El día que la Iglesia arrestó a Galileo y lo culpó de herejía
Por Gustavo López
La necedad es más fuerte que cualquier hecho comprobable, cualquier doctrina contraria o imposición de ésta. Es por eso que algunas veces se reacciona de manera violenta ante hechos o acciones que chocan y ponen en crisis los sistemas de creencias aparentemente fijos y naturales.
Una persona lo entendería pero la masa es volátil, es el argumento que le da Tommy Lee Jones a un inexperto Will Smith, al comienzo de “Men In Black” (1997), cuando le explica porqué se mantiene en estricto secreto la existencia de alienígenas en el planeta Tierra. Ante hechos que cambian la estructura del conocimiento y las maneras de relacionarse con su entorno, la violencia y la ceguera fanática, han sido el común denominador en la historia humana.
Tal vez el cambio de pensamiento de geocéntrico a heliocéntrico ha sido uno de los más fuertes e importantes. No sólo implicaba aceptar que la Tierra gira alrededor del Sol, junto a otros planetas; sino que epistemológicamente significaba reconocer que el ser humano no es el centro del universo.
La vida humana es tan importante como la la vida de las moscas que dura dos semanas; tan relevante para el cosmos y el flujo de todo lo irremediablemente vivo, como las centenarias tortugas gigantes de las islas Galápagos; como las vida de los pichones y los gavilanes en granjas de Rumania sin comunicación; como todas las ratas que pelean por sobrevivir en los callejones y avenidas de Shanghái.
Ante este choque epistemológico se encontró la Iglesia cuando, primero Copérnico y después Galileo Galilei, establecieron gracias a pruebas comprobables, que, efectivamente, la vida del ser humano no era más especial que la de los gusanos de seda y que, por lo tanto, la existencia de un Dios se subyugaba al deseo de algún ser que quisiera visualizarlo a su imagen y semejanza.
Todo el poder acumulado hasta el siglo XV se fisuraba gracias a una persona. Entonces la Iglesia evaluó la situación, balanceó los pros y contras de la situación y decidió que la vida de un científico experimental con ideas peligrosas no valía, ni competía, con la estabilidad del pensamiento geocéntrico en el que sustentaban sus nociones y bases de creencia.
Así que el 12 de abril de 1633, fue llevado ante un tribunal eclesiástico ese científico de ideas peligrosas. Un año antes Galileo Galilei había publicado su libro “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo”, donde defendía el modelo heliocéntrico y ridiculizaba la creencia geocéntrica que también encajaban con las Sagradas Escrituras Cristianas.
Durante dos meses el Santo Oficio, a través de sus agentes inquisidores comandados por el cardenal Belarmino, mismo que había mandado a la hoguera al filósofo Giordano Bruno, se encargaron de hacer enflaquecer física y mentalmente al científico italiano. Hasta que el 22 de junio de 1633, Galileo fue obligado a pronunciar de rodillas y ante el tribunal de “justicia” la abjuración del modelo heliocéntrico.
La Inquisición quería que Galileo afirmara que ese modelo descentralizado de la vida era una mera suposición fanática, una loca hipótesis matemática descartable inmediatamente, y lo hizo. El castigo: arresto domiciliario hasta su muerte, que ocurrió en 1642, mismo año que nació Isaac Newton.
Ese día, de rodillas, Galileo Galilei salvó su vida negando el modelo en el que nunca dejó de creer y sobre el que siguió haciendo investigación después de todo el proceso penal. La historia absolvió la terquedad de Galileo y la tradición popular ha creado el mito, expandido y felizmente aceptado, de que ahí, arrodillado y humillado por su acertado modelo físico, al levantarse dijo, casi susurrando, golpeando el suelo con su pie, casi creyendo en que alguien escucharía esas palabras de persistencia y resistencia en un futuro: eppur si muove.
http://culturacolectiva.com/juicio-de-galileo-galilei/
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