El cinco
Emilio García Gómez
Durante los siglos XVI, XVII y XVIII hubo en Europa un enorme número de adeptos a la alquimia y a la filosofía mística y esotérica. Thomas Browne (1605-1682), por ejemplo, nacido en Londres y residente en Norwich, se pasó la vida dedicado al estudio de la antigüedad, la metafísica, la medicina y la botánica, vertiendo luz sobre las supersticiones de la época y recreándose, a la vez, en misterios y enigmas. Browne, para quien la naturaleza era un complejo jeroglífico susceptible de ser traducido tras una atenta lectura, creía en la astrología, en la alquímica y en la magia, y posiblemente haya que atribuir a su testimonio como médico la ejecución de dos mujeres acusadas de brujería.
En 1658 publicó su obra El jardín de Ciro [The Garden of Cyrus, or the Quincunciall, Lozenge, or Network Plantations of the Antients, Artificially, naturally, Mystically Considered, with Sundry Observations], que recogía el valor simbólico del quincuncio -disposición de cinco objetos en el centro y las esquinas de un cuadrado; por ejemplo, el número X romano respondería a este orden, como ocurre con la cruz de San Andrés, o con el cinco en la ficha del juego de dados o del dominó-. El diseño de los jardines de Babilonia fue el punto de partida de una larga, aunque amena, digresión en torno a las diversas figuras de carácter quincuncial -conos, rectángulos, rombos, pirámides- y su relación con el mundo botánico.
Figura quincuncial
Browne observó que la mayoría de las flores de su entorno contenían cinco hojas, y la misma división numérica aparecía reflejada en incontables obras de la naturaleza -hojas, frutos, semillas, escamas de algunos peces-.
Pero mucho antes del nacimiento de Browne, desde la antigüedad, al número cinco se le ha venido asignando un carácter misterioso y secreto. Según los numeristas, el cinco -la péntada- estaba compuesto por el dos y por el tres, dígitos activos y pasivos, símbolos de la paridad y la imparidad, de los principios materiales y formales de las denominadas sociedades generativas. El cinco era el número conyugal, lo que explica por qué Platón admitió a sus invitados nupciales agrupados en cinco. Entre los romanos, las ceremonias nupciales se iluminaban con cinco antorchas.
La péntada recibió también el nombre de hierofante, o sacerdote de los misterios, por su conexión con los éteres celestiales y la posibilidad de alcanzar, a través de él, la plenitud mística. Los pitagóricos enseñaban que los cuatro elementos -tierra, agua, aire y fuego- se hallaban impregnados de una sustancia llamada éter, el quinto elemento, base de la vitalidad y la vida. Por ello eligieron la estrella de cinco puntas, o pentagrama, como símbolo sagrado de la luz, la salud y la interpenetración. El éter se hallaba libre de las alteraciones de los otros cuatro elementos, y, por lo tanto, se convertía en símbolo del equilibrio al dividir el número perfecto -el 10- en dos partes iguales. La pentalfa era la representación en forma de estrella de las cinco posiciones de la letra griega alfa:
La pentalfa
En los ángulos interiores de la pentalfa colocaban cada una de las letras de la palabra griega U G E I A , y en los ángulos exteriores las de la palabra latina SALUS, ambas con el significado de salud. Así, en Atenas, los recién nacidos eran consagrados al quinto día. En honor de Júpiter se sacrificaba un buey de cinco años. La pentalfa grabada sobre un anillo se empleaba como talismán para combatir los malos espíritus. Serapis curó a un ciego después de que se le hubiese hecho colocar cinco dedos sobre su altar, y su mano sobre sus ojos. Según la mitología griega, Cadmo, en su periplo en busca de su hermana Europa, fue atacado por un dragón. Tras matarlo, sembró sus dientes y de ellos brotaron hombres armados que entablaron combate entre sí. Sólo cinco sobrevivieron y ayudaron a Cadmo a fundar Tebas.
Los egipcios describían las estrellas con una figura de cinco puntas, en alusión a los cinco aspectos capitales. Según Paracelso, el Pentagrama, o estrella de cinco puntas, era el signo más poderoso de todos los signos. Puesto que el cuerpo físico del hombre tiene cinco partes importantes y claramente diferenciadas -dos brazos, dos piernas y una cabeza, siendo ésta última la que gobierna las otras cuatro-, el número cinco ha sido adoptado como símbolo del hombre. Las cuatro esquinas de la pirámide representan las piernas y los brazos, y el vértice superior la cabeza, como muestra del poder superior que rige las cuatro esquinas irracionales. Las manos y los pies equivalen a los cuatro elementos -los pies, la tierra y el agua; las manos, el fuego y el aire. El cerebro representa, por consiguiente, el sagrado quinto elemento -el éter-, que controla y une los otros cuatro. En la Edad Media, la rosa heráldica de cinco pétalos representaba, a través de la péntada pitagórica, el misterio espiritual del hombre. En la rosa de la antigua Fraternidad de Rosacruz figuraban dos filas de cinco pétalos -sutil alusión al número perfecto pitagórico-. El blasón familiar de Johan Valentin Andreae contenía cuatro rosas rojas sobre los ángulos externos de un aspa -o cruz- blanca, en clara referencia al matrimonio químico de Christian Rosencreutz, el presunto autor de las Nupcias Químicas y posible fundador, con otros tres, de aquella mística y secreta sociedad. El sello familiar de Martín Lutero contenía una rosa blanca con cinco pétalos.
Los filósofos tenían por costumbre ocultar el elemento tierra bajo el símbolo del dragón, y muchos héroes de la antigüedad se lanzaban a la captura y muerte del mismo, insertándole la espada (la mónada) en el cuerpo (la tétrada o los elementos). El resultado era la formación de la péntada, símbolo de la victoria de la naturaleza espiritual sobre la material. En los antiguos escritos bíblicos, los cuatro elementos están representados por cuatro ríos que desembocan en el Jardín del Edén, hallándose dichos elementos bajo el control del Querubín de Ezequiel.
La magia negra ha recurrido al pentagrama hasta convertirlo en símbolo de las artes mágicas, en representación de las cinco propiedades del Gran Agente Mágico, los cinco sentidos del hombre, los cinco elementos de la naturaleza, las cinco extremidades del cuerpo humano. La particularidad del pentagrama en magia negra es que la estrella puede estar quebrada en algún punto, no dejando que se toquen las líneas convergentes; o puede estar deformada, con líneas de distinta longitud; o bien se muestra invertida, con una punta abajo y dos arriba. Esta última recibe el nombre de pezuña partida, huella del demonio, o Cabra de Mendes. Cuando se giran las puntas de la estrella, quedando una sola hacia abajo, se anuncia la caída de la Estrella de la Mañana.
En los misterios hebreos y en las especulaciones cabalísticas el número cinco era el carácter de la generación, declarado por la letra He, la quinta del alfabeto cabalista. Según este dogma, tal y como lo relata Browne, si Abraham no hubiese incorporado esta letra a su nombre, habría sido estéril, privado del poder de generación, no sólo porque con ello el número de su nombre alcanzaba 248 (2+4+8=14=1+4=5) -el número de los preceptos afirmativos-, sino porque entre las criaturas hay macho y hembra, y en la tecnología cabalística la madre de la vida recibe el nombre de Binah, cuyo sello y carácter era He . Los israelitas tenían prohibido comer el fruto de los arboles nuevos antes del quinto año. San Pablo prefería hablar cinco palabras en una lengua conocida que diez mil en una desconocida. El Salvador dio de comer a cinco mil personas con cinco panes de cebada; David empleó cinco piedras de río contra Goliat. Los antiguos mezclaban cinco partes de agua con el vino; Hipócrates observó una quinta proporción en la mezcla de agua con leche.
Los cabalistas dividían en cinco partes los usos de su sagrada ciencia: la Cábala Natural buscaba ayudar al investigador en su estudio de los misterios de la naturaleza; la Cábala Analógica revelaba que todas las cosas y sustancias de la Naturaleza eran una sola, y que el hombre -el Pequeño Universo- era una réplica en miniatura de Dios -el Gran Universo-; la Cábala Contemplativa trataba de revelar los misterios de las esferas celestiales por medio de las más elevadas facultades intelectuales y el razonamiento abstracto; la Cábala Astrológica instruía a los estudiosos sobre el poder, magnitud y sustancia de los cuerpos siderales, revelando asímismo la constitución mística del propio planeta. La quinta, o Cábala Mágica configuraba el deseo de ejercer el control sobre los demonios y las inteligencias subhumanas de los mundos invisibles -de ahí el empleo de talismanes, amuletos e invocaciones para sanar a los enfermos.
En el Sepher Yetzirah -uno de los pilares del cabalismo, escrito, según la tradición, por Simeon Ben Jochai en el año 161 y compilado en 1305 por Moses de León- se dice que Dios dispuso la combinación de las veintidós letras básicas de forma que pudieran emitirse con arreglo a las cinco partes de la boca humana: Guturales, Palatales, Linguales, Dentales y Labiales. La moderna ciencia fonética aún mantiene en nuestros días esta clasificación básica.
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