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viernes, 4 de diciembre de 2015

La Corriente del Golfo y su influencia en el clima y la historia del océano Atlántico (1)

La Corriente del Golfo y su influencia en el clima y la historia del océano Atlántico (1)

Para entender la influencia que la Corriente del Golfo tiene en el clima es importante decir que la cantidad de energía térmica transportada por un fluido en movimiento es proporcional a su densidad. Y si se tiene en cuenta que el agua es 1000 veces más densa que el aire se notara que esta transporta 1000 veces más calor que el mismo volumen de aire. La Corriente del Golfo transporta agua cálida, que a medida que se aproxima hacia latitudes más altas, hacia el Norte, se encontrará con un aire más frío. Estas diferencias de temperatura entre el mar y la capa inferior de la atmósfera será una de las causas principales de las altas o bajas presiones que determinan el clima. La mayoría de las personas saben que la Corriente del Golfo modifica el clima europeo. Un buen ejemplo de esto son dos islas que están ubicadas en la misma latitud, pero una de ellas está influenciada por la Corriente del Golfo y la otra no. En Irlanda, que está influenciada por la corriente, se pueden encontrar hasta palmeras, mientras que la isla de Bouvet siempre está congelada y deshabitada. La isla Bouvet es un pequeño territorio insular deshabitado del océano Atlántico Sur, dependiente de Noruega, y localizado a 1600 km del continente de la Antártida, y a 2000 km en dirección sur/suroeste desde el cabo de Buena Esperanza, en Sudáfrica. El centro de la isla es un cráter lleno de hielo de un volcán inactivo, conocido como la meseta de Guillermo II. La isla es ovalada, surcada por una pequeña cordillera que corre diagonalmente de noreste a suroeste. La cumbre más alta de esta cordillera es el monte Olavstoppen, en el sector norte, bastante próximo a la costa. En las costas libres de hielo asoman playas negras de arena volcánica. La longitud perimetral de las costas de la isla es de 29,6 km. Un par de kilómetros al suroeste de la isla principal asoma el islote Larsøya. Como vemos, la Corriente del Golfo influye en el clima de Europa de una manera directa, pues es una masa de agua caliente en medio de las aguas frías de esta zona. Además también lo afecta la interacción entre la corriente y el mar de los Sargazos. Dicha interacción puede subir y bajar la temperatura del continente europeo, según si el gradiente de temperatura entre el uno y el otro baja o sube. Cuando los vientos fríos que vienen del Oeste de Noruega fluyen sobre la Corriente del Golfo se calientan y sirven como un estabilizador de la temperatura mundial. Hay corrientes cálidas, que se generan en la zona intertropical, y avanzan hacia latitudes más altas, templando las temperaturas, como la Corriente del Golfo, que es un auténtico regalo que recibe Europa. Se genera en la corriente ecuatorial del Norte, que choca con las costas del Caribe y proporciona a la región centroamericana un clima más húmedo del que se hubiera podido suponer; luego sale rebotada hacia el Atlántico Norte, y es alimentada sobre todo por esa caldera de agua caliente que es el golfo de México.


Frente a las costas de Florida la corriente alcanza una velocidad de ocho o diez kilómetros por hora, similar a la de un río, pero cincuenta veces más caudaloso que el Amazonas. Se distribuye en abanico hacia las costa europeas, que reciben como una bendición su aliento templado y húmedo. En comentario del climatólogo Richard B. Alley, «los europeos pueden cultivar rosas más al Norte que donde los canadienses se topan con osos polares». Glasgow es una ciudad lluviosa, pero relativamente tibia, donde la nieve en invierno es un fenómeno raro. Está en la misma latitud que la inhóspita y casi inhabitable costa norte de la península de Labrador, al otro lado del Atlántico. Bergen, con sus primaveras floridas, que inspiraron tantas bellísimas melodías a Edvard Grieg, se encuentra a la altura de la todavía más inhabitable Edehon, en el Territorio del Norte, Canadá. Un nuevo Heródoto hubiera podido escribir que «Europa es un don del Gulf Stream». La misma suerte tiene Japón, que se baña con gusto en la corriente cálida del Kuro Shivo, y goza de un clima templado y húmedo, en contraste con el mucho más duro de las costas nororientales de Asia. Aquí solo nos cabe recordar su importancia en el equilibrio climático del mundo, y en las consecuencias de la soldadura de las dos Américas sobre zonas que están muy alejadas de aquel continente. En este mundo todo influye en todo. Y tampoco nos extrañemos de que la Corriente del Golfo, con su enorme afluencia de masas de agua templada sobre miles de kilómetros, haya influido también en sentido contrario. Por un lado favorece una corriente de retorno, la de Terranova y Labrador, con sus aguas frías, y por otro aumenta el caudal de lluvia en regiones hasta entonces secas como el Atlántico Norte y Escandinavia. ¿Qué ocurre si las nubes precipitan sobre regiones que están a 2500 o 3000 metros de altura, como los Alpes? Que no llueve, sino que nieva. Es así como un régimen de tiempo más templado, pero más húmedo, puede provocar la acumulación de nieve, y a la larga la formación de masas superpuestas de hielo. Así lo reconoce un paleo climatólogo tan acreditado como W. Ruddiman. Los glaciares pueden haberse desarrollado no en épocas frías, sino en épocas templadas, pero húmedas. Lo mismo puede decirse de las regiones polares. En el Océano Glacial, donde en eras frías y secas apenas nevaba, comenzaron a formarse o a ampliarse los casquetes de hielo. Así pudo haber sucedido en los primeros estadios de las glaciaciones.

Con respecto a la previsión del importante descenso de temperaturas en Europa, hacemos referencia a diversos estudios sobre glaciaciones.La Pequeña Edad de Hielo fue un período frío que abarcó desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX. Puso fin a una era extraordinariamente calurosa llamada Óptimo climático medieval. Hubo tres máximos: sobre 1650, alrededor de 1770 y hacia 1850. Durante el periodo 1645-1715, en mitad de la Pequeña Edad de Hielo, la actividad solar reflejada en las manchas solares era sumamente baja. Este periodo es conocido como el Mínimo de Maunder. El eslabón preciso entre la baja actividad de las manchas solares y las frías temperaturas no se han establecido, pero la coincidencia del Mínimo de Maunder con el periodo más profundo de la Pequeña Edad de Hielo sugiere que hay una conexión. Otros indicadores de la baja actividad solar durante este período son los niveles de carbono-14 y berilio-10. A lo largo de la Pequeña Edad de Hielo el mundo experimentó también una actividad volcánica elevada, lo que aumentó las emisiones de azufre en forma de gas SO2. Cuando este gas alcanza la estratosfera se convierte en partículas de ácido sulfúrico que reflejan los rayos del sol reduciendo la cantidad de radiación que alcanza la superficie de la tierra (efecto albedo). En 1815 la erupción de Tambora, en Indonesia, cubrió la atmósfera de cenizas; el año siguiente, 1816, fue conocido como el año sin verano, cuando hubo hielo y nieves en junio y julio en Nueva Inglaterra y el Norte de Europa. Otra posible causa de la Pequeña Edad del Hielo pudo ser la detención de la circulación termohalina, también conocida como «cinta transportadora oceánica». La Corriente del Golfo pudo dejar de ser operativa debido a la introducción de una gran cantidad de agua fría en el Atlántico Norte debido a la existencia de temperaturas relativamente altas del Óptimo climático medieval. A partir de 1850, el clima comenzó a cambiar hacia temperaturas más cálidas. Algunos escépticos sobre el calentamiento global arguyen que los cambios actuales se deben a la recuperación climática de este último evento glacial, y que, por ello, la actividad humana no es causante de este cambio, aunque esta idea dista de ser comúnmente aceptada. La mayor parte de la comunidad científica apoya la idea de que el cambio climático reciente está desencadenado, en mayor o menor medida, por el incremento en las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera debido a las actividades humanas.

Los oceanógrafos prevén serios problemas con la Corriente del Golfo, que es la que proporciona calor tanto a Norteamérica como a Europa. Con todo el alboroto que rodea a la nueva película de catástrofe ambiental “El día después de Mañana” (The Day After Tomorrow), así como un frenesí de los medios intentando averiguar si los acontecimientos retratados en la película podrían suceder realmente, hacemos referencia a un informe realizado por Brad Lemley, que comunicaba las preocupaciones de un número de científicos del Instituto Woods Hole, en Massachussetts, acerca de que realmente podríamos estar enfrentándonos a una nueva edad de hielo en el este de los EE.UU. y en Europa, producida por el calentamiento global. Sin embargo, esos científicos caracterizaron a esa edad de hielo como un “mini” evento, que podría durar entre 300 a 400 años. Asimismo, lo consideran como similar a uno que la humanidad ya sufrió y que finalizó hacia 1850 (La Pequeña Edad de Hielo). ¿Podría esto suceder en el corto plazo?. La respuesta categórica es: Sí. ¿Será el acontecimiento devastador que se retrata en la película?. Ello es sumamente improbable, pero no imposible. William Cury es un científico del clima que ha pasado mucho tiempo examinando con detenimiento la famosa pintura de Emanuel Gottlieb Leutze “George Washington Cruzando el Delaware”, que muestra un grupo de soldados coloniales norteamericanos en un bote, en su camino para atacar las tropas inglesas el día siguiente a la Navidad de 1776. “La mayor parte de las personas piensa que algunos de ellos están remando, pero en realidad están alejando el hielo”, dice Curry. De seguro, el remero del frente está aporreando el río helado con su bota. “Crecí en Filadelfia. El lugar mostrado en la pintura está a 30 minutos por automóvil. Se los puedo asegurar, este tipo de cosas ya no sucede más”. Pero podría volver a suceder pronto. Y las escenas llenas de hielo, similares a esas inmortalizadas por el artista flamenco del siglo XVI, Pieter Brueghel el Viejo, pueden también regresar a Europa. Sus trabajos, que incluyen a la pieza maestra de 1565 “Cazadores en la Nieve”, hacen que los ahora templados paisajes europeos puedan llegar a parecerse a los paisajes de Laponia. Unas condiciones tan frígidas fueron comunes durante un período que se extendió aproximadamente de 1300 hasta 1850, porque buena parte de América del Norte y de Europa sufría las durezas de una pequeña edad de hielo. Y ahora hay una creciente evidencia de que el frío podría regresar. Un número cada vez mayor de científicos, que incluye a muchos pertenecientes a la base de operaciones de Curry, el Instituto Oceanográfico Woods Hole de Cabo Cod, Massachussetts, cree que las condiciones están maduras para otro enfriamiento prolongado, o sea una nueva pequeña edad de hielo.


Mientras que nadie está previendo las brutales capas de hielo que alguna vez cubrieron con glaciares al hemisferio norte hasta hace unos 12.000 años, curiosamente coincidiendo con el posible hundimiento de la Atlántida, el próximo período frío podría hacer descender las temperaturas 3ºC en la mayor parte de los EE.UU., y unos 6ºC en el noreste de América del Norte, en el norte de Europa y en el norte de Asia. “Podría suceder en 10 años”, dice Terrence Joyce, quien preside el Departamento de Oceanografía Física de Woods Hole. “Una vez que comience, podría durar cientos de años antes de comenzar a revertirse”. Y está alarmado porque los estadounidenses todavía no han tomado seriamente la amenaza. En una carta al Times de Nueva York, escribió: “Recuerden los más fríos inviernos del Noreste, como aquellos de 1936 y de 1978, y luego imaginen inviernos sucesivos que sean aún más fríos, y entonces tendrán una idea de cómo sería esto”. Una caída de 3 a 6 grados significa mucho más que simplemente mover hacia arriba el termostato y continuar como de costumbre. Tanto económica como ecológicamente, un enfriamiento tan rápido y persistente podría tener consecuencias devastadoras. Un reporte de 2002 titulado “Cambio Climático Abrupto: Sorpresas Inevitables”, generado por la Academia Nacional de Ciencias, calculó solamente el coste de las pérdidas agrícolas entre 100.000 a 250.000 millones de dólares, a la vez que también predicen que el daño ecológico sería vasto e incalculable. Como ejemplos podemos indicar bosques que desaparecen, aumento en los costes en los hogares, disminución de agua dulce, menor producción de cultivos, y extinciones aceleradas de especies. La razón para unos efectos tan enormes es simple. Un cambio climático rápido causa más descalabro que uno lento. La gente, los animales, las plantas, y las economías que dependen de ellos son como ríos, dice el reporte. “Por ejemplo, los altos niveles del agua en un pueden abrir brechas y producir inundaciones masivas. Muchos procesos biológicos sufren cambios profundos en umbrales particulares de temperatura y precipitación”. Los cambios políticos ocurridos desde la última edad de hielo podrían hacer que la supervivencia fuera más difícil para los pobres del mundo. Durante los períodos anteriores de frío, tribus enteras simplemente levantaban sus campamentos y se mudaban al sur, pero esa opción no funciona más en el mundo moderno de fronteras cerradas. “En la medida en que un cambio abrupto de clima pueda causar cambios rápidos y extensos en la fortuna de aquellos que viven de la tierra, la incapacidad para migrar puede eliminar una de las mayores redes de seguridad para la gente con problemas”, dice el reporte.

Tras los intensos fríos de las fases álgidas de la última glaciación de Würm, el clima de la Tierra comenzó a calentarse de manera decisiva e irreversible. Comenzó a funcionar con mucha intensidad al circulación termohalina, y se puso en marcha la corriente del Golfo que transporta calor desde las latitudes tropicales hasta el norte de Europa. Hace unos 16 mil años las cosas empezaron a cambiar. Poco a poco el hielo comenzó a derretirse, el agua comenzó a fluir en grandes cantidades, vertiéndose a los océanos, e incrementando el nivel de los mismos. El calentamiento se prolongó hasta hace unos 12 mil años, cuando el clima se estabilizó en el mundo. La cara de la Tierra había cambiado, el nivel del mar se incrementó en 120 metros, el mar cubrió grandes áreas de las zonas costeras y la geografía de los continentes se reconstruyó tal y como la conocemos hoy en día. Cuando las cordilleras que formaban la Atlántida se prolongaban desde América hasta Europa y África, impedían el flujo de las aguas tropicales del océano hacia el Norte y no existía la Corriente del Golfo. La tierra encerraba el océano, que bañaba las playas del Norte de Europa y era intensamente frío. El resultado fue el período de las glaciaciones. Cuando la barrera de la Atlántida se hundió lo suficientemente como para permitir la expansión natural de las aguas calientes de los trópicos hacia el Norte, el hielo y la nieve que cubrían Europa desaparecieron gradualmente. La Corriente del Golfo fluyó alrededor de la isla-continente y aún conserva el movimiento circular que adquirió originalmente debido a la presencia de la Atlántida. Los oficiales del HMS Challenger hallaron la totalidad de la superficie de la cordillera atlántica cubierta de residuos volcánicos, que eran los restos del barro que, según nos cuenta Platón, hicieron imposible atravesar el mar, después de la destrucción de la isla. De ello no se desprende que las cordilleras que la conectaban con América y África se elevaran sobre el nivel del mar en la época en que la Atlántida quedó definitivamente sumergida. Es posible que se deslizaran gradualmente hacia el mar, o que se desplomaran debido a cataclismos semejantes a los que se describen en las tradiciones centroamericanas. La Atlántida de Platón puede haberse reducido a la “Cordillera del Delfín” de nuestra época, comúnmente llamada la cordillera del Atlántico Medio o dorsal Mesoatlántica.

La dorsal Mesoatlántica es una dorsal centro-oceánica, una placa tectónica divergente o placa limítrofe constructiva ubicada a lo largo del fondo del océano Atlántico, y que forma parte de la cordillera más larga del mundo. En el Atlántico Norte, separa las placas Euroasiática y la Norteamericana, mientras que en el Atlántico Sur separa la Africana y Sudamericana. La cordillera se extiende desde una unión con la dorsal de Gakkel al noreste de Groenlandia hacia el sur de Bouvet en el Atlántico Sur. Aunque la dorsal Mesoatlántica es mayoritariamente subacuática, parte de ella tiene una elevación suficiente como para superar el nivel del mar. La sección de la dorsal que incluye la isla de Islandia es conocida también como la dorsal Reykjanes. El ritmo medio de expansión es de unos 2,5 cm por año. La mayor parte de la dorsal se extiende, no obstante, entre 3000 y 5000 metros por debajo de la superficie oceánica. Desde el lecho marino, las montañas se alzan entre unos 1000 y 3000 metros de altura dentro de las aguas del Atlántico y se extienden a lo ancho alrededor de 1500 kilómetros de este a oeste desde su base. La dorsal Atlántica es hendida por un profundo valle a lo largo de su cresta, con una anchura aproximada de 10 kilómetros y con paredes que alcanzan los 3 kilómetros de altura. Este valle es la divisoria de dos placas divergentes del fondo del océano en donde el lecho marino se está separando, de acuerdo a la teoría de la tectónica de placas. El valle existente en la dorsal continúa ensanchándose a razón de unos 3 centímetros anuales. En la zona donde el lecho marino se abre, el denominado magma, o roca fundida, situado bajo la superficie terrestre asciende rápidamente. Este magma se convierte en una nueva capa oceánica situada sobre y bajo el lecho marino cuando se enfría. La dorsal Media está seccionada por zonas de fractura y otra serie de discontinuidades espaciadas entre ellas más de 100 kilómetros, lo que desvía a la cordillera de su curso general norte-sur. Las principales de todas estas desviaciones, como la zona de fractura de Romanche, cuyo sentido es este-oeste, tienen una longitud próxima a los 1000 kilómetros y se distribuyen cerca del ecuador. Esto explica el encaje casi perfecto que se distingue entre el saliente de la costa nororiental de Brasil, en Sudamérica, y el entrante del golfo de Guinea en África. La existencia de una cordillera bajo el océano Atlántico fue deducida por primera vez por Matthew Fontaine Maury en 1850. Fue descubierta por la expedición del HMS Challenger en 1872. Un equipo de científicos, liderados por Charles Wyville Thomson, descubrieron una larga elevación en el medio del Atlántico mientras investigaba la futura ubicación de un cable telegráfico transatlántico. La existencia de esta cordillera fue confirmada por el sónar en 1925 y se encontró que se extendía alrededor del cabo de Buena Esperanza hasta el océano Índico por parte de la expedición alemana Meteor.


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