LA ORTODOXIA MASONICA
RENE GUENON
Se ha escrito tanto sobre la cuestión
de la regularidad masónica, se han dado tantas definiciones diferentes e
incluso contradictorias, que este problema, lejos de estar resuelto, no ha
hecho, quizá, sino devenir más oscuro. Parece que ha sido mal expuesto, pues, a
menudo, se tiende a fundamentar dicha regularidad sobre consideraciones
puramente históricas, apoyándose en la prueba, verdadera o supuesta, de una transmisión
ininterrumpida de poderes desde una época más o menos alejada. Ahora bien, es
preciso confesar que, desde este punto de vista, sería fácil encontrar algunas
irregularidades en el origen de todos los Ritos practicados actualmente.
Nosotros pensamos que todo ello dista mucho de tener la importancia que
algunos, por razones diversas, han querido atribuirle, y que la verdadera
regularidad reside esencialmente en la ortodoxia masónica, y que esta ortodoxia
consiste ante todo en seguir fielmente la Tradición, en conservar con cuidado
los símbolos y las formas rituales que expresan esta Tradición y que son como
su ropaje, y en rechazar toda innovación sospechosa de modernidad. Y es a
propósito que empleamos aquí la palabra modernidad, para designar esta
tendencia demasiado difundida que, en Masonería como en todas partes, se
caracteriza por el abuso de la crítica, el rechazo del simbolismo y la negación
de todo aquello que constituye la Ciencia esotérica y tradicional.
No
obstante, no queremos decir con ello, que la Masonería, para ser ortodoxa, deba
ceñirse a un formalismo estrecho, en que lo ritual deba ser algo absolutamente
inflexible, dentro de lo cual no se pueda añadir ni suprimir nada sin hacerse
acreedor de algún tipo de sacrilegio; esto sería dar muestra de un dogmatismo
que resulta del todo extraño e incluso contrario al espíritu masónico. La
Tradición no excluye de ningún modo la evolución ni el progreso, los rituales
pueden y deben ser modificados todas las veces que sea necesario para adaptarse
a las condiciones variables del tiempo y del lugar pero, bien entendido,
únicamente en la medida en que estas modificaciones no afecten a ningún aspecto
esencial. El cambio en los detalles del ritual importa poco siempre y cuando la
enseñanza iniciática que se desprenda de ellos no sufra ninguna alteración; y
la multiplicidad de Ritos no tendría graves inconvenientes, quizá incluso
tendría ciertas ventajas, si desgraciadamente no tuviera demasiado a menudo
como consecuencia, sirviendo de pretexto a enojosas disensiones entre
Obediencias rivales, el comprometer la unidad, si se quiere ideal, pero con
todo real, de la Masonería universal.
Lo
lamentable es, sobre todo, tener que comprobar demasiado a menudo en un gran
número de Masones la ignorancia completa del simbolismo y de su interpretación
esotérica, el abandono de los estudios iniciáticos sin los cuales el rito no es
sino un cúmulo de ceremonias vacías de sentido, como en las religiones
exotéricas. En este sentido hoy en día hay, particularmente en Francia e
Italia, negligencias verdaderamente imperdonables; podemos citar, por ejemplo,
aquella que cometen los Maestros que renuncian a llevar mandil, cuando no
obstante, como bien ha demostrado recientemente el M:. Il:. H:. Dr. Blatin, en
un comunicado que debe estar todavía presente en la memoria de todos los HH.·.,
es el mandil la verdadera indumentaria del Masón, mientras que el cordón no es
más que su adorno. Algo más grave todavía es la supresión o la simplificación
exagerada de las pruebas iniciáticas y su reemplazo por el enunciado de
fórmulas casi insignificantes; y, a este propósito, no podemos hacer nada mejor
que reproducir unas líneas que al mismo tiempo nos dan una definición general
del simbolismo, y que consideramos perfectamente exactas: "El simbolismo
masónico es la forma sensible de una síntesis filosófica de orden trascendente
o abstracta. Las concepciones que representan los Símbolos de la Masonería no
pueden dar lugar a ningún tipo de enseñanza dogmática; ellas escapan a las
fórmulas concretas del lenguaje hablado y en absoluto se dejan traducir por
palabras. Son, como se dice muy justamente, los Misterios que se sustraen a la
curiosidad del profano, es decir, las Verdades que el espíritu no puede
alcanzar sino después de haber sido cabalmente preparado. La preparación al
entendimiento de los Misterios es alegóricamente puesta en escena en las
iniciaciones masónicas por las pruebas de los tres grados fundamentales de la
Orden. Contrariamente a lo que alguno se ha imaginado, estas pruebas no tienen
en absoluto como objetivo el de hacer resurgir el coraje o las cualidades
morales del recipiendario; ellas figuran una enseñanza que el pensador deberá
discernir, y luego meditar, en el transcurso de toda su carrera de
iniciado".
Vemos
en ello que la ortodoxia masónica, tal y como la hemos definido, se refiere al
conjunto del simbolismo considerado como un todo armónico y completo y no
exclusivamente a este o aquel símbolo en particular, incluso una fórmula como A L.·. G.·. D.·. G.·. A..·. D.·. U.·., de la
que se ha querido a veces hacer una característica de la Masonería regular,
como si ella pudiera por sí misma constituir una condición necesaria y
suficiente de regularidad y cuya supresión, después de 1877, ha sido a menudo
reprochada a la Masonería francesa. Aprovecharemos esta ocasión para protestar
enérgicamente contra una campaña todavía más ridícula que odiosa, si cabe,
dirigida desde hace ya algún tiempo contra esta última, en Francia mismo, en
nombre de un pretendido espiritualismo que no tiene razón de ser en este caso,
por ciertas gentes que se revisten de cualidades masónicas más que dudosas; si
estas gentes a quienes no queremos hacer el honor de nombrar, creen que sus
procedimientos asegurarán el triunfo de la pseudo-masonería que ellos mismos
tratan vanamente de lanzar bajo etiquetas diversas, se equivocan extrañamente.
No
queremos tratar aquí, al menos por el momento, la cuestión del G.·. A.·. D.·.
U.·.. Esta cuestión ha sido, en los últimos números de "La Acacia",
objeto de una discusión muy interesante entre los HH:. Oswald Wirth y Ch. M.
Limousin; desgraciadamente, esta discusión ha sido interrumpida por la muerte
de este último, muerte que fue un duelo para la Masonería entera. Sea como
fuere, diremos solamente que el símbolo del G.·. A.·. D.·. U.·. no es en
absoluto la expresión de un dogma, y que, si se comprende como es debido, puede
ser aceptado por todos los Masones, sin distinción de opiniones filosóficas,
pues ello no implica en absoluto el reconocimiento por su parte de un Dios
cualquiera, como se ha creído muy a menudo. Es lamentable que la Masonería
francesa se haya equivocado a este respecto, pero es justo reconocer que no ha
hecho en esto más que compartir un error bastante general; si se consigue
disipar esta confusión, todos los Masones comprenderán que, en lugar de
suprimir al G.·. A.·. D.·. U.·. es preciso, como dice el H.·. Oswald Wirth, en
las conclusiones a las que nos adherimos plenamente, buscar el hacerse una idea
racional, y tratarlo de esta manera como a todos los demás símbolos
iniciáticos.
Esperamos
que llegará un día no muy lejano en que se establecerá el acuerdo definitivo
sobre los principios fundamentales de la Masonería y sobre los aspectos
esenciales de la doctrina tradicional. Todas las ramas de la Masonería
universal volverán entonces a la verdadera ortodoxia, de la cual algunas de
ellas se han alejado un poco, y todas se unirán al fin para trabajar en la
realización de la Gran Obra que es el cumplimiento integral del Progreso en
todos los dominios de la actividad humana.
Publicado originalmente en La Gnose, París, abril de 1910 firmado
por T. Palingénius. Recopilado en René Guénon, Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage II, a título
documental.
Publicaciones Masonicas Herbert Oré Belsuzarri
Publicaciones Masonicas Herbert Oré Belsuzarri
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