EL SIMBOLISMO DEL
CUERPO HUMANO
Manly Palmer Hall
En la Escritura
se nos dice que Dios hizo al hombre a su propia imagen y semejanza. Así ha sido
declarado no solamente en la Biblia Cristiana, sino también en la mayoría de
los escritos sagrados de los seres iluminados. Los patriarcas judíos enseñaron
que el cuerpo humano es el microcosmos, o pequeño cosmos, hecho a la semejanza
del macrocosmos, o gran cosmos. Esta analogía entre lo finito y lo infinito se
ha dicho que es una de las claves por la cual se pueden develar los secretos de
la Sagrada Escritura.
El Viejo
Testamento es un libro de texto fisiológico y anatómico para aquellos que son
capaces de leerlo desde un punto de vista científico. Las funciones del cuerpo
humano, los atributos de la mente y las cualidades del alma humana, han sido
personificados por los sabios de la antigüedad, y un gran drama ha sido
elaborado acerca de sus relaciones entre si mismos y con los demás. Al gran
egipcio semidios Hermes, la raza humana debe su concepto sobre la ley de
analogía. El gran axioma hermético fue: “Como arriba es abajo; como abajo es
arriba.”
Todas las
religiones antiguas estaban basadas en el culto a la Naturaleza, el cual, en
una forma degenerada, ha sobrevivido hasta nuestros días como culto fálico. La
adoración de las partes y funciones del cuerpo humano comenzó en el último
período de los Lemures. Durante la época Atlante esta religión dio lugar al
culto del sol, pero incorporando en sus doctrinas muchos de los rituales y
símbolos de la creencia anterior.
La construcción
de los templos en la forma del cuerpo humano es una costumbre común a todos los
pueblos. El tabernáculo de los judíos, el gran templo egipcio de Karnak, las
estructuras religiosas de los sacerdotes hawaianos, y las iglesias cristianas
dispuestas en forma de cruz, son ejemplos de esta práctica.
Si el cuerpo
humano fuera extendido sobre uno de estos edificios, con los brazos abiertos,
se vería que el altar mayor ocuparía la misma posición relativa que el cerebro
ocupa en el cuerpo humano.
Todos los
sacerdotes de la antigüedad conocían anatomía. Aceptaban que todas las
funciones de la Naturaleza eran reproducidas en pequeño en el cuerpo humano.
Por lo tanto, consideraban al hombre como un libro y enseñaban a sus discípulos
que entender al hombre era comprender el universo. Aquellos sabios creían que
cada estrella en el cielo, cada elemento en la tierra y cada, función en la
Naturaleza, estaba representado en el cuerpo humano por su correspondiente
centro, polo o actividad.
Esta correlación
entre la Naturaleza y la naturaleza interna del hombre que estaba oculta para
las masas constituía las enseñanzas secretas del antiguo sacerdocio. La
religión era considerada mucho más seriamente que lo que es en nuestros días,
por los atlantes y egipcios. Era la vida misma de estos pueblos. Los sacerdotes
tenían un control total sobre millones de ignorantes hombres y mujeres, a los
cuales se les había enseñado desde su infancia que estos patriarcas, con sus
atavíos y luengas barbas, eran los mensajeros directos de Dios; y se creía que
toda desobediencia a lo ordenado por los sacerdotes atraería sobre la cabeza de
los transgresores la cólera del Todopoderoso.
El templo
dependía de su apoyo, basado en su secreta sabiduría, la cual daba a los
sacerdotes control sobre ciertos poderes de la Naturaleza y los dotaba de una
sabiduría y comprensión enormemente superior al estado seglar que ellos
controlaban.
Esos sabios
comprendieron que en la religión había algo mucho más grande que el mero canto
de mantrams e himnos; ellos comprendieron profundamente que la
senda de la salvación sólo puede ser recorrida con éxito por aquéllos que
tienen conocimiento práctico y científico de las funciones ocultas de sus
propios cuerpos. El simbolismo anatómico que ellos desarrollaron para perpetuar
este conocimiento ha llegado hasta la cristiandad moderna, pero, aparentemente,
su clave parece haberse perdido. Es una tragedia para los religiosos el estar
rodeados por cientos de símbolos que no pueden comprender; pero, es más triste
aún que ellos hayan llegado a olvidar totalmente que estos símbolos tienen otro
significado que las tontas interpretaciones que ellos a su manera han urdido.
La idea
predominante en la mente de los cristianos de que su creencia es la única y
verdadera doctrina inspirada, y que vino huérfana al mundo, es irrazonable en
extremo. Un estudio comparativo de las religiones prueba, sin lugar a dudas, de
que la cristiandad ha mendigado, pedido prestado o se ha apropiado de los
conceptos y filosofías de los tiempos antiguos y de los paganos del medioevo.
Entre los símbolos y alegorías religiosas que pertenecían al mundo antes de la
aparición de la cristiandad, hay algunos que nosotros deseamos someter a
vuestra atención.
Los siguientes
conceptos y símbolos cristianos son de origen pagano:
La cruz
cristiana viene de Egipto y de la India; la triple mitra, del culto de Mithra;
el cayado, de los Misterios Herméticos y Grecia; la inmaculada concepción, de
la India; la transfiguración, de Persia; y la trinidad, de los Brahamanes. La
Virgen María, como la madre de Dios, se encuentra en una docena de diferentes
creencias. Hay más de veinte salvadores del mundo crucificado. El campanario de
la iglesia es una adaptación de las pirámides y obeliscos egipcios, en tanto
que el diablo de los cristianos es el Tifón de los egipcios con algunas
variantes.
Mientras más
profundiza uno el problema, mejor comprende que no hay, realmente, nada nuevo
bajo el sol.
Un sincero
estudio de la fe cristiana demuestra, claramente, que es la evolución natural
de las doctrinas primitivas. Hay una evolución en la religión así como en la
forma física. Si aceptamos e incorporamos en nuestras doctrinas el simbolismo
religioso de cerca de cuarenta pueblos, esto nos permitirá comprender (al menos
en parte) el significado de los mitos y alegorías de lo que hemos tomado
prestado, y no ser más ignorantes que aquéllos a las cuales hemos recurrido.
Este pequeño
libro está dedicado a procurar explicar el problema de la relación que existe
entre el simbolismo del antiguo sacerdocio y las funciones ocultas del cuerpo
humano.
Primero debemos
comprender que se supone que toda escritura sagrada está sellada con siete
sellos. En otras palabras, que se requieren siete interpretaciones completas
para entender plenamente el significado de las revelaciones filosóficas antiguas,
que nosotros hemos preferido llamar Escritura Sagrada. La escritura no debe
entenderse como algo histórico. Aquellos que interpretan su significado
literal, comprenden la parte mínima de ella.
Es un hecho bien
conocido que, por razones de índole dramática, Shakespeare juntó en sus obras
caracteres de individuos que habían vivido en épocas distintas separados por
cientos de años; pero Shakespeare no estaba escribiendo historia sino drama. Lo
mismo ocurre con la Biblia. La Escritura deja a los historiadores envueltos en
desesperante desconcierto al formular su auto contradictorias tablas
cronológicas, en las cuales la mayoría de ellos quedarán esperando el día del
juicio final.
La Escritura
brinda excelentes temas para debatir, y también es un terreno propicio para las
discusiones sobre nimiedades, respecto a términos y ubicación de desconocidas
ciudades.
La mayoría de
las ciudades de la Biblia, hoy señaladas en las guías, recibieron su nombre
cientos de años más tarde al nacimiento de Cristo, por peregrinos que suponían
haber ocupado lugares próximos a los mencionados en la Biblia. Todo esto puede
convencer a algunos, pero, para el pensador es de una evidencia concluyente que
la historia es lo menos importante de la Escritura.
Cuando la
emperatriz Elena, madre de Constantino el Grande, visitó Jerusalén en el año
326, descubrió que no sólo había desaparecido toda traza de cristiandad, sino
que un templo dedicado a la diosa Venus permanecía en pie, sobre la colina hoy
aceptada como el Monte Calvario. ¡Cerca de cuatrocientos años después de la
muerte de Cristo no había, aparentemente, nadie en la Tierra Santa que hubiese
oído hablar de él! Esto no implica necesariamente que él no haya vivido, pero
si que el halo de milagros y atmósfera sobrenatural con que lo rodea la
cristiandad moderna es grandemente mitológico.
Semejante a
todas las otras religiones, la fe cristiana ha acumulado una colección de
fantásticas leyendas que despiertan la superstición y que son sus propios
enemigos, porque ellos han tomado al simple moralista de Nazareth – el hombre
que amaba a sus prójimos – y construyeron una superestructura de idolatría que
nadie ama y sólo sirve a su propio fin.
Así como Buddha
en la India reformó, meramente, los conceptos que se tenía sobre Brahman en sus
días, Jesús dio nueva forma a la fe de Israel y dio a sus discípulos y al mundo
una doctrina basada sobre lo que había estado antes establecido, pero
remodelada para enfrentar los problemas y necesidades de su pueblo. Los esenios
que educaron a Jesús eran de origen egipcio o hindú, y su fe tomó lo mejor que
había en el pasado.
Los recuerdos
preservados son sumamente alegóricos, y el hombre simple es sumergido por ellos
en un inmenso mar de súper naturalismo. Esto no fue hecho enteramente sin propósito,
pues, así como Shakespeare se tomó la licencia de utilizar la historia para
presentar verdades esenciales, parece ser que, del mismo modo, los
historiadores de Jesús usaron el carácter del hombre como base fundamental de
un gran drama. Él deviene el héroe de un relato siete veces sellado, y aquellos
cristianos que han estudiado los símbolos pueden conseguir con ese relato la
clave de los verdaderos Misterios Cristianos.
Entonces, ellos
comprenderán que la Escritura es la eterna historia; que ella no pertenece a
ninguna nación o pueblo en particular, y que sólo es narración o relato de
todas las naciones y todos los pueblos.
Es una cosa
maravillosa, por ejemplo, estudiar la vida de Cristo a la luz de la astronomía,
pues él deviene el sol, y sus discípulos los doce signos del zodíaco. Entre las
constelaciones encontramos las escenas de su ministerio, y en la precesión de
los equinoccios el relato de su nacimiento, crecimiento, plenitud y muerte por
los hombres. Por otra parte, las atormentadas substancias químicas en la
retorta nos revelan simbólicamente la vida del Maestro, pues, con la clave de
la química la Escritura se convierte en otro libro.
En este librito,
en particular, sin embargo, nos referiremos solamente a la relación que existe
entre estas alegorías y el cuerpo humano.
Descubrimos que
la vida de Cristo, como la encontramos en los Evangelios, ha sido conformada
artificiosamente hasta coincidir perfectamente con las vidas de una docena de
salvadores de la humanidad, porque todos ellos son, también, mitos astronómicos
y fisiológicos. Todos estos mitos nos llegan a nosotros desde la más remota
antigüedad, en cuya época las razas primitivas utilizaban el cuerpo humano como
la unidad simbólica, y los dioses y demonios eran personificados en los órganos
y funciones del cuerpo.
Entre ciertos
escritores cabalistas vemos que la Tierra Santa era delineada sobre la base del
cuerpo humano, y las diversas ciudades se muestran como centros de conciencia
en el hombre.
Aquí se
encuentra un maravilloso campo de estudio para aquéllos que quieran investigar
profunda y sinceramente los antiguos Misterios.
Nosotros no
abrigamos la esperanza de agotar el tema, pero si vosotros obtenéis con este
librito la clave para seguir esta línea de pensamiento hasta que logréis que
sea vuestro íntimamente, se abrirá para vosotros, al final, uno de los secretos
del Libro Divino de la Revelación.
Manly Palmer Hall (18 de marzo 1901 – 29 de agosto 1990) fue un autor canadiense sobre
ocultismo, mitología y religiones. Su obra más conocida es The Secret
Teachings of All Ages: An Encyclopedic Outline of Masonic, Hermetic,
Qabbalistic and Rosicrucian Symbolical Philosophy.
Fue honrado con el título de caballero patrón de
Masonic Research Group de San Francisco en 1953, siendo reconocido por Jewel
Lodge N ° 374, San Francisco el 22 de noviembre 1954 después recibió sus 32 °
en el Valle de San Francisco REAA ( SJ). En
1973 (47 años después de escribir Las
enseñanzas secretas de todas las edades), Hall fue reconocido como un Masón 33
º (el más alto honor otorgado por el Consejo Supremo del Rito Escocés), en una
ceremonia celebrada el 8 de diciembre en la Sociedad
de Investigación Filosófica
Tomado de la Revista: Dialogo Entre Masones Enero 2015
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