Autor: Herbert Oré B.
Maestro Masón del Perú.
La
influencia babilónica sobre los israelitas se expresa en la historia de los
patriarcas judíos. Su "padre" Abraham era, en efecto, un babilonio
que procedía de Ur, en Sumer.
Varios
aspectos de las leyes israelitas expuestas en el Éxodo muestran una similitud
asombrosa con las leyes de Hamurabi. Basta recordar la consigna "ojo por
ojo y diente por diente". Las diversas facetas de ambos códigos están muy
próximas no solamente por —contenido, sino por el orden en que aparecen.
"Esta similitud –dice uno de los mejores conocedores de la historia de
Israel— no puede deberse al azar; es probable que Israel y Canaán hayan tomado
el derecho babilónico como modelo." Las leyes de Hamurabi representan una
cultura material más avanzada que la que inspira la ley de Moisés, así como una
organización política más perfeccionada; por su parte, la antigua ley de Israel
atestigua una religiosidad más profunda.
La
biblioteca de Asurbanipal nos muestra las estrechas relaciones existentes entre
los relatos hebreo y babilónico sobre la Creación y el Diluvio.
En
nuestros días, nadie duda que los pueblos de Oriente hayan mantenido
importantes contactos durante toda la Antigüedad. En otro tiempo se creía que
cada uno de estos pueblos formaba un mundo aislado, en donde la propia cultura
se desarrollaba sin ninguna influencia exterior; pero esta opinión carece hoy
de adeptos. Todas las culturas estuvieron influidas por las demás, y la hebrea
no fue una excepción. (Carl Grimberg, Historia Universal Tomo
I El Alba de la Civilización, http://www.scribd.com/Insurgencia
Pág. 279-280).
También la civilización egipcia influyó
en los hebreos, debido al largo tiempo que
permanecieron en Egipto antes de
establecerse en Palestina. Desde el punto de vista de la cultura material, los
hebreos se hallaban atrasados en relación con los cananeos.
Llevaban aún una vida nómada y sus
rebaños dependían por entero de los pastores; en épocas de hambre se
trasladaban a Egipto, donde les era más fácil subsistir. Entonces pedían
permiso para establecerse en Gesén, región fronteriza que separaba al Egipto propiamente
dicho de la península del Sinaí. El faraón abría a los hebreos los ricos pastos
del este del Delta, pero no desinteresadamente, sino que es probable a
condición de someterse a la autoridad egipcia, formando así una barrera
defensiva entre los egipcios y las turbulentas tribus beduinas del este.
Las enseñanzas de los Misterios
egipcios se guardaban muy celosamente, y sólo con extremada dificultad y bajo
especiales condiciones se admitía en ellos a un extranjero. Sin embargo, fueron
admitidos algunos, como Moisés, de quien dice el relato bíblico que "fue
instruido en toda la sabiduría de los egipcios". Después transmitió su
conocimiento a la clase sacerdotal de los israelitas, y así se mantuvo en forma
más o menos pura hasta la época de David y Salomón, quien construyó su templo
de conformidad con el plan masónico y lo estableció en centro de simbolismo y
trabajo masónicos. No cabe duda de que Salomón construyó el templo de su nombre
con el intento de señalar y conservar para su pueblo cierto sistema de medidas,
de la propia suerte que las dimensiones de la gran pirámide entrañan muchos
datos geodésicos y astronómicos. No tuvo éxito en ello, porque se había perdido
gran parte de la tradición o quizás sería más exacto decir que si bien se había
conservado la tradición de los ornamentos ya no se sabía lo que significaban.
Hasta entonces los iniciados en los Misterios judíos habían dirigido su
atención hacia la Casa de Luz de Egipto; pero Salomón resolvió que los pensamientos
y emociones de los iniciados se enfocaron en el templo que acababa de
construir; y por lo tanto, en vez de hablarles de la simbólica muerte y resurrección
de Osiris en Egipto, inventó el relato que constituye la actual tradición
masónica, y hebraizó todo el ritual, substituyendo las palabras egipcias por
otras hebreas, aunque sin alterar en algunos casos el significado original.
Conviene advertir que al obrar de
esta suerte no hacía Salomón otra cosa que colocar las prácticas de su pueblo
en correspondencia con las de las naciones circundantes. Había muchas
tradiciones de Misterios, y aunque los israelitas habían llevado consigo por el
desierto de Sinaí, bastante de la tradición egipcia, los sirios y otros pueblos
conservaban la tradición del descenso de Tamuz o Adonis en vez de la del
desmembramiento de Osiris.
(Carlos W. Leadbeater, La Vida Oculta en la Masonería, traducido por Annie Besant, Adyar Diciembre
de 1925, Pág. 22).
Durante mucho tiempo se ha seguido con
gran interés el desarrollo de las excavaciones de Egipto con la esperanza de
encontrar algunos datos sobre la esclavitud de los hijos de Israel en el país
del Nilo. Las búsquedas han sido muy intensas, pero los resultados,
desgraciadamente, escasos. El Génesis cuenta
cómo uno de los faraones subyugó a los hijos de Israel y los obligó a
construirle las ciudades de Pitom y Rameses, que debían servir de almacenes.
Parece que el opresor de los hebreos fue Ramsés II.
Sería, pues, su hijo y sucesor, Menefta
(1224-1214) el faraón que, según el Éxodo, endureció su corazón y rehusó dejar
salir a los hijos de Israel hasta que, agobiado por una decena de plagas
divinas, permitió al caudillo Moisés seguir los dictados del dios de sus
antepasados.
Israel
alcanzó su apogeo con David y su hijo Salomón. Con su política de centralización
del poder, el pueblo trabajó la tierra con excelentes resultados y pudo abastecer
a los comerciantes arameos y fenicios de trigo, aceite, miel, cera y bálsamo.
El
fogoso y apasionado David, cuyo reinado comenzó hacia el año 1000 antes de Cristo,
derroto a los filisteos y restableció la calma; luego, con triunfal alegría,
llevó, danzando, el Arca de la Alianza a Jerusalén.
Aprovechando
la popularidad de que gozaba entre los hebreos, David emprendió una ofensiva
contra los filisteos: gracias a un atrevido golpe de mano, se apoderó de
Jerusalén, una de las principales fortalezas cananeas; se adueñó una por una de
todas las ciudades de los filisteos, desde Gezer hasta Gat Ashdob, pudiendo
solemnizar —hacia 1010 antes de Cristo— su triunfo con el espectacular traslado
a Sión (Jerusalén) de la famosa Arca de la Alianza, que guardaba las mosaicas
tablas de la Ley. Después venció a los moabitas, a los amonitas y arameos de
Damasco, redondeando así sus fronteras. Pudo entonces organizar un Estado a la manera
de las grandes monarquías orientales, aunque con carácter predominantemente
militar.
Encargó
a un escriba babilónico la correspondencia diplomática, que es posible se
redactase todavía en caracteres cuneiformes, aunque el arameo tal vez sustituyó
al babilónico, usado en épocas anteriores.
Su
hijo Salomón le sucedió hacia 960 antes de Cristo, y heredó un reino
consolidado, por lo que pudo llevar una vida fácil y opulenta. Su reinado se
hizo célebre como un rey, dotado de gran sabiduría. En realidad, Salomón
aprovechó hábilmente la situación creada por las conquistas de su padre que,
con la debilidad momentánea de los imperios de Mesopotamia y Egipto, colocaron
al reino hebreo en una situación excepcional, vecino y amigo de los fenicios y dominando
todas las rutas del comercio terrestre, así como los fenicios dominaban el
marítimo. El verdadero talento de Salomón parece haber consistido en sus dotes
de gobierno, pero ello sólo en cuanto se refiere a los primeros años del mismo.
Obra
suya fue el templo de Jerusalén, el monumento judaico más representativo. Hasta
entonces, los hebreos habían adorado a Jehová en las cumbres de las montañas y
fue el rey David quien concibió la idea de erigirle un magnífico templo, para
lo cual hizo acopio de materiales; pero quien realizó la obra fue su hijo y
sucesor Salomón, que al cuarto año de su reinado dio comienzo a los trabajos y
al séptimo lo inauguró. Fue erigido en el monte Moría, colina oriental de la meseta
comprendida entre los torrentes Cedrón e Hinnón. Mediante acuerdo de Salomón
con Hiram, rey de Tiro, fueron a construir el templo arquitectos y artífices fenicios,
que emplearon obreros gabaonitas y cananeos. Rebajada la colina, fue revestido
de sillería el macizo, formando así, al modo mesopotámico, un basamento
gigantesco de catorce metros de altura, con terraza irregular —310 y 281 metros
de longitud en los lados norte y sur, y 462 y 491 en los lados este y oeste—.
En los paramentos de dicha construcción estaban las puertas, y practicadas en
el macizo las escalas de acceso a la terraza. Lo único que se conserva del
templo es dicho basamento, de grandes sillares de piedra almohadillados, que
fueron unidos con grapas de hierro y las hiladas ligeramente escalonadas. En
sus cimientos hay signos de cantería que son letras fenicias. Un vetusto
fragmento de esta antigua fábrica arquitectónica es el llamado "muro de
las lamentaciones", porque ante sus piedras, por rito tradicional, lloran
todavía los judíos la pérdida de Jerusalén, es decir, de la antigua Sión.
Aliado
al rey Hiram de Tiro, Salomón hizo construir un puerto sobre el mar Rojo y
equipó navíos que los marinos procedentes de Fenicia condujeron hasta el país
del oro —Ofir—, en donde gobernaba la reina de Saba.
"El
rey Salomón fue el más grande de todos los reyes de la tierra... Hizo que la
plata fuera en Jerusalén tan común como las piedras:.." (I, Reyes).
Pero
Salomón sentía debilidad por lo ostentoso, y para levantar monumentos impuso a
su pueblo tasas y trabajos forzados. Y cuanto más progresaba su reinado, más se
parecía a un déspota oriental y con mayor razón el pueblo deseaba sacudir su
yugo. (Carl
Grimberg, Historia Universal Tomo I El Alba de la Civilización, http://www.scribd.com/Insurgencia Pág. 282-283).
Salomón,
tras recibir en sueño las instrucciones de JHWH (Jehová), respecto de iniciar
las tareas de construcción del Templo, las emprende siguiendo las instrucciones
dadas por el viejo profeta Natan. Para comenzar estos trabajos Salomón, que
gobierna un pueblo de pastores trashumantes, no asentados y, por lo tanto, no
instruidos en el arte de construir pese a la influencia de los sumerios y
egipcios, recabará los esfuerzos de un hombre versado en estas artes y, por
ello, lo reclamará de allí donde estos oficios son casi sagrados y sirven al
poder para mejor expresar su esplendor: de Egipto.
En
señal del pacto, Salomón se casará con la hija del faraón Saimón, que se
desplazará a vivir a Jerusalén conservando su religión y levantando con ello
las primeras críticas de los levitas al nuevo estado de Israel.
El emperador egipcio designará a un experimentado arquitecto de nombre Hiram-Habib (Hiram el Fundidor) para el trabajo de construir el Templo en Jerusalén.
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