las cosas humanas y la aceptación de molestias y trabajos
muy grandes. Pero los naturalistas y los masones, al no creer las verdades
reveladas por Dios, niegan el pecado del primer padre de la humanidad, y juzgan
por esto que el libre albedrío “no está debilitado ni inclinado al pecado”. Por
el contrario, exagerando las fuerzas y la excelencia de la naturaleza y
poniendo en ésta el único principio regulador de la justicia, ni siquiera
pueden pensar que para calmar los ímpetus de la naturaleza y regir los apetitos
sean necesarios un prolongado combate y una constancia muy grande. Por esto
vemos el ofrecimiento público a todos los hombres de innumerables estímulos de
las pasiones; periódicos y revistas sin moderación ni vergüenza alguna; obras
teatrales extraordinariamente licenciosas; temas y motivos artísticos buscados
impúdicamente en los principios del llamado realismo; artificios sutilmente
pensados para satisfacción de una vida muelle y delicada; la búsqueda, en una
palabra, de toda clase de halagos sensuales, ante los cuales cierre sus ojos la
virtud adormecida. al obrar así proceden criminalmente, pero son consecuentes
consigo mismos todos los que suprimen la esperanza de los bienes eternos y la
reducen a los bienes caducos, hundiéndola en la tierra. Los hechos referidos
pueden confirmar una realidad fácil de decir, pero difícil de creer. Porque
como no hay nadie tan esclavo de las hábiles maniobras de los hombres astutos
como los individuos que tienen el ánimo enervado y quebrantado por la tiranía
de las pasiones, hubo en la masonería quienes dijeron y propusieron
públicamente que hay que procurar con una táctica pensada sobresaturar a la
multitud con una licencia infinita en materia de vicios; una vez conseguido
este objetivo, la tendrían sujeta a su arbitrio para acometer cualquier
empresa.
(Familia y educación)
[14].
Por lo que toca a la sociedad doméstica, toda la doctrina de los naturalistas
se reduce a los capítulos siguientes: el matrimonio pertenece a la categoría
jurídica de los contratos. Puede rescindirse legalmente a voluntad de los
contrayentes. La autoridad civil tiene poder sobre el vínculo matrimonial. En
la educación de los hijos no hay que enseñarles cosa alguna como cierta y
determinada en materia de religión; que cada uno al llegar a la adolescencia
escoja lo que quiera. Los masones están de acuerdo con estos principios. no
solamente están de acuerdo, sino que se empeñan, hace ya tiempo, por introducir
estos principios en la moral de la vida diaria. En muchas naciones, incluso
entre las llamadas católicas, está sancionado legalmente que fuera del
matrimonio civil no haya unión legítima alguna. En algunos Estados la ley
permite el divorcio. En otros Estados se trabaja para lograr cuanto antes la
licitud del divorcio. De esta manera se tiende con paso rápido a cambiar la
naturaleza del matrimonio, convirtiéndolo en una unión inestable y pasajera,
que la pasión haga o deshaga a su antojo. La masonería tiene puesta también la
mirada con total unión de voluntades en el monopolio de la educación de los
jóvenes. Piensan que pueden modelar fácilmente a su capricho esta edad tierna y
flexible y dirigirla hacia donde ellos quieren y que éste es el medio más
eficaz para formar en la sociedad una generación de ciudadanos como ellos
imaginan. Por esto, en materia de educación y enseñanza no permiten la menor
intervención y vigilancia de los ministros de la Iglesia, y en varios lugares
han conseguido que toda la educación de los jóvenes esté en manos de los laicos
y que al formar los corazones infantiles nada se diga de los grandes y sagrados
deberes que unen al hombre con Dios.
(Doctrina Política)
[15].
Vienen a continuación los principios de la ciencia política. En esta materia
los naturalistas afirman que todos los hombres son jurídicamente iguales y de
la misma condición en todos los aspectos de la vida. Que todos son libres por
naturaleza. Que nadie tiene el derecho de mandar a otro y que pretender que los
hombres obedezcan a una autoridad que no proceda de ellos mismos es hacerle
violencia. Todo está, pues, en manos del pueblo libre; el poder político existe
por mandato o delegación del pueblo, pero de tal forma que, si cambia la
voluntad popular, es lícito destronar a los príncipes aun por la fuerza. La
fuente de todos los derechos y obligaciones civiles está o en la multitud o en
el gobierno del Estado, configurando por supuesto según los principios del
derecho nuevo. Es necesario, además, que el Estado sea ateo. No hay razón para
anteponer una religión a otra entre las varias que existen. Todas deben ser
consideradas por igual.
[16].
Que los masones aprueban igualmente estos principios y que pretenden constituir
los Estados según este modelo son hechos tan conocidos que no necesitan
demostración. Hace ya mucho tiempo que con todas sus fuerzas y medios pretenden
abiertamente esta nueva constitución del Estado. Con lo cual están abriendo el
camino a otros grupos más audaces que se lanzan sin control a pretensiones
peores, pues procuran la igualdad y propiedad común de todos los bienes,
borrando así del Estado toda diferencia de clases y fortuna.
El texto continua en la siguiente entrega...
tomado de: http://es.scribd.com/doc/92378391/Herbert-Ore-Masoneria-Origen-y-Desarrollo
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(*) Herbert Oré Belsuzarri, autor y escritor masón latinoamericano.
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