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sábado, 5 de diciembre de 2015

La Corriente del Golfo y su influencia en el clima y la historia del océano Atlántico (2)

La Corriente del Golfo y su influencia en el clima y la historia del océano Atlántico (2)

En la década de 1950, al trazarse mapas del suelo oceánico por Bruce Heezen, Maurice Ewing, Marie Tharp y otros, pusieron de manifiesto que la dorsal Mesoatlántica tenía una extraña batimetría de valles y crestas, con un valle central que era sismológicamente activo y el epicentro de muchos terremotos. Ewing y Heezen descubrieron que la cresta era parte de un sistema esencialmente continuado de 40 000 kilómetros de largo de dorsales oceánicas sobre los fondos de todos los océanos de la Tierra. El descubrimiento de este sistema de dorsales mundiales llevó a la teoría de la expansión del fondo oceánico y la aceptación general de la teoría de Wegener sobre la deriva continental y los movimientos de las placas tectónicas. El barco norteamericano Gettysburg también realizó algunos descubrimientos notables en un área vecina: “El descubrimiento de un banco de sondeos localizado en los puntos N. 85° O., y a una distancia de 209 kilómetros del cabo San Vicente, anunciado recientemente por el comandante Gorringe, del Gettysburg, de los Estados Unidos, y que fue realizado en su última travesía del Atlántico, puede relacionarse con los sondeos previamente obtenidos en la misma región del Atlántico Norte. Dichas pruebas sugieren la probable existencia de una plataforma o cordillera submarina que conecta la isla de Madeira con la costa de Portugal y la probable conexión de la isla, en tiempos prehistóricos, con el extremo sur-occidental de Europa“. Sir C. Wyville Thomson descubrió que los ejemplares de la fauna de la costa brasileña eran similares a los de la costa occidental de la Europa meridional. Esto se explicaría por la existencia de cordilleras que unían Europa con Sudamérica. Un miembro de la tripulación del Challenger opinó, poco después del término de la expedición, que la gran meseta submarina no es otra cosa que los restos de “la Atlántida perdida“. Cuando escribió estas líneas, Donnelly no conocía los últimos descubrimientos realizados en este campo. De haberlos conocido, su convicción habría sido aún mayor. Desde la época de Donnelly, el fondo del mar ha sido estudiado con mucha mayor precisión, gracias al sonar y a la investigación submarina. Durante este período se ha descubierto también alguna información muy curiosa acerca de la plataforma continental de ambos lados del Atlántico. Dicha plataforma es el territorio próximo a la costa, que aún forma parte, geológicamente, del continente, antes de deslizarse hacia las profundidades del mar para luego reaparecer en lo que se llama la llanura abisal.

Un examen de las profundidades de los zócalos continentales reveló que los lechos de los ríos que fluyen hacia el Atlántico prolongaban su curso a lo largo de la plataforma y que algunas veces los atravesaban a través de cañones, de la misma forma en que los ríos de la superficie erosionan la roca y la tierra. Esto ocurre con los ríos de Francia, España, el Norte de África y Estados Unidos, que desembocan en el Atlántico Norte y prosiguen por el fondo del mar, a lo largo de valles sumergidos, hasta alcanzar una profundidad de unos 2500 metros. El fenómeno es particularmente notable en el caso del cañón del Hudson, que extiende el lecho de dicho río a través de barrancos submarinos y a lo largo de unos 300 kilómetros, hasta el borde del zócalo continental. Ello parecería indicar que estos cursos fluviales que ahora se hallan a miles de metros bajo el mar existieron cuando aquella parte de la plataforma continental era tierra firme y que, o bien la tierra se ha hundido, o bien ha aumentado el nivel del agua, provocando esta inundación de los lechos de los ríos. Al referirse a estos cañones fluviales submarinos, un boletín de la Sociedad Geológica de los Estados Unidos de 1936 sugería que dichas “subidas y descensos mundiales del nivel del mar, que equivalen a más de 2500 metros, deben haberse producido desde fines de la era terciaria“. En otras palabras, el período llamado plioceno, o sea, la era en que se supone apareció el hombre. La ruptura de un cable submarino ocurrida en 1898, cuando se estaba instalando el cable trasatlántico, a unos 800 kilómetros al norte de las Azores, acarreó otro hallazgo extraordinario. Mientras se realizaba la búsqueda del cable se descubrió que el fondo marino de la zona estaba compuesto de abruptos salientes, cúpulas y profundos valles que recordaban más a la superficie terrestre que al fondo del mar. Utilizando hierros con garfios se logró recoger muestras de rocas a una profundidad de 1700 brazas, que al ser examinadas resultaron ser taquilita, una lava basáltica vítrea que se enfría fuera del agua cuando está sometida a la presión atmosférica. Según el geólogo francés Pierre Termier, que estudió del caso, si la lava se hubiese solidificado bajo el agua habría sido cristalina en lugar de vitrificada. Aún más, Termier supuso que la lava se había sumergido poco después de su enfriamiento, como lo demostraba la relativa aspereza del material recogido. Más aún, puesto que la lava tarda en descomponerse unos quince mil años, el hecho de que las muestras submarinas no se hayan descompuesto aún, así como el aparente enfriamiento ocurrido sobre el agua, encajan perfectamente con la teoría de la Atlántida, e incluso con la época en que, según Platón, habría ocurrido la catástrofe.

Termier dice además que “toda la zona al norte de las Azores, y tal vez la propia zona donde se emplazan las islas — de las que podrían quedar sólo ruinas visibles— quedó sumergida muy reciente-mente, quizá durante la época que los geólogos llaman el presente“. También recomienda “un dragado muy cuidadoso hacia el sur y el sudoeste de las islas“. La arena existente en los zócalos submarinos, frente a las Azores, algunas veces a miles de metros de profundidad, nos proporciona otra de las piezas perdidas del rompecabezas. Aparece en aguas poco profundas y ha sido formada por la acción de las olas sobre las rompientes. ¿Qué sabemos hoy acerca del fondo del Océano Atlántico? Mucho más, gracias al sonar y a los cálculos de profundidad mediante el empleo de explosivos para realizar la triangulación y la investigación del fondo del mar. Las llanuras, mesetas, elevaciones, cañones, cordilleras, grietas profundas, conos y las misteriosas montañas marinas han sido descritas en mapas igual que las islas de la superficie, aun cuando puede ocurrir que una nueva isla volcánica surja ocasionalmente del fondo del mar para luego volver a hundirse. Contamos, por ejemplo, con una carta más exacta de la cordillera del Delfín, que es una cadena montañosa gigante con forma de doble S, una sobre la otra y que se extiende desde Islandia hasta el extremo de Sudamérica. Esta cordillera o meseta con montañas submarinas, flanqueada por llanuras abisales, adquiere gran anchura en las secciones semicirculares de la S, entre España, el Norte de África y las Bermudas. Luego se estrecha frente a la punta de Brasil, al sur del Ecuador, donde es cruzada por la zona de la fractura Romanche y luego vuelve a ensancharse entre el sur de Brasil y África. La característica más notable de la cordillera del Atlántico Medio es que sigue el contorno general de América del Norte y del Sur, como si fuese un débil reflejo de los continentes americanos en el fondo del océano. Cuando se examinan las profundidades en torno a las islas Azores se advierte que aunque las islas mismas se alzan verticalmente desde el fondo, están situadas sobre una especie de doble meseta. La base de esta meseta está ubicada en una zona que va aproximadamente desde los 30 a los 50 grados de latitud Norte, y la parte más alta en un área que se extiende desde los 36 a los 42 grados Norte, con una anchura de 800 kilómetros. La profundidad, desde la llanura hasta la meseta inferior, varía entre 1000 y 500 brazas. Una braza es una unidad de longitud náutica, usada generalmente para medir la profundidad del agua. Se llama braza porque equivale a la longitud de un par de brazos extendidos, aproximadamente 1,852 metros.


Es decir, si la profundidad abisal es, por ejemplo de 2400 brazas, la de la cordillera podría ser de 1800 brazas, a menos que la cumbre submarina de algún monte sumergido alcance 400 brazas o menos, o emerja a la superficie como una isla, que es lo que ocurre con las Azores. La segunda meseta indica una elevación aún más sorprendente, de 1420 a 400 brazas; de 1850 a 300 brazas y desde 1100 a 630 brazas. Es interesante anotar que algunos estudiosos de la teoría de la Atlántida han pensado que el continente Atlántico se hundió por etapas y tal vez en tres inmersiones sucesivas. La formación de una meseta doble bajo las Azores parecería corroborar esta teoría. Al sur de las Azores encontramos algunas importantes montañas submarinas, que no se hallan a muchas brazas de profundidad. Dos de ellas fueron designadas con los nombres de Platón (205 brazas) y Atlántida (145 brazas). La ruptura del cable trasatlántico que causó tanto furor en los estudios sobre el continente de la Atlántida a comienzos de siglo XX, se produjo a unos 800 kilómetros al norte de las Azores y al este del monte submarino Altair. Algunas investigaciones más recientes acerca de dicha cordillera han aportado nuevos indicios para la especulación. Los exámenes de partículas del fondo marino, o “núcleos“, tomadas en esta cordillera en 1957 permitieron extraer plantas de agua dulce que crecían sobre materiales de sedimentación a una profundidad de casi tres kilómetros y medio. Y el examen de las arenas de la fosa de la Romanche hizo pensar que se habían formado a la intemperie, en ciertas partes de la cordillera que en un momento determinado fueron proyectadas sobre la superficie. A una distancia de 1600 kilómetros de esta meseta encontramos el promontorio submarino de Bermuda, que culmina en las islas Bermudas, justo en uno de los vértices del misterioso Triángulo de las Bermudas, y situadas en la cima de inmensas montañas sumergidas. Frente a la península de la Florida, en la plataforma continental americana, algunos estudios hidrográficos realizados por el U.S. Geodectic Survey constataron depresiones de 120 metros de profundidad a lo largo de fondos marinos situados a 150 metros de profundidad y que “fueron presumiblemente lagos de agua dulce situados en zonas que luego se sumergieron“. Directamente al este de la meseta de las Azores encontramos la cordillera Azores-Gibraltar, con profundidades reducidas, de sólo cuarenta a ochenta brazas. Y siguiendo hacia el Sur y conectadas a esta cadena montañosa a lo largo de la costa de África, a poca profundidad, también aproximadamente de cuarenta brazas, hallamos otra serie de cimas y montañas sumergidas, que incluyen las islas Madeira y Canarias. Las islas de Cabo Verde, frente a Dakar, aparecen aisladas y sin cadenas que las conecten a otras.

Muchos de los hipotéticos “puentes de tierra firme” existentes entre el Viejo y el Nuevo Mundo aparecen como algo perfectamente posible cuando examinamos la información de que ahora disponemos acerca de la configuración del fondo del mar. Por ejemplo, la plataforma continental europea se conecta con Islandia por medio de cordilleras y luego se une con Groenlandia a través del promontorio de Groenlandia-Islandia. En el Atlántico Medio la cadena Azores-Gibraltar se une con la meseta de las Azores, y una parte de la cordillera mesoatlántica llega casi a las Bermudas, mientras otra cadena un poco menor se abre hacia las Antillas y hacia la parte más profunda del Atlántico, la fosa de Puerto Rico. Entre otras cadenas de unión en el Atlántico Sur tenemos el puente que parte desde África a través de Sierra Leona, la cordillera mesoatlántica que va desde las rocas de San Pedro y San Pablo hasta Brasil, la de Walvis, que sale de Sudáfrica y cruza la cordillera del Atlántico Medio hacia Brasil, atravesando las islas Trinidad y Martín Vaz, o el promontorio de Río Grande o la meseta de Bromley. Las grandes transformaciones ocurridas en el fondo del Atlántico, que probablemente fueron provocadas por perturbaciones volcánicas, permiten suponer la existencia de conexiones entre el Viejo y el Nuevo Mundo, en forma de puentes terrestres o islas que posteriormente quedaron sumergidas y que podrían haber sido usadas como puntos de apoyo, lo cual explicaría muchas curiosas similitudes en la vida animal y vegetal, como la presencia de elefantes prehistóricos, camellos y caballos en América. Una expedición organizada en 1969 por la Universidad de Duke, con el fin de estudiar el fondo del mar Caribe, realizó un importante descubrimiento relacionado con los continentes desaparecidos. Gracias a la realización de algunos dragados, sacaron a la superficie cierta cantidad de rocas graníticas, en cincuenta sitios distintos a lo largo de la cordillera Aves, un cordón montañoso submarino que va desde Venezuela a las islas Vírgenes. Estas piedras ácido-ígneas han sido catalogadas dentro del tipo “continental“, que sólo se encuentra en los continentes o en los lugares donde han existido éstos. El doctor Bruce Heezen, del observatorio geológico Lamont, dijo a este respecto lo siguiente: “Hasta ahora, los geólogos creían, en general, que las rocas graníticas ligeras, o ácido-ígneas, quedaban limitadas a los continentes, y que la corteza terrestre que se encuentra bajo el mar estaba compuesta de rocas basálticas más oscuras y pesadas. De esta forma, la presencia de rocas graníticas de color claro podría apoyar la vieja teoría de que antiguamente existió un continente en la zona del Caribe oriental y que estas rocas constituirían el núcleo dé un continente perdido y sumergido“.

El lecho del Atlántico es una de las regiones más inestables de la superficie terrestre. Se ha visto conmocionada por perturbaciones volcánicas a lo largo de los siglos y, de hecho, sigue sufriéndolas aún. La falla volcánica se extiende desde Islandia, donde en 1788 pereció una quinta parte de la población a consecuencia de un terremoto a lo largo de toda la extensión de la cordillera Atlántica. En Islandia, en 1845, la erupción del volcán Hecla se prolongó durante un lapso de siete meses. Islandia sufre aún en ocasiones una furiosa actividad volcánica. Una espectacular erupción submarina, que se prolongó desde noviembre de 1963 a junio de 1966, provocó la formación de una nueva isla, que lleva el nombre de Surtsey y se encuentra a 36 kilómetros de la costa sudoccidental de Islandia. La lava solidificada se transformó en tierra. Y en la isla, que sigue creciendo, comenzó a aparecer vegetación permanente. Desde su emergencia, Surtsey se ha visto acompañada por otras dos islas. La misma Islandia, como ocurre en la descripción que de la Atlántida hiciera Platón, posee manantiales calientes. Su altísima temperatura, que proviene de las fuerzas termales subterráneas, permite que sean utilizadas para el sistema de calefacción de la capital, Reykjavik. Encontramos continuas referencias escritas respecto a movimientos sísmicos en Irlanda y más tarde hacia el Sur. En una misma línea en relación con las Azores, un violento terremoto sacudió Lisboa en 1775, causando la muerte de 60.000 personas y provocando un descenso en el nivel del muelle principal, mientras los diques y el resto de los muelles se sumergían 180 metros bajo el mar. La actividad sismológica es un fenómeno constante en la región de las Azores, donde todavía existen cinco volcanes activos. En 1808, uno de ellos se alzó en San Jorge a una altura de varios miles de pies, y en 1811 emergió del mar una isla volcánica, creándose una gran superficie a la que se dio el nombre de Sambrina, durante su breve existencia en la superficie, y antes de que volviera a hundirse en el océano.


Las islas Corvo y Flores, en el archipiélago de las Azores, que figuran en los mapas desde 1351, han cambiado constantemente su forma. Y amplias secciones de la isla de Corvo han desaparecido en el mar. En otro grupo de islas, las Canarias, cuyo gran volcán central, el Pico del Teide, entró en erupción en 1909, el índice de perturbaciones volcánicas es muy elevado. En 1692 un terrible terremoto hundió la mayor parte de Port Royal, arrastrando incluso a los piratas que estaban utilizando la ciudad como refugio, mercado y centro de rebelión. Port Royal (“Puerto Real“) fue la sede del gobierno británico en Jamaica y la principal base pesquera y comercial de la isla durante el siglo XVII. En su época de esplendor también acogió a un gran número de piratas que bajo el amparo de los británicos atacaban las naves españolas y francesas. Fue destruida por un gran terremoto el 7 de junio de 1692, durante el cual dos tercios de la ciudad se hundieron en las aguas del mar Caribe. Tras este desastre, la actividad comercial de las isla se trasladó a la ciudad de Kingston, actual capital de Jamaica. Este hundimiento en el mar de esta ciudad mueve nuestros recuerdos hacia lo ocurrido en tiempos históricos en el mismo océano, donde, según la leyenda, la Atlántida se hundió “debido al disgusto divino“. En el Caribe y dentro de la zona volcánica atlántica, se produjo un terremoto aún mayor, en 1902, cuando el Mont Pelee, de la Martinica, estalló con tal fuerza que, según se dice, causó la muerte de todos los habitantes de Saint-Pierre, la ciudad vecina, salvo a uno, como si fuese un Noé moderno. En 1931, la actividad volcánica produjo la aparición de dos nuevas islas en el grupo de las Fernando de Noronha, que Inglaterra se apresuró a reclamar, aun cuando su pretensión fue discutida por varias naciones del vecino continente sudamericano. Los británicos se ahorraron el tener que adoptar una decisión peligrosa gracias al nuevo hundimiento de las islas cuando aún se estaba discutiendo su propiedad. En las islas cerca de Madeira surgieron a la superficie, en 1944, algunos pequeños promontorios, que eran las cimas de algunos volcanes que se elevaron desde el fondo del mar hasta sobre la superficie. El Atlántico ha sido una zona volcánica activa durante siglos, desde Islandia hasta las costas del Brasil. Según el doctor Maurice Ewing, del observatorio geográfico Lamont, “sus grietas más profundas forman el sitio de un cinturón sísmico oceánico“. Parece lógico por ello que hace miles de años tuviera lugar una actividad volcánica aún mayor, sobre todo porque tal actividad se da todavía en las mismas regiones en que la leyenda ha situado el continente de la Atlántida.

Cuando se habla de los últimos millones de años, se utiliza «glaciación» para referirse a periodos más fríos, con extensos casquetes glaciales en Norteamérica y Eurasia. Según esta definición, la glaciación más reciente acabó hace unos 10.000 años. En oceanografía física se denomina circulación termohalina o, metafóricamente, cinta transportadora oceánica, a una parte de la circulación oceánica a gran escala, que es determinada por los gradientes de densidad globales, producto del calor en la superficie y los flujos de agua dulce. Esta circulación es muy importante por su significativa participación en el flujo neto de calor desde las regiones tropicales hacia las polares, y su influencia sobre el clima terrestre. A principios del siglo XX los viajes entre continentes se realizaban por mar. Los que llegaban en barco a Europa desde Nueva York primero veían las aguas claras y azules de la Corriente del Golfo y luego, de repente, navegando hacia el noreste dejando atrás cabo Cod, en el extremo oriental del estado de Massachusetts, al noreste de Estados Unidos, y entrando en la corriente fría de Labrador, las aguas se volvían oscuras y densas. Puede que a la vida oceánica le agraden las temperaturas suaves, pero las propiedades del agua impiden que disfruten de mucho más que 10 °C, a menos que se trate de un número extremadamente pequeño de individuos dispuestos además a vivir en condiciones cercanas a la inanición. Ésta es una limitación global importante al crecimiento y uno de los motivos por los que a Gaia le conviene mantenerse fría. Según la hipótesis de Gaia, la atmósfera y la parte superficial del planeta Tierra se comportan como un todo coherente donde la vida, su componente característico, se encarga de auto regular sus condiciones esenciales tales como la temperatura, composición química y salinidad en el caso de los océanos. Otro cambio probable debatido a menudo por los climatólogos se refiere a las grandes corrientes que mueven las aguas de los océanos del mundo. El distinguido científico norteamericano Wally Broecker fue el primero en advertirnos de que las corrientes que atraviesan el Atlántico Norte dependen de la presencia de condiciones árticas cerca de Groenlandia. Las aguas que fluyen hacia el norte por la superficie del Atlántico son templadas y se vuelven más saladas debido a la evaporación. El agua salada es más densa que la dulce y se hundiría de no ser porque las aguas de debajo de ella son más frías y densas todavía. Cuando esta agua salada densa y templada se enfría al entrar en contacto con el hielo ártico, se hunde allí hasta el fondo del océano. Ese hundimiento es la fuerza motriz que pone en marcha las corrientes y hace que el agua salada y templada que avanza hacia el noreste por el Atlántico, la que conocemos como Corriente del Golfo, no se detenga. Broecker advirtió que si cesara el hundimiento de agua salada, el norte de Europa ya no recibiría los beneficios de esa corriente de agua templada.

La tendencia más sensacionalista a menudo prefigura eso como una vuelta a condiciones árticas de Europa y la Costa Este de América del Norte. Pero para cuando eso suceda, el hielo del Ártico estará en proceso de extinción. Una posibilidad que no podemos dejar de considerar es que el clima de las islas Británicas y Europa occidental, que es hoy 8 °C más cálido que el de las mismas latitudes en otras partes del mundo, quizá permanecería inalterable a pesar del calentamiento global, puesto que los 8 °C que se perderían al desaparecer la Corriente del Golfo serían más o menos la misma cantidad de grados que se predice que subirá la temperatura a causa del calentamiento global. Ojalá fuera así, aunque, en ese caso, todavía tendríamos que enfrentarnos a la pérdida de tierra que la subida del nivel del mar comportaría. La posibilidad de que la Corriente del Golfo se frene o se detenga suena a ciencia-ficción. Esta gran corriente oceánica de superficie del Atlántico, proveniente de la zona intertropical y que baña las costas europeas, lo que nos asegura inviernos agradables y veranos templados, no puede sencillamente detenerse. Aún así, la disminución de su intensidad o incluso su detención total no son fenómenos imposibles. La historia climática del planeta lo demuestra. La Corriente del Golfo ya se ha encontrado con serias perturbaciones en su recorrido. Una serie de investigadores canadienses, americanos y británicos, cuyos trabajos están respaldados por un programa de investigación de la Unión Europea, calculan que, desde hace unos 10 años, el recalentamiento global de nuestro planeta modifica la salinidad de los océanos, lo que podría perturbar la circulación de las corrientes marinas, llamada circulación termohalina. La Corriente del Golfo forma parte de la circulación termohalina mundial. La responsable de esta modificación de la salinidad del Atlántico norte sería el aumento de la evaporación de aguas de superficie en la región intertropical, que genera un exceso de vapor de agua en la atmósfera y precipitaciones de agua dulce más intensas en las altas latitudes. Las aguas menos cargadas de sal penetran con más dificultad en las profundidades marinas. Esto es precisamente lo que sucede en la Corriente del Golfo en el norte de Islandia. Ahí es donde la famosa corriente se sumerge hacia los fondos oceánicos para volver hacia los trópicos y luego, todavía más lejos, hacia el Océano Antártico. Esta corriente oceánica profunda es, en cierto modo, la corriente de “retorno” de la Corriente del Golfo de superficie. La aportación de agua dulce suplementaria, acompañada de unas precipitaciones más intensas, impediría a la Corriente del Golfo sumergirse en el Ártico hacia los fondos oceánicos, lo que detendría la gran maquinaria climática mundial y podría obstaculizar e incluso taponar finalmente en superficie la Corriente del Golfo.


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