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lunes, 28 de enero de 2019

Cábala: El Adam Kadmon y la teoría sefirótica

Cábala: El Adam Kadmon y la teoría sefirótica 

Los sefirot o «numeraciones» de los aspectos divinos son la clave del misterio de la Cábala.

Forman una jerarquía décuple y sus nombres, enunciados del más alto al más bajo, son: keter (corona), hohma (sabiduría), bina (inteligencia), hessed (amor) o guedula (grandeza), (potencia) o diñe (justicia), tiferet (belleza) o rahamin (misericordia), netsah (eternidad), hod (gloria), yessod (fundación) o tsedek (justicia) y malhut (reino).

Los sefirot son para el esoterismo cabalístico el equivalente de los Diez Mandamientos para la exotérica Tora. Los Diez rot son los determinantes principales o causas eternas de todas las cosas. Constituyen una década, dividida en nueve «emanaciones» mediante las cuales el sefirá supremo, la «causa de las causas», se da a conocer.

Debe entenderse, sin embargo, que el hecho de que Dios se haya dado a conocer bajo múltiples aspectos, no significa que sea en realidad un número en particular ni una multitud de ellos. Las manifestaciones sefiróticas no son, ni espíritus, ni almas, ni corpóreos emisarios del Creador. Los sefirot son parte indivisible de Dios, como explica el Sefer Yetsira al utilizar la imagen de la llama y el carbón ardiente para indicar que el Señor es Uno y no tiene segundos.

Los sefirot son diez de los innumerables e ilimitados aspectos de la realidad única. Se trata de una década simbólica que no implica que Dios tenga algún número específico de atributos. En otras palabras, la década sefirótica no es otra cosa que la unidad divina en tanto se abre a sí misma en una u otra forma inteligible.

Ahora bien, la dificultad que entrañaba la contemplación de esa unidad infinita e indivisible de los sefirot, hizo imposible que los cabalistas se contentaran con una sola representación de la jerarquía sefirótica. La identidad esencial e ilimitada de los sefirot daba origen a innumerables relaciones entre sus diversos aspectos y. en consecuencia, permitió contemplarlos desde muy diversos «puntos de vista» en correspondencia con esas mismas relaciones.

Así, la unidad sefirótica puede ser concebida en forma de círculos concéntricos colocando a ter en el centro y a en la periferia. En este caso keter, el supremo (equivalente a Ein Sof), se convierte en el centro supremo y más recóndito, envuelto jerárquicamente por todas sus emanaciones.

Por su parte, si tomamos en cuenta las «relaciones» que vinculan a sus miembros entre sí, resulta el símbolo circular representado en la figura 2. Aquí, el centro de los sefirot está ocupado por tiferet «belleza» divina, llamado también el corazón de Dios, porque armoniza su rigor con su gracia.

Una tercera disposición más clásica es la mostrada en la figura 3, denominada el «árbol de la vida». En ésta, la décuple unidad de los sefirot se muestra como una jerarquía de tres tríadas proyectadas dentro del décimo malhut, que es la causa inmediata del cosmos.

Muy parecida al árbol es la concepción del Adam. Se basa en que, dado que los aspectos del Ser divino constituyen tanto las causas como los «modelos» de sus manifestaciones cósmicas, es lógico atribuir una relación análoga entre estos modelos y su eterno origen. Y este simbolismo permite contemplar al Principio en el nivel de las cosas creadas, ya que son «imágenes» más o menos perfectas de Aquél. Ahora bien, la «imagen de Dios» por excelencia es el hombre, ya que no existe ninguna otra criatura que manifieste la totalidad de los sefirot tan explícitamente como él. Sólo el hombre incorpora la «figura del todo» -el prototipo universal íntegro-, mientras que los restantes seres y cosas creadas, sean ángeles o cielos, sólo expresan al Creador en uno u otro de sus aspectos. Por ello, el Zohar dice que «el divino nombre ADAM contiene lo que está arriba y abajo, gracias a sus tres letras, A (aleph), D (daleth) y M (men) final».

Por tanto, a la hora de definir los atributos propios de las diez ambiguas esencias sefiróticas, los cabalistas recurrieron a la mítica figura del Adam Kadmon (el nombre primigenio), que ya había sido mencionado por San Pablo, cuando decía (Corintios. I. cap. XV, 47): «Dios creó un Adán celeste en el mundo espiritual y un Adán terrestre de arcilla para el mundo material».

En esta última disposición el primero de los sefirá (keter) emanado del Creador, da lugar a la Corona en el Adam Kadmon o Cabeza Suprema del que surgen las 22 letras sagradas del alfabeto cabalístico. De la Corona emana toda la iluminación, aunque, como dice el Zohar: «no conocemos la forma en que las emanaciones nacen, ni cómo surge la luz, todo está escondido».

Los otros nueve sefirot dan lugar al llamado Palacio, y mediante un complicado sistema de pasillos laberínticos y de escalas cruzadas (hasta un total de 22, respondiendo cada uno de ellos a una de las letras hebreas) unen entre sí la Corona (keter) con el décimo sefirá (malhut) situado en los pies del Adam Kadmon.

Es muy importante señalar que la Corona, o sefirá fundamental del que emanan los restantes es aún parte del Sof, y es llamado el No Ser, lo que es muy distinto de la nada. Esta concepción está muy próxima a las enseñanzas del mazdeísmo persa, en el que todo emana de Zarvan Akaran, el espacio-tiempo divinizado.

En cuanto al Palacio o cuerpo del Adam Kadmon, se origina a partir de los contactos entre los principios masculinos y femeninos contenidos en cada sefirot. En este sentido los cabalistas acusaban a los comentaristas de la Biblia de ocultar toda referencia a que la divinidad es a la vez masculina y femenina. Con ello, la Cébala rompía con la tradicional represión sexual del judaismo ortodoxo, al tiempo que se aproximaba inquietantemente a la concepción de la unión sagrada de los sexos en Dios.

Según esto, los sefirot se relacionan en grupos de a tres (triadas). Cada par constituía una doble polaridad y el tercero representaba el equilibrio de las dos esferas anteriores. Y ésta era la clave de las triadas esféricas: el equilibrio de la Luz y el Saber, la síntesis viviente, representado por el balance de cada ternario logrado en el tercer sefirá.

La triada más alta, mabina (corona-sabiduría-inteligencia) era la de los principios esenciales; la segunda, dine-tiferet (amor-justicia-belleza) era la de los principios cosmológicos; la tercera, hod-yessod (eternidad-gloria- fundación) era la de las fuerzas cósmicas y el acto creativo; finalmente, el sefirá como ya hemos dicho, era la sustancia increada y creativa.

Estos cuatro grados sefiróticos son respectivamente los arquetipos de los cuatro mundos antes mencionados: de la «emanación» trascendente, de la «creación» prototípica, de la «formación» sutil y del «hecho» sensorial.

Según el Zohar, los sefirot se pueden clasificar también en el Adam Kadmon o en el Árbol, según una disposición horizontal que constituyen las formas de gobierno divinas. El Creador reina por medio de su «brazo’ derecho», que abarca «la vida y la misericordia»; mediante su «brazo izquierdo», que contiene «muerte y rigor», y por el «pilar de en medio», que equilibra, armoniza y resuelve todas las oposiciones en su unidad.

Dado que el Zohar es una inmensa cantera de símbolos sexuales (que probablemente tienen su origen en el Cantar de los Cantares), los no podían ser ajenos a tal circunstancia. Así, las parejas de sefirot indican la unión sagrada de las formas masculina y femenina. Para los cabalistas la triada esencial (a la que llaman el Gran Rostro) está constituida, aparte de la Corona, por hohma, que es el principio masculino o activo (sabiduría), y por bina (inteligencia), que es el principio femenino o pasivo. La Cábala llama Padre a la Sabiduría, considerando que es el origen primordial sin el cual no habría comienzo. Por su parte, bina es denominada la Madre. Y de la unión misteriosa de esos dos principios nace daath (ciencia).

Las dos triadas sefiróticas menores forman el llamado Pequeño Rostro, considerado como fuerza femenina, a diferencia del Grande que es potencia masculina.

Este estudio de la décuple unidad de los sefirot quedaría incompleto si no se mencionara su relación con el ser humano. Considerado así, cada sefirá es el arquetipo de uno de los órganos o miembros principales del hombre, y es por ello que el conjunto de sefirot es llamado «el hombre celeste» (adam ilaah) en el que keter es el «cerebro oculto» y superinteligible; hohma, el «cerebro derecho» que ve solamente al Uno; bina, el «cerebro izquierdo», que le da capacidad para discriminar entre lo que es real e irreal; hessed, el «brazo derecho» o misericordioso, que está siempre aspirando a lo divino; diñe, el «brazo izquierdo» o riguroso, que proporciona un juicio verdadero sobre todas las cosas; tiferet, el «corazón» o «tronco», símbolo de belleza y de amor; netsah, el «muslo derecho», o fuerza cósmico-positiva (poder espiritual); hod, el «muslo izquierdo», o fuerza cósmico-negativa (fuerza natural); yessod, el «órgano genital» o acto creativo, y malhut, los «pies», el luis gar de terminación, recipiente «sustancial» de las emanaciones sefiróticas. Asimismo, y desde un punto de vista particular, los «diez dedos» simbolizan también a los sefirot.

Todo lo que existe en el hombre, en su espíritu o en su cuerpo, está prefigurado y actualizado por los sefirot. Y cuanto más se acerque el «hombre inferior» a la unidad sefirótica, más se estará aproximando al «hombre superior».

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