Al dolor, si lo hubiera, se sumaba el olvido. No el olvido que arrincona el recuerdo, ni el que ayuda a asumir la ausencia, tampoco la amnesia terapéutica. Pasado el duelo, al dolor, si lo hubiera, se sumaba el olvido de todos hacia la doliente. Esta es una cruda explicación de lo que era una viuda: una mujer obligada a la indefensión, relegada socialmente, condenada a la soledad, triste a la fuerza.
Las viudas debían estar tristes y además parecerlo. No hace demasiado tiempo las mujeres de estas tierras, sólo las mujeres, cumplían a rajatabla el código no escrito de vestir de luto riguroso durante dos años al enviudar y durante un año en caso de fallecimiento de los progenitores, más seis meses de “alivio”, eufemismo violáceo que acompañaba las ojeras. El atuendo se completaba con una vida social igual de oscura. "Te añore o no, que el mundo sepa que te echo de menos".
Y cómo no añorar a quien ya no está, si su ausencia supone perder el sustento económico y social de la mujer y de la familia. A la pena y al olvido se sumaba la precariedad, que da tantas cornadas como el hambre.
La viudez ha sido durante mucho tiempo un estado social complejo para las mujeres. La situación de las viudas medievales, como en todas las épocas, dependía de su estatus económico. Las del siglo X gozaban de cierta autonomía aunque no podían usar los bienes del esposo muerto sin el control de la familia. Mujeres tuteladas.
En la Cataluña del año 1000 la mujer recibía el usufructo de los bienes del marido y podía administrar sola su patrimonio, una legislación inusual que otorga a la viuda la plena potestad sobre su patrimonio. Cinco siglos más tarde, la legislación de la ciudad francesa de Lyon permitió que la mujer que no volviera a casarse pudiera administrar sus bienes. ¿Las viudas de los campesinos qué hacían? Trabajar, como siempre, pero ahora el doble, reemplazando al esposo en las tareas del campo.
Sin la protección masculina, las viudas se exponían a distintos riesgos que las conducían a poner en marcha estrategias para una existencia digna. La condensa de Lincoln y Salisbury, Alice de Lacy, viuda del conde de Lancaster, se encontró en una penosa situación después de que su esposo Thomas fuera ejecutado en 1322 por alta traición.
Alice perdió tierras y mucho dinero antes de conseguir gestionar las propiedades que le quedaban y de decidir si se casaba en segundas nupcias con Sir Ebulo Lestrange dos años después de enviudar y una tercera vez con Sir Hugh de Frene, como puede observarse en la imagen que encabeza este texto.
Interesantes son las observaciones de Louise Mirrer sobrela viuda medieval en la historia y en la literatura, en concreto en “El Libro del Buen Amor”. Mirrer define la viudez como un estado ambiguo en la cultura medieval y lo clasifica en dos tipos: los privilegios potenciales que logra la mujer al enviudar y la liberación que consigue para actuar desenfrenadamente, teoría defendida fundamentalmente por los escritores claramente misóginos.
Y para terminar, un apunte sobre sus cabellos. Las tocaderas eran las mujeres que se encargaban de coser los tocados de las mujeres pudientes medievales, adecuándolos al estado civil de sus señoras: si estaba casada, las telas ocultaban la nuca y el cuello, partes que quedaban a la vista si la mujer era “casadera”.
A las viudas les peinaban un cuerno y, si se casaban por segunda vez, los cuernos eran dos. Claro que en esto del tocado, como en todo, también había clases: mucha tela, con varas de hilo o lino era indicativo de un estatus elevado. ¿A que imaginan qué llevaban las viudas pobres en su cabeza?
https://iconosmedievales.blogspot.pe/2016/11/viudas.html
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