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miércoles, 4 de julio de 2012

HERBERT ORE: EL LIBERTADOR DON JOSE DE SAN MARTIN ( III )

Herbert Oré Belsuzarri

EL LIBERTADOR DON JOSE DE SAN MARTIN ( III )


Doña María Joaquina de Alvear y Sáenz de Quintanilla (1823-1889), hija de Carlos de Alvear, escribió sus memorias en Rosario de Santa Fe. Es una colección de anotaciones, cartas y recortes periodísticos pegados cuidadosamente en las páginas encuadernadas de un libro de comercio. El propósito de la mujer era transmitir a sus descendientes las semblanzas de los integrantes de la familia. Así, en una "cronología de mis antepasados", consigna la filiación de José de San Martín como hijo de don Diego de Alvear, "habido de una indígena correntina". Más adelante Joaquina reitera el parentesco, al evocar la única oportunidad en que visitó a su tío, en Europa: "Y examinándolo bien encontré todo grande en él, grande su cabeza, grande su nariz, grande su figura y todo me parecía tan grande en él cual era grande el nombre que dejaba escrito en una página de oro en el libro de nuestra historia y ya no vi más en él que una gloria que se desvanecía para no morir jamás. Este fue el general José de San Martín natural de Corrientes, su cuna fue el pueblo de Misiones e hijo natural del capitán de Fragata y General español Señor Don Diego de Alvear Ponce de León (mi abuelo)". Los recuerdos son del 23 de enero de 1877.

En 1812, San Martín fue recibido con desconfianza por la sociedad porteña de Argentina. A diferencia del galante y mundano Carlos de Alvear, no tenía fortuna ni alcurnia. San Martín era moreno, el pelo lacio y renegrido. Corrían rumores sobre su condición de mestizo y la madre de Remedios de Escalada se opuso a que casaran con su hija ese oscuro plebeyo.

El aspecto físico de José Francisco, de acuerdo con expresiones coincidentes de las personas que lo conocieron, difería netamente del de sus presuntos padres. Juan de San Martín, como surge de su foja de reclutamiento, era rubio, de ojos garzos (azulados), de muy corta estatura (cinco pies y una pulgada, en medida castellana, equivalentes a 1,43 m) y Gregoria Matorras era blanca y noble; ambos cristianos viejos de probada   pureza de sangre, sin mezcla de infieles, moros ni judíos, según justificara el cuarto de sus hijos, Justo Rufino, para ser admitido como guardia de corps en España. Juan Bautista Alberdi, tras entrevistar en Paris a don José de San Martín al fin del verano de 1843, escribió que era un poco más alto que los hombres de mediana estatura y que "yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado".

Recién llegado, San Martín pidió que le mandaran a Buenos Aires 300 mozos guaraníes de las Misiones para formar su plantel de Granaderos. La Logia Lautaro, que fundó junto a Carlos de Alvear, se movió en las sombras, enfrentando al grupo rivadaviano. Pero luego Alvear se entendió con Rivadavia y, en pugna con el artiguismo, llegó a solicitar la protección británica. La Logia entró en crisis: San Martín insistía en liberar el continente, más allá de los intereses del círculo de hacendados y comerciantes.

En 1816, en un famoso parlamento con los caciques pehuenches, San Martín expuso el plan de cruzar la cordillera y llegar a Chile para terminar con los godos "que les han robado a ustedes la tierra de sus antepasados", les solicitó ayuda y permiso para pasar por sus dominios y declaró: "Yo también soy indio". Luego rehusó defender al gobierno porteño de la insurrección federal y marchó al frente de su Ejército rebelde hacia el Perú, con el respaldo chileno. En las vísperas, envió a los indígenas peruanos un manifiesto en quechua. Fue recibido en Lima como si fuera el hijo del Sol, anunciado por las antiguas profecías de redención. Soñó con coronarse como un nuevo Inca, pero se quedó sin fuerzas y dejó su lugar a Bolívar. No quiso intervenir en la guerra de unitarios y federales y radicó en Europa. En 1828 intentó volver al Río de la Plata, pero lo disuadieron las renovadas furias partidistas.

La relación de San Martín con los pehuenches es descrita de la siguiente manera: Ni bien se instala en Mendoza, cultiva estrechas relaciones con los Pehuenches, (habitantes milenarios de los faldeos cordilleranos del sur de Mendoza) y a comienzos de 1816, desde El Plumerillo, los invita a  un Parlamento para reafirmar y renovar  los vínculos existentes.

El objetivo de San Martín era el de mantener la alianza con los Pehuenches, para asegurarse el tránsito eventual de sus tropas por ese territorio  y  obtener ayuda en caso de una invasión española por el sur de Chile.

En el comienzo de la primavera de 1816, en el Fuerte San Carlos, a unos 150 km.  al sur de Mendoza  se realiza el Parlamento. Anteceden a San Martín, que  llega con 200 Granaderos y un Cuerpo de milicianos, decenas de  mulas cargadas de presentes y regalos para ofrecer a los Pehuenches en prenda de amistad: pieles, dulces, telas, aguardiente, monturas, bordados, vestidos y toda clase de víveres.

Las tribus Pehuenches concurren masivamente tocando sus instrumentos musicales. Los guerreros de lanza, en actitud de combate, llegaban pintados y montados a caballos. Detrás seguían los ancianos, las mujeres y los niños. Cada tribu que ingresaba, era precedida y escoltada por un grupo de Granaderos a Caballo, a la vez que era saludada con salvas de cañones desde el Fuerte, en señal de bienvenida. Los Pehuenches a su vez realizaban simulacros guerreros, haciendo gala de su destreza con los caballos.

Iniciado el Parlamento en la Plaza de Armas del Fuerte, el espacio central quedó ocupado por los Caciques y Capitanejos por un lado y el Gral. San Martín y el Comandante de Fronteras por el otro. El intérprete,  luego de referirse a la amistad de San Martín y a los regalos obsequiados, pidió a las tribus Pehuenches que  permitiesen el paso del ejército patriota por su territorio, con el fin de hacer guerra a los españoles chilenos…

Luego de un prolongado silencio, Ñecuñan, el pehuenche más anciano habló a los Caciques, preguntándoles si estaban de acuerdo con el pedido de San Martín. Todos los Caciques hablaron extensamente, sin interrumpirse y con mucha tranquilidad. Concluida  la ronda,  Ñecuñán, tomó nuevamente la palabra, y dirigiéndose a San Martín le dijo que todos los Caciques, menos tres, estaban de acuerdo en aceptar la propuesta. Acto seguido todos los Caciques abrazaron a San Martín, y uno de ellos, fue a avisar al resto de las tribus que la propuesta de San Martín había sido aceptada.

A continuación, en un gesto inaudito de confianza hacia San Martín, entregaron sus caballos y sus armas a los milicianos, dando inicio a los festejos que se prolongaron varios días. De regreso al Plumerillo, San Martín escribe a Guido: 
"… Concluí con toda felicidad mi gran Parlamento con los indios del sur: auxiliarán al ejército no sólo con ganados, sino que están comprometidos a tomar una parte activa contra el enemigo…”

Los hechos posteriores demostraron que el pacto fue respetado, y muchos  Pehuenches colaboraron activamente, algunos también como baqueanos en el Cruce de la Cordillera.

José de San Martín en La Campaña Libertadora dijo:  “La guerra la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar. Cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que trabajan nuestras mujeres, y sino andaremos en pelotas como nuestros paisanos los indios.  Seamos libres, que los demás no importan”.

A San Martín lo engrandece el haber reconocido siempre  el valor de sus tropas negras, indígenas y mestizas en las batallas de Chacabuco, Maipú, Cancha Rayada y  en la Campaña del Alto Perú.


Juan Bautista Alberdi, que lo entrevistó en París en 1843, trazó de él un retrato notable: "Yo lo creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado; y no es más que un hombre de color moreno...". Además, "no obstante su larga residencia en España, su acento es el mismo de nuestros hombres de América".

Durante el siglo XX una caudalosa bibliografía enfocó las vinculaciones de San Martín con la política británica y francesa y con la masonería, planteando la cuestión de sus motivaciones. Si fue tan corta su vivencia de América, si tenía de ella una borrosa imagen, si había servido dos décadas al rey, es difícil creer en su patriotismo como pasión determinante. Resulta verosímil por tanto la hipótesis de que era agente masón de los proyectos británicos o franceses. Hoy es posible otra explicación: Era un mestizo y sufría en carne propia la injusticia del sistema colonial.

Partiendo de esa versión y de los indicios expuestos en el libro Jinetes Rebeldes del argentino Hugo Chumbita, se obtuvo la confirmación a través de testimonios concordantes de tres ramas de descendientes de Carlos de Alvear: los Christophersen, los Santamarina y los Verger. Los mismos datos son corroborados por las memorias manuscritas de Joaquina, que obran en poder de Diego Herrera Vegas.

"Esto no se puede decir", le advirtió Pedro Christophersen III a su hija Magdalena cuando le contó el secreto preservado durante generaciones. La abuela de Pedro III era doña Carmen de Alvear, nieta de Carlos y prima hermana del presidente de la república Marcelo de Alvear. Magdalena conserva un añoso ejemplar de un libro de Sabina de Alvear y Ward, que le sirvió para completar aquel relato.

Pero entonces quién era el General español Señor Don Diego de Alvear Ponce de León, para ello nos remitimos a lo escrito por Hugo Chumbita: El futuro brigadier de la armada española don Diego de Alvear y Ponce de León (1749-1830), nacido en Montilla (Córdoba), con ascendientes nobles en Burgos, arribó al Río de la Plata en 1774. Tomó parte en acciones contra los portugueses y luego contra los ingleses. En 1778 dirigió una división encargada de ejecutar el tratado de límites sobre los ríos Paraná y Uruguay. Entonces, en algún lugar de las misiones jesuíticas, el marino se relacionó con una joven guaraní, que engendró un niño. Alvear lo encomendó al teniente gobernador de la reducción de Yapeyú, el capitán Juan de San Martín, y a su esposa Gregoria Matorras, de 40 años, que ya tenía cuatro hijos. Ellos se avinieron a criarlo como propio y el niño fue José Francisco de San Martín.

En 1780, Juan de San Martín tuvo que irse de Yapeyú tras un conflicto con los guaraníes. Tres años después todos viajaron a España y la familia Alvear cuenta que Diego de Alvear se mantuvo en contacto con ellos y costeó los gastos para que Francisco José siguiera la carrera militar.

En 1781, Diego de Alvear se casó con María Josefa Balbastro. Se radicaron en las Misiones y tuvieron nueve hijos, uno de ellos Carlos, nacido en 1789. En 1804, la familia embarcó hacia España. Pero antes de llegar, en un combate con navíos ingleses murieron la esposa, siete hijos, un sobrino y cinco esclavos. Don Diego perdió la mayoría de sus bienes. Prisioneros, Alvear y su hijo Carlos fueron llevados a Londres. Allí, Carlos pudo estudiar y a Diego lo indemnizaron. Además, se casó con una joven inglesa, Luisa Ward, con quien tuvo más hijos.

En 1806 regresaron a España, don Diego ocupó nuevos destinos militares y, según los Alvear, ayudó y mantuvo un trato afectuoso con su hijo José Francisco. Carlos supo que aquél era su medio hermano y fueron grandes camaradas. Al producirse la Revolución de Mayo, concibieron juntos el regreso, aprovechando las importantes relaciones de su padre en Londres y en Buenos Aires.

San Martín y quienes conocían su filiación guardaron siempre reserva. Para ingresar a la milicia en España era necesario acreditar que era hijo legítimo y todos quedaron obligados a mantener esa versión. En cierto sentido, él vino a América a buscar a su madre. Habló muy poco de sí mismo, y cuando lo hizo omitió referirse a su origen.

José de San Martín padeció su "destino americano": no saber quién era, el extrañamiento, la ausencia materna, la conciencia de ser hijo de la violencia de los dominadores sobre los pueblos nativos. Se alzó desafiando al mundo de su padre. Transformó su humillación en rebeldía política. La persona, la memoria y la significación de San Martín no son patrimonio de una familia, ni siquiera de un país. Es una figura americana y universal.

SU TESTAMENTO

1° Dejo por mi absoluta heredera de mis bienes, habidos y por haber a mi única hija Mercedes de San Martín actualmente casada con Mariano Balcarce.
2° Es mi expresa voluntad el que mi hija suministre a mi hermana María Emilia, una pensión de mil francos anuales, y a su fallecimiento, se continúe pagando a su hija Petronila, una de 250 hasta su muerte, sin que para asegurar este don que hago a mi hermana y sobrina, sea necesaria otra hipoteca que la confianza que me asiste que mi hija y sus herederos cumplirán religiosamente ésta voluntad.
3° El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de América del Sur, le será entregado a general de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de satisfacción, que como argentino he tenido al ver la firmeza con la que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tratan de humillarlas.
4° Prohíbo el que se me hagan ningún genero de funeral, y desde el lugar que falleciere se me conducirá directamente, al cementerio sin ningún acompañamiento, pero sí desearía, que mi corazón sea depositado en el de Buenos Aires.
5° Declaro no deber y haber jamás debido nada a nadie.
6° Aunque es verdad que todos mis anhelos no han tenido otro objetivo que el del bien de mi hija amada, debo confesar, que la honrada conducta de ésta, y el constante cariño y esmero que siempre me ha manifestado, han recompensado con usura, todos mis esmeros haciendo mi vejez feliz. Yo le ruego continúe con el mismo cuidado y contra acción la educación de sus hijas (a las que abrazo con todo mi corazón) si es que su vez quiere tener la feliz suerte que alguna vez tuve yo; igual encargo hago a su esposo, cuya honradez y hombría de bien no ha desmentido la opinión que había formado de él, lo que me garantiza continuara siendo la felicidad de mi hija y nietas.
7° Todo otro testamento o disposición anterior al presente queda nulo y sin ningún valor.

Hecho en París a veintitrés de enero de mil ochocientos cuarenta y cuatro,
y escrito todo de mi puño y letra.

San Martín anciano.

Tomado de "El Libertador Don José de San Martín" del Q..H:. Herbert Oré Belsuzarri.

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