LOCALIZACION DE LOS CENTROS ESPIRITUALES
Rene Guenon
En lo que
precede, hemos dejado casi completamente de lado la cuestión de la localización
efectiva de la «Región suprema», cuestión muy compleja, por lo demás
completamente secundaria desde el punto de vista en que hemos querido
situarnos. Parece que haya que considerar varias localizaciones sucesivas,
correspondientes a diferentes ciclos, subdivisiones de otro ciclo más extenso
que es el Manvantara; si además se considerase el conjunto de éste poniéndolo
en cierto modo fuera del tiempo, habría que observar un orden jerárquico entre
estas localizaciones, que corresponden a la constitución de formas tradicionales
que no son en suma más que adaptaciones de la tradición principal y primitiva
que domina todo el Manvantara. Por otro lado, recordaremos una vez más que
puede haber, además del centro principal, varios otros centros que se
relacionen con él, y que son como otras tantas imágenes suyas, lo que resulta
fuente de confusiones fáciles de cometer, tanto más cuando estos centros
secundarios, siendo más extensos, son de ese mismo modo más naturales que el
centro supremo (1).
Sobre este
último punto hemos hecho notar ya en particular la similitud de Lhasa, centro
del Lamaísmo, con el Agarttha; añadiremos ahora que, incluso en Occidente, se
conocen todavía cuando menos dos ciudades cuya misma disposición topográfica
presenta particularidades que, en su origen, tuvieron una razón de ser parecida:
Roma y Jerusalén (y hemos visto anteriormente que esta última era efectivamente
una imagen visible de la misteriosa Salem de Melki-Tsedeq). Había en efecto, en
la antigüedad, como ya lo habíamos indicado anteriormente, lo que podría
llamarse una geografía sagrada, o sacerdotal, y la posición de las ciudades y
templos no era arbitraria, sino determinada según leyes muy precisas (2); se
puede presentir por ahí los lazos que unían al "arte sacerdotal" y al
"arte real" con el de los constructores (3), así como las razones por
las cuales las antiguas corporaciones estaban en posesión de una verdadera
tradición iniciática (4). Además, entre la fundación de una ciudad y la
construcción de una doctrina (o de una nueva forma tradicional, por adaptación
a condiciones definidas de tiempo y lugar), había una relación tal que la
primera era tomada a menudo para simbolizar a la segunda (5).
Naturalmente, se
debía recurrir a unas precauciones muy especiales cuando se trataba de fijar el
emplazamiento de una ciudad que estaba destinada a convertirse, bajo un aspecto
u otro, en la metrópolis de toda una parte del mundo; y los nombres de las ciudades,
tanto como lo que se relaciona con las circunstancias de su fundación,
merecerían examinarse cuidadosamente desde este punto de vista (6). Sin
extendernos sobre estas consideraciones que no se relacionan más que
indirectamente con nuestro tema, diremos una vez más que un centro de los que
acabamos de hablar existía en Creta en la época prehelénica (7), y que parece
que Egipto había contado con varios, probablemente fundados en épocas
sucesivas, como Memfis y Tebas (8). El nombre de esta última ciudad, que fue
también el de una ciudad griega, debe retener particularmente nuestra atención,
como designación de centros espirituales, en razón de su identidad manifiesta
con la Thebah hebraica, es decir, del Arca del diluvio. Esta es también una
representación del centro supremo, considerado especialmente, en tanto que
asegura la conservación de la tradición, en el estado de envoltura en cierto
modo (9) dentro del período transitorio que es como un intervalo entre dos
ciclos y que está marcado por un cataclismo cósmico destruyendo el estado
anterior del mundo para hacer sitio a un nuevo estado (10).
El papel del Noé
bíblico (11) es similar al que juega en la tradición hindú Satyavrata, que
enseguida se convierte, bajo el nombre Vaivaswata, en el Manú actual; pero hay
que señalar que, mientras esta última tradición se refiere así al comienzo del
presente Manvantara, el diluvio bíblico marca solamente el comienzo de otro
ciclo más restringido, comprendido dentro de este mismo Manvantara (12): no se
trata del mismo acontecimiento, sino solamente de dos acontecimientos análogos
entre ellos. Lo que es muy digno de mencionarse aquí es la relación que existe
entre el simbolismo del Arca y el del arcoíris, relación que está sugerida, en
el texto bíblico, por la aparición de este último después del diluvio, como
signo de Alianza entre Dios y las criaturas terrestres (14). El Arca, durante
el cataclismo, flota sobre el océano de las aguas inferiores; el arco-iris, en
el momento en el que marca el restablecimiento del orden y de la renovación de
todas las cosas, aparece «en la nube», es decir, en la región de las aguas
superiores. Se trata pues de una relación de analogía en el sentido más
estricto de esta palabra, es decir, que las dos figuras son inversas y
complementarias una de otra: la convexidad del Arca está vuelta hacia abajo, la
del arcoíris está vuelta hacia arriba, y en su unión forman una figura circular
o cíclica completa, de la cual son como dos mitades (15). Esta figura era en
efecto completa en el comienzo del ciclo: es la copa vertical de una esfera
cuya copa vertical es representada por el recinto circular del Paraíso
terrestre (16); y éste está dividido por una cruz que forman los cuatro ríos
nacidos de la «montaña polar» (17). La reconstitución debe obrarse al final del
mismo ciclo; pero en ese caso, en la figura de la Jerusalén celestial, el
círculo es reemplazado por un cuadrado (18), y éste indica la realización de lo
que los hermetistas designan simbólicamente como la «cuadratura del círculo»:
la esfera, que representa el desarrollo de las posibilidades por la expansión
del punto primordial y central, se transforma en un cubo cuando este desarrollo
está acabado y el equilibrio final es alcanzado para el ciclo considerado (19).
NOTAS
(1). Siguiendo
la expresión que Saint-Yves toma prestada del simbolismo del Tarot, el centro
supremo está entre los demás centros como el «cero cercado por los veintidós
arcanos».
(2). El Timeo de
Platón parece contener, bajo forma velada, ciertas alusiones a la ciencia de la
que trata.
(3). Se
recordará aquí lo que hemos dicho del título de Pontífice; por otro lado, la
expresión de arte real se ha conservado por la Masonería moderna.
(4). Entre los
romanos, Janus era a la vez el dios de la iniciación a los misterios y el de
las corporaciones de artesanos (Collegia fabrorum); hay en esta doble
atribución un hecho particularmente significativo.
(5). Citaremos,
como ejemplo, el símbolo de Amfión bautizando los muros de Tebas con los
sonidos de la lira; luego se verá lo que indica el nombre de esta ciudad de
Tebas. Se sabe qué importancia tenía la lira en el Orfismo y en el Pitagorismo;
hay que notar que en la tradición china, a menudo se trata de instrumentos de
música que desempeñan una función similar y es evidente que lo que se dice debe
ser entendido también simbólicamente.
(6). En lo que
se refiere a los nombres, se habrán podido encontrar algunos ejemplos en lo que
precede, especialmente para los que se vinculan con la idea de blancura, y
vamos a indicar algunos más. Habría mucho que decir también sobre los objetos
sagrados a los cuales estaban ligados, en algunos casos, el poderío y
continuidad misma de la ciudad: tal era el legendario Palladium de Troya; tales
eran también, en Roma, los escudos de los Salios, que se decía habían sido
tallados en un aerolito en los tiempos de Numa; el Colegio de los Salios es
componía de doce miembros; estos objetos eran soportes de «influencias
espirituales», como el Arca de la Alianza entre los hebreos.
(7). El nombre
de Minos es por sí mismo una indicación suficiente en este sentido, tal como el
de Menes en lo que concierne a Egipto; veremos de nuevo también, para Roma, lo
que hemos dicho del nombre de Numa, y recordaremos el significado de Shlomoh
para Jerusalén. A propósito de Creta, señalaremos de paso el uso del Laberinto,
como símbolo característico, por los constructores de la Edad Media; lo más
curioso es que el recorrido del laberinto trazado en el enlosado de algunas
iglesias era considerado como reemplazante del peregrinaje a Tierra Santa para
quienes no podían cumplirlo.
(8). Se ha visto
también que Delfos había jugado este papel para Grecia; su nombre evoca al del
delfín; cuyo simbolismo es muy importante. Otro nombre importante es el de
Babilonia: Bab-Ilu significa «Puerta del Cielo», lo que es una de las
calificaciones aplica-das por Jacob a Luz; además puede tener también el
sentido de «casa de Dios», como Beith-El; pero se convierte en sinónimo de
«confusión» (Babel) cuando se pierde la tradición: entonces es la inversión del
símbolo, la Janua Inferni la que toma el lugar de la Janua Coeli.
(9). Este estado
es comparable al que representa para el comienzo de un ciclo el «Huevo del
Mundo», conteniendo en germen todas las posibilidades que se desarrollarán en
el curso del cielo; el Arca contiene igualmente todos los elementos que
servirán para la restauración del mundo, y que son así el germen de su estado
futuro.
(10). Es al
menos una de las funciones del Pontificado la de asegurar el paso o la
transmisión tradicional de un ciclo al otro; la construcción del Arca tiene
aquí el mismo sentido que la de un puente simbólico, pues ambos están
igualmente destinados a permitir el «paso de las aguas», que además tiene
significados múltiples.
(11). Se notará
que Noé está designado como habiendo sido el primero que plantó la viña
(Génesis, 9:20), hecho que se ha de relacionar con lo que hemos dicho
anteriormente sobre el significado simbólico del vino y su papel en los ritos
iniciáticos, a propósito del sacrificio de Melquisedec.
(12). Uno de los
significados históricos del diluvio bíblico puede relacionarse con el
cataclismo en el que desapareció la Atlántida.
(13). La misma
observación se aplica naturalmente a todas las tradiciones prediluvianas que se
encuentran en un gran número de pueblos. Las hay que se refieren a ciclos aún
más particulares, y es éste el caso entre los griegos, de los diluvios de
Deucalión y de Ogygés.
(14). Génesis,
lX: 12-17.
(15). Estas dos
mitades corresponden a las del "Huevo del Mundo" como las "aguas
superiores" y las "aguas inferiores" mismas; durante el período
de turbulencia, la mitad superior se hizo invisible, y en la mitad inferior es
donde se produce entonces lo que Fabre d'Olivet llama «amontonamiento de las
especies». Las dos figuras complementarias de las que se trata pueden aún,
desde cierto punto de vista, asimilarse con dos crecientes lunares puestos en
sentido inverso (uno como siendo el reflejo del otro y su simétrico con relación
a la línea de separación de las aguas), lo que se refiere al simbolismo de
Janus, cuyo navío es uno de los emblemas. También se observará que hay una
especie de equivalencia simbólica entre el creciente, la copa y el navío, y que
la palabra «navío» sirve para designar a la vez estas dos últimas (el
"Santo Bajel" es una de las denominaciones más habituales del Grial
en la Edad Media).
(16). Esta
esfera es además el «Huevo del Mundo», el Paraíso te-rrenal se encuentra en el
plano que le divide en sus dos mitades superior e inferior, es decir en el
límite del Cielo y de la Tierra.
(17). Los
Kabalistas hacen corresponder a estos cuatro ríos con las cuatro letras que
forman en hebreo Pardes; en otro lugar además hemos señalado su relación
analógica con los cuatro ríos de los In-fiernos (L'Ésotérisme de Dante, ed.
1957, p. 63).
(18). Este
reemplazo corresponde al del simbolismo vegetal por el simbolismo mineral del
que hemos indicado en otra parte su significado (L 'Ésotérisme de Dante, ed.
1957, p. 67). Las doce puertas de la Jerusalén celestial corresponden
naturalmente a los doce signos del Zodíaco, así como a las doce tribus de
Israel; se trata pues de una transformación del círculo zodiacal consecutiva a
la parada de la rotación del mundo y a su fijación en un estado final que es la
restauración de un estado primordial, cuando sea alcanzada la manifestación
sucesiva de las posibilidades que contenía éste. El «Árbol de la Vida», que
estaba en el centro del Paraíso terrenal, está igualmente en el centro de la
Jerusalén celestial, y aquí porta doce frutos; éstos no dejan de presentar
cierta relación con las doce Adityas, como el mismo «Árbol de la Vida» la tiene
con Aditi, la esencia única e indivisible de la que han descendido.
(19). Se podría
decir que la esfera y el cubo corresponden aquí respectivamente a los dos
puntos de vista dinámico y estático; las seis caras del cubo están orientadas
según las tres dimensiones del espacio, como las seis ramas de la cruz trazada
a partir del centro de la esfera. En lo que se refiere al cubo, sería fácil
hacer una compa-ración con el símbolo masónico de la «piedra cúbica», que se
relaciona igualmente con la idea de conclusión y perfección, es decir con la
realización de la plenitud de las posibilidades implícitas en un determinado
estado.
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