La voz de las mujeres
Ana Belen Sanchez Prieto.
No le resta importancia al papel creador de las mujeres el hecho de que haya menos escritoras reconocidas que sus homólogos varones. Que la historia y el reconocimiento social han relegado a un segundo plano la aportación femenina a, por ejemplo, la literatura, es una evidencia que no descubre nada nuevo. Si bien, la cuestión numérica –afectada sin duda por razones ajenas al verbo- no significa que las mujeres hayan contribuido con escritos de importancia menor al excelso arte de escribir.
Sucede ahora y sucedió en la Edad Media. Aunque no existen demasiadas fuentes que corroboren su participación en el campo de las letras, sí se dispone de algunas informaciones que confirman que mujeres medievales, fundamentalmente de familias nobles y pudientes, poseyeron manuscritos que usaban con frecuencia, copiaban e incluso llegaron a componer, es decir, que la escritura y la lectura existían en la vida cotidiana de las mujeres de finales del primer milenio.
Los monasterios femeninos contribuyeron a la instrucción literaria de las mujeres medievales. Los cenobios eran sus escuelas, a las que ingresaban para la fe y de las que una vez cumplida la edad casadera, abandonaban ya educadas y convertidas en transmisoras de la enseñanza de su futura descendencia.
Hace unas semanas apareció en este blog Dhuoda, autodeclarada lectora asidua y autora de un manual educativo dedicado a su adorado y añorado hijo Guillermo, una composición que le granjeó el título de única escritora femenina conocida del siglo XI en la sociedad carolingia.
Y aunque las huellas de las mujeres en la historia son tenues “como un cuadro impresionista, donde los detalles se pierden” –como explica metafóricamente la investigadora Ana Belén Sánchez Prieto en un ensayo sobre la educación de la mujer en el año 1000- es posible adivinar con suficiente nitidez el rastro femenino en la literatura del medievo temprano. “La primera impresión es que Dhuoda no está sola”, afirma y continúa: “Ciertas mujeres tuvieron un papel muy activo en los primeros reinos bárbaros surgidos de los despojos del Imperio Romano”.
A nuestros días llega el indicio de que en Verona –sigue Sánchez Prieto- en el 532 murió con ocho años la niña Plácida, “inlustris puella instructa litteris”; también que en Italia la hermana del senador Fausto, de nombre Estefanía, fue una alumna aplicada en los ejercicios escolásticos, sin olvidar a Malasunta, que dominaba el latín y el griego.
Por tierras ibéricas también resisten las huellas de las hijas de Atanagildo, educadas primorosamente en la retórica, y también de Leodegundia, hija del rey Ordoño de Asturias, ,quien según su epitafio, era discreta y erudita en las letras y misterios sagrados. En París destacó Vilihuta, germana conocedora al dedillo de la cultura latina. Igual que la bávara Teodolinda, reina de los lombardos y cuya figura se conoce a través del adulador retrato compuesto por el rey Sisebuto y por la correspondencia que aquella mantuvo con Gregorio Magno. O Gisela, femina verbipotens y hermana del todopoderoso emperador Carlomagno.
Del destino de la escuela pública una vez caído el Imperio Romano se sabe poco, apenas que se desmanteló, aunque se intuye que tal carencia pudo suplirse de distintas maneras en las clases altas, también para las mujeres.
Hubo mujeres educadas por hombres, mujeres educadas en monasterios de hombres, mujeres educadas en la corte y mujeres que instruían a mujeres, que era la opción más frecuente y que indica que el nivel educativo adquirido por las féminas era lo suficientemente alto como para continuar la cadena pedagógica. El proceso educativo debía comenzar lo antes posible.
Pero estas líneas comenzaban hablando de mujeres escritoras y hasta ahora sólo nos hemos detenido en las que aprenden, que es un paso esencial para la posterior creación literaria. Las mujeres medievales patrocinaron la producción de libros, la construcción de bibliotecas y auspiciaron incluso creaciones en lengua vulgar, como le sucedió al poeta pastor Caedmon, que recibió la protección de la abadesa de Whitby y así pudo cantar sus poemas en anglosajón.
La historia le interesó especialmente a las mujeres. La reina Teodolinda encargó la crónica de su pueblo bávaro. La emperatriz Judith fue la musa de Freculfo de Lisieux en la Gesta imperatorum et regum. Eahlswith se implicó personalmente en la composición de la Crónica Anglosajona . Y la abadesa Gerberga de Gandersheim fue quien encargó las Gesta de su pariente Otón I a Hrosvitha, otra de las grandes medievales.
Y las cartas, ese género literario tan íntimo, era dominado por ellas. Los Monumenta Germaniae Historica contienen misivas de no menos de 55 mujeres que envían o reciben cartas, la mayoría entre los siglos VIII y IX
En la corta lista de escritoras antes del año 1000, junto a Dhuoda aparecen Egeria, Eucheria, Radegunda, Baudonivia, Hugeburc y Hrostivta de Gandersheim, a quien Iconos Medievales se aproximó hace ya tiempo. Tampoco es improbable que algunas, quizá muchas, de las obras catalogadas como anónimas en realidad fueran escritas por mujeres.
Otra cuestión interesante es elucubrar sobre el grado de consciencia de su feminidad y hasta qué punto resulta un obstáculo para la escritura, ya que en algunos textos las mujeres casi parecen estar disculpándose por realizar una tarea propia de los hombres.“Pero no nos dejemos engañar. De frágil en estas mujeres hay bien poco. La fórmula de humildad y el aparente miedo a las críticas en los prefacios de las obras es un topos muy común, también entre los autores masculinos”, detalla Sánchez Prieto.
Quizá a la voz de las mujeres le suceda como al árbol solitario: ¿hace ruido un árbol al caer cuando nadie lo escucha?.
https://iconosmedievales.blogspot.pe/2017/03/la-voz-de-las-mujeres.html
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