AMIGOS DEL BLOG

miércoles, 8 de enero de 2014

El Antiguo testamento y las fuentes que lo confeccionaron (3 de 3).

  • El Antiguo testamento y las fuentes que lo confeccionaron (3 de 3).

Este fue el contexto histórico que hizo evolucionar a los profetas hebreos de la época en una dirección diferente a la de sus antecesores, y en el que los principales profetas bíblicos, mezcla de agoreros, moralistas estrictos y portavoces de la conciencia social, desarrollaron su papel.
Le sucedió su hijo Pecajías, que perdió el trono ante Pecaj. Pecaj intentó una coalición con Rasón de Damasco y Ajaz de Judá, para combatir a los asirios. Pero Ajaz apoya a Asiria, lo que llevó a la caída de Israel en poder del rey asirio Sargón II, que lo incorporó a su imperio en el 720 a. s. C. (II Reyes 17, 3-6) (Se cumplió así la profecía bíblica de Oseas 11:5). La evidencia arqueológica demuestra que mucha gente huyó al sur, hacia Judá cuya capital (Jerusalén) parece haber crecido cerca del 500% en este tiempo. En esta época muchas tradiciones norteñas comenzaron a seguirse en la región de Judá. Este período del eclipse de Israel coincidió con la aparición de una línea de profetas independientes, los denominados «profetas escritores» bíblicos. que aparecieron a partir del siglo VIII a. s. C. y siempre pusieron especial cuidado en no ser confundidos con los profetas extáticos que aprendían su oficio de un maestro, en cofradías especializadas en técnicas oraculares —señalados despectivamente por los bíblicos como «hijos de profeta» (Am 7,14-15): Amós, Oseas, Isaías, Miqueas y Nahúm (en el período comprendido aproximadamente entre los reinados de Ozías o Azarías y Ezequías, en el siglo VIII a. s. C.); Jeremías, Baruc, Habacuc, Sofonías, Ezequiel y Daniel (en el periodo comprendido aproximadamente entre el reinado de Josías y el fin del destierro babilónico, en los siglos VII y VI a. s. C.), y Ageo, Zacarías y Malaquías (en el periodo que va desde el fin del cautiverio hasta el siglo IV a. s. C.).
A pesar de ser conocidos como «escritores», casi ninguno de esos profetas escribió ni una sola palabra de los textos que se les atribuyen en la Biblia, que son recopilaciones de sus supuestas prédicas y oráculos elaboradas mucho después —en algún caso hasta dos siglos después— de la muerte del profeta que los firma. Los textos añadidos por los recopiladores posteriores son tan frecuentes e importantes que el supuesto mensaje de los profetas ha quedado tergiversado hasta un grado difícil de conocer con exactitud. Ésta es también la causa de los muchos anacronismos que se dan en los libros profetices; así, por ejemplo, en el Libro de Isaías, tradicionalmente adscrito al profeta del mismo nombre, mientras la primera mitad del texto sí es posible fecharla en tiempos de Isaías, los capítulos 40 a 66 pertenecen claramente a uno o dos redactores que vivieron un par de siglos después.
Atribuir esos textos a Yahveh no fue, ni en el mejor intencionado de los casos, más que un recurso retórico, necesario, en esos días, para obtener autoridad; un hecho parecido al de otros escritores bíblicos que firmaron sus textos y opiniones personales bajo el nombre de Moisés o de diversidad de profetas del pasado, ya que de ellos se derivaba la autoridad que emana de la tradición.
«Cada uno de ellos tiene ideas y sentimientos propios —hace notar el profesor André Caquot—, que hacen que el dios de Oseas no tenga la misma fisonomía que el de Amós o el de Isaías. Existen, no obstante, ciertas preocupaciones y reacciones comunes, determinadas sin duda por la situación de crisis social y política en que los profetas del siglo VIII a. s. C. toman la palabra. Amós, Oseas y quizá también Isaías al principio de su carrera, contemplan y denuncian los abusos sociales que aparecen como contrapartida de la prosperidad mercantil de los reinados de Jeroboam II en Israel y Ozías en Judá. Oseas asiste a la decadencia del reino del norte, e Isaías interviene en el momento en que Judá se ve sacudida primeramente por la amenaza aramea e israelita, y más tarde por la del imperialismo asirio. Estas desgracias públicas están en el centro de su reflexión y determinan su desarrollo. Para ellos Israel es una unidad sagrada, constituida por YHWH, que ha otorgado la ley y exige la lealtad y la. obediencia de su pueblo.»
El culto a otros dioses es una traición que los profetas no dejan de condenar. Pero lo específico deesta ley de YHWH es precisamente que une a los mandamientos rituales los preceptos éticos y sociales, y son justamente estos preceptos los que aparecen a los profetas como radicalmente violados, a la vista de la crisis social: la destrucción de los lazos de solidaridad nacional revela tanto como el culto a los dioses extranjeros la general deslealtad hacia Dios. La fidelidad que se muestra en la ejecución de los ritos tradicionales es por sí sola ilusoria. De ahí la continua referencia de los profetas a las fiestas y a los sacrificios, incluso los celebrados en honor de YHWH, con la mayor aspereza. Pero no hay que olvidar que los profetas hablan siempre como polemistas, ni hay que silenciar el grave anacronismo que se comete interpretando sus severas alusiones como un rechazo sistemático de las formas exteriores del culto. En el contexto histórico en que se movían, los profetas no pueden haberse presentado como predicadores de un culto “espiritual”; lo que hacen es simplemente recordar a las autoridades la vigente necesidad de retornar A la fidelidad de YHWH, poniendo fin a los diversos abusos de orden social, que son el síntoma de la crisis.
Así, el profeta Elías, que vivió en tiempos de los reyes Acab y Ocozías (c. 874-852 a. s. C.) y vio cómo se atacaba gravemente a la fe yahvista hebrea con el renacimiento del culto al dios Baal, empleó todas sus energías para luchar contra ese y otros cultos paganos que relacionaban la naturaleza y sus manifestaciones y ciclos con la personalidad de Dios, y clamó con fuerza también contra los sacrificios cruentos y contra la propia importancia que se atribuía al culto en sí mismo —vacío e inútil, según la concepción que tenía el profeta, para quien lo único deseable e importante debía ser la regeneración espiritual individual centrada en el cumplimiento de la Ley—. Para convencer de la verdad de su visión religiosa, Elías profetizó la cólera de Yahveh puesta de manifiesto a través de una próxima aniquilación del pueblo de Israel… una profecía que, en el dudoso caso de ser fechada realmente en esos días, no dejaba de ser la certificación de una obviedad vista la decadencia imparable de la monarquía israelita.
Los abusos y la inseguridad que se apoderaron de esa sociedad colocaron a profetas como Amós, Oseas, o los posteriores Isaías y Miqueas, ante la obligación de tener que atacar con dureza la explotación que sufrían sus conciudadanos, en especial aquellos más débiles o desprotegidos (huérfanos, viudas, extranjeros, esclavos), y lo hicieron argumentando que lo que deseaba Yahveh no eran sacrificios rituales sino la aplicación del derecho y la justicia a su pueblo. Amós es el predicador –fundamental de la justicia divina —de la que Dios exige a su pueblo y de la que Dios imparte a los que incumplen su Ley— y para ello anuncia «el día de Yahveh» (Am 5,18-20), el momento de la manifestación de la cólera de Dios sobre los israelitas, un argumento que, en el futuro, se convertirá en uno de los motivos centrales de la escatología hebrea.
El profeta Oseas, por su parte, que concebía la relación de Yahveh e Israel como un vínculo carnal en el que la segunda engaña al primero con «prostituciones» —a imagen de su propia historia personal, ya que declara estar casado con una mujer que le engañaba (Os 3,1-3)—, no vio otra posibilidad de salvación que la derivada de Yahveh, razón por la cual repudió los intentos de los reyes de pactar con otros imperios para asegurarse la supervivencia (léase el vasallaje de Judá hacia Asiría para evitar correr la suerte de Israel).
El redactor deuteronomista, que se opuso a partes fundamentales de la concepción religiosa que había defendido—según los intereses del rey Ezequías— el autor de los textos sacerdotales, fue heredero de muchos aspectos del pensamiento de los primeros grandes profetas, pero también es cierto que fue un despiadado manipulador de las fuentes que pudieron haber recogido las supuestas prédicas atribuidas a esos personajes. Tal como apunta el profesor André Caquot, «la utilización de esta fuente, no obstante, no puede hacerse sin una crítica previa, ya que el recensor deuteronomista de Reyes, actuando como si lo hubieran hecho un Tucídides o un Livio, pone a menudo en boca de los profetas discursos compuestos por él mismo, que sirven de vehículo a las ideas que le son más queridas. Ignoramos, pues, cuál pudiera ser el mensaje de un Elías o un Eliseo, profetas de indudable renombre, pero cuyos oráculos no nos han sido transmitidos por ninguna recopilación»
En los textos deuteronomistas es curioso observar hasta qué punto su autor y el escriba fueron incapaces de dejar al margen su oficio oracular y, tal como salta a la vista de cualquier lector, en esos escritos se hace del cumplimiento de los anuncios de Yahveh la sanción de la verdadera profecía. El mecanismo es impecable: el anuncio consta escrito en el clásico lenguaje oracular y, a párrafo seguido, se da fe de haberse cumplido tiempo después, con lo que se concluye que la profecía había sido auténtica y procedente de Dios. Lo único que desvirtúa ligeramente esta prueba de divinidad, sin embargo, es que en las profecías que se han podido estudiar adecuadamente se ha demostrado que su redacción e inclusión en los textos bíblicos correspondientes fue siempre posterior al momento en que ocurrieron realmente los hechos «anunciados por Yahveh» (recuérdese, por ejemplo, entre las profecías ya mencionadas, I Re 11,31-39 o Dt 4,25-30).
  • Reino de Judá
En 922 a. s. C. el reino de Israel fue dividido, las tribus de Judá y Benjamín permanecieron fieles a Roboam, formando el reino de Judá con capital en Jerusalén. Roboam luchó contra el rey de las tribus norteñas (Jeroboam de Israel), guerra que mantuvo su hijo Abías o Abiyam (II Crónicas 12 y 13), acabando con su ejército y tomando Betel. Le sucedió su hijo Asa, que prohibió el culto a los ídolos, rechazó a los madianitas y a los etíopes que habían invadido Judá, y luchó contraBasa, rey de Israel, con la ayuda de Ben-Hadad, rey de Siria. La dinastía de Omri extremó la guerra contra Judá, ayudada por su alianza dinástica con Tiro. El rey Ocozías, hijo de Joram, fue asesinado en el año 846 a. s. C., su madre Atalía se hizo con el poder e inició en Jerusalén una persecución contra los que se oponían al culto del dios Baal. Seis años después, Atalía fue asesinada.
En 838 a. s. C. Joás, hijo de Ocozías, fue coronado rey de Judá y en Jerusalén se destruyó el templo de Baal, expulsándose a sus sacerdotes. Se restauró la religión de Yahvé, la misma actitud que toma Yehú en Israel destruyendo el templo de Baal en Samaria. Joás aceptó pagar un tributo a Salmanassar III para defenderse de los arameos de Damasco, y en el 800 a. s. C. Damasco fue vencida por el rey asirio Adadnarari III, conquistando Joás en el año 802 a. s. C. las zonas que habían dominado los arameos en Galilea.
Durante el reinado de Acaz, la población de Jerusalén creció enormemente como resultado de la llegada de muchos refugiados israelitas que huían del norte, pasando de ser un pequeño mercado local a una ciudad importante.
Durante el reinado de Ezequías (725 aprox-696 a. s. C.), su hijo, la población había crecido alrededor de un 500%. Ezequías realizó grandes obras, incluyendo la ampliación de las murallas para incluir la nueva población tanto en Jerusalén como en Lakís, construyó la piscina de Siloé para dar a la ciudad una fuente independiente de agua en el interior de la ciudad y también amplió el Templo. Este monarca realizo también una reforma religiosa que materializó la división entre sacerdotes y levitas, tal como se indica en las Crónicas o Paralipómenos (un texto claramente aarónida) , dando así la legitimidad sacerdotal a los aarónidas y rebajando a los levitas a ser una especie de clero de segunda. Eso explica la razón por la que en los textos del sacerdotal se denosta (con finas pero mortíferas sutilezas, ciertamente) a la figura de Moisés, modelo y cabeza de sus sucesores levitas, mientras que, por el contrario, se ensalza a Aarón, su hermano, modelo y cabeza de los aarónidas
El sacerdotal debió ser un sacerdote aarónida que escribió después del año 722 y antes del 609 a.C.. Phillip Davies y otros sugieren que en este tiempo Jerusalén estableció su propia escuela de escribas (fuente sacerdotal), reuniendo las fuentes de tradición oral que se conocen como Tradición yavista y elohista y haciendo una clara critica hacia ellas. La Biblia también explica que Ezequías emprendió importantes reformas religiosas, procurando sin éxito centralizar las prácticas religiosas en el Templo y erradicar la adoración a la serpiente Nehustan, culto que duraba desde los tiempos de Moisés (al cual estaba dedicada). Parece haber seguido el camino de Salomón, recopilando la sabiduría (lo cual se basaba en “seguir los mandamientos del Señor” (Dt 4:6; Sal 119:98; Baruc 4:1) atribuida a este monarca y privilegiando así al clero aarónida.
Quizá incitado por los faraones de la dinastía vigésimo sexta egipcia formó y dirigió una coalición con los filisteos intentando unificar Judá e Israel. Los asirios, que dominaban la zona filistea le vencieron reduciendo Lakís a cenizas y cercando los alrededores de Jerusalén.Senaquerib se jactó de haber “encerrado a Ezequías en Jerusalén como a un pájaro en una jaula”, pero la Biblia habla del ángel del señor que golpea violentamente a los sitiadores asirios, relato que parece señalar algún tipo de epidemia. Los asirios debieron retirarse, pero pudieron imponer un tributo que empobreció a la población de Judá durante una generación y condujo a la total revocación de las reformas de Ezequías.
Durante el reinado de su hijo Manasés (697-642 a. s. C.), bajo la más suave dominación de los reyes Asarhaddón y Asurbanipal, se produjo una recuperación económica, aunque en desmedro de la justicia y rectitud. Se sabe que pasó cierto tiempo con Asarhaddón en Babilonia y que acompañó a Asurbanipal en la invasión de Egipto. El hijo de Manasés, Amón, tuvo un reinado insignificante antes de que fuera asesinado el año 639 y pasara el trono a su hijo Josías, todavía un niño.
Reinado de Josias (639 – 609 a. s. C) Setenta años después de la muere de Ezequías, invirtió lo hecho por Ezequías dando en exclusiva el poder a los sacerdotes levitas y efectuando otro gesto de fácil comprensión por todos: profanó los «altos» o altares que el rey Salomón! había construido en Jerusalén (II Re 23,13). En medio de este contexto histórico, saltan a la vista las razones que diferencian, hasta hacerlos irreconciliables entre sí en muchos puntos, los documentos procedentes del sacerdote aarónida autor de la fuente sacerdotal y los redactados por el levita Jeremías, autor de los escritos deuteronómicos.
«Son fascinantes los lazos existentes entre estos dos reyes y los dos grandes documentos sacerdotales, D [deuteronomista] y P [sacerdotal] —afirma Friedman38—. Hubo dos reyes que establecieron la centralización religiosa, y hubo también dos obras que articularon dicha centralización. Las leyes e historias de P [sacerdotal] reflejan los intereses, acciones política y espíritu de la época de Ezequías, del mismo modos» que la fuente D [deuteronomista] refleja la época de Josías».
En 633 a. C. el sacerdote Helcías, padre de Jeremías, encontró supuestamente un libro de la Torá perdido (II Reyes 22:8) que atribuyó a Moisés (Deuteronomio) lo que condujo a reformas importantes del culto.
El Deuteronomio y los seis libros que le siguen en la Biblia, los de los denominados «Profetas anteriores» (Josué, Jueces, I y II Samuel y I y II Reyes) fueron escritos probablemente en Jerusalén por la mano de un recopilador, Jeremias, que se basó en tradiciones y documentos ya existentes para narrar la peripecia del pueblo de Israel desde su llegada a Palestina hasta la toma de Jerusalén por Nabucodonosor hacia el año 587 a. s. C. (fecha en que dio comienzo la época de exilio y cautividad). El profeta Jeremías, fue con toda probabilidad el colaborador de la reforma religiosa que el rey Josías emprendió en el año 621 a. s. C., ya que así lo sugiere una multiplicidad de evidencias. Así, por ejemplo, en el libro de Jeremías se encuentran el mismo lenguaje, giros, metáforas y puntos de vista -sobre aspectos troncales— que en los escritos deuteronómicos, y una tal semejanza sólo puede indicar que el autor de todos esos textos debió ser, necesariamente, el mismo, esto es el firmante de Jeremías. En esta labor no fue ajeno, ni mucho menos, Baruc, el escriba del profeta (Jer 32), cuya mano experta debió de ser la encargada de editar y completar todos los textos de que venimos hablando. Ambos, Jeremías y Baruc, presenciaron los hechos históricos que narran y estuvieron en Jerusalén y en Egipto cuando se escribió la primera y la segunda ediciones, respectivamente, del Deuteronomio. Tras las investigaciones científicas modernas, resulta evidente que el Deuteronomio así como el resto de los escritos deuteronómicos, fue redactado para proporcionarle al rey Josías una base de autoridad («el libro de la Ley» se atribuyó a Moisés/Dios) en la que fundamentar definitivamente su reforma religiosa, que centralizó la religión alrededor de un solo templo y altar, el de Jerusalén, y dotó de gran poder a los sacerdotes levitas. Nos encontramos, por tanto, ante lo que ya en 1805 fue calificado de «fraude piadoso» por el investigador bíblico alemán De Wette.
Este reinado vio el eclipse y derrumbamiento del imperio asirio, lo que llevó a Josías a seguir la trayectoria de Ezequías centralizando toda el culto en Jerusalén, e instituyendo el Pésaj. Intentó unificar los reinos judíos y luchó por liberarse de Asiria, y tras la caída de ésta (612 a. s. C.), por liberarse de Egipto. Murió en batalla, resistiendo el avance del faraón Necao II en 609 a. s. C.
En el 608 a. s. C. Necao II impuso como rey a Eliaquim, con el nombre deJoaquim.
Los egipcios fueron derrotados por los babilonios el 605 a. s. C. en Karkemish, y Egipto quedó sometido por el rey babilonio Nabucodonosor II, que influenciaba también sobre Judá.
605 a. s. C.: primera diáspora. La “parte noble” del pueblo judío (entre ellos el profeta Daniel) se ve forzada a vivir en territorio imperial y bajo sus lineamientos.
El año 598 a. s. C. : Nabucodonosor II eliminó a Joaquim, que se negaba a pagar tributo. Su hijo Joaquín tampoco colaboraba, así que el ejército babilonio encarceló a Joaquín y a toda la aristocracia del reino de Judá.
El profeta Ezequiel (597- 570 a. s. C), que vivió deportado en Babilonia junto a la élite de Jerusalén, reflejó a la perfección el sentir de los judíos durante esos años. En su texto leemos que Dios anunció por su boca que la nación hebrea volvería a nacer gracias a un soplo de Yahveh (Ez 37,1-14); que el pueblo sería purificado gracias al retorno a la práctica de la Ley, eso es merced al establecimiento de «un pacto de paz que será pacto eterno» (Ez 37,26-28); que Israel y Judá volverían a unificarse de nuevo (Ez 3,15-28); que la dinastía
davídica sería restablecida mediante el Mesías denominado «mi siervo David» (Ez 34,23 y 37,24-25), etc.
Tales profecías no pasaron de ser puros anhelos de un colectivo que se aferró a la esperanza para no sucumbir. Por otra parte, Ezequiel, como miembro de la clase sacerdotal que era, no se limitó a redactar metáforas de futuro sino que, más pragmático, fortaleció todo aquello que pudiese facilitar el poder del clero (ritos, jerarquización, descanso semanal con sacrificios…) con vistas a disponer de un sistema de control social que fuese capaz de reorganizar la nación he-brea cuando llegase la ocasión.
Nabucodonosor II nombró a Matanías rey de Judá en el año 589 a. s. C. y, bajo el nombre de Sedecías, fue el último rey judío. El imperio babilónico arrasó Jerusalén, su Templo fue destruido en 587 a. s. C. y la elite judía fue obligada a vivir en Babilonia.(II Reyes 25:1-9).
De los escritos deuteronómicos se realizaron dos ediciones. La primera, redactada en el tiempo de Josías, es un relato optimista sobre la historia de los israelitas y pictórico de esperanza ante el futuro; pero los desastrosos gobiernos de los sucesores de Josías y la destrucción de Jerusalén en el año 587 a. s. C. volvieron absurdo e inservible el texto.
587-586 a. s. C.: Babilonia conquista Judá (y su capital Jerusalén). Gran parte de la población, sobre todo la nobleza, fue deportada a Babilonia. A esto se refiere comúnmente la expresión Cautiverio de Babilonia. Muchos consiguieron huir a Egipto, Siria, Mesopotamia, o Persia. El rey de Judá (ciego y sometido) conservaba su título nominal (Jer 52:31) y los hebreos “valiosos” eran ubicados en la administración imperial -en cargos importantes- (Dn 1:19; 2:49). No obstante, los judíos se sentían “esclavos” ya que quien impartía los dictámenes en relación a la vida, el ritual y culto era el monarca babilónico (Daniel 3:10; 37). Los judíos estaban cautivados… (Jer 50:33). Ya no podrían regir sus vidas pues las fuerzas imperiales los conducirían hacia la idolatría [forma de vida en la que se priorizaba el materialismo] (Je 52:30). Allí, en Babilonia, los judíos pasarían más de setenta años.
La época de exilio, que comenzó en el año 587 a. s. C., supuso un trauma psicológico tan terrible para los hebreos que determinó en gran medida su futuro y el de la religión judía que estaba a punto de nacer. A pesar de que comúnmente se habla de deportaciones masivas, la lectura de Jer 52,28-30 o de II Re 24,14-16 indica que sólo fue llevada a Babilonia una pequeña parte de la población —«cuatro mil seiscientas almas», según Jeremías-— que, eso sí, constituía la élite social e intelectual de Jerusalén, y se dejó a la población rural en sus territorios originales.
La élite exiliada fue forzada a vivir en condiciones miserables y la sensación de paraíso perdido inflamó su sentimiento de pecado y de culpa y, en consecuencia, su búsqueda de perdón. La humillación del destierro les hizo replantearse la conciencia nacionalista y, bajo el pretexto de no corromperse al mezclarse con los babilonios, cerraron filas en espera de tiempos mejores, cosa que llevó a acentuar el legalismo de la religión israelita y el cumplimiento estricto de la Ley, base sobre la que acabará formándose una hierocracia o poder del clero que perdurará algunos siglos y dejará su huella indeleble en los escritos sacerdotales de la Biblia.
La intensa angustia que generaba la conciencia de haber pecado contra Yahveh se unía a la necesidad imperiosa de expiar las culpas mediante sacrificios cruentos, según mandaba la tradición; pero el drama psicológico se volvió irresoluble puesto que no podían disponer ya del templo de Jerusalén para ir a expiar los pecados de la nación. La adaptación, virtud humana que agudiza el ingenio y permite la supervivencia, empujó a los exiliados a buscar fórmulas sustitutorias que desembocaron en actividades cultuales centradas en torno a la oración y a la homilía, es decir, se comenzó a caminar hacia formas de culto de cariz espiritualista. Del giro ideológico radical al que se ven obligados los hebreos del exilio da fe el Salmo 51 cuando, sin rubor alguno, expresa:
«Líbrame de la sangre, Elohim, Dios de mi salvación, y cantará mi lengua tu justicia. Abre tú, Señor, mis labios, y cantará mi boca tus alabanzas. Porque no es sacrificio lo que tú quieres; si te ofreciera un holocausto, no lo aceptarías. Mi sacrificio, ¡oh Dios!, es un espíritu contrito. Un corazón contrito y humillado, ¡oh Dios!, no lo desprecies. Sé benévolo en tu complacencia hacia Sión y edifica los muros de Jerusalén. Entonces te agradarás de los sacrificios legales…» (Sal 51,16-21).
Siete decenios después, el autor de la biblia redacta un mensaje que Dios transmitía al rey de Babilonia: “Tu imperio… será dado a los persas” (Dn 4:24; 5: 20-28).
Ya desde el exilio de Egipto, se elaboró una segunda edición deuteronómica en la que, básicamente, se añadieron los dos últimos capítulos del libro segundo de Reyes, actualizando así el relato inspirado por Yahveh, se intercalaron algunos párrafos para poder configurar profecías en un momento en que ya se habían producido los hechos, y se interpolaron textos con tal de readaptar el hilo conductor de la historia y el destino de Israel a la nueva realidad que les tocaba sufrir. Fue sin duda de esta forma como se hizo aparecer en el Deuteronomio la conminación de Yahveh advirtiendo del castigo a sufrir si se rompía su alianza; estando el redactor deuteronomista ya en Egipto, tiempo después de haberse producido la diáspora y la cautividad de los israelitas, no podía hacérsele decir a Dios otra cosa que no fuese:
«Cuando tengáis hijos e hijos de vuestros hijos y ya de mucho tiempo habitéis en esa tierra, si corrompiéndoos os hacéis ídolos de cualquier clase, haciendo mal a los ojos de Yavé, vuestro Dios, y provocando su indignación —yo invoco hoy como testigos a los cielos y a la tierra—, de cierto desapareceréis de la tierra de que, pasado el Jordán, vais a posesionaros; no se prolongarán en ella vuestros días; seréis enteramente destruidos. Yavé os dispersará entre las gentes, y sólo quedaréis de vosotros un corto número en medio de las naciones a que Yavé os arrojará. Allí serviréis a sus dioses, obra de las manos de los hombres, de madera y de piedra, que ni ven, ni oyen, ni comen, ni huelen. Allí buscaréis a Yavé, vuestro Dios, y le hallarás si con todo tu corazón y con toda tu alma le buscas» (Dt 4,25-30).
Este texto describe bien la situación en la que ya se encontraban los israelitas, e incluso da un atisbo de esperanza de volver a encontrar a Yahveh, aspecto fundamental para lograr mantener cohesionada a la nación derrotada, pero no deja de ser un caso equiparable al de un profeta actual que, por ejemplo, advirtiese del derrumbe del sistema soviético dando como causas y «señales» aquello que ya conocemos todos por la prensa.
559 a. s. C.: Ciro II el Grande se convirtió en rey de Persia, conquistando Babilonia en el 539 a. s. C. El imperio persa gobernó Asia occidental, incluyendo a Israel, hasta el 333 a. s. C.
Como la mayoría de los grandes emperadores de la Edad del Hierro, Ciro permitió a sus súbditos practicar su propia religión mientras incorporasen al rey en su adoración como un dios o semidios, o al menos le hiciesen ofrendas. Tomó la medida de acabar con el estatus de nación esclava, aunque la relación personal seguía siendo la de amo-esclavo. Estas reformas se reflejan en elcilindro de Ciro y en los libros bíblicos de I Crónicas y de Esdras, que indican que sacó a los israelitas de la servidumbre en Babilonia y les concedió permiso para volver a la tierra de Israel (aunque no les permitiría ser independientes).
  • Reconstruccion del Templo (Segundo Templo)
Ciro permitió que Sesbasar, príncipe de la tribu de Judá, y Zorobabel llevaran a los judíos de Babilonia a Jerusalén. Se les permitió volver con los objetos del Templo que los babilónico habían tomado, y comenzaron la construcción del segundo templo (Esdras 1 y ss., (Isaías) 44 y 45), que se concluirá en 525 a. s. C. bajo la dirección espiritual de los profetas Ageo y Zacarías. En este tiempo Tierra Santa era una satrapía persa conocida como Yehud.
El profeta Zacarías incluso puso el sello mesiánico a Zorobabel, el rey de la casa davídica que Darío I impuso como gobernador de Judá,56 aunque también es cierto que repartió el papel mesiánico con el sumo sacerdote (Zac 4,11-14) debido a la tremenda importancia que adquirió el clero durante el exilio; de hecho, desde esos días se comenzó a hablar de un mesianismo sacerdotal que acompañaba al mesianismo real davídico y, en ocasiones, le sustituía. Sin embargo, a pesar de las promesas oraculares de Yahveh a los profetas Zacarías y Ageo, ni con Zorobabel ni con sus sucesores llegó ningún «reino de Dios» y eso enfrió bastante la componente nacionalista radical típica de la religión hebrea; aunque, quizá como una muestra del futuro celestial que cabía esperar, durante los dos siglos que permanecieron bajo la dominación del imperio aqueménida (persas) se consagró al clero como la máxima autoridad del país.
Bajo el liderazgo de Zorobabel, los arreglos para reorganizar el desolado Reino de Judá fueron hechos casi inmediatamente, luego de su desaparición setenta años antes. El grupo de peregrinos, de 42.360 personas incluyendo niños (junto a sus 7.337 sirvientes y 200 músicos, según Esdras 2:65), habiendo completado el largo y lúgubre retorno a casa desde las riberas del Éufrates hasta Jerusalén y animados en todo el proceso por un fuerte impulso religioso, una de sus primeras preocupaciones fue restaurar su antigua casa de adoración, reconstruyendo el destruido templo y restituyendo sus rituales.
Con la invitación de Zorobabel, el gobernador, quien les mostró un notable ejemplo de liberalidad contribuyendo personalmente con 1.000 dáricos de oro, además de otros regalos, la gente entregó sus regalos al tesoro sagrado con gran entusiasmo (Esdras 2). Primero levantaron y dedicaron el altar de Dios en el punto exacto donde se encontraba antiguamente, y luego limpiaron los montones de escombros carbonizados que ocupaban el sitio del antiguo templo; y en el segundo mes del segundo año (535 a. s. C.), ante la emoción y júbilo del público emocionado (Libro de los Salmos 116-118), se pusieron los cimientos del segundo templo. Hubo gran interés en este movimiento, aunque fue recordado con sentimientos mezclados por los espectadores (Hageo 2:3; Zacarías 4:10).
Siete años después de este episodio, Ciro el Grande, que ordenara y declarara la construcción del templo, murió y fue sucedido por su hijo Cambises.
Tras su muerte le siguió Esmerdis, que ocupó el trono por cerca de siete u ocho meses, cuando ascendió Darío I (521 a. s. C.). En el segundo año de su reinado se retomaron los trabajos de reconstrucción del templo hasta su finalización, bajo el estímulo de los consejos y premoniciones de los profetas Hageo y Zacarías. En la primavera del 516 a. s. C. estaba listo para la consagración, más de veinte años después del retorno desde el cautiverio. El templo fue terminado el tercer día del mes de Adar, en el sexto año del reinado de Darío (Esdras 6:15).
La ocasión que buscaba Ezequías se dio, finalmente, en el año 520 a.C., cuando el rey persa Darío I —que necesitaba tener una colonia agradecida en Palestina para usarla como una posible base útil que facilitara su intención de emprender la conquista de Egipto— ordenó el regreso a Judá de toda la élite hebrea que aún permanecía en el exilio babilonio. La liberación se produjo sesenta y siete años después de la derrota de los judíos ante Nabucodonosor y, la ocasión la pintan calva, no faltó tampoco el consabido sacerdote redactor que añadió al libro de Jeremías una profecía a posteriori en la que se anunciaban los pormenores de la invasión de los babilonios, de las condiciones del exilio, que se mantendría durante setenta años, y de la llegada de los persas (Jer 25,8-14).
El siglo siguiente, eso es el V a. s. C., ya no sería tiempo de profetas sino de escribas, legisladores y sabios, es decir, de los burócratas que diseñarán el judaismo. Ello no obstante, aún aparecieron profetas como Malaquías que alzaron su voz… aunque ahora lo hicieran contra los mismísimos sacerdotes, que eran quienes detentaban el poder. Así, por ejemplo, Malaquías anunció de nuevo el «día de Yahveh», pero él, a diferencia de sus antecesores Amós o Sofonías, vio en ese escatológico día la ocasión para depurar el sacerdocio, para restablecer la alianza entre Dios y el clero (Mal 2,4) y para «purgar a los hijos de Leví» (Mal 3,3).
El profeta Malaquías, de hecho, fue el primero que clamó en favor del advenimiento de un Mesías sacerdotal, y su demanda no estaba exenta de fundamento si tenemos presente que, debido al poder clerical nacido del exilio, el sumo sacerdote de Jerusalén era un cargo hereditario y eso, como en el caso de la realeza, no garantizaba en absoluto el acceso de los mejores al cargo; antes al contrario, ya que si leemos las Antigüedades judaicas, del historiador judío Flavio Josefo, veremos perfectamente que los altos sacerdotes de esa época sobresalían más por su ignorancia y maldad que por sus virtudes, razón por la cual, dentro de la religión hebrea, empezaron a adquirir una importancia capital los escribas y los doctores de la Ley.
Los papiros de Elefantina (circa 450 – 419 a. s. C.) de la colonia militar judía en Egipto demuestran que en este tiempo algunos judíos seguían siendo politeístas, y consideraban que Yahveh tenía como esposa a la diosa Anat.
En 445 a. s. C. Artajerjes nombró virrey de Judá a Nehemías, que fortificó Jerusalén para defenderse del gobernador de Samaria. Los pocos miles de judíos retornados estaban despojados de las riquezas materiales. La vida se les tornaba difícil bajo el dominio persa. La reformada vida israelí fue conducida por los escribas judíos Nehemías (Nehemías 1-6) y Esdras; este último instituyó la sinagoga y sus servicios de rezos, y coronó la Toráh leyéndola en público ante la gran asamblea que instaló en Jerusalén. Comenzaba a renacer el impulso de comunidad religiosa, logrando que Dios volviera a estar en medio de ellos (Ageo 2:5,6,20).
Por su parte los samaritanos construyeron su propio Templo en el monte Garizim en 428 a. s. C. (II Macabeos 6,2).
  • Esdras y Nehemias componen lo que a partir de entonces seria el “Dios unico” y “La Torah”. Entre el 431 y 430 a. s. C.
Después de tanto esfuerzo, lucha y manipulación de textos, acabó por producirse lo que Friedman, con gran acierto, califica como «la gran ironía»:
«La combinación de P [sacerdotal] con J [yahvista], E [elohísta] y D [deuteronomista] fue algo mucho más extraordinario de lo que había sido la combinación de J y E vanos siglos antes.
  • El texto P era polémico. Se trataba de una torah-respuesta a J y a E.
  • En JE se denigra a Aarón.
  • En P se denigra a Moisés.
  • JE asume que cualquier levita puede ser sacerdote.
  • P dice que únicamente pueden ser sacerdotes los descendientes de Aarón.
  • JE dice que hubo ángeles, que ocasionalmente los animales podían hablar, y que en cierta ocasión Dios se mostró sobre una roca, o caminando por el jardín del Edén.
  • En P no aparece nada de eso.
Por su lado, la fuente D procedía de un círculo de personas tan hostiles a P, como el círculo de P lo era con respecto a JE.
Estos dos grupos sacerdotales se habían esforzado a lo largo de los siglos por obtener prerrogativas, autoridad, ingresos y legitimidad. Y ahora resultaba que alguien juntaba todas estas obras. »Alguien combinó JE con la obra escrita como una alternativa a la propia JE. Y dicha persona no se limitó a combinarlas, situándolas una al lado de la otra, como historias paralelas. El autor de la combinación se dedicó a cortar e interseccionarlas de un modo muy intrincado. Y al final de está colección combinada y entretejida de las leyes e historias dé J, E y P, esta persona colocó como conclusión el Deuteronomio, el discurso de despedida de Moisés. Alguien se dedicó a mezclar las cuatro fuentes diferentes, y a veces opuestas, haciéndolo de un modo tan hábil que se tardó milenios en descubrirlo. Ésta fue la persona que creó la Torah, los cinco libros de Moisés tal y como los hemos estado leyendo desde hace más de dos mil años, Esdras. De hecho, la propia tradición judía ha conservado el recuerdo de Esdras como restaurador de la ley mosaica (Cfr. Historia de las Religiones. Siglo XXI, Vol. 5, pp. 160-161.)
«Cuando el redactor combinó todas las fuentes —concluye Richard Elliott Friedman41—, también mezcló dos imágenes diferentes de Dios. Al hacerlo así configuró un nuevo equilibrio entre las cualidades personales y trascendentales de la divinidad. Surgió así una imagen de Dios que era tanto universal como intensamente personal. Yahvé fue el creador del cosmos, pero también “el Dios de tu padre”. La fusión fue artísticamente dramática y teológicamente profunda, pero también estaba llena de una nueva tensión.
Representaba a los seres humanos entablando un diálogo personal con el creador todopoderoso del universo. »Se trataba de un equilibrio al que no tenía intención de llegar ninguno de los autores individuales. Pero dicho equilibrio, intencionado o no, se encontró en el mismo núcleo del judaismo y del cristianismo. Al igual que Jacob en Penuel, ambas religiones han existido y se han esforzado desde siempre con una divinidad cósmica y, sin embargo, personal. Y esto se puede aplicar tanto al teólogo más sofisticado como al más sencillo de los creyentes. En último término, las cosas están en juego, pero a todo ser humano se le dice: “El creador del universo se preocupa por ti.” Una idea extraordinaria, Pero una vez más, tal idea no fue planeada por ninguno de los autores. Probablemente, ni siquiera fue ése el propósito del redactor. La idea se hallaba tan inextricablemente inmersa en los propios textos, que el redactor no pudo hacer más que ayudar a producir la nueva mezcla en la medida en que se mantuvo fiel a sus fuentes. »La unión de las dos fuentes produjo otro resultado aún más paradójico. Creó una nueva dinámica entre la justicia y la misericordia de Yahvé (…). La fuente P [sacerdotal] se enfoca fundamentalmente en la justicia divina. Las otras fuentes se enfocan sobre todo en la misericordia divina. Y el redactor las combinó. Al hacerlo así, creó una nueva fórmula en la que tanto la justicia como la misericordia se encontraban equilibradas como no lo habían estado hasta entonces. Ahora eran mucho más iguales de lo que lo habían sido en cualquiera de los textos de las fuentes originales. Dios era tan justo como misericordioso, podía mostrar tanta cólera como compasión, podía mostrarse tan estricto como dispuesto a perdonar. De ese modo surgió una poderosa tensión en el Dios de la Biblia. Se trataba de una fórmula nueva y extremadamente compleja. Pero fue ésa precisamente la fórmula que se convirtió en una parte crucial del judaismo y del cristianismo durante dos milenios y medio (…).»
De ese modo, ambas religiones se desarrollaron alrededor de una Biblia que representaba a Dios como un padre amante y fiel, aunque a veces encolerizado. .En la medida en que esta imagen hace que la Biblia sea más real para sus lectores, el redactor alcanzó mucho más éxito de lo que quizás había pretendido. En la medida en que la tensión entre la justicia y la misericordia de Dios se convirtió por sí misma en un factor importante de la Biblia, en esa misma medida la Biblia ha llegado a ser algo más que la simple suma de sus partes.»
  • La época e influencia Helenística (331 – 164 a. s. C)
Los persas fueron derrotados por Alejandro Magno, en el 331 a. s. C., en cuyo imperio estaba incluido Israel. Se dice que no atacó Jerusalén después que una delegación de judíos lo convencieran de su lealtad, mostrándole las profecías contenidas en las escrituras que esto debía ocurrir.
Daniel 11:3-4
Se levantará luego un rey valiente, el cual dominará con gran poder y hará su voluntad. Pero cuando se haya levantado, su reino será quebrantado y repartido hacia los cuatro vientos del cielo; no a sus descendientes, ni según el dominio con que él dominó; porque su reino será arrancado y será para otros fuera de ellos.
Daniel 8:8-9
Y el macho cabrío se engrandeció sobremanera; pero estando en su mayor fuerza, aquel gran cuerno fue quebrado, y en su lugar salieron otros cuatro cuernos notables hacia los cuatro vientos del cielo. Y de uno de ellos salió un cuerno pequeño, que creció mucho al sur, y al oriente, y hacia la tierra gloriosa.
En el 323 a. s. C. moría Alejandro, y en la lucha por el poder Israel cambió de manos por lo menos cinco veces en apenas veinte años. Babilonia y Siria fueron gobernadas por losseléucidas, y Egipto por los ptolomeos.
Durante el reinado de Ptolomeo II (281-246 a. s. C.) se tradujo la Septuaginta en Alejandría. En esta época comenzaron a tomar importancia algunas sectas, como los fariseos, saduceos y esenios.
El rey seléucida Antíoco IV Epífanes atacó y venció a los ptolomeos y conquistó su imperio, saqueando Jerusalén para usar los fondos del Templo.
Entre 174-163 a. s. C. promulgó varias ordenanzas para conseguir la helenización de los judíos: trató de suprimir el culto a Yahveh, prohibió el judaísmo suspendiendo toda clase de manifestación religiosa y trató de establecer el culto a los dioses griegos. Las imposición de ideas griegas hacía sentir ‘esclavizados’ a los judíos (1ª Mac 8:18).
“…los sacerdotes ya no mostraban celo por el servicio del altar; sino que …descuidando los sacrificios, …eran invitados a lanzar el disco”(2ª Macabeos 4:14,15). Pero el sacerdote judío Matatías y sus dos hijos (los Macabeos) consiguieron levantar a los “judíos piadosos” (jasidim) en su contra y lo expulsaron. La fiesta judía de Jánuca conmemora este hecho (I Macabeos).
  • Reinado Asmoneo (164 – 63 a. s. C.)
Judas Macabeo recuperó Jerusalén en 164 a. s. C., purificando el Templo, reanudando los sacrificios; en 150 a. s. C. se expulsó a los sirios de Jerusalén, formándose Judá como Estado judío independiente. Comenzaba el reinado de los Asmoneos, apoyado por los fariseos (168-142 a. s. C.). cuando el imperio seléucida cayó en 129 a. s. C., el estado judío adquirió plena autonomía.
Juan Hircano, hijo de Simón Macabeo y Sumo sacerdote, gobernó desde Jerusalén entre 134 y 104 a. s. C., pero no fue reconocido como rey al no ser descendiente de David. Se anexionó Jordania, Samaria, Galilea e Idumea, con el apoyo de Roma. Los idumeos fueron forzados a convertirse al judaísmo.
En 105 a. s. C. el nuevo rey y sumo sacerdote de Judá, Alejandro Janneo, cambió el apoyo de los fariseos por el de los saduceos
Nota: Este articulo contiene una recopilación de textos provenientes de diversas fuentes (Todas comprobadas) que han sido copiados e incrustados para dar forma y cronología a la historia misma.
Fuentes:
Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica – Pepe Rodríguez.
Hipótesis Documentaria por Jullius Wellhausen (1844 – 1918).
Quien escribió la biblia – Richard Elliott Friedman

No hay comentarios:

Publicar un comentario