BENITO JUÁREZ GARCÍA
ANIVERSARIO DE SU NATALICIO.
Fernando López Alanís.
Honorable Presidium, Queridos Hermanos y Hermanas, Amigos todos:
1. Es hora de acabar con esa estatua metálica en que hemos convertido a un hombre de pensamientos profundos y de sentimientos tan bellos como sus acciones. Don Benito no es el brillo puro o el resplandor dorado de los Liberales, como tampoco es el demonio de los Conservadores, ni la maldición satánica de la Iglesia Católica. No. Ni lo uno ni lo otro, debemos aceptarlo. Fue un Liberal; es decir, fue, es solamente un hombre que tuvo la conciencia de su deber y la fuerza para cumplirlo.
2. ¿Y qué es ser liberal? En respuesta de don Melchor Ocampo un liberal para serlo, necesita primero ser muy hombre. Esto significa ser un humano cabal, hombre o mujer, con la fuerza de carácter suficiente para amar con verdad, servir con amor, ceñir todas sus acciones a los mandatos de la Ley y estar dispuesto a cualquier sacrificio por el bien de la patria y de sus hermanos los seres humanos. Son liberales quienes practican y defienden para los demás la experiencia de todas las libertades, sin rebasar los límites de las leyes y de la honradez y de la honestidad. Por eso se equivocan quienes piensan que sólo los Masones son Liberales. Los hay entre toda clase de profesionistas, de los comerciantes e industriales, de artesanos, de artistas y de intelectuales, y, para nuestra gloria, los hay entre quienes llamamos el pueblo mexicano, esas personas que trabajan diariamente para ganarse honestamente la vida, para ellos y sus hijos, lo mismo en las colonias populares, o las ciudades pequeñas, que en las fastuosas residencia o en las rancherías apartadas. Ésos son los Liberales de verdad, los que por serlo aman y admiran a ese liberal completo: don Benito Juárez.
3. Sin embargo, ni como el licenciado don Benito en Oaxaca, o en el Congreso, o en el Suprema Tribunal, ni como el presidente Juárez, es ejemplo de nada, ni él pretendió serlo. Tampoco en ese aspecto de su vida familiar, tan poco conocido, pero de tanta nobleza y de sentimientos tan honestos. Fue nada más un hombre que ajustó todos sus actos al deber del ciudadano, al Derecho del estadista, y a las responsabilidades del padre y esposo. Estas características, de por sí difíciles de cumplir en tiempos ordinarios, ¡cúanto más lo serán en circunstancias excepcionales de guerras civiles e internacionales, de persecuciones sufridas a lo largo de miles de kilómetros atravesando desiertos y mares, sufriendo destierros y hambres en ciudades extranjeras, rodeado de enemigos que quisieran hacerle daño, incluso matarlo! Sin embargo, siempre apegado a la ley, jamás claudicó de una responsabilidad, y todavía nos maravilla cómo conservó el amor y el cuidado por su familia. El no pretendió ser ejemplo de nada para nadie, pero si algún mexicano de hoy quiere tomarlo así para cumplir con sus obligaciones como ciudadano, como político si lo es, como padre de familia, incluso como abuelo que tenía en gran placer jugar con sus nietos, será sin duda ese mexicano en su nivel y en su tamaño tan útil a la patria y a la sociedad, como lo fue don Benito, y, créanme por favor, esto lo deseo para todos los mexicanos, y me atrevo a exigirlo a todos los liberales.
4. Cuando hablamos de la Reforma del Estado Mexicano y de la Guerra de Intervención Francesa, evocamos como el gran héroe de la salvación del pueblo mexicano a don Benito Juárez; sin embargo, somos injustos al hacerlo. Es cierto que fue su personalidad tan poderosa y su capacidad como hombre de estado tan superior, que ganó dos guerras y dio a la nación mexicana todavía en formación la seguridad de su independencia y soberanía, pero no fue solo. Tamaña empresa solo podía ser resultado de una voluntad general, de una decisión popular, en la cual las fuerzas sociales de mayoría se impusieran a las de élite y de privilegio. Algo tan grande sólo fue posible porque el pueblo mexicano estuvo dispuesto a perder sus bienes, a sacrificar a sus familias, a entregar su vida por todas las libertades que ofrecían los liberales, y por expulsar al enemigo invasor, empresas por las que valía la pena morir, y encontraron en don Benito el hombre que personificar esos ideales.
5. Es aquí donde debemos mencionar a los guerreros, a los intelectuales y a esos hombres y mujeres maravillosos que la pésima memoria histórica de los mexicanos ha olvidado: a los chinacos, que en los campos de batalla y en los más pesados trabajos para que la patria sobreviviera no se detuvieron ante obstáculo alguno, ni material, ni ideológico, ni religioso: su valentía y su honor fueron la patria mexicana, y en su momento vieron en el indio Juárez a su auténtico representante ante la adversidad y ante el triunfo, ante la muerte y el hambre, y ante la gloria de república recobrada y de la patria triunfante y libre.
6. Me han oído aludir a las virtudes del señor Juárez en la vida doméstica. Permítanme sólo mencionar estos hechos: en 1864 se vio obligado a separarse de su familia en Monterrey, enviando a la señora Margarita con nueve de sus hijos a Nueva York. Recordemos las circunstancias: Juárez y su gobierno sufrían la persecución de los franceses invasores y de los traidores mexicanos, entre ellos el gobernador de Nuevo León, Vidaurri, en una guerra que muchos consideraban perdida. Ante tales peligros se separa con dolor de su familia; pero lo peor viene después, cuando en Chihuahua recibe la noticia de que dos de sus hijos murieron en aquella ciudad extranjera. No obstante, ante tal desgracia, ¿en qué disminuyó su decisión por la salvación de la patria? ¿Cuándo dio muestras de alguna flaqueza en el apego a la ley? En cambio, rodeado de enemigos y padeciendo sed y hambre, sí escribió a su esposa cartas de consuelo, que enternecen a cualquiera que las lea. E hizo esta declaración pública cuando recibió el pésame de don Francisco Urquidi: “Dos cosas colmarán mis deseos: una, el espectáculo de la felicidad de los mexicanos; y la segunda: merecer de vosotros el título de buen ciudadano, para legarlo a mis hijos”. De los once hijos que tuvo, murieron cuatro, pero ¿acaso los restantes no tuvieron un padre que mereció sobradamente el título de “buen ciudadano”? Y esto, ¿no es motivo de admiración y de orgullo para todos nosotros?
7. Buen ciudadano, y también un honrado presidente. Mientras no se demuestre lo contrario: uno de los más honrados que haya tenido México. Nunca se le conocieron depósitos bancarios en el extranjero, ni propiedades escondidas de grandes terrenos, ni fueron sus altos cargos abrigo para que sus familiares se enriquecieran. Retamos a cualquiera a que demuestre lo contrario. Él y su familia vivieron siempre modestamente. Él fue gobernador de Oaxaca en dos ocasiones, Ministro de Estado, Presidente de la Suprema Corte de Justicia, Presidente de México, a quien se le concedieron en seis ocasiones facultades omnímodas en guerra y hacienda, ¡y al morir todos sus bienes y valores sólo alcanzan la suma de 150 mil pesos de la época! ¡Honradez a toda prueba, claro que sí!
8. Fue un hombre muy religioso y muy respetuoso de todas las religiones. En esto hay una gran confusión que conviene desenmarañar precisamente ahora, en el doscientos aniversario de los festejos de su nacimiento. Se le ha calificado de ateo y de enemigo de Dios, y se le ha insultado como un satanás y con otros calificativos peores. Nada más impropio, nada menos cierto, nada tan mal intencionado para un hombre que tuvo todo el cuidado de no herir las creencias religiosas de nadie. La confusión es resultado de sus acciones, y las de todos los Liberales de la época, en relación a la Reforma del Estado Mexicano: separando los intereses de la iglesia de los del estado, secularizando la vida y la muerte de los ciudadanos mexicanos, modificando las estructuras económicas de la nación poniendo en circulación los bienes improductivos en manos de la iglesia: exactamente las mismas acciones que se habían realizado o se estaban realizando en Europa y en otros países americanos. No puedo extenderme aquí sobre este interesantísimo tema, sólo permítanme exponer que no conozco, y si alguien lo sabe que nos lo diga, una sola palabra de don Benito Juárez en que haya desmentido o hecho mofa de los Evangelios, o de las enseñanzas de Jesús el Cristo; no tengo noticia alguna sobre la más leve insinuación negativa de don Benito sobre los dogmas de la Religión Católica. Sus acciones contra los obispos y contra otras dignidades eclesiásticas, fueron por causas políticas o económicas, nunca por motivos religiosos. La necesaria nacionalización de los bienes de la iglesia fue una acción de jefe de estado, fue la respuesta a una necesidad económica retrazada ya por más de treinta años, fue un beneficio para la nación; y nada más. De todas esas acciones don Benito no obtuvo ningún beneficio, de ninguna clase. Y si ha habido un presidente Guadalupano, a la manera de Hidalgo y de Morelos, ha sido el presidente Juárez, como lo demuestran sus acciones. Sí, es oportuno acabar hoy, este año, con esas confusiones y con esas mentiras que tanto agravian a tan Gran Hombre, que tanto ofenden a la verdad histórica, y que tergiversan de mala manera la evolución histórica del pueblo mexicano. Hay que hacerlo.
9. Nos hace falta un estudio lo suficientemente claro y sencillo que deje manifiestas para todos las circunstancias en que don Benito fue reelecto. Existen muchas versiones eruditas, pero fuera del alcance del pueblo. Por esas reelecciones han acusado al presidente Juárez de ambicioso y de enamorado del poder. Permítanme sólo una reflexión y una cita. La cita es ésta, repetida en dos ocasiones, en el momento de promulgar los decretos para las elecciones que terminarían con sus mandatos constitucionales: “Considerando que aspira el gobierno constitucional a deponer ante el Congreso de la Unión la suma de facultades extraordinarias que la Constitución provee en las emergencias graves del país, y deseando transmitir cuanto antes el Poder Ejecutivo al ciudadano a quien la Nación honre con el nombramiento de presidente…” etcétera. Y fue reelecto, porque así lo consideraron conveniente los representantes del pueblo. En cuanto a la reflexión, respóndame quien me escuche, ¿Cómo se puede ambicionar un poder que por dolorosas experiencias se sabe que ha causado persecuciones, maldiciones, malos entendidos, sacrificios de hambre, de destierro, abnegaciones familiares sin cuento, y, lo peor, la incomprensión y el desagradecimiento de aquellos a quienes precisamente se trataba de salvar y de dar un nombre honrado y una dignidad que pudiera presentarse ante los pueblos todos del mundo? Créanme, por favor, en esos momentos de pruebas tan grandes, don Benito no tenía idea de que los gobiernos de Colombia y de Santo Domingo le darían el título de Benemérito de las Américas, ni que doscientos años después de su nacimiento los mexicanos de hoy conmemoráramos su nacimiento. No comprendo cómo se puede acusar de ambicioso a un hombre que se desprendió de todo para libremente servir, pues hasta su sueldo como presidente rebajó por decreto, y nada más por cumplir la responsabilidad tan grande de servir.
10. Otra explicación que nos deben los historiadores honrados, no importa de cuál ideología, es la del Juárez en el famoso tratado McLane-Ocampo. Igualmente, con palabras para todos entendibles y con la sencillez posible en la exposición de los conceptos, ha de quedar bien claro que el hombre que defendió la libertad y la soberanía de la Nación Mexicana, que se decidió por la lucha contra la dictadura santanista precisamente por la venta de La Mesilla, jamás iba a comprometer la integridad del territorio nacional. ¡Que alguien nos muestre la firma del presidente Juárez comprometiendo un metro cuadrado del México que salvó de las intervenciones extranjeras! Escuchemos el testimonio de otra Liberal heroico, el rudo periodista pero fino literato Francisco Zarco: “el hombre que creía que este arbitrio (de la venta de territorio mexicano a USA) era contrario al decoro nacional; el hombre que previó peligros para la independencia en este recurso extremo; el que no desesperó del pueblo mexicano, creyendo que solo y sin extraño auxilio había de reconquistar su libertad, fue el presidente de la república”, don Benito Juárez García. ¡No ya el extremo de su firma, que alguien nos muestre en cualquier documento suyo una palabra en que se adivine siquiera intensión tan contraria a su sentido de la justicia y a su patriotismo!
11. De todo esto surge una cuadrúple convocatoria para algunos de los aspectos importantes del bicentenario del natalicio del Señor Juárez. Uno es a los historiadores honrados, que como decíamos no importa qué ideología les mueva, con tal que honrados, para dilucidar sin desviaciones ni intereses mezquinos la verdad y la trascendencia de la obra de los Liberales con don Benito Juárez a la cabeza, durante La Reforma y la Intervención Francesa. Queremos el fruto recto y sano de sus estudios históricos, no la interpretación interesada ni la polémica malintencionada. Eso queremos.
12. Otra convocatoria es para la iglesia católica, a fin de que acabemos con las discordias de siglo y medio. Invoquemos juntos al Dios de las Naciones, en quien creemos, a quien igualmente adoramos y entonamos himnos de gloria, y bajo esa invocación sentémonos a dialogar, dejando fuera los prejuicios, para encontrar y recorrer los caminos de la reconciliación histórica en base a la verdad, a la justicia que decimos practicar, y con miras a hacer realidad nuestro común amor al pueblo mexicano, demostrando así que este amor no es una declaración, que es cierto.
13. A los liberales todos de estos tiempos, para que con sus acciones demuestren lo que es realmente México. Lo que es la Nacionalidad Mexicana con sus valores y con su proyección histórica y humana; desmintiendo una vez más la propaganda internacional que nos denigra, y la corrupción nacional que nos hunde: los valores y la valentía del pueblo son nuestra salvación, y ellos se encuentran ahora, ante el fracaso de otras corrientes de pensamiento, una vez más en un sano, fuerte y auténtico liberalismo como lo describimos arriba, como lo practicaron los Hombres de la Reforma, como lo hizo realidad don Benito.
14. Y a todos los mexicanos, para que retomemos la Historia Patria, y no corramos así el peligro de repetirla ante las desviaciones del proceso de nuestra Historia, perfectamente definidos por aquellos grandes hombres, por aquellas inteligencias privilegiadas que el Dios de las Naciones hizo surgir para nuestra felicidad: Hidalgo, Morelos, los héroes que con ellos lucharon y murieron, y Benito Juárez García, quien va delante de la generación más valiente y honrada que ha dado México, con los intelectuales y los Chinacos de la Reforma y del pueblo.
15. Hermanas y Hermanos muy queridos, amigos todos, sin exclusión alguna, voy a citar al que se considera el más completo e imparcial de los biógrafos del Señor Juárez, Ralph Roeder: “la verdad definitiva quedó conservada en la máscara mortuoria, plasmada a tiempo para fusionar el último reflejo de la vida con la serenidad cósmica de la muerte, y perpetuarlo en la sonrisa de los labios entreabiertos: la sonrisa sabia, inefable e inconclusa de los justos”. Frases que cualquiera de nosotros acepta como ciertas a la vista de la máscara mortuoria y conociendo la vida y la obra de don Benito; pero que a fuer de sinceros no nos atreveríamos a escribir y publicar como nuestras, pues tendríamos temor a la críticas de los propios, a la burla de los ajenos y aun contrarios, precisamente porque hemos levantado estatuas de metales que chocan, que se contradicen, que están fuera de la verdad. Fue solamente un Liberal; es decir, un hombre que tuvo la conciencia de su deber y la fuerza para cumplirlo en beneficio del México de su tiempo ciertamente, y también de cada uno de nosotros, de quienes nos precedieron y de las generaciones que sigan. Ahora, en este bicentenario, todos tenemos la oportunidad de conocer la verdad de este Gran Hombre y la significación de las dos guerras que ganó sin haber disparado él un tiro, pues ni siquiera sabía usar un arma.
16. Ser agradecido es lo menos que cualquier mexicano bien nacido ha de mostrar por su obra; pero los liberales todos, de los ámbitos sociales y culturales más diversos, sin entrar en polémicas ni descalificaciones con nadie, debemos manifestar además sus méritos, exaltando al pueblo que lo apoyó hasta el triunfo total, que no fue suyo, sino precisamente de ese pueblo. Porqué el México total no puede entenderse sin su presencia. Y pregonar sin miedo porqué admiramos sus ideales y su obra, y porqué lo llevamos en el corazón. Es cuanto.
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