La Búsqueda de la Verdad
Un
viejo cuento, que se relata entre algunos selectos masones, cuenta de cómo en
el mismo Edén se encuentra hasta el día de hoy un Milenario y misterioso Árbol.
Y contaba que la gente que comiera el fruto de ese extraño Árbol, no moriría
jamás, conocería todo y viviría en completa dicha. Este cuento se repetía como
la verdadera historia masónica, y que el relato de Hiram Abiff era sólo una
impostura para hacer distraer a los entrometidos. Esta leyenda que podría ser
más acorde con lo masónico es repetida hasta el día de hoy, y no la simple
trama de un asesinato y sus implicaciones dudosas. Por alguna razón hace algunos
años esta historia secreta masónica llegó por alguna indiscreción a oídos de un
incierto Rey masón Prusiano, y aquel monarca concibió de inmediato la idea
apasionada por comer del fruto de aquel árbol: el fruto de Elixir que todo lo
concede.
Así
que el rey masón envió a un representante apropiado que de hecho también era
francmasón, esté estaba dotado de mucho ingenio, alguien ideal para que trajese
el fruto de aquel árbol, pues sus conocimientos sobre temas masónicos era
bastante probado. Durante años y años el emisario del Rey Masón Prusiano visitó
una ciudad tras otra, viajó por el mundo en Busca del Edén terrenal, ciudades
mil, regiones todas las imaginables, y preguntó diligentemente respecto al
Jardín del Edén, las Mismas Sagradas Escrituras dicen que el Jardín Existe y
que simplemente Adán fue expulsado del Edén, más no dice éste fuera destruido,
y así indagaba, preguntaba a cualquiera que pudiera saber sobre su ubicación y
como podía hacerse de ese preciado fruto.
Como
pueden imaginar, muchos decían a aquel hombre que tal búsqueda era obviamente
sólo la indagación de un Loco; otros le interrogaban cuidadosamente para
averiguar el cómo una persona tan inteligente podía encontrarse envuelta junto
con el Rey de Prusia en una aventura tan absurda; y sentían ternura y se la
demostraban, mostrando consideración le decían regresase a su tierra natal, le
hacían ver que el Rey y él eran incautos y habían sido engañados por una
historia falsa, al buscador le dolía incluso más que los golpes físicos
encontrarse con gente tan falta de fe.
Muchos,
por supuesto, le daban pistas falsas enviándole de un lugar a otro, diciendo
ser religiosos y que ellos también habían sabido por la Biblia de aquel Árbol
que justo estaba en medio del Edén, y lo enviaban a tal o cual lugar del
planeta.
De
esta forma pasaron los años hasta que el representante del Rey Francmasón
perdió toda esperanza de éxito y tomó la decisión de regresarlo a la Corte
Prusiana y que confesara su penoso fracaso.
Afortunadamente,
al recibir el buscador la orden de regresó se encontraba justo a orillas de rio
Éufrates y ahí un sabio que sabía de su búsqueda, y al saber que regresaba a
Prusia se entrevista con el representante del Rey, y riendo le explicó: Buen
hombre, lo que buscas para otro, necesitas orientación.
La
sabiduría es el fruto real del Árbol de Edén. Debido a que has tomado imágenes
y formas, nombres sustitutos para todo, como tu objetivo, no has sido capaz de
encontrar lo que yace más allá. Esta gran verdad que buscas queda a través del
tiempo envuelta en el secreto, y por su mismo secretismo puede llegar a tener
mil nombres: se puede llamar Luz, Árbol, Fruto, Joya, Piedra Filosofal, Elixir,
Grial, Edén, interno, Yo, Alma, etc. Pero el emblema no es la cosa en sí.
Quienquiera
dijo el Sabio, que se apegue a los nombres, símbolos, emblemas, metáforas,
parábolas y persista en esos conceptos sustitutos sin ser capaz de ver que
estas cosas secundarias son sólo en ocasiones distractores, a veces barreras, a
veces ayuda, otras puentes, otras más solamente etapas para llegar a la
comprensión del asunto real, si alguien no se deshace de conceptos sustitutos
permanecerá pensando que la inmortalidad del alma es un árbol de Acacia en el
Edén, que la verdad es una manzana, o que la Verdad es como algo que se pueda
encontrar físicamente o de forma palpable en este mundo ilusorio. Así, muchos
se perderán en la búsqueda y permanecerán sin nunca voltear hacia sí mismos
para encontrar esa respuesta.
Vicente
Alcoseri.
Tomado de la revista: Dialogo Entre Masones Enero 2015
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