La espinosa acacia
Cuentan los historiadores de la mitología que Isis advertía a aquellos a quienes se revelaba que debían guardar silencio, para impedir que el profano y el infiel pudieran acceder a los secretos del mundo invisible. Por ello Isis se ocultaba tras un velo, que sólo alzaba para manifestarse ante el hombre sabio. Osiris, su hermano y esposo, también evitaba miradas impertinentes, adoptando la forma de un ojo abierto, ojo que todo lo ve, Gran Ojo del Universo, símbolo del sol, del que emana luz, fuego, calor y vida.
Representación de Osiris e Isis
Sin ánimo de provocar la ira de ninguna de estas deidades por revelar detalles de su esencia, quisiera atraer por un momento al lector hacia uno de los mitos mejor conservados en la secuencia de los acontecimientos meta históricos, con el fin de ayudarle a comprender, aunque sólo sea superficialmente, el oscuro soporte teológico de la Francmasonería universal y conducirle después al submundo material e idiosincrático de los masones españoles, cuyo lenguaje, fracturado por las tensiones internas, anda lejos de ser el eco de los dioses.
Según Plutarco[1], Osiris heredó el trono de su padre y gobernó la tierra con bondad y justicia. Su hermano Set, en un arrebato de celos, asesinó a Osiris y descuartizó su cuerpo, dispersando sus restos en el mar a los cuatro vientos. Isis, tras una búsqueda interminable, logró encontrarlos y resucitó a su hermano en el otro mundo, donde se convirtió en rey y juez de los muertos. Orus, su hijo póstumo, vengó a su padre y acabó siendo rey de Egipto.
Las biografías complementarias describen a Osiris recorriendo el mundo para extender la luz entre todos los pueblos. Durante su ausencia, su hermano Tifón –nombre que dio Plutarco a Seth-, asistido por 72 conspiradores, urdió un complot para destronarle. Con gran astucia, Tifón preparó un arcón magníficamente decorado y prometió entregárselo a quien cupiera en el mismo. Nadie consiguió hacerse con él hasta que Osiris, de regreso a Egipto, introdujo su cuerpo en el cofre haciéndolo encajar perfectamente. En ese momento, los cómplices de Tifón sellaron el arca con plomo fundido y la arrojaron al Nilo. El dios Pan fue el primero en descubrir el asesinato de Osiris y dio la voz de alarma (de ahí procedería la palabra pánico). Isis comenzó la búsqueda y llegó hasta las costas de Biblos, donde dio con el arca de su esposo alojada entre las ramas de una acacia. Pero Tifón hurtó el cadáver de Osiris, lo fragmentó en catorce pedazos y los esparció por todo el orbe. Isis logró encontrar trece, teniendo que reconstruir en oro el que faltaba -el falo-, por haber sido devorado el original por un pez en el río Nilo. La muerte de Tifón a manos del hijo de Osiris completa el ciclo.
La magia de la acacia, que Albert Pike[2] (Morals and Dogma, 1872) identifica con el tamarisco, se extiende por las leyendas de la antigüedad. El Arca de la Alianza y el Tabernáculo se hicieron al parecer con madera de una de las más de trescientas especies que se conocen de la familia de las acacias [“Y tienes que hacer una mesa de madera de acacia, de dos codos su longitud y de un codo su anchura y de codo y medio su altura.” Éxodo, 25,23]. Los árabes lo consideraban árbol sagrado, del que fue tallado el ídolo Al-Uzza antes de ser destruido por Mahoma. La corona de espinas que rodeó la cabeza de Cristo procedía, con toda seguridad, de una rama de acacia. Emblemática para muchos pueblos, la acacia -de donde se extrae la goma arábiga-, capaz de arraigar en terrenos estériles y de crecer rápida y tenazmente, se ha convertido en símbolo de la fecundidad y de la regeneración. Puesto que la leyenda de la muerte de Hiram Abiff, tan significativa para los Francmasones, se basa en el ritual del asesinato y resurrección de Osiris, no es de sorprender que, al igual que en los antiguos Misterios los candidatos portaban, en el itinerario de su iniciación, una rama de acacia, también ésta aparezca en la ceremonia de elevación del Compañero Masón a Maestro, marcando el lugar donde se encontraba la tumba de Hiram y anunciando su vuelta a la vida.
Representación de Hiram Abiff
Recordaré cómo debió ocurrir esta trágica leyenda. La erección del Templo de Salomón fue llevada a cabo por obreros tirios bajo la supervisión de un maestro constructor fenicio llamado Hiram Abiff -conocido también como Adoniram-, con gran experiencia en levantar templos a Astarté -diosa que los cristianos transformarían en “Reina de los Cielos” y “Estrella de los Mares”-. La Biblia da pocos detalles de la construcción del Gran Templo, así que debemos aceptar la versión que nos ha llegado a través de la Masonería especulativa, después de dos siglos y medio de existencia, con ligeras variaciones[3], sobre los terribles sucesos que acompañaron el alzamiento de las dos columnas de bronce Jakin y Booz (o Boaz). Dado el ingente número de obreros que necesitaba, Hiram impuso la obligación de pasar la palabra secreta, el signo y el toque de mano de cada grado -aprendiz, compañero y maestro-, para cobrar el salario sin riesgo de que accediesen a él los impostores. Tres villanos, sin embargo, torturaron a Hiram para arrancarle la contraseña. Muerto éste sin haber revelado su secreto, ocultaron su cuerpo en un cerro, cubriendo la tumba con una rama de acacia. Siete años después, nueve oficiales de Hiram, que seguían buscando a su maestro, se acercaron a aquel lugar; uno de ellos, al ascender por la ladera, tratando de asirse, tiró de la acacia y dejó el cuerpo de Hiram al descubierto. El temor de que el Maestro hubiera confesado la palabra secreta les indujo a cambiarla por la primera que se emitió durante la exhumación del cadáver. “¡Macbenac!”, exclamó uno de ellos al tirar de la mano de Hiram y notar que la carne se separaba del hueso. Desde entonces, Macbenac, que significa “putrefacción”, o “desprendimiento de la carne” -aunque en realidad se desconoce cuál pueda ser la etimología del vocablo, lo que nos hace pensar que se trata de una acuñación del imaginativo narrador del suceso- se ha convertido en la palabra del Maestro, y la rama de acacia en uno de los símbolos más hermosos de la tradición masónica.
Hasta aquí la ficción histórica; pero las tragedias de Osiris y de Hiram tienen una traspolación a la Masonería española de nuestros días. El Centro de Estudios de la Masonería, que ha dirigido durante muchos años el jesuita Ferrer Benimeli, profesor de la Universidad de Zaragoza, ha dado a luz incontables trabajos sobre la Institución, aunque prácticamente todos se detenían en el umbral del postfranquismo, cuando la producción escrita de las logias comenzaba a ser fresca y abundante. ¿Acaso ya no les interesaba? ¿No podían acceder a las fuentes documentales por su circulación reservada? Es improbable; los comunicados oficiales, las manifestaciones públicas de los dirigentes, la correspondencia interior, los rituales y los reglamentos, todo, en fin, está al alcance de cualquiera[4]. Autores poco acostumbrados al rigor académico, como Vaca de Osma[5], llegaron a percibir los movimientos catacúmbicos, cismáticos, cainitas y epidémicos de la Masonería española que venían produciéndose cíclicamente desde hacía muchos años. La razón de tal inquietud es casi siempre la lucha de las castas dirigentes por el control orgánico de la Institución, la rebelión de los miembros más activos de las logias contra la rigidez autárquica y represora de sus Grandes Oficiales -anacrónicos hierofantes atrincherados alrededor de una éminence grise– y la separación de los líderes del grupo discorde mediante excomuniones o concesiones controladas -una Gran Maestría Provincial por aquí, un Grado de Marca por allá – que amortigüen la protesta.
Mencionaré unos documentos relativamente recientes que fueron de mano en mano y cuyo estruendo debiera hacer volver la cabeza a nuestros distraídos historiadores hacia la España masónica de los 90. En primer lugar, la “Declaración de Principios” de la Asamblea del Supremo Consejo del Grado 33 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, celebrada en Madrid el 7 de mayo de 1994, donde se recordaba que la Gran Logia de España había sido delegada por el Supremo Consejo para “el funcionamiento de los tres primeros grados”, reservando para sí el trabajo en los grados superiores del 4 al 33. Después, la complementaria “Elucidación de las causas y consecuencias de la crisis que atraviesa actualmente el Supremo Consejo para España”, en la que se denunciaba la autocracia asentada en los locales barceloneses de la Gran Logia de España -vinculada a la Gran Logia de Inglaterra, que sólo reconocía como genuino el Rito de Emulación- y las razones que podrían llevar a las logias de Rito Escocés a la creación en Madrid de una Gran Logia Escocesa, independiente de la Gran Logia de España. Luego, el Decreto Nº 309 de la Gran Logia de España, firmado unos días después por el Gran Maestro, Luis Salat, por el que se irradiaba (se expulsaba) a siete miembros del citado Supremo Consejo del Grado 33 por poner en duda la jurisdicción de la Gran Logia de España sobre todo el territorio nacional y, por consiguiente, sobre el Supremo Consejo. A continuación, la “Nota complementaria”, con sello del Supremo Consejo y fecha de 9 de mayo, en la que se describían los movimientos de los sediciosos -entre los cuales se mencionaba a Luis Salat- para derrocar a la cabeza visible del Supremo Consejo, Francisco Espinar, y poner en su lugar a Antonio Morón. Por último, las sucesivas planchas (escritos) divulgadas por las logias más afectadas, denunciando al Gran Maestro Provincial de Levante -acólito de Salat- por marrullero y camastrón, y las recientes “Notas para un memorándum”, los “Puntos básicos para la implantación de la Masonería Regular en España”, el “Proyecto para la refundación de la Masonería Regular Española” y los “7 puntos para el programa de la refundación”, con fecha de 15 de febrero de 1995, en los cuales se repudiaba la actividad de la Gran Logia de España y se anunciaba la implantación de una nueva obediencia con carácter federal (puede verse uno de aquellos documentos aquí). La historia de disidencia entre el orden canónico y el renovador quedó ampliamente reflejada en la agitada actividad política y masónica de Miguel Morayta Sagrario (1834-1917). Últimamente aparece recogida por el diario El País (ver aquí).
La Masonería española siempre ha sido histriónica, acaso porque no puede prescindir de sus mitos sin poner en peligro su supervivencia. No es difícil ver en el cuadro descrito a Tifón y a Osiris disputándose el reino, al Maestro Hiram rodeado de conspiradores. El epílogo, dramático, mostraba los estigmas de una guerra civil: desintegración de numerosas logias con pases a sueños (bajas voluntarias) y ejecuciones simbólicas mediante nuevos decretos de suspensión e irradiación, firmados en los polvorientos despachos de la Gran Vía de les Cortes Catalanes 617 de Barcelona, con una energía loca y propia de los grandes dictadores, para quienes todo motín tiene que ser reducido inmediatamente antes de que se extienda como una enfermedad contagiosa. Mientras tanto, los pequeños masones, abatidos por el horror, estupefactos por la demolición de los cuatro pilares de la Orden -Libertad, Igualdad, Fraternidad y Tolerancia-, se susurraban al oído la sabia conseja de “más vale estarse quieto”; cuando vuelva la calma, se procederá a recoger los cadáveres y a encofrarlos bajo el emblema de la acacia.
Este relato no pretende ser una exposé catastrófica de las tribulaciones reales o imaginarias de los masones españoles en sus avatares cotidianos; ni tampoco es una llamada a la cadena de unión que evite el inminente colapso de la Orden. La utilidad del mismo para el lector profano, para el experto o para el hermano, aparte la simpatía o el rencor que puedan mostrar hacia el autor por airear los secretos de familia, tal vez resida en verificar cómo la historia de la sociedad civil, vaya o no ilustrada con un mandil bordado en oro, siempre recoge la silueta del mismo arquetipo: el que dedica parte de su vida a erigir sobre las tumbas de sus víctimas su propio mausoleo.
[1] De Iside et Osiride.
[2] Albert Pike, Morals and Dogma of the Ancient and Accepted Scottish Rite of Freemasonry. 1872.
[3] Invito al lector curioso a que se embriague con la lectura de Voyage en Orient, (1851), del incansable viajero francés Gérard de Nerval, y encuentre, como recompensa, una sorprendente referencia a la leyenda Hirámica, que dijo haber escuchado en un café de Estambul. La edición española (Valdemar 1989) es excelente.
[4] Por ejemplo, Ricardo de la Cierva (El triple secreto de la Masonería. Ed. Fénix, 1994) pretende ingenuamente haber expuesto por primera vez el ritual secreto de los tres primeros grados. En realidad, se trata de una argucia editorial, ya que los tres grados del denominado Rito de Emulación y los otros treinta del Rito Escocés han sido descritos con toda clase de detalles por distintos autores -cada cual con sus propias razones- en incontables ocasiones, mucho antes de haber nacido el Sr. De la Cierva.
[5] La Masonería y el poder. Barcelona: Planeta, 1992.
https://etnografo.com/la-espinosa-acacia/
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