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domingo, 15 de octubre de 2017

La esfinge: el león perdido de Gizeh

La esfinge: el león perdido de Gizeh
Artículo publicado en la revista Más Allá de la Ciencia en 2001.


Destapada decenas de veces de las arenas del desierto, hasta el día de hoy nadie ha podido descubrir los verdaderos misterios que oculta la Esfinge de la meseta de Gizeh. Como si se tratara de un perfecto laberinto urdido por los antiguos sacerdotes egipcios, este lugar todavía oculta bajo sus arenas un secreto sin igual: la existencia en el mismo lugar de otra Esfinge igual de enorme y misteriosa que la que todos conocemos.

Cuando Julio César alcanzó las costas de Egipto en el año 40 a. C. y protagonizó su mágico encuentro con la inefable reina Cleopatra VII, la Esfinge llevaba, al menos, 2.500 años guardando las grandes pirámides de Menfis. Poco antes, cuando Alejandro Magno llegó a esta ciudad en el año 332 a. C. para liberar a Egipto del yugo persa, la Esfinge llevaba vigilando las arenas del desierto, al menos, 2.200 años. Cuando Ramsés II el Grande fue dueño y señor de todo el mundo conocido hacia el 1280 a. C., era consciente de que mucho antes que él, al menos 1.300 años, un dios había levantado en el desierto oriental un gigantesco león de piedra, la Esfinge. Y cuando los herederos de las grandes pirámides de Menfis, Keops, Kefrén y Micerinos, hicieron temblar al mundo con sus gigantescos santuarios, hacia el 2.500 a. C., seguramente la Esfinge llevaba reinando miles de años sobre las dunas del desierto del Amduat.

Los interrogantes que rodean a este gigantesco y solitario león de piedra son muy numerosos. Sin embargo, el más extraordinario de todos es quizás el plantearse la posibilidad nada desdeñable de que la Esfinge de la meseta de Gizeh no ha estado tan sola a lo largo de la historia, tal y como se nos ha querido hacer ver. A la luz de las investigaciones realizadas en los últimos meses, la existencia de otra Esfinge en Gizeh, igual de majestuosa que la que todos conocemos, ha adquirido un remarcado protagonismo en las discusiones de los expertos. Esta hipótesis de trabajo reabre y da nuevos bríos a todas las profecías y teorías existentes en torno a la presencia de misteriosas cámaras bajo el león del desierto.

El rey del Amduat

El problema de la Segunda Esfinge de Gizeh se ha convertido en Egipto en un asunto casi político. Defensores y detractores no se ponen de acuerdo ni en la fecha ni en la ubicación de esta segunda Esfinge. Lo cierto es que el problema no es para menos. Nos podemos imaginar el tamaño del mismo si nos acercamos a las dimensiones de la Esfinge que todos conocemos. Según los datos aportados por el Sphinx Project dirigido por el egiptólogo estadounidense Mark Lehner, su longitud, desde la punta de las patas delanteras hasta la base de la cola, alcanza los 72,55 metros. Más o menos el ancho de un campo de fútbol de dimensiones medias. En este punto hay que reseñar para los amigos del dato que la pata delantera izquierda (la norte) es 0,26 metros más larga que la derecha (la sur).

Su altura no es menos espectacular. Desde el suelo de la trinchera en la que se levanta hasta la cabeza de la antigua cobra, exhibida hoy en el Museo de El Cairo, y que decoraba el tocado nemes (el típico pañuelo de rayas horizontales y verticales que empleaban los faraones), la Esfinge alcanza los 20,22 metros, o lo que es lo mismo la altura de una casa de 5 pisos. La parte más alta del lomo llega a los 12, 38 metros. De igual manera, para completar la tabla de datos hay que añadir finalmente que la anchura máxima del león de piedra es de 19,10 metros.

Con estos datos en la mano, el plantearse que en la meseta de Gizeh existe perdido bajo las arenas un hallazgo arqueológico de este valor, nos da una idea de los problemas que puede acarrear. Ahora bien, la complicación más importante estriba en conocer exactamente el lugar en donde buscar.

Gizeh: un plano del Inframundo

A medida que nos alejamos de la Esfinge no es difícil descubrir que todo el sector monumental de Gizeh gira en torno a esta figura leonina. Incluso la ubicación de cada una de las pirámides y del propio león de piedra puede deberse a un macroproyecto religioso urdido por los sacerdotes egipcios, quizás en época prefaraónica, para el que de forma ineludible necesitaban dos esfinges.

El Libro del Amduat describe el itinerario del disco solar cuando se pierde en el horizonte occidental en las últimas horas del día. Son las doce horas de la noche, cada una de las cuales se correspondía con una de las doce partes en las que se divide para los antiguos egipcios el Más Allá, el Amduat. Al contrario de los antiguos repertorios de fórmulas como los Textos de las Pirámides, los Textos de los Sarcófagos o incluso el coetáneo Libro de los Muertos, el Libro del Amduat muestra una unidad argumental desde el principio hasta el final. No son fórmulas inconexas a modo de recetas destinadas a situaciones más o menos previsibles sin ninguna continuidad espacial ni temporal, tal y como presentan los antiguos textos religiosos. Además, en el caso del Amduat la geografía y la toponimia de estos lugares aparece descrita con todo lujo de detalles. Cada una de sus doce horas o regiones tenía un gobernador, una población, sus ríos, sus montañas, sus leyes o sus emblemas.


Pues bien. La Quinta Hora del Libro del Amduat describe el reino de Sokaris, una divinidad con cabeza de halcón, dios de las necrópolis y cuyo nombre ha dado lugar a lo que hoy es la región de Sakkara, al sur de Gizeh. El momento más significativo de esta hora es la representación de los dos leones Aker frente a la colina primigenia del Nun, el no ser, del que devino la creación del mundo. Esta colina primigenia no es más que una forma piramidal rematada por una cabeza y por un escarabajo que representa al Sol. Sobre el conjunto existe una especie de colina en la que reposan dos pájaros, Isis y su hermana Nephtys. Según afirmó en 1947 el arqueólogo egipcio Selim Hassan, dentro de su publicación sobre la Esfinge, esta Quinta Hora del Amduat puede verse en la propia meseta de Gizeh.

Si Hassan está en lo cierto, y no hay nada que nos pueda llevar a pensar lo contrario, la meseta de Gizeh sería entonces una recreación gigante de una especie de reino de Sokaris. En él la Esfinge desempeñaría el papel del propio dios león Aker, en el sentido de ser el protector de la necrópolis y la Gran Pirámide sería la colina primigenia. Este detalle que siempre se ha sospechado, encontraría en el hallazgo de Hassan una explicación racional. Cabría preguntarse que si realmente la Esfinge que todos conocemos es el guardián oriental de la necrópolis, del mismo modo, si de verdad es una representación de Aker, entonces debería haber otra Esfinge en el sector occidental de Gizeh, completando así la divina pareja de leones Aker. No hay razón para pensar lo contrario. En el sector oeste de la meseta de Gizeh hoy se levanta el escenario construido para representar la ópera de Verdi, Aída. Un poco más al sur está la planicie desde la cual los turistas hacen sus fotografías de la meseta con las tres pirámides juntas. Posiblemente entre estos dos lugares o no muy lejos de allí se encuentre la otra Esfinge de Gizeh.

Existe una prueba documental al respecto. La Estela del Sueño de Tutmosis IV (1400 a. C.), ubicada entre las patas de la Esfinge, muestra en la representación de la luneta superior una imagen del dios Aker, en este caso formado por dos esfinges como la de Gizeh. ¿Está haciendo alusión simplemente a la divinidad Aker o es que realmente existe en el otro extremo de la meseta un “león del mañana” en contraposición al “león del ayer”, la Esfinge oriental?

También existe otra posibilidad. Bassam El Shammaa, investigador alejandrino especializado en egiptología, está convencido de que la Segunda Esfinge se encuentra todavía bajo la arena del desierto. Lo puedes leer en este otro artículo.

Las otras “Cámaras Secretas”

Ahora bien. Se encuentre en donde se encuentre la Segunda Esfinge, este monumento puede proporcionar la clave para explicar algunas lagunas existentes en la historia de esta civilización. ¿Están escondidas bajo este desconocido león del desierto todas las cámaras secretas que se han achacado desde siempre, y entonces por error, a la Gran Esfinge?


Durante la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos hizo furor el trabajo de un psíquico llamado Edgar Cayce. Siempre en estado de trance, este hombre recitó durante su vida miles de “interpretaciones” que hacían alusión al antiguo Egipto. Cayce estaba convencido de que el origen de esta civilización era atlante, en una fecha cercana al 10000 a. C. Dando la razón al filósofo griego Platón, Cayce defendía que en su huida de la destrucción de su continente los atlantes fueron a parar a Egipto. Allí fundaron esta extraordinaria cultura, dejando gran parte de su legado escrito sobre unos misteriosos documentos guardados bajo la Esfinge en una habitación denominada la Sala de los Archivos. La búsqueda de esta Sala ha sido el objetivo principal de la Fundación Edgar Cayce, una institución que nació tras el fallecimiento de su promotor y adalid. Según afirmó Cayce en algunas de sus “interpretaciones”, la Sala de los Archivos iba a ser descubierta a finales del siglo XX en concreto bajo su pata derecha. ¿Pero bajo la pata de cuál de las dos esfinges?

A pesar de las innumerables batidas y la utilización de los equipos más sofisticados, el resultado de la búsqueda ha sido infructuoso, por lo que ya se empieza a barruntar la posibilidad de que la “interpretación” de Cayce no sea más que otro error en la carrera de este excéntrico profeta durmiente. O quizás hemos buscado bajo la esfinge errónea.

Las verdaderas cámaras ocultas

Siendo exactos en lo que respecta a la existencia de cámaras bajo el cuerpo de la Gran Esfinge, hay que reconocer que su presencia está más que probada. Si realmente esa dualidad existió no sería de extrañar, por lo tanto, que la Segunda Esfinge poseyera algunos de los increíbles hallazgos que tiene su hermana gemela. Para que nos hagamos una idea del valor potencial arqueológico que tendría el hallazgo de la Segunda Esfinge repasaremos lo descubierto hasta la fecha en el monumento que todos conocemos.

En la década de 1990 el geofísico estadounidense Thomas Dobecki llevó a cabo varias experiencias en la cubeta sobre la que está construida la Esfinge. Junto a él se encontraba Robert Schoch, geólogo ligado a la Universidad de Boston y que se haría muy célebre por su polémica datación de la Esfinge entre el 5000 y el 7000 a. C. Durante sus investigaciones, ambos científicos empleando algunos radares subterráneos, descubrieron una serie de “anomalías y cavidades en la roca madre entre las patas del león y a lo largo de los lados de la Esfinge”. En concreto aparecieron cuatro. La más grande de todas tenía unas medidas de 9 x 12 metros en la base, con una profundidad de 5 metros. ¿Se corresponde esta habitación con la mencionada Sala de los Archivos de Edgar Cayce? Aunque Schoch pensaba que se trataba de cámaras naturales, más de una década después, no podemos decir nada de su investigación ya que tales cavidades nunca han sido estudiadas debido principalmente a la reticencia de las autoridades egipcias, poco propensas a dar permisos de excavación basados casi exclusivamente en la intuición mística de un profeta.

Cámaras en boca de todos

La idea de cámaras ocultas bajo la Esfinge no es en absoluto algo nuevo, producto de la imaginación de visionarios del siglo XX. Las historias de su existencia han estado a la orden del día justo desde el final de la época faraónica.

Sin embargo, no ha sido hasta hace poco cuando la Esfinge ha hecho despertar en el colectivo general las más extrañas fantasías. Para hacernos una idea de la situación tenemos que viajar en el tiempo hasta el año 1945. En el trono de Egipto gobernaba desde el año 1936 el rey Faruk I (1920-1965), hijo Fuad I (1868-1936) y nieto del mítico Ismail Pasha (1830-1895). La historia no está documentada, pero todo parece indicar que una noche del año 1945 Faruk cubierto por el oscuro velo de la noche abandonó El Cairo en su jeep. Su destino no era otro que la meseta de Gizeh. Allí quiso dar un paseo en los alrededores de la Esfinge. Según contó más tarde, el propio Faruk pudo “tocar algo y empujar una enorme losa abierta, que hacía de puerta.” Tras dicha abertura encontró, siempre según la versión de Faruk “una gran habitación guardada por un autómata.”

La historia no era nueva. El cronista Masoudi, nacido en Bagdad y fallecido en el año 956, cuenta en sus Praderas de Oro que este autómata, un robot de metal, tenía la función de proteger el tesoro de la Esfinge y que “destruía todo excepto a aquellos quienes por su conducta eran merecedores de ser admitidos.” Otro cronista como Ibn Abd Hokm relata un suceso similar.

El investigador Andrew Tomas habla de un caso parecido en el que participó un compañero suyo, caballero que trabajaba en la Junta Municipal de Shanghai, China, y que visitó Egipto en el año 1934. Al parecer, el caballero en cuestión había mantenido una relación epistolar anterior con un maestro árabe. Una vez en El Cairo, el mencionado maestro le llevó por la noche a la Esfinge y tras abrir una puerta de manera similar a como lo hizo once años después el ya rey Faruk, descendieron por una galería oscura y larga. Después de caminar durante una distancia muy grande llegaron a un lugar sobre el que se levantaba un extraño muro de luz. El protagonista aseguró que tras él pudo observar escenas y figuras.

Una Puerta al Inframundo

Sin embargo, muy pocos conocen la verdadera realidad de la Gran Esfinge. No hace falta utilizar sofisticados aparatos tecnológicos para descubrir la existencia de cámaras ocultas bajo este enorme león de Gizeh.

Mientras Zahi Hawass, ex ministro de Antigüedades y Mark Lehner restauraban la Esfinge durante la década de los años 80, tres ancianos que habían trabajado con ellos como obreros del Servicio de Antigüedades les hablaron de la existencia de un pasaje bajo la cola de la Esfinge. Les contaron que lo conocían desde el año 1926, fecha en la que el arqueólogo francés Émile Baraize realizó la última restauración del monumento. Uno de los tres hombres, Mohamed Abd al-Mawgud Fayed, pudo proporcionar datos aún más precisos casi seis décadas después de su primera visita.

Pero la cola de la Esfinge está plagada de pequeños sillares de piedra. Podía estar en cualquier sitio. Al final, los arqueólogos dieron con el bloque adecuado. El jueves 16 de octubre de 1980 Hawass y Lehner se toparon con un bloque que ofrecía visos de haber recibido la típica restauración de la época de Baraize. Efectivamente tras él apareció un oscuro agujero que penetraba en la tierra en varias direcciones.

El pozo en sí cuenta con dos partes. Una de ellas desciende hacia el núcleo de la roca de la Esfinge. Su anchura no supera los 130 centímetros y la profundidad de esta primera parte alcanza los 5 metros. Su trabajo es muy tosco. La zona más profunda estaba totalmente llena de escombros. Todavía son visibles las marcas de las herramientas empleadas en el lugar y de una especie de “apoyapiés”, utilizados seguramente para facilitar la ejecución de la obra.

Estas marcas también pueden ser observadas en la parte superior del túnel que va desde el propio nivel de la cubeta sobre la que se levanta la Esfinge hasta unos metros más arriba. Esta parte del pozo que asciende hacia el interior del cuerpo del león viene a medir unos 4 metros y acaba en un pequeño nicho de 1 metro de ancho y 1,80 de altura. El límite de este pozo está taponado por varias losas que según Hawass y Lehner son el producto de la primera restauración de este monumento, llevada a cabo durante el reinado de Tutmosis IV.

Una Esfinge de “Gruyer”

Éste es el túnel del que todo el mundo ha oído hablar. Sin embargo, la realidad va mucho más allá. Aunque resulte insólito, los egiptólogos reconocen la existencia de tres grandes túneles en la Esfinge. Uno de ellos, el más importante, ya lo hemos visto. Se encuentra junto a la cola. Pero aún hay más.
En 1978 de nuevo Hawass realizó otro hallazgo sorprendente. Justo detrás de la cabeza de la Esfinge el arqueólogo egipcio descubrió un agujero de poco más de medio metro de ancho. Parecía ser el resultado de una de las exploraciones realizadas en 1837 por Howard Vyse. A lo largo del siglo XIX la creencia de que la Esfinge estaba repleta de tesoros fue una idea que llevó a algunos aventureros a trabajar con dinamita. Desconocemos si realmente encontró algo que mereciera la pena. Tampoco sabemos qué razón llevó a Vyse a dinamitar esa parte concreta de la Esfinge y no otra. En el lugar los arqueólogos descubrieron un trozo de piedra bastante grande que pertenecía al tocado de la cabeza de la Esfinge.

Pero todavía hay más. Al menos queda un tercer túnel por abrir en la Esfinge, si bien es cierto que todavía nadie ha movido un dedo por saber qué hay al final de él. Cuando Baraize restauró el monumento no solamente dio con el túnel de la cola sino con otro que se encuentra en el sector norte del león. Es cierto que a la hora de hablar de los túneles de la Esfinge siempre se habla de los tres “reconocidos.” El de la cola, el que se encuentra junto a la cabeza, dinamitado por Vyse y éste. Sin embargo, cualquiera que consulte el archivo de Pierre Lacau, colaborador de Baraize en la campaña de excavación de 1926-1928 descubrirá que la existencia de túneles es verdaderamente sorprendente.
En concreto la fotografía CI 19 muestra un detalle bastante aproximado de la parte de la panza del león, en este sector norte. Allí puede observarse un boquete bastante grande. En esa misma imagen CI 19 se ve a un hombre que permanece bajo el nivel del suelo de la cubeta sobre la que se levanta la Esfinge, mientras es observado por otro hombre que se encuentra sobre un pequeño montoncito de arena que hay junto a la entrada del túnel.

Cámaras ocultas en el Templo del Valle

El entorno arqueológico que rodea a la Esfinge no se libra de la presencia de estas extrañas cámaras. Cuando el británico Flinders Petrie excavó el Templo del Valle de Kefrén hacia 1880, justo delante de la ubicación según Bassam El Shammaa de la Segunda Esfinge, se topó con algo sorprendente. En uno de los pasillos meridionales del templo, destinado a dar acceso a varios almacenes Petrie descubrió que una piedra de la pared se había cambiado de lugar. Al retirarla apareció una habitación totalmente oscura en la que no se podían ver ni puertas ni ventanas de ninguna clase. La habitación en sí tenía 5 metros de norte a sur por 2 metros de este a oeste. Su aspecto era tosco y daba la sensación de nunca haber sido finalizada lo que hizo pensar a Petrie que la estancia secreta en cuestión era precisamente un lugar conocido por muy pocos. Está levantada aprovechando las propias paredes de los bloques de granito que la rodean. Hacia su mitad tiene un desnivel que da acceso a la continuación de la habitación en cuyo extremo final gira hacia la derecha (el oeste) haciendo un pequeño recoveco de apenas 0,5 metros de ancho.

Por desgracia, según cuenta Petrie en su The Pyramids and Temples of Gizeh (London 1883) jamás encontró nada en su interior. Algunos de sus obreros le comentaron que corrían rumores de que allí aparecieron algunas momias de personajes del pueblo llano, posiblemente de Época Tardía (1000 a. C.).

La única manera de poder ver esta cámara es entrando en ella y pidiendo un permiso para cruzar la puerta metálica que cierra el paso en la sala hipóstila en forma de “T” invertida. Pero lo más curioso de todo es que cualquiera que vea un plano convencional del Templo del Valle de Kefrén, observará que esta misteriosa cámara no aparece por ningún lado. La cámara en sí resulta muy similar a las dos habitaciones ciegas superpuestas que se descubrieron en la esquina noroeste del templo de Seti I construido en la ciudad de Abydos en honor del dios Osiris.

La pregunta de la posible existencia de una Segunda Esfinge tiene envergadura y nadie puede negar que se trata de un interrogante que ha martilleado la cabeza de más de un investigador. Y principalmente porque tiene muchas probabilidades de ser cierta. Hallazgos recientes como la conocida tumba de Osiris, justo al pie de la calzada de Kefrén no hacen más que confirmar la complejidad arqueológica de este increíble lugar. La meseta de Gizeh, como sabe perfectamente cualquier excavador, es un auténtico pozo sin fondo. Se calcula, haciendo esos pronósticos que simplemente pueden entenderse como algo aproximado, que la meseta de Gizeh solamente nos ha mostrado un 10 por ciento de los monumentos que poseyó. Quién sabe entonces si bajo las arenas de esta región del desierto egipcio haya dos, tres o incluso más esfinges.

(c) 2015

http://www.nachoares.com/articulos/esfinge/

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