TRANSMUTACIÓN DE METALES: EL CONDE CAGLIOSTRO Y COMO OBTENER ORO DESDE EL PLOMO
HISTORIA DE LA ALQUIMIA, Y LA TRANSMUTACIÓN DE METALES:
En el siglo XVII no todas de las trece sustancias conocidas como elementos, eran consideradas necesariamente como elementos. En la época de Boyle, sólo podía realmente, estar seguro de que el oro, por ejemplo, no podía dividirse en sustancias simples.
El mismo Boyle (imagen) no creía que el oro fuese un elemento. Tal vez otro metal, como el plomo, pudiese ser dividido en sustancias con las que volverse a combinar para formar oro. En otras palabras, el plomo y el oro podían estar compuestos de otros elementos aún más simples.
Incluso Boyle persuadió a Carlos II para que volviese a hacer uso de la antigua ley de Enrique IV que prohibía la fabricación de oro, porque creía que aquella ley se encontraba en el camino del progreso científico.
Durante más de cien años después de Boyle, la tentativa de fabricar oro por transmutación continuaba sin disminuir. En parte, esto ocurría porque la realeza de aquel tiempo continuaba en extremo interesada en semejantes proyectos. El Gobierno se había hecho mucho más caro que en la Edad Media, pero el sistema de impuestos continuaba siendo medieval.
Aunque los pobres campesinos se encontraban agobiados por el índice de tributos, la recaudación era tan ineficaz y los Gobiernos tan corruptos, que los reyes de los siglos XVII y XVIII andaban siempre muy escasos de dinero. Se veían constantemente tentados de creer a cualquier alquimista que jurase que el oro podía fabricarse a partir del hierro.
Así, Cristián IV, rey de Dinamarca desde 1588 a 1648, acuñó moneda con «oro» preparado por él y un alquimista. Lo mismo hizo Fernando III, el emperador del Sacro Imperio Romano, de 1637 a 1657. A veces los falsificadores llegaban demasiado lejos. Uno de ellos fue atrapado y colgado en 1686 por un margrave alemán. Otro alquimista fue ahorcado en 1709 por el rey de Prusia Federico I.
Tanto el margrave como el rey habían sido seducidos por su ansia de oro. Tal vez el más famoso falso alquimista de todos los tiempos fue un siciliano llamado Giuseppe Balsamo (1743-1795). En su juventud trabajó como ayudante de un boticario y recogió ligeros conocimientos de química y medicina.
También tenía un pico de oro, un gran talento para el engaño y ninguna clase de moral. Forjó engaños de todas clases, alegando, por ejemplo, que su vida había durado ya miles de años, que podía fabricar oro y que poseía elixires secretos que conferían una gran belleza y una larga vida. Bajo el nombre de conde Alejandro de Cagliostro, operó con notable éxito en la Francia de Luis XVI.
Fundó sociedades secretas, fabricó oro falso y defraudó a la crédula gente de toda condición. Finalmente, cometió el error de verse envuelto en el robo de un collar valioso a un joyero, con la pretensión de que era para la reina María Antonieta. Esto le hizo dar con sus huesos, en 1785, en una cárcel francesa.
El «asunto del collar de la reina» representa una publicidad muy nefasta para María Antonieta, a la que muchos supusieron implicada en aquellos engañosos negocios (aunque, en realidad, no era así). Esto ayudó al comienzo de la Revolución francesa, en 1789. Cagliostro había conseguido salir de la cárcel para entonces. Pero su suerte había acabado. Fue encarcelado, en Roma, por los manejos de una sociedad secreta y esta vez se le condenó a cadena perpetua.
Cagliostro es un relevante personaje en varias de las novelas histéricas de Alejandro Dumas, el cual, desgraciadamente, lo trata con demasiada simpatía. Incluso los científicos más destacados continuaron la persecución de la investigación del oro. El caso más desconcertante es el de Isaac Newton (1642-1727), probablemente el científico más ilustre que haya existido nunca.
Newton dedicó una gran cantidad de tiempo a la búsqueda alquímica del secreto de la fabricación de oro, aunque no con más éxito que las mentes menos preclaras a la suya que lo habían probado. La persistente fe en la Alquimia dio nacimiento a otras curiosas ideas, que se hicieron populares. Una fue una nueva teoría acerca de la combustión.
Hacia 1700, un médico alemán llamado George Ernst Stahl, siguiendo su pista de la idea yabiriana del «principio» quemador (azufre), dio un nuevo nombre a este principio: «flogisto», de una voz griega que significaba «inflamable». Según Stahl, cuando una sustancia ardía, el flogisto la abandonaba y escapaba al aire.
La ceniza que quedaba ya no podía arder más porque estaba por completo liberada de flogisto. Stahl concibió otra idea que era más ingeniosa de lo que suponía. Afirmó que la oxidación de los metales constituía proceso muy parecido al de la quema de la madera. (Esto es verdad: en ambos casos constituye el proceso de oxidación.)
Stahl teorizó que, cuando un metal se calentaba, el flogisto escapaba de él y dejaba un «residuo» (al que nosotros llamaremos óxido). Su teoría pareció explicar los hechos de la combustión, con tanta claridad, que fue algo aceptado por la mayoría de los químicos.
Casi la única seria objeción radicaba en que el residuo de un metal oxidado era más pesado que el metal original. ¿Cómo podía el metal perder algo (flogisto) y acabar siendo más pesado? Pero la mayoría de los químicos del siglo XVIII no se preocuparon por esto. Algunos sugirieron que tal vez el flogisto poseía un «peso negativo», por lo que una sustancia perdía peso cuando se le añadía flogisto y ganaba peso cuando el flogisto la abandonaba.
El misterioso conde de Cagliostro: Alquimista, francmasón, adivino y curandero, falsificador y rufián, frecuentaba a los poderosos de la Europa del Siglo de las Luces, a quienes dejó perplejos gracias a sus conocimientos de magia. Implicado en un sinfín de escándalos, fue encarcelado y luego desterrado en Francia. Su muerte es un enigma.
El personaje conocido como Cagliostro, nacido en Palermo en 1743, se llamaba en realidad Giuseppe Bálsamo (que tampoco es mal nombre para un curandero). Era de familia humilde y prácticamente se había criado en la calle, lo que le sirvió para estar muy bregado en picaresca y en capacidad de supervivencia ante la adversidad. Viajó por los principales centros culturales de la época: Grecia, Egipto, Marruecos, España y Francia, además de Italia.
Todos ellos fueron lugares de paso y aprendizaje para el futuro místico a la vez que mago. En aquellos tiempos Cagliostro vivía de sus dotes de curandero y peregrinaba por las ciudades vendiendo un «elixir de la eterna juventud», producto que combinaba con filtros para el amor y preparados alquímicos de múltiples aplicaciones. Acompañado por su esposa, viajó por toda Europa, ofreciendo sus servicios y vendiendo sus productos, en especial un “su elixir mágico”. Instalado en San Petersburgo, el matrimonio Cagliostro vive rodeado de un halo de gloria.
El conde lleva a cabo una serie de curaciones sorprendentes entre la aristocracia, lo que le granjea grandes simpatías. Pero, una vez, las circunstancias se vuelven hostiles —parece que hay un duelo de por medio— y tiene que abandonar Rusia y huir a Polonia, instalándose en Varsovia. De nuevo se ve rodeado de innumerables admiradores, entre los que hay que incluir al mismo rey. Balsamo-Cagliostro continúa dedicándose a manipulaciones alquímicas, pero sus manejos levantan antipatías entre la aristocracia. El matrimonio, siguiendo su inveterada costumbre, se ve obligado a huir.
Instalado en Estrasburgo, en donde residirá durante tres años, Cagliostro se siente orgulloso de dominar los secretos alquímicos. En esta ciudad realiza una curiosa labor de índole social, atendiendo a enfermos y pobres, y llevando a cabo una serie de curaciones sorprendentes. Estas actividades sirven para ganarse, una vez más, el favor tanto de poderosos como de humildes. En esa época entabla relación con un personaje que servirá para encumbrarle, primero, y arruinarle, después. Se trata del cardenal de Roñan, hombre ingenuo que goza, sin embargo, del favor real. Trasladado a París, Cagliostro reside en uno de los palacios de la marquesa de Orvilliers. Crea entonces una logia masónica de la que se nombra gran maestre, con el título de Gran Copto. A la secta pertenecen ilustres nombres de la nobleza.
El mago disfruta entonces de una etapa de máximo esplendor. Es consultado por la reina María Antonieta, y vaticina con acierto acontecimientos como el del nacimiento del Delfín. Con respeto y temor, corre entonces la voz de que Cagliostro es capaz de evocar los espíritus, y que posee la clave para fabricar remedios de gran poder.
La incesante polvareda levantada por las actividades de Cagliostro, y de su esposa, dio pie a ironías e interpretaciones críticas de su persona como la que muestra la imagen, en la que se leve durante una de sus actuaciones en la logia masónica de Londres, en 1786.
En 1785 vivía en una posición francamente holgada en la corte francesa, pero tras un escándalo que lo vinculó con el robo de un collar de María Antonieta, comenzó a caer en desgracia.
En 1791 fue detenido por la inquisición, acusado de engaños, estafas y, lo que era todavía más importante, por ser un conspirador y frecuentar la Masonería, además de intentar organizar una logia en Italia. Lo cierto es que Cagliostro había pertenecido a la Rosacruz y había introducido importantes reformas litúrgicas en esa sociedad secreta.
Fue también miembro de la Masonería, y una de sus profecías más impactantes predijo la Revolución Francesa y la Independencia de Estados Unidos. En ambos sucesos estuvo luego implicada la logia masónica que había acogido al misterioso conde. La historia oficial registra que permaneció en prisión hasta el momento de su muerte. La leyenda asegura que no sólo efectuaba salidas temporales de la prisión a través de un espejo mágico, sino que además utilizó sus dotes de brujo para fugarse de la cárcel.
La estrategia fue intercambiar mediante sortilegios su cuerpo con el de un monje (otros apuntan a un celador), que fue en realidad el cadáver que los guardianes encontraron en la celda de Cagliostro.
Fuente Consultada:
En Busca de los Elementos de Isaac Asimov
Enciclopedia del Esoterismo de Mariano José Vazquéz Alonso
http://historiaybiografias.com/cagliostro/
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