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domingo, 27 de noviembre de 2016

TEMPLARIOS Y MASONES

TEMPLARIOS Y MASONES


La iniciación en la masonería comprende las pruebas de la tierra, el agua, el aire y el fuego cuya presencia vemos en varias cofradías secretas de la antigüedad; la iniciación al grado de Maestro descansa sobre el mito del arquitecto asesinado. 

Entre los símbolos secretos de los antiguos francmasones operativos, hay que citar primero los laberintos que son verdaderas rúbricas iniciáticas de magia telúrica. Fueron destruidos, en su mayoría, por clérigos europeos a partir del siglo XVII; los que subsisten están muy a menudo ocultos por maleza que impiden sentir el inmenso impulso de las bóvedas. En el centro de los laberintos figuraba, por lo general, el rostro de uno o varios maestros de obras que encarnaban el alma de la cofradía masónica que había construido la Catedral. 

La escalera de caracol, que puede verse en numerosas torres de catedrales, fue un importante símbolo de la masonería medieval; aludía a la necesidad de evolucionar en torno a un eje central, de seguir las volutas de la existencia humana sin perder nunca de vista una referencia sagrada. A lo largo de esas escaleras o en los pilares, se encuentran marcas de constructores y signos lapidarios que son, unas veces, firmas de escultores, otras, restos geométricos que ofrecen claves de proporciones. Esas marcas existían ya en la más alta antigüedad; en las paredes del templo egipcio de Medinet- Habu , Dyamet (nombre egipcio), que data de la XVIII Dinastía, se ve la estrella de cinco puntas, la cruz de San Andrés, un armonioso trazado de un plano de templo, un cuadrado largo es decir, un rectángulo de 1 por 2 que es, hoy todavía, el símbolo de la logia masónica. 

Los albañiles de la Edad Media poseían tres «joyas» inmutables que definían la naturaleza de los tres grados de la iniciación. La piedra bruta o en bruto era la primera «joya», reservada a los aprendices; la segunda era la piedra cúbica de punta, reservada a los compañeros; la tercera, la tabla de trazo (de donde proviene la frase el trazado de arquitectura ) , reservada a los maestros albañiles. 

En la francmasonería contemporánea, la piedra en bruto sigue siendo el símbolo de los 
aprendices; pocas veces se emplea la piedra cúbica con punta y la tabla de trazo, desgraciadamente, se olvidó con el paso de los años. 

La gran «reserva» simbólica de la masonería medieval es, esencialmente, el repertorio iconográfico de los capiteles esculpidos. Allí encontramos el pelícano, el fénix y el águila de dos cabezas que se honran en los altos grados masónicos; todas las actitudes rituales del escultor iniciado se representan en la piedra o en la madera, todos los objetos sagrados de los albañiles son visibles en las iglesias y las catedrales, todos sus secretos espirituales y técnicos son accesibles aún gracias al lenguaje del símbolo. 

El término de «símbolo», que sin duda es el mejor camino para comprender la mentalidad medieval, nos da ocasión para abordar un tema delicado: las relaciones de la francmasonería medieval con otra gran sociedad iniciática de aquel tiempo, la orden caballeresca de los templarios. Como demostró el historiador Paul Naudon, en una obra sobre "Les loges de Saint-Jean", la epopeya de las catedrales se debió a la acción conjunta de la Iglesia, los templarios y los francmasones. Puesto que la masonería del siglo XX reivindica de buen grado su ascendencia templaría, es necesario examinar esta afirmación. 

Es sabido que, según la leyenda, los nueve fundadores de la Orden encontraron en los cimientos del templo de Jerusalén un cofre en el que se ocultaba un manuscrito secreto supuestamente escrito por el mismo Rey Salomón de inestimable valor iniciático; éste relataba el procedimiento empleado por Salomón para realizar la Gran Obra alquímica en el interior del cuerpo humano. Poco después de su nacimiento, en 1118, la orden del Temple tuvo una gran actividad arquitectónica; recurrió a los albañiles y los protegió de un modo constante. En cada comandancia había un maestro arquitecto que velaba por los derechos de franquicia concedidos a todos los obreros que solicitaban la hospitalidad del Temple. En 1268, Fouques de la Orden del Temple es, a la vez, templario, francmasón y maestro carpintero del rey; es el vivo símbolo de una unión total. 

Además, en 1 155, casi todas las logias inglesas eran administradas por el Temple. El 19 de marzo de 1314 tiene lugar la ejecución de Jacques de Molay, que supone la muerte oficial de la orden templaría. ¿Qué se reprochaba a esos caballeros? Esencialmente que mantuvieran cultos heréticos y se entregaran a prácticas sexuales. Son las calumnias habituales que aparecen sin cesar cuando se ataca a las sociedades iniciáticas. De hecho, Felipe el Hermoso había visto cómo su solicitud de admisión era rechazada por los maestros templarios, y su vanidad de tirano, acompañada por una imperiosa necesidad de dinero, desembocó en los actos criminales conocidos por todos. Además, los templarios no revelaban a la Iglesia romana el secreto de sus asambleas; los «capítulos» del Temple interior se reunían por la noche y no se confundían con las asambleas que administraban los inmensos bienes materiales de la orden. 

Solo hemos conservado algunos retazos de la iniciación templaría. Antes de la entrada del neófito, el maestro del lugar preguntaba a los hermanos: ¿Queréis que le hagamos venir por Dios?; a eso responden: «Hacedlo venir por Dios». Cuando el neófito entra en el templo, todos los iniciados se vuelven hacia él y le preguntan: «¿Os halláis todavía en vuestra buena voluntad?»; fórmula que la francmasonería transformara ligeramente preguntando al profano si es libre y de buenas costumbres. «Requerís algo muy grande», dice el maestro al postulante, «pues solo veis la corteza de nuestra orden. Ignoráis los duros mandamientos de nuestra sociedad, pues es duro que vos, que sois dueño de vos mismo, os hagáis siervo de otro». Durante la ceremonia, una pregunta reaparece vanas veces: «¿Sois de buena voluntad?». Y todas las veces el postulante se compromete más y manifiesta su deseo de proseguir. El instante supremo es el de la «creación» del nuevo templario. El maestro se dirige entonces a los hermanos: «Si entre vosotros hubiera alguno que conoce en él (el postulante) algo que le impida ser un hermano según la Regla, que lo diga; pues mejor sería que lo dijese antes que cuando haya acudido ante nosotros». 

Esta fase ritual se conserva íntegramente en la iniciación masónica contemporánea. Los templarios empleaban ya la calavera que se encuentra en el «gabinete de reflexión» de los masones, honraban de modo particular una piedra procedente del cielo que puede confundirse con la piedra cúbica del compañero masón. Además, cuando el iniciado templario pasa por encima del crucifijo, lleva a cabo un acto análogo al del maestro masón cuando pasa por encima del ataúd de Hiram. El Gran Maestre de los templarios se afirma, por lo demás, como arquitecto, puesto que posee el ábaco, el bastón sagrado de los constructores. La fiesta del solsticio del san Juan de invierno reúne a templarios y francmasones, y los grandes maestros de ambas órdenes encienden personalmente las hogueras rituales. 

Es del todo cierto que templarios y francmasones mantuvieron estrechos vínculos durante la época medieval. Tras la destrucción de la orden del Temple, algunos afirmaron que los templarios habían escapado de la matanza. Varios hermanos se habrían refugiado en Escocia, cerca de Heredom, donde fueron recibidos con alegría por los caballeros de san Andrés del Cardo. En nuestros días, el Rito Escocés Rectificado reivindica a los templarios que habrían creado ese rito masónico en Heredom, hacia 1340. Según otros relatos, el rey escocés Bruce habría acogido en su corte a los templarios supervivientes y fundado en su honor la orden del Cardo, hacia 1313. En su obra Del régimen de estricta Observancia, el masón de Hund resume en estos términos la leyenda que une los templarios con los masones: «Tras la catástrofe, el Gran Maestro provincial de Auvernia, Pierre d'Aumont, huye con dos comendadores y cinco caballeros. Para no ser reconocidos se disfrazaron de obreros albañiles y se refugiaron en una isla escocesa donde encontraron al gran comendador Georges de Harris y a varios hermanos más, con los que decidieron continuar la orden. Celebraron, el día de 
san Juan de 1313, un capítulo en el que Aumont, el primero de su nombre, fue nombrado 
Gran Maestro. Para evitar las persecuciones, tomaron prestados símbolos del arte de la albañilería y se denominaron albañiles libres». La nueva orden se extendió entonces por Inglaterra, Alemania e Italia. Los nombres y las fechas, una vez más, deben ser puestos en duda, y numerosos historiadores rechazan la ascendencia templaría de la francmasonería. 

Cierto es, sin embargo, que algunos templarios prosiguieron la Obra iniciada y se refugiaron en las cofradías de albañiles a los que habían protegido cuando eran poderosos. La identidad de 
puntos de vista y la comunidad de los símbolos eran serios motivos de aproximación. 

Además, la filiación templaría es una realidad viva para muchos masones que recuerdan las palabras pronunciadas por su hermano Ramsay en el siglo XVIII: «Los cruzados [que se identifican aquí con los templarios], reunidos de todas partes de la cristiandad en Tierra Santa, quisieron unir en una sola confraternización a los subditos de todas las naciones. El nombre de francmasones no debe ser entendido, pues, en un sentido literal, grosero y material... Qué agradecimiento se debe, pues, a esos hombres superiores que, sin grosero interés, sin ni siquiera escuchar el natural deseo de dominar, imaginaron un establecimiento cuyo único objetivo es la reunión de los espíritus y los corazones, para hacerlos mejores, y formar, en el transcurso de los tiempos, una nación del todo espiritual». 

Llegados ya al final de este capítulo en el que hemos intentado hacer revivir algunos de los aspectos de la francmasonería en la Edad Media. Es hora de sacar algunas conclusiones de esta investigación, recordando los principios esenciales de la Orden masónica en la cima de su gloria y de su genio; tendremos así puntos de referencia para mejor comprender la ulterior revolución de la Orden. El albañil, el masón, de la Edad Media, entra en una cofradía cuyo objetivo principal es construir un templo de piedra destinado a recibir la asamblea de los fieles. 

Construyéndolo, el iniciado aprende también a construir un templo espiritual que nunca estará acabado. En el interior de la Orden no hay disociación entre el espíritu y la mano, entre los «pensadores» y los «manuales»; el Maestro de Obras es el símbolo viviente de esta unidad. 

Para el masón, el universo es una gigantesca obra donde se encuentran todos los materiales indispensables para la erección de la catedral. A él le toca saber utilizarlos y realizar la Obra más hermosa que ofrecerá a Dios y no a los hombres. «Todos los ritos de la masonería», escribió Jules Romains, «giran en torno a la idea de construcción. Si habéis comprendido eso, lo habéis comprendido todo». El masón, en efecto, no cree en el «buen salvaje»; a su juicio, el oficio es necesario para la culminación del alma, el trabajo es la mejor aproximación a lo divino. Pero no se trabaja de cualquier modo; para reconstruir al hombre edificando una iglesia, hay que estar iniciado y percibir el sentido de los símbolos. «Dios escribe derecho con renglones torcidos», dice un proverbio masónico que anuncia los descubrimientos de Einstein. Por eso la vida del masón es una espiral que se desarrolla hasta el infinito, una curva armoniosa que une el cielo y la tierra. El buen masón es el que tiene «el compás en el ojo», ese ojo de Luz que está siempre situado por encima del Venerable Maestro del lugar, en las logias actuales. 

Según la francmasonería, tres obras deben realizarse aquí abajo: prolongar la Obra de Dios llevando a la existencia lo que antes no era; por ejemplo, hacer surgir una catedral de la nada. Luego, prolongar la obra de la naturaleza revelando a los hombres lo que estaba oculto; por ejemplo, traducir a símbolos las ideas iniciáticas vividas en el secreto de los templos. 

Finalmente, crear de acuerdo con las leyes de la Maestría, es decir, unir lo que estaba separado y separar lo que estaba mal unido. El Maestro de Obras es aquel que consigue realizar esas tres obras gracias a las enseñanzas de la francmasonería. Podemos recordar ese hermoso diálogo de constructores que evoca, perfectamente, el estado de ánimo de los masones o albañiles medievales. 

Fuente:http://groups.google.com/group/SECRETO-MASONICO

http://rocadelasibila.blogspot.pe/2015/07/templarios-y-masones.html

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