Las bodas homosexuales de la Edad Media aceptadas por la Iglesia
Por Alejandro López
No hace falta perderse por horas en los textos bíblicos ni acudir cada semana a misa para conocer las bases de la moral cristiana. Basta con mirar alrededor y preguntarse críticamente por el origen de cada uno de los juicios de valor que operan en el seno de la sociedad para enterarse de todo lo que resulta aceptado, deseable o prohibido para la religión más popular del mundo.
Sin advertirlo demasiado, el cristianismo se difundió a lo largo y ancho del globo; no sólo como un credo con su propio cuerpo mitológico, también como un sistema ético que hoy funciona de rasero y determina qué es bueno y malo para la mayoría de las personas.
Cualquiera sabe que bajo la categoría de pecado, se agrupan aquellas prácticas que resultan opuestas e indeseables para los preceptos de cultos que tienen una deidad como figura central. En el caso del cristianismo y sus distintas vertientes, uno de los pecados más penados es la lujuria, definida como el deseo incontrolable por poseer y experimentar algo, con especial énfasis en el plano sexual.
Según los textos bíblicos, el deseo exacerbado del placer y la excitación corresponden a una conducta impura e indigna de Dios, mucho más si se trata del adulterio, mantener relaciones sexuales antes del matrimonio o con un fin únicamente placentero; mas ningún acto resulta más repugnante para la moral cristiana que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, una práctica denigrada a depravación y tachada de antinatural. Es común asociar la figura eclesiástica con el conservadurismo y la cerrazón hacia la diversidad de orientaciones y preferencias sexuales; sin embargo –y por más increíble que parezca– no siempre fue así.
Durante la Edad Media, cuando la influencia de este credo se apoderó del pensamiento y la vida de Europa, existió un rito particular que demuestra que el pensamiento del catolicismo contra la homosexualidad era radicalmente distinto en esta época: se trataba del adelfopoiesis (unión entre hermanos), una ceremonia litúrgica consentida por la autoridad eclesiástica entre personas del mismo sexo, especialmente hombres.
El acto ritual tenía como objetivo “hermanar” a dos hombres uniéndolos de por vida, en un espacio preparado para tal fin y con la presencia optativa de un sacerdote. Ante el altar, ambos leían versículos de la Biblia con pasajes sobre el valor de la amistad y, acto seguido, eran rodeados con un lazo mientras sostenían una vela. Después de seguir con más oraciones, intercambiaban besos y la ceremonia finalizaba con una plegaria a Dios para mantener viva la unión entre ambos.
A pesar de la poca información y la negativa de la Iglesia para tratar el tema con apertura, las interpretaciones más precisas sobre el adelfopoiesis apuntan a que nació como un contrato religioso que rayaba en lo civil con el fin de preservar los bienes materiales entre familias, utilizando la fraternidad como principio moral: cuando dos hombres con parentesco directo se mantenían solteros en su madurez, la tradición dictaba que debían formar una unión económica similar a la familia donde ambos aportaran en su manutención y compartieran sus bienes.
No obstante, con el paso del tiempo la ceremonia tomó un carácter distinto y, gracias a su flexibilidad, fue aprovechada por personas con preferencias homosexuales para unirse a través de la Iglesia, siempre so pretexto de su utilidad original. El rito que nació como una muestra de amor fraternal, compasión y lealtad –valores centrales del ascetismo cristiano– se transformó inesperadamente en un nicho que consintió las relaciones sentimentales entre individuos del mismo sexo mucho antes de la aparición del concepto moderno de homosexualidad.
En el fondo y desde un punto de vista crítico, es posible que la naturaleza de esta antigua ceremonia coincida con el objetivo primordial de las ceremonias que utilizamos en la actualidad para legitimar una relación de pareja. Más que responder a una etapa de apertura sexual y tolerancia, la adelfopoiesis era una forma común de asegurar la propiedad. Se trata del denominador común de los rituales de matrimonio modernos, moldeados por la influencia religiosa y delineados a través de las instituciones civiles que sirven para tal fin.
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