La misteriosa faraona de Egipto que fue borrada de la historia sólo por ser mujer
Por Alejandro López
La memoria humana es frágil y olvidadiza. Su consistencia depende de quienes ostentan el discurso oficial que toma lo que resulta funcional y elimina todo lo demás, a través de una sutil pero efectiva maquinaria de olvido. Los libros de texto, monumentos y días de asueto o fiesta se enmarcan con la galantería de los grandes héroes que a través de sus gestas forjaron el presente, pero al mismo tiempo, ocultan un sinfín de historias que no responden a los mismos intereses. La vida de Hatshepsut es una prueba viva de que el relato histórico nunca es objetivo y puede exaltar, tergiversar u olvidar a quien resulte inconveniente.
A pesar de formar parte de la dinastía de los tutmósidas, que ostentó el poder durante el Reino Nuevo, construir una voz de mando en Egipto nunca fue fácil, mucho menos para una mujer. En el caso de Hatshepsut, su padre, Tutmosis I, fue uno de los faraones más queridos por la sociedad egipcia, pues extendió el Imperio más allá del Nilo y conquistó territorios en Asia y Nubia, acompañados de una mejora sustancial en las condiciones de vida para las clases más favorecidas.
Durante su infancia disfrutó de todos los privilegios del poder de su familia, aunque Ahmose, su madre, era poco respetada por el faraón. Esta situación despertó un instinto de supervivencia en Hatshepsut, que desde entonces se distinguió por su inteligencia y astucia por encima de sus dos hermanos, llamados a ocupar el trono cuando su padre faltara.
Tutmosis I falleció después de trece años al frente de una exitosa gestión en Egipto, mientras su vida personal se caía a pedazos. Sus dos hijos varones que recibían educación para ocupar su lugar también murieron y ante la falta de un primogénito para ocupar el cargo, Hatshepsut se convirtió en la sucesora natural de su padre. Cuando la situación política parecía favorecerle, una conspiración entre el visir y el arquitecto real logró arrebatarle el mando del pueblo egipcio y en su lugar, lo cedió a Tutmosis II, hijo ilegítimo del faraón.
Para entonces, el carácter de Hatshepsut la llevó a tomar acciones contra el machismo imperante en la sociedad egipcia y contra Tutmosis II, su medio hermano. La joven ganó popularidad a través de favores a los grandes líderes religiosos y desarrolló una relación cercana con muchos de los sirvientes del faraón, pero un movimiento político inesperado le obligó a convertirse en Gran Esposa Real y subordinarse al poderío de su hermano.
Llena de coraje pero con la obligación de honrar el nombre de su padre y al pueblo de Egipto, Hatshepsut se mantuvo al tanto de las obligaciones del faraón y, poco a poco, superó en carácter y sabiduría a su esposo mientras la corte faraónica descubría su capacidad para gobernar.
Tras la repentina muerte de Tutmosis II, su hijo relevó el trono, pero Hatshepsut se impuso y ante el asombro de los jefes de misión se autoproclamó como Esposa de Dios y faraona de las dos tierras de Egipto. El joven Tutmosis III de apenas doce años no pudo hacer nada para evitarlo. Aunque se trató de la tercera faraona en ostentar el cargo, la imposibilidad de que una mujer gobernara era absurda para la sociedad egipcia y Hatshepsut decidió hacer lo impensado: eligió los ropajes propios de los gobernantes y ocultó sus rasgos femeninos para adquirir una apariencia varonil. No sólo eso, también ordenó una barba postiza para lucir como un hombre y tomar todas las decisiones de la corte.
Durante su reinado, Hatshepsut estableció una política de embellecimiento del reino de Egipto, golpeado por las guerras y los conflictos que azotaron a la civilización al borde del Nilo en los años anteriores. Algunas de las obras más majestuosas de Tebas fueron construidas durante su gobierno y alcanzó un estatus casi místico cuando a mitad de su reinado, se presentó frente al pueblo como hija directa de Amón, dios secundario del Sol y del aire.
Sin embargo, el legado de la faraona desapareció misteriosamente de la historia antigua de la civilización que se estableció sobre el curso del Nilo. Los nombres de grandes gobernantes, sus relieves y estatuas se mantienen en pie, pero no existió registro alguno de Hatshepsut en todo Egipto. Tal parece que a partir de su muerte, los faraones que la sucedieron decidieron hacer a un lado su importancia y mandaron destruir todo vestigio de su administración, poniendo en marcha una maquinaria de olvido que se mantuvo en pie hasta 2005, cuando la historia dio un giro inesperado.
Después de perecer durante milenios, la historia de la reina que gobernó durante 22 años una de las civilizaciones más poderosas del mundo antiguo cobró un segundo aire. Un grupo de arqueólogos descubrió su tumba en el Valle de los Reyes y a partir de entonces, el legado y esfuerzo de Hatshepsut para gobernar fue reconocido con justicia, como la historia de la mujer que luchó hasta el final por convertirse en reina de Egipto.
http://culturacolectiva.com/hatshepsut-la-misteriosa-faraona-de-egipto/
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