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lunes, 27 de junio de 2016

Tejedoras, costureras, bordadoras

Tejedoras, costureras, bordadoras

Tejedoras medievales

Son millones y millones las mujeres de la tierra que han hilado, tejido, cosido y bordado para sí mismas y los suyos, para emperadores, reyes y señores, ejércitos y sacerdotes; para vestir templos, palacios, castillos, conventos y cabañas. Anónimas hembras que han tejido ropas y ajuares siguiendo unos patrones universales. Se tiene constancia de esta dedicación femenina en todas las culturas y civilizaciones de las que hay rastro, ya sea por el legado mitológico e iconográfico o por las propias herramientas, instrumentos y producciones que se han conservado, desde el antiguo Egipto, pasando por la cultura íbera, griega, romana, pero también es así en Asia, Africa y América. Es más, en algunos países de latinoamérica y de Oriente, este oficio sigue totalmente vivo y en activo.

Mujeres egipcias tejiendo con un telar vertical


Labores de hilado de mujeres griegas

Mujeres hindues entre madejas, telas y telares

Tejedora precolombina

Mujer tunecina actual tejiendo

Desde la Edad Media se sabe de la ocupación de miles de mujeres en este arte o artesanía, tanto en el campo como en los burgos emergentes, laborando desde sus casas o bien en las que servían como criadas, y también en los talleres del oficio.

"Hubo sectores de la producción artesanal que, por lo menos en parte, permanecieron en el ámbito femenino durante toda la Edad Media: el textil. Naturalmente, las modalidades y, por cierto, el lugar donde este trabajo se desarrollaba, eran variables según las épocas y las categorías sociales. Gracias a los textos conocemos bien el gineceo de la Alta Edad Media, donde las mujeres trabajaban bajo la dirección de la esposa del amo: allí se hila, se teje, se preparan las fibras. La arqueología ha sacado a la luz, para la misma época, talleres aldeanos de tejido, simples cabañas, distintas de la casa, donde se instalaba el telar vertical. Cuando la producción de paños se concentra en las ciudades y se difunde el telar horizontal, parece que el tejido de la lana escapa a las mujeres y que éstas se reservan no las tareas más ingratas, como la exudación o el teñido, sino las más fáciles: selección, cardado, hilado, devanado, tramado. En Italia, donde el trabajo de la seda adquirió una importancia considerable a partir del siglo XII, y, sobre todo, del XIII, el cultivo de gusanos de seda, la preparación de los capullos, el devanado y la torcedura de la seda se confían a jovencitas y a mujeres. Los trabajos se realizan fuera del hogar, en talleres pertenecientes a un empresario.

Mujer medieval cultivando gusanos de seda

Mujeres dedicadas a la recolección
de capullos de seda y al tejido

Aun cuando muchas veces el producto acabado se destinaba al mercado, el apresto y el hilado de las fibras vegetales adquirieron una gran difusión y, lo mismo que el hilado de la lana, se realizaba casi siempre en el marco doméstico. Las múltiples informaciones en torno a este tema se superponen: los hallazgos arqueológicos más recientes son las torteras de terracota, pero los suelos húmedos entregan abundantes husos y ruecas. A veces, estos objetos sin gran valor figuran también en los inventarios de mobiliario; pero más a menudo las fibras, en diversas etapas de elaboración, confirman las incontables representaciones de mujeres hilando: en sus casas o mientras inspeccionan sus ovejas, y esto en todas las clases sociales, como lo prueban las miniaturas, y también el inventario de uno de los castillos del duque de Borgoña, en el que figura la rueca de la duquesa, objeto de arte sin duda más simbólico que utilitario. La iconografía presenta muchísimos ejemplos de ruecas decoradas, clavadas sobre pedestales, pero es seguro que con mayor frecuencia se trataría de un objeto muy simple, una barra a la que se fijaba la lana peinada y que la campesina solía llevar enganchado en su cinturón. El torno, menos fácil de transportar que la rueca y el huso, sólo aparece tardíamente, primero en la ciudad y destinado al hilado de la lana." (Françoise Piponnier, "El universo de la mujer: espacio y objetos" en Historia de las mujeres. 2 La Edad Media, Ed. Taurus, Madrid, 1992, pág. 418-419)

Mujer noble hilando en sus dependencias

Mujer con el huso sujeto a la cintura en el taller familiar

Como ya se ha dicho, muchas de ellas trabajaban en gremios, con todos los derechos y deberes que ello implicaba, y eran tanto solteras, como casadas o viudas. Claudia Optiz en el capítulo "Vida cotidiana de las mujeres en la Baja Edad Media (1250-1500)" en Historia de las mujeres. 2 La Edad Media (Ed. Taurus, Madrid, 1992, pág. 386) explica:

"La gran mayoría de las mujeres que ejercían algún tipo de actividad laboral en las ciudades se ocupaban en talleres artesanales, si bien en puestos de mayor o menor importancia y con un rendimiento muy variable. No se trataba tan solo de 'familiares que prestaban ayuda' en un negocio particular, sino también de personas independientes o dependientes con un puesto en el gremio o un taller no afiliado al mismo.

Los artesanos encargados de la confección de vestidos y productos de lujo solían constituirse en gremios que admitían a mujeres en calidad de aprendices, oficiales o maestras artesanas. Esto ocurría sobre todo en los talleres que fabricaban paño de cañamazo o lana, pero también las empleaban los sastres, los peleteros y bordadores de oro y seda -estos últimos solían ser talleres dirigidos por mujeres que en ocasiones llegaron a fundar gremios exclusivamente femeninos, como los de París y Colonia."

Taller de costureras

Cortando los patrones de un traje

Y prosigue la investigación:

"En muchos otros gremios se les permitía convertirse en maestras artesanas independientes, tanto si eran solteras como casadas, hijas o viudas de maestros, pero para ello debían someterse a un aprendizaje que duraba varios años. Como miembros del gremio contaban con los mismos derechos y estaban sujetas al mismo control y a los mismos derechos y obligaciones tributarias que los hombres de la comunidad -como el servicio militar y servicio de vigilancia, que las maestras artesanas debían encomendar a uno de sus oficiales, o sustituir por el pago de cierta suma de dinero-. Aunque el número de maestras artesanas empleadas en ciertos talleres -sobre todo los dedicados a la manufacturación de textiles, y, dentro de éstos, los de oro y seda, es decir, los 'talleres de lujo'- era considerable, la mayor parte de las mujeres ocupaban puestos de menor categoría, como, por ejemplo, los de oficiala o jornalera. También había un gran número de criadas que, además de trabajar en una casa, ayudaban en el taller o bien se empleaban directamente como artesanas." (Claudia Optiz, Op. cit., pág. 388)

Las Hilanderas de Velázquez.
Al fondo de la tela se representa el mito de Atenea y Aracne

Sin duda todas estas investigaciones arrojan luz sobre aquellas dedicaciones de las mujeres, pero se quedan cortas a la hora de considerar su alcance y sentido más profundo. El punto de vista historicista y repleto de prejuicios del investigador occidental moderno ignora o niega cualquier interpretación que no sea la utilitaria, la económica y la relacionada con el tema del poder y el dominio social, pero lo cierto es que en toda cultura que no haya cortado los vínculos con lo sagrado, tal el caso de Occidente hasta finales de la Edad Media, las ocupaciones y oficios de los hombres y mujeres tenían sobre todo un carácter simbólico y ritual. En el libro Mujeres Herméticas. Voces de la Sabiduría en Occidente se apunta esta otra lectura, y se investigan las distintas vías que han tenido las hembras a lo largo del tiempo para acceder al Conocimiento:

"Sabido es que toda la antigüedad reconoce en el oficio y en su práctica (obtención de la materia prima, herramientas, proceso de transmutación de la materia, aplicación de conocimientos cosmológicos para la confección de la obra de arte, etc.) un carácter totalmente simbólico y ritual, y por ello ciertas organizaciones iniciáticas lo tomaron como soporte para la transmisión de la influencia espiritual y la ulterior realización interior de sus adeptos..." (Mireia Valls, Mujeres Herméticas. Voces de la Sabiduría en Occidente. mtm-editores, Barcelona, 2007, pág. 244-245)

El arte de tejer, coser y bordar tenía este carácter iniciático, o sea que con su soporte se abría la puerta del Conocimiento, de la realidad del Ser Universal, y por tanto permitía la realización espiritual de aquellas mujeres que lo practicaban, al igual que sucedía con otros oficios, tal el de constructor y demás labores vinculadas (carpintería, orfebrería, metalurgia, arte del vidrio, etc.), aunque por diversas cuestiones que siempre están en consonancia con los signos de los tiempos, no han llegado hasta nuestras manos los rituales ni la forma en que se revestía la iniciación en esos talleres femeninos, cosa que sí ha sucedido con otras vías iniciáticas, como es el caso de la Masonería y el Compañerazgo, las únicas organizaciones iniciáticas que quedan vivas en el Occidente moderno y que se abren tanto a varones como a hembras que aspiran conocer su auténtica identidad y quieren emprender un camino que los libere de todas las ataduras.

Mujer tejiendo un tapiz en solitario. Su rostro,
al igual que la parte superior del tapiz, todavía está velado

La tejedora repite un gesto arquetípico. Primero concibe la idea de la obra e inmediatamente la diseña en y con el pensamiento siguiendo leyes universales: la polarización y el despliegue a que da lugar a través del ternario, el cuaternario y así hasta el denario, todo ello teniendo en cuenta la ley de la analogía que actúa por inversión y simetría, etc. Luego pasa de la potencia al acto. Aplicando la geometría, o sea, la medida y la proporción, da forma a las ideas o conceptos y traza los bocetos sobre tela, cuero, papiro, etc. Y llega la hora de la ejecución: se procura la materia prima sometida previamente a diversos procesos de transmutación, pues tanto la seda, como el lino, el algodón o la lana siguen una manufacturación desde su origen animal o vegetal hasta la obtención del hilo. Con los hilos se confeccionarán tapices, o diversas clases de tejidos sobre los cuales posteriormente se bordará. Pero ya sea con la lanzadera o la aguja el proceso que se repite es análogo y tiene sobre todo una connotación cosmogónica.

Confeccionando una red con una lanzadera

La urdimbre del telar, o la tela ya confeccionada, se corresponden con lo que sería una superficie receptiva, pasiva o femenina, dispuesta a ser penetrada verticalmente por la lanzadera o la aguja, símbolos viriles que hacen pasar el hilo de arriba a abajo haciendo emerger formas, figuras, colores, o sea, alumbrando una nueva realidad, una obra que al ser contemplada despierta la intelección de lo que expresa en quien la contempla, y actúa como un libro revelador de los misterios del Ser, del Cosmos, del Organismo vivo cuya aprehensión es una escala hacia la realidad liberadora de la Metafísica.

Tapiz titulado "Los movimientos del universo"

Y así se produce le identidad entre el sujeto que actúa y conoce (la tejedora o bordadora), el objeto de conocimiento (el tapiz o el bordado) y el conocimiento mismo. La obra producida y su "creador" conforman una unidad. A modo de ejemplo, fijémonos como en este tapiz se sintetiza una cosmogonía viva, una sabiduría perenne que cobró vida en el alma de los que lo elaboraron e igualmente en la de aquéllos que lo han contemplado y pueden seguir haciéndolo: todo se articula en torno a un centro inmutable, la estrella Polar, rodeada de algunas de las constelaciones visibles desde el hemisferio norte, incluídas las zodiacales. Los tres círculos que envuelven el punto inmóvil del universo se refieren, de dentro hacia fuera, al círculo polar Artico, al trópico de Capricornio, y el más exterior es el plano de la eclíptica. A la izquierda un ángel le da a la manivela que genera el movimiento del Cosmos, y otro acompaña la rotación con sus manos, mientras todo el orbe es sostenido por Atlas. El Principio, de donde todo surge y a donde todo retorna tras cumplir su ciclo, contempla la obra que lo revela, siendo a la vez inmanente y trascendente a su manifestación. En la parte derecha del tapiz, la Filosofía, sentada en el trono, está flanqueada arriba por la Astronomía, y a sus pies por la Geometría y la Aritmética. Dos sabios de la antigüedad, Hiparco y Virgilio, aparecen como los representantes de la transmisión de la Sabiduría. La leyenda de arriba dice: "Gracias a la Filosofía y la Sabiduría Hiparco conoció la naturaleza de los fenómenos celestes que Virgilió escribió; y gracias a las matemáticas, mucha gente hoy posee este conocimiento."

Este conocimiento se encarna en el alma de aquel ser humano (en este caso la tejedora) que lo recibe, lo penetra y lo experimenta, no como una teoría dual, sino naciendo en su interior la verdadera concepción de quién es en realidad. Concibe así que de naturaleza matemática es la estructura interna del cosmos, del alma humana y de todo tapiz o bordado; una concatenación proporcionada y armónica de mundos o planos, seres y entidades visibles e invisibles que se trenzan -cual las serpientes del caduceo de Hermes-, conformando el tapiz pluridimensional del Cosmos sexuado emanado de un punto, de un Principio, de un Origen que es simultáneamente el Destino de toda su manifestación.

Huipil de mujer guatemalteca con los glifos del calendario maya

Pero hacia finales del medioevo la visión profana y desacralizada avanza y se impone por doquier. Se olvida el sentido de todas estas labores de conocimiento. Viene la mecanización y la mujer deja de contar con este soporte ritual que durante siglos, y milenios, la ha acompañado en su vida cotidiana como una forma viva y operativa para conocer las entretelas del universo y del ser humano, para conectar y encarnar el hilo de la tradición animada por el hálito o Espíritu universal.

Taller de costureras integrado por mujeres de todas las edades

Aunque por fortuna, esto no ha sido así en todas las culturas de la tierra; al menos este proceso de precipitación en el olvido no ha seguido el mismo ritmo en todos los puntos del planeta, mas actualmente está casi generalizado. Sin embargo, en Guatemala y en otros pueblos andinos, en el Tíbet o en la India, siguen vivas las labores de tejeduría, y las mujeres se las transmiten de madres a hijas, iluminando unas telas de gran belleza, colorido, con formas geométricas, florales o animales, pequeños mandalas o síntesis del universo, no sólo por su expresión formal sino por la propia práctica ritual y arquetípica implícita en los gestos que realizan las tejedoras al trabajarlos.

Joven guatemalteca tejiendo con
un telar vertical atado a su cintura

http://la-caracola.es/biografias.html

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