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martes, 1 de diciembre de 2015

En busca de una tierra misteriosa (4)

En busca de una tierra misteriosa (4)

Este lago Titicaca, que ocupa el centro de una de las cuencas terrestres más notables, se extiende a lo largo de 257 Km., mientras su anchura oscila entre 80 y 129 Km. A través del valle del Desaguadero, desemboca en la vertiente suroeste, en otro lago cuyo nombre es Aullagas y cuyo nivel inferior, probablemente, es regulado por la evaporación o la filtración, ya que no tiene ninguna salida conocida. La superficie del lago se encuentra a 3.915 metros sobre el nivel marino y es el lago más elevado del mundo de su tamaño. Como el nivel de las aguas se ha reducido mucho en el período histórico, hay buenas pruebas para deducir que una vez éstas rodeaban al área elevada donde se encuentran las notables ruinas de Tiahuanaco. Indudablemente, éstos son monumentos indígenas que se remontan a un período anterior al de los incas, así como los dravidianos y otros nativos de la India antecedieron a los arios. Aunque, según las tradiciones Incas, el gran legislador o instructor de los peruanos, Manco Capac, el Manu sudamericano, difundió su conocimiento e influencia en este centro, los hechos no corroboran tal declaración. Si, según algunos, allí existía el punto original de los aymaras o la “raza inca“, entonces, ¿por qué los incas, los aymaras, que aun hoy viven en las áreas limítrofes del lago, y los antiguos peruanos, ignoran por completo su historia? No se encuentra ningún indicio referente a esta historia, excepto una tradición nebulosa según la cual los “gigantes” construyeron dichas estructuras inmensas en una noche.


Además, tenemos razones para dudar que los incas proceden de la raza aymara. Los incas afirman ser los descendientes de Manco Capac, el hijo del Sol, mientras los aymaras consideran a este legislador su instructor y el fundador de la era de su civilización. Sin embargo, tanto los incas del período de la invasión española como los aymaras, no pudieron probarlo. El idioma de estos últimos difiere bastante del Quichua, la lengua de los incas. Además, según nos dice el doctor Heath, los aymaras rechazaron abandonar su idioma cuando los descendientes del Sol los conquistaron. Las ruinas muestran que son de una antigüedad remotísima. Algunas construcciones siguen un plan piramidal, análogamente a la mayoría de los montículos americanos, extendiéndose por varias hectáreas. Mientras las entradas, las columnas y los ídolos de piedra tan magistralmente tallados, “representan un estilo escultórico completamente distinto de cualquier otro resto artístico encontrado en América“, el explorador francés Alcide D’Orbigny habla de las ruinas con acento entusiasta: “estos monumentos consisten en un montículo que se eleva por casi 31 metros, rodeado por columnas de templos cuya longitud cubre entre los 183 metros y los 366 metros. Se abren, precisamente, hacia el oriente y los adornan unas columnas angulares colosales. Luego se encuentran pórticos compuestos por una sola piedra, recorridos por relieves magistralmente ejecutados, mostrando representaciones simbólicas del Sol y del cóndor, su mensajero. Se pueden observar estatuas basálticas salpicadas con bajorrelieves cuyas cabezas entalladas son semiegipcias. Al final, el interior del palacio está constituido por enormes. bloques de piedra completamente cortados, cuyas dimensiones son, a menudo, 6,4 metros de alto, 3,6 m. de ancho y 1,8 m. de profundidad. En los templos y en los palacios, las puertas son perpendiculares y no se inclinan como ocurre con las de los Incas. Sus vastas dimensiones y las masas imponentes que las constituyen, eclipsan, en belleza y grandeza, todas las construcciones posteriores de los soberanos de Cuzco“. D’Orbigny, análogamente a todos sus compañeros exploradores, cree que estas ruinas se remontan a una raza muy anterior a la de los Incas.


El lago Titicaca guarda, en sus 8300 km2 de extensión, una historia rica de presencia humana desde hace 4000 años, o más. Incluso tuvo una prisión en medio de la Isla de la Luna o más conocida por los Aymaras como isla de Coati. En las reliquias del lago Titicaca se observan dos tipos arquitectónicos distintos. Por ejemplo: las ruinas de la isla de Coati son muy parecidas a las de Tiahuanaco. Lo mismo ocurre con amplios bloques de piedra elaboradamente esculpidos, algunos de los cuales, según los reportes de los investigadores en 1846. Tienen 0,9 metros de alto, 5,5 m. de ancho y 6 m. de profundidad. Mientras, en algunas de las islas del Titicaca, existen monumentos muy grandes “se cree que aquellos de auténtico estilo peruano son los restos de los templos destruidos por los españoles“. El famoso santuario que contiene una figura humana pertenece a la primera categoría. Su entrada tiene 3 metros de alto, 4 m. de ancho con una apertura de unos 2 metros por 1 metro, que se talló en una sola piedra. “La parte oriental tiene una cornisa en cuyo centro encuéntrase una figura humana de forma extraña, coronada de rayos intercalados por serpientes con cabezas crestadas. A cada lado de esta figura se extienden tres filas de secciones cuadradas llenas de imágenes humanas y de otro género, cuyo diseño es, aparentemente, simbólico …”


Si este templo se encontrara en la India se atribuiría, indudablemente, a Shiva. Pero está en las antípodas, donde, según se sabe, ningún sahiva (devotos de Shiva) ni naga (seres en forma de serpiente), incursionó jamás, aunque los mexicanos indígenas tienen curiosamente su Nagal (Nagual) o brujo principal y adorador de la serpiente. “La creencia según la cual, estas ruinas que se elevan en un punto alto, anteceden cualquier otra conocida en América es corroborada, entre otros hechos, por las huellas que el agua dejó a su alrededor, dando la impresión de haber sido, anteriormente, una isla en el lago Titicaca. Además, el nivel actual del lago ha bajado 41 metros y sus orillas distan más de 19 Km.“. Por lo tanto, todas estas reliquias se atribuyen a la misma “población desconocida y misteriosa que antecedió a los peruanos, así como los tulhuatecas o toltecas, antecedieron a los aztecas. Parece haber sido el centro de la civilización más elevada y antigua de Sudamérica y de un pueblo que ha dejado los monumentos más gigantescos que reflejaban su poder y capacidad“. Además, todos ellos o son Dracontias, templos consagrados a la Serpiente, o dedicados al Sol.


Las pirámides de Teotihuacan y los monolitos de Palenque y Copán presentan el mismo aspecto. Las primeras distan algunos kilómetros de Ciudad de México, en el valle de Otumla, y se consideran como las más antiguas en este territorio. Las dos principales se dedicaron al Sol y a la Luna. Se construyeron con piedra cuadrada tallada. Constan de cuatro niveles y una superficie plana en la cumbre. La más amplia, la del Sol, tiene 67 metros de altura, su base mide 63 metros cuadrados y se extiende por una área de 4,5 Hectáreas. Por lo tanto, es equiparable a la gran pirámide de Cheops. Según Humboldt, la pirámide de Cholula, que supera la altura de la de Teotihuacan en 3 metros, con una base de 130 metros cuadrados, ¡cubre un área de 18 Hectáreas! Es interesante leer lo que escribieron los primeros historiadores que las vieron durante la primera conquista y constatar lo que dijeron sobre algunos de los edificios más modernos, entre los cuales se encuentra el gran templo de México. Uno de ellos relata que consta de una inmensa área cuadrada: “rodeada por una muralla de piedra y cal, cuyo espesor mide 2 metros y medio. La esmaltan almenas y adornos de muchas figuras de piedra en forma de serpiente“. Cortés muestra que su recinto podría fácilmente contener 500 casas. “La pavimentación consistía de piedras pulidas, tan lisas que los caballos de los españoles no podían moverse sin resbalar”, escribe Bernal Díaz. En esta coyuntura, debemos recordar que no fueron los españoles, quienes conquistaron a los nativos de México; sino sus caballos. Este animal jamás se había visto en América. Entonces, cuando los europeos desembarcaron en la costa, las poblaciones oriundas, aunque excesivamente intrépidas, “se quedaron atónitas ante la presencia de los caballos y el estruendo de la artillería“. Así, dedujeron que los españoles eran dioses y les enviaron seres humanos como sacrificios. Este pánico supersticioso basta para explicar el hecho de como un pequeño puñado de hombres pudo conquistar fácilmente unos países con un sinnúmero de guerreros.


Según Francisco Lopez de Gomara o Gomera, historiador y sacerdote español, las cuatro paredes del recinto del templo corresponden con los puntos cardinales. En el centro de esta área gigantesca se elevaba el gran templo, una inmensa estructura piramidal de ocho niveles en piedra. La base mide 28 metros cuadrados y todo el edificio se eleva a lo largo de 37 metros, donde un nivel llano lo secciona. Allí se yerguen dos torres, los santuarios de las divinidades a quienes se había consagrado: Tezcatlipoca y Huitzilopochtli. Esta era el área destinada a los sacrificios y donde se mantenía el fuego eterno. Francisco Xavier Clavijero, historiador y religioso hispano, nos comunica que, además de esta gran pirámide, existían otras cuarenta estructuras similares consagradas a varias divinidades. Una se llamaba Tezcacalli, “la Casa de los Espejos Brillantes”, consagrada a Tezcatlipoca, el Dios de la Luz, el Alma del Mundo, el Vivificador y el Sol Espiritual. Las habitaciones de los sacerdotes, según Agustín de Zárate, eran unas 8 mil. Los seminarios y las escuelas estaban ubicados en la misma zona. Había una profusión de estanques, fuentes, arboledas y jardines, donde las flores y las hierbas aromáticas se cultivaban para usarlas en los ritos sagrados y las decoraciones del altar. Además, el jardín interno era tan amplio que “8 o 10 mil personas podían cómodamente danzar durante sus festividades solemnes”, según Antonio de Solís y Rivadeneyra, escritor, historiados, poeta y dramaturgo español. Tomás de Torquemada, Inquisidor General de Castilla y Aragón, en el siglo XV, y confesor de la reina Isabel la Católica, estima que, en México, existían 40 mil templos de este género. Sin embargo, para Clavijero, que habla del majestuoso Teocalli mexicano (“las casas de Dios”), rebasan esta cifra.


Las semejanzas que se destacan entre los santuarios del mundo antiguo y de América son tan sorprendentes que dejan a Humboldt asombrado: “¡Qué analogías sorprendentes existen entre los monumentos de los antiguos continentes y los de los toltecas, los artífices de estas estructuras colosales, pirámides truncas divididas por secciones, como el templo de Belus en Babilonia! ¿De dónde tomaron el modelo de estos edificios?“. El eminente naturalista podía haberse también preguntado: “¿de dónde, habían sacado los mexicanos todas sus virtudes cristianas, siendo unos paganos?”. Prescott nos dice que: “el código de los aztecas suscita un profundo respeto merced a sus grandes principios morales, cuya percepción es tan clara como la que encontramos en las naciones más civilizadas“. Algunos son muy asombrosos, ya que muestran cierta similitud con la ética evangélica. Uno dice: “Aquél que mira a una mujer con demasiada curiosidad, comete adulterio con la mirada“. Otro declara: “Mantén paz con todo; sobrelleven las injurias con humildad; Dios, que lo ve todo, les vindicará“. Reconocían un solo Poder Supremo en la Naturaleza, al cual se dirigían como la deidad: “por la cual vivimos, Omnipresente, conoce todos los pensamientos y brinda todas las capacidades. Sin ésta el ser humano es nada. La deidad es invisible, incorpórea, perfecta y pura. Sus alas nos deparan descanso y una protección segura“.


Edward King, Visconde de Kingsborough, llamado Lord Kingsborough, (1795 – 1837) fue un anticuario irlandés que pretendió demostrar que los aborígenes de América eran una de las diez tribus perdidas de Israel. Reunió y rescató numerosa bibliografía y documentación facsimilar conteniendo los reportes de los primeros exploradores de Mesoamérica y de las ruinas mayas precolombinas. Lord Kingsborough nos dice que, al momento de dar nombre a los niños: “usaban una ceremonia profundamente similar al rito cristiano del bautismo. Los labios y el pecho del recién nacido se rociaban con agua y el Señor imploraba que se limpiara el pecado con el cual se marcó antes de la fundación del mundo, así que el niño podía nacer nuevamente ….. Sus leyes eran perfectas; la justicia, la satisfacción y la paz imperaban en el reino de estos paganos“. Pero esto era antes de que desembarcaran en Tabasco las tropas españolas de Cortés, acompañadas de los jesuitas. Un siglo de explotación y conversión forzada, bastaron con trasformar esta población tranquila, inofensiva y sabia.


Las ruinas de América Central no son menos imponentes y colosales. Tienen muros muy gruesos y usualmente tienen amplias escaleras que conducen a la entrada principal. Cuando están compuestas por diferentes pisos, éstos van en sucesión desde el más grande al más pequeño, dando a la estructura la apariencia de una pirámide multinivel. Las paredes frontales son de piedra o estuco y la cubren figuras simbólicas magistralmente talladas. La parte interna se divide en pasillos y recámaras oscuras con techos abovedados. Estos techos se sustentan con piedras imbricadas “constituyendo un arco a punta, cuyo tipo corresponde con los primeros monumentos del mundo antiguo“. Dentro de algunas cámaras en Palenque, Stephens descubrió tablillas cubiertas de esculturas y jeroglíficos, cuyos diseños son hermosos y cuya ejecución es primorosa. John Lloyd Stephens (1805–1852) fue un explorador, escritor y diplomático estadounidense. Stephens fue una figura central en la investigación de la civilización maya, y en la planeación del ferrocarril de Panamá. En un antiguo bosque en Copán, Honduras, Catherwood y Stephens exhumaron una ciudad completa con templos, casas y grandiosos monolitos intrincadamente tallados. La escultura y el estilo general de Copán son únicos y en ningún otro lado se ha encontrado este estilo o algo parecido, excepto en Quirigua y en las islas del lago Nicaragua. Nadie puede descifrar las extrañas inscripciones jeroglíficas en los altares y en los monolitos. Salvo unas pocas obras en piedra no tallada: “a Copán se le puede atribuir, con certeza, una antigüedad que supera la de cualquier otro monumento centroamericano conocido“, según se dice en “La Nueva Enciclopedia Americana”. En el período de la conquista española, Copán era ya una ruina olvidada, acerca de la cual existían sólo vagas tradiciones.


Los restos en Perú de diferentes épocas no son menos extraordinarios. Las ruinas del templo del Sol en Cuzco son aun imponentes, a pesar del saqueo perpetrado por los españoles. Si creemos en las narraciones de los mismos conquistadores, al llegar, se toparon con un castillo fantástico. La enorme muralla circular rodeaba completamente el templo principal, las capillas y los edificios. Está situado en el corazón de la ciudad y sus restos provocan, justamente, la admiración del viajero. Gómez Suárez de Figueroa, apodado Inca Garcilaso de la Vega, (1539 – 1616) fue un escritor e historiador peruano. “Primer mestizo biológico y espiritual de América“, “Príncipe de los escritores del nuevo mundo“, son algunos de los apelativos con los cuales se califica a este gran cronista mestizo. Perteneció a la época de los cronistas post Toledanos, durante el período colonial de la historia del Perú. Se le conoce mayormente por su obra cumbre:Comentarios Reales de los Incas. Según Garcilaso: “En el sagrado recinto se abrían acueductos. En su interior había jardines y caminos entre arbustos y flores de oro y plata, para emular las producciones de la naturaleza. Lo frecuentaban 4 mil sacerdotes… Un área de 200 pasos alrededor del templo era considerada sagrada y a nadie se le permitía el acceso si no estaba descalzo…. Además de este gran templo, en Cuzco existían 300 de menor importancia. El celebrado templo de Pachacamac se acerca, en belleza, al anterior”. Humboldt menciona otro gran templo del Sol: “en la base de la colina de Cannar se elevaba, en un tiempo, un famoso santuario al Sol. Lo componía el símbolo universal de esta estrella, que la naturaleza formaba sobre la superficie de una gran roca“. 


Miguel de San Román y Meza, militar y político peruano, que fue Presidente Constitucional de la República del Perú en 1862, nos dice que: “los templos de Perú se erigían sobre tierras altas en la cumbre de las colinas, rodeados por tres o cuatro terraplenes, uno dentro del otro…. He visto también otras ruinas, especialmente montículos, circundados por dos, tres y cuatro círculos de piedra. En la proximidad de la ciudad de Cayambe, en el sitio donde Ulloa vio y describió un antiguo templo peruano, perfectamente circular y abierto en la cumbre, se enumeran varios cromlechs de este tipo”. El siguiente extracto procede de un artículo en el “Madras Times“, en la India de 1876. En sus notas arqueológicas, J. H. Rivett-Camac nos informa sobre algunos montículos particulares en el área circunvecina de Bangalore: “Cerca del pueblo hay, por lo menos, cien cromlechs visibles. Los rodean círculos de piedra, algunos con tres o cuatro círculos concéntricos. Uno, cuya apariencia resalta de forma particular, consta de cuatro círculos de piedra amplia a su alrededor. Los indígenas lo llaman ‘Pandavara Gudi’ o templos de los Pandas […] Se supone que éste sea el primer ejemplo que, según la imaginación popular de los oriundos, una estructura de tal género se atribuye a una raza remota si no mítica. A muchas de estas estructuras las rodea un círculo de piedra triple, doble o único”. En el grado 35 de latitud, aun hoy los indígenas de Arizona tienen altares circundados exactamente por estos círculos y su fuente sagrada está rodeada por las mismas murallas simbólicas como las que encontramos en Stonehenge y en otros lugares.Este descubrimiento se debe al Mayor Alfred E. Calhoun, del Ejército estadounidense.


El relato más interesante y completo sobre las antigüedades peruanas, procede del ya mencionado Edwin. R. Heath. Logra presentar una imagen magistral y vívida de la riqueza de estas reliquias. Más de un especulador se ha enriquecido, en pocos días, profanando las “huacas” (sitios de sepultura). Ahora, los sacrílegos cazadores de tesoros dejan saqueados, bajo la luz del sol tropical, los restos de innumerables generaciones de razas desconocidas, que reposaron ahí, tranquilamente, quien sabe por cuantas edades. Vale la pena insertar las conclusiones de Heath, quizá más sorprendentes que sus descubrimientos. He aquí una breve exposición de lo que describió: “En el valle Jeguatepegue en Perú, en el grado 70 y 24′ latitud sur, cuatro millas al norte del puerto de Pacasmayo, se desliza el río Jeguatepegue. En el área limítrofe, tras de la orilla meridional, encuéntrase una plataforma elevada un cuarto de milla cuadrada y cuarenta pies de alta, toda de adobe. Una pared de cincuenta pies la conecta con la otra. Tiene 150 pies de altura, mide 200 pies de ancho en la cumbre y 500 en la base. Es casi un cuadrado. Esta última fue construida en secciones de cámaras, cuya base es diez pies cuadrados, seis pies encima y casi ocho pies de alto. Todos los montículos del mismo tipo, templos para adorar al sol o ciudadelas, tienen, en el lado septentrional, una inclinación que sirve de entrada. Los buscadores de tesoros han abierto medio camino en ésta y se dice que encontraron ornamentos de oro y plata por valor de 150 mil dólares… Este fue el lugar de sepultura para millares de hombres y, además de los esqueletos, se encontraron abundantes adornos de oro, plata, bronce, perlas de coral, etc… En la parte septentrional del río, se extienden las ruinas de una ciudad fortificada, con seis millas de largo y dos de ancho […] Al seguir el río hasta la montaña, uno tropieza con una profusión de ruinas y huacas“.


La cuenca del Chotano es una zona estudiada principalmente por Ruth Shady y Daniel Morales. Pacopampa, se encuentra en la margen izquierda del río Chotano, tributario del río Marañón. En Pacopampa se ha identificado entierros funerarios en chullpas cuadrangulares, así como importantes piezas cerámicas. En las excavaciones realizadas por Shady, en el centro ceremonial de San Pedro de Pacopampa y otros establecimientos de la zona, fueron encontrados entierros humanos pertenecientes a las fases Pacopampa-Machaypungo, Pacopampa-Pacopampa y Pacopampa-Chavín. Además halló ofrendas de cerámica, en los entierros de las fases Pacopampa-Pacopampa y Pacopampa-Machaypungo, mencionando que son sencillos. Llega a la conclusión que la edificación de una estructura piramidal imponente, la utilización de cristales de roca, la aplicación de pigmento rojo a los cadáveres, el culto a los muertos, la colocación invertida o fragmentada de la cerámica en las ofrendas, entre otros rasgos aún no bien reconocidos, sugieren la existencia, en los Andes del norte de Perú, de creencias y prácticas rituales, como las referidas para diferentes lugares del mundo. Y menciona, que ellas forman parte de comportamientos tradicionales de larga duración, derivados de un mundo de creencias. Daniel Morales investigó en el sitio de Pacopampa.


https://oldcivilizations.wordpress.com/2011/08/09/en-busca-de-una-tierra-misteriosa/

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