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viernes, 8 de mayo de 2015

UN DILEMA OFRECIDO POR VIEJOS DOCUMENTOS

UN DILEMA OFRECIDO POR VIEJOS DOCUMENTOS
Adrews Thomas

En 1520, Muhiddin Piri Reis, llamado almirante Piri Reís (1470-1554) publicaba en Turquía el atlas Bahriyye, destinado a los navegantes. Estos mapas, provistos de notas marginales y trazados en piel de corzo, fueron descubiertos por Halil Edhem, director de los museos nacionales, el 9 de noviembre de 1929 en el palacio Topkapi, en Estambul.


En sus notas, el almirante Piri revela el origen de esos mapas. En el curso de una batalla naval librada en 1501 contra los españoles, un oficial turco llamado Kemal hizo prisionero a un hombre que había participado en los tres históricos viajes de Cristóbal Colón. Ese prisionero español poseía un conjunto de mapas muy curiosos.

Gracias a estos mapas, Cristóbal Colón pudo definir el objetivo final de su viaje. Si es correcta, esta suposición nos da una explicación de lo que escribe su hijo Fernando en su Vida del almirante Cristóbal Colón: «Recogía cuidadosamente todas las indicaciones que podían suministrarle marineros u otras personas. Hizo de ellas tan buen uso, que adquirió la firme convicción de la posibilidad de alcanzar y descubrir numerosos países al oeste de las islas Canarias.»

Entre los documentos confiscados por los turcos al español, había mapas dibujados por Colón en 1498, es decir, seis años después del descubrimiento de las Antillas. Sin embargo esos mapas presentan de un modo completo los continentes de América del Norte y del Sur, sus ríos, Groenlandia y el Antartico, todos ellos desconocidos en 1498. La distancia entre América del Sur y África aparece indicada con una precisión sorprendente.

El doctor Afetinan, profesor turco, escribe en su libro El mapa más viejo de América:

«En el capítulo (dedicado por Piri Reis al mar Occidental), encontramos todo lo que se sabía en su época sobre el descubrimiento de América. A propósito de ello, cuenta, fundándose en rumores, que cierto libro del tiempo de Alejandro Magno fue traducido en Europa y que, después de haberlo leído, Colón partió para el descubrimiento de las Antillas con los navios proporcionados por el Gobierno español. Hoy día, resulta indudable que Piri Reis había tenido en su poder el mapa utilizado por el gran explorador (51).»

Quedan muchas cosas inexplicadas en relación con el mapa de Piri Reis. ¿Quién y cómo trazó este mapa, con los contornos del Antartico Ubres de hielo, en la época de Colón o, quizás, en la de Alejandro Magno? Después de todo, sólo durante el Año Geofísico Internacional se pudo explorar el continente a través de la capa de hielo y levantar su mapa. Groenlandia aparece representada bajo el aspecto de dos o tres islas. Ahora bien, Groenlandia está cubierta por una capa de 1.500 metros de glaciares, y sólo en tiempos muy recientes pudo una expedición polar francesa establecer el hecho de que Groenlandia estaba compuesta de dos islas principales.

Arlington H. Mallery, americano considerado como una autoridad en cartografía, pidió a la Oficina Hidrográfica de los Estados Unidos que verificase este enigmático mapa.

El comandante Larsen le hizo al instante la declaración siguiente:

«La Oficina Hidrográfica de la Marina ha verificado un antiguo mapa, llamado mapa de Piri Reis, levantado hace más de cinco mil años. Es tan preciso, que sólo un vuelo a escala mundial podría explicarlo. A primera vista, la Oficina Hidrográfica no le concedió crédito; pero ha acabado por comprobar la autenticidad del mapa e, incluso, se ha servido de él para corregir errores existentes en ciertos mapas contemporáneos.»

Según Mallery, el arcaico mapa ha puesto de manifiesto todas las cordilleras del Canadá septentrional, incluidas algunas que no figuraban en los mapas del servicio cartográfico del ejército americano, pero que han sido descubiertas después.

La longitud indicada en el mapa es exacta, cosa por completo sorprendente, ya que sólo hace doscientos años que hemos aprendido a calcularla. Mallery llegó a exclamar: «¡No sabemos cómo pudieron levantar este mapa con tal precisión sin utilizar un avión!»

Este mapa demuestra la existencia de la ciencia en una época lejana considerada carente de ella en absoluto. ¿Entró Alejandro Magno en posesión de papiros conservados en el templo de Sais, en Egipto? Aquellos sacerdotes estaban, ciertamente, informados sobre América, pues, según Platón, dijeron a Solón que el Atlántico «era un verdadero mar y que las tierras circundantes podían ser designadas como un continente».

Hay otro hecho, no poco sorprendente, que puede servir de argumento en favor de los antiquísimos orígenes del mapa de Piri Reis, supuestamente utilizado por Cristóbal Colón.

Los satélites espaciales nos han permitido establecer que nuestro planeta tiene una forma que recuerda en cierto modo la de una pera. Ahora bien, existe una carta de Cristóbal Colón en la que afirma que la Tierra está formada «como una pera».

Hace veinte años, nosotros lo ignorábamos. ¿Cómo pudo saberlo Cristóbal Colón?

Un matemático y astrónomo del siglo xirr, oriundo del Azerbaiján, Nasireddin Tusi, sabía también, doscientos veinte años antes de Colón, algunas cosas sobre la existencia de América. G. D. Mamedbeily, de la Academia de Ciencias del Azerbaiján, ha descubierto recientemente que el mencionado sabio citaba en sus obras, escritas hace siete siglos, el país de «Dzhezair Haldat» («Islas eternas»), cuyas coordenadas geográficas corresponden exactamente a los contornos orientales de América del Sur. Al igual que el enigmático mapa de Piri Reis, el autor del manuscrito de Nasireddin Tusi debió de beber sus conocimientos en la ciencia arcaica.

El astrónomo árabe Abul Wefa (939-998 de nuestra Era) descubrió en el movimiento de la Luna irregularidades conocidas con el nombre de «variaciones». Esa desviación de la Luna de su camino regular se debe a la diferencia de la atracción solar en puntos distintos de la órbita lunar. Naturalmente, es imposible observar tal fenómeno sin un buen cronómetro y sin instrumentos de precisión que difícilmente disponía el astrónomo de Bagdad en el siglo x.

Sólo siete siglos más tarde estuvo Tycho Brahe en condiciones de anunciar su descubrimiento de la «variación de la Luna», y es a él a quien los astrónomos atribuyen el mérito del descubrimiento. No obstante, algunos astrónomos se han referido ya a los tratados del sabio árabe, que parece haber estado informado sobre este punto mucho tiempo antes que Tycho Brahe. Otros afirman que es imposible que Abul Wefa hubiera hecho *ste descubrimiento.

¿Cómo es posible que los sabios antiguos hayan estado mejor informados de lo que se cree sobre ciertas cosas? El misterio se aclararía si admitiéramos la existencia de conocimientos tradicionales. Esta ciencia secreta debió de ser importada a Europa desde Egipto, la India, Grecia y otros lugares encubierta bajo símbolos alquímicos, astrológicos y rosacrucenses para escapar a las persecuciones de una Inquisición omnipotente.

No es imposible que ciertas fraternidades secretas pudieran conservar los libros de la Biblioteca de Alejandría. Quizá se explicara así el descubrimiento por Abul Wefa de la «variación de la Luna».

En sus Viajes de Guttiver, aparecidos en 1726, Jonathan Swift nos describe las dos lunas de Marte. Las llama «estrellas de pequeña magnitud o satélites». Escribe que la más próxima al planeta describe su órbita alrededor de Marte en diez horas, y la más alejada, en 21 horas y media.

El astrónomo americano Asaph Hall descubrió los dos satélites en marzo de 1877, es decir, 150 años después de la aparición del libro de Swift. A partir de entonces, los dos satélites de Marte recibieron los nombres de Fobos y Deimos. Fobos, el satélite interior, realiza su rotación en torno al planeta madre en 7 horas y 39 minutos, y Deimos, el satélite exterior, en 30 horas y 18 minutos. Aunque las cifras de Swift no coincidan exactamente con los verdaderos períodos de rotación de los dos satélites de Marte, se les aproximan bastante.

Leemos en los Viajes de Gulliver que el satélite interior hoy denominado Fobos, describe su órbita en torno a Marte a una distancia de tres veces el diámetro del planeta, es decir, 20.274 kilómetros. Siempre según Swift, el satélite exterior, llamado Deimos, describe su rotación alrededor del planeta a una distancia de cinco diámetros del centro de Marte, o sea, 33.799 kilómetros. El autor de Viajes de Gulliver comete un cierto error en sus cifras, ya que las distancias reales entre los satélites y el centro de Marte ascienden a 9.376,250 kilómetros para Fobos y a 23.460,500 para Deimos.

Excepto estas inexactitudes, la similitud entre los satélites hipotéticos de Jonathan Swift y los satélites reales es demasiado grande para que se deba a una simple coincidencia. ¿Tuvo acceso Swift a algunos raros manuscritos de la Antigüedad?


El manuscrito llamado Voynich, cuya antigüedad se estima en 450 años, está considerado como el documento más misterioso de nuestro mundo. En 1962, fue puesto a la venta en Nueva York por la suma de 160.000 dólares (52).

Esta reliquia fue descubierta en 1912 en un castillo próximo a Roma por Wilford W. Voynich, anticuario de Nueva York. A juzgar por la escritura, el estilo de los dibujos, el tipo de vitela y de la tinta, el manuscrito debió de ser redactado hacia el año 1500 de nuestra Era.

El texto está cifrado y provisto de ilustraciones de plantas* de símbolos y de figuras al estilo de los antiguos diagramas alquímicos y herméticos. Constaba de 272 páginas, de las que faltan 26. En la última página, hay una inscripción en latín: «Tú me has abierto numerosas puertas.»

En las curiosas ilustraciones, se ven dibujos que parecen representar cruces de hojas y de raíces. Algunas de ellas han sido identificadas como pertenecientes a especies europeas. Pero estos dibujos no habrían podido ser realizados sin la ayuda de un microscopio, instrumento inexistente en 1500. Este viejo libro contiene también una ilustración que podría ser tomada por la galaxia espiral de Andrómeda, visible solamente con un telescopio.

Expertos en descifrado que en tiempo de guerra habían conseguido interpretar las claves, tan complejas, no obstante, de Japón y Alemania, no pudieron hacer lo mismo con el manuscrito Voynich. Este misterio científico puede ser clasificado en la misma categoría que el mapa de Piri Reis, el descubrimiento de las variaciones lunares de Abul Wefa y los satélites marcianos de Jonathan Swift. Todos ellos podrían formar parte de los tesoros de la ciencia prehistórica.
Esta idea de una alta cultura de la que derivaría nuestra civilización posdiluviana puede perfectamente entrar en los límites del razonamiento científico.

El profesor Frederick Soddy, uno de los fundadores de la física nuclear, se pregunta, al hablar de las tradiciones de la Antigüedad, si éstas «no indicarán la existencia de una civilización antigua, totalmente desconocida, e incluso insospechada, todas las demás huellas de la cual hayan desaparecido (17)». Nuestra ciencia no puede ser comparada a un manantial que brota lleno de frescor de una árida roca. Hace pensar, más bien, en un largo torrente alimentado por lejanos arroyos. La mayor parte de nuestros conocimientos proviene de un pasado olvidado.

Tomado del ibro "Los Secretos de la Atlántida".

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