Escribe: Herbert Oré B.
En el principio solo
existían los dioses, todo lo tenían que hacer ellos mismos, pero claro el
tiempo es lo que menos importaba. ¡Eran los dioses! Inmortales, pero
profundamente aburridos.
Un buen día se les ocurrió
una brillante idea. ¿Por qué no creamos, a un sirviente? ¿Acaso no somos los
dioses? Debatieron y hubo de todo en las diversas opiniones, finalmente
aprobaron la idea de crear un ser para su servicio. Cada dios le dio una
virtud, pero a la vez también le dieron sus defectos. Eso no importaba mucho,
total solo se trata de un ser para venerar a los dioses.
En efecto crearon a un ser
obediente, diligente y muy trabajador, pero con un periodo de vida muy corto,
por lo que decidieron hacer muchos, tantos como dioses y necesidades tenían. Y
todo parecía marchar bien.
De pronto estas creaciones
se preguntaron, ¿Por qué ellos solo tenían que ser sirvientes? ¿No tenían acaso
derecho a ser felices? La protesta fue tan grande que atrajo la atención de los
dioses. El dios de la sabiduría dijo: Demos al hombre la oportunidad de ser
feliz, una motivación para que trabaje más contento y por tanto más productivo.
Un nuevo debate y las diosas opinaron que debían darles compañeras, no solo
para motivarles, sino también para que puedan crecer en número y no distraigan
el tiempo de los dioses, para crear reemplazos cuando mueren o tener que
enseñarles cada vez que era necesario a las nuevas creaciones. Y así, les
dieron parejas y todos con renovado ánimo empezaron a trabajar con más
entusiasmo que antes. Para comunicarse crearon signos con sus manos hasta que
lograron hablar, empezaron a utilizar diferentes herramientas para hacer más
ligero el trabajo y poder dedicar más tiempos a sus dioses. Todo estaba bien,
pero entonces surgió nuevamente en el hombre otras interrogantes. ¿Por qué yo debo
trabajar, si hay tantos que lo hacen? ¿No será más fácil quitar a los otros?, así
tendríamos más para darle los dioses.
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