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domingo, 12 de abril de 2015

Masones, Caballeros e Illuminati... El Gran Complot



Eduardo R. Calley.


Tal vez resulte una afirmación temeraria, pero lejos de lo que se pudiera creer, la caballería está vigente en el siglo XXI. Toda decadencia tiene un límite, y la especie humana ha desarrollado conceptos de los cuales se puede prescindir temporalmente, pero que se resisten a abandonar el sitio ganado. El hombre no está condenado a la decadencia; por el contrario, está llamado a glorificar a Dios con sus obras. Podrá olvidar su misión temporalmente, podrá parecer que todo se hunde, pero la parábola judía que afirma que el mundo se sostiene en el hombro de los justos es cierta.

Cada cultura ha tenido su apogeo, eso también es cierto. La cultura Occidental tuvo el suyo en tiempos de la Orden de la Caballería, en aquellos días en los que para ser un hombre no bastaba calzar pantalones sino que se debìan practicar unas virtudes que dieran muestra de la clase de luz que cada quien llevaba en el alma. La guerra justa se libraba junto con la epopeya interior, el dominio del Leviatán que acecha en cada uno de nosotros.

Un caballero era capaz de amar a una dama por toda la eternidad. Un cristiano pobre era sagrado, y una viuda intocable. La cristiandad crecía en brutalidad, pero al mismo tiempo lo hacía en su capacidad de moldear al mundo transformando el corazón de los hombres. Fue en la misma época que surgió el fenómeno de las catedrales; caballeros y masones formaban parte de la misma especie cultural.

Luego de los tiempos azarosos de las revoluciones, del advenimiento de las repúblicas, del linchamiento de los santos y de la banalización de lo sagrado, parecía que el mundo estaría condenado a renegar de la virtud, de la fe y del honor. Pero esta resultó ser una gran mentira.

En tiempos de relativismo no es sencillo comprender a una masonería ligada al fruto de la caballería. Por eso creí necesario contar la historia de los jacobitas, los testarudos escoceses, irlandeses e ingleses católicos que no se resignaban a abandonar a sus reyes Estuardo. Su epopeya tiene que ver con los cíclicos retornos de la caballería. Tiene que ver con una masonería previa a las pátinas de modernidad con las que fue cubierta. La historia del exilio jacobita nos acerca al espíritu de una institución que parece olvidada; pero que sólo lo parece. Va entonces la “Introducción” de “Masones, Caballeros e Illuminati”. Espero que les guste.

En el gran patio del castillo de los Caballeros Hospitalarios
de San Juan de Acre

Aunque todavía se discuta sobre si los orígenes de la masonería deben buscarse en el monasticismo o en las corporaciones de oficio de la Edad Media, existe cierto consenso en que su tradición tiene que ver con los traba­jadores de la piedra, en particular con los constructores de catedrales. Si esto es así, ¿Por qué existen tantos elementos provenientes de las órdenes de la caballería en una orga­nización que reclama su origen en los canteros y picape­dreros medievales? ¿De dónde proviene esta influencia? La respuesta está en la primitiva masonería de Escocia.

En efecto, cierto número de Ritos Masónicos vi­gentes reconoce la existencia de instancias superiores a las que se denomina genéricamente con el nombre de Altos Grados, Grados Filosóficos o Grados Colaterales. Una pro­porción importante de ellos guarda la marca de una tradi­ción propia de los masones escoceses, que fue trasvasada a Francia –y luego a Alemania– en medio de la situación de desastre político y militar que se vivía en las Islas Británi­cas a fines del siglo XVII.

La mayoría de los masones que actualmente prac­tican estos ritos escoceses no conoce los detalles de este patrón común en sus raíces. En el mejor de los casos la influencia escocesa es tomada en un sentido alegórico; en otros se la ignora. Sin embargo, las trazas dejadas por la caballería masónica escocesa pueden explicarnos mucho acerca de las contradicciones y los conflictos que, aún hoy, dividen a la Orden Masónica.

Para comprender el problema es necesario abor­darlo sin prejuicios, con el espíritu abierto a las investiga­ciones más recientes, y estar dispuesto a romper mitos.

El primero de ellos es el que ha pretendido fijar el nacimiento de la francmasonería en una taberna de Lon­dres en 1717. Esto no es cierto. Al menos no lo es en la for­ma en la que habitualmente se explica. La masonería espe­culativa no nació en aquella taberna londinense, sino que ya existía en Escocia, Irlanda e Inglaterra décadas antes de la fecha que se pretende fijar. Deberíamos preguntarnos: ¿Por qué razón se sigue sosteniendo este mito?

El dilema que se plantea aquí es que no hay una razón, sino varias. La primera de ellas tiene que ver con la lucha por la hegemonía del relato. Los masones ingleses siempre evitaron debatir sobre el papel de las logias en las luchas dinásticas que enfrentaron a las Casas de Hannover (protestante) y Estuardo (católica) en su puja por el poder político y religioso. De hecho, es una costumbre de la ma­sonería británica no discutir en sus talleres, ni de política, ni de religión. Esta actitud, ampliamente difundida en toda la francmasonería moderna, ha permitido crear un ámbito de amistad y concordia en el seno de las logias.

Estas luchas entre el partido católico y el protestan­te, pronto dejaron de ser un problema propio de las Islas Británicas para trasladarse al continente, en donde las lo­gias se verían seriamente involucradas. La masonería nació en medio de la conflagración de dos facciones en guerra.

Para esa época, a pocos masones les importaba que sus ancestros hubiesen sido constructores de iglesias y cas­tillos. La presencia de masones operativos, es decir, alba­ñiles y maestros de obra, era –como veremos– casi nula. Y si bien se habían mantenido los símbolos propios de la arquitectura, otros provenientes de la heráldica y del ima­ginario caballeresco, más acorde a la nobleza –sin olvidar la multiplicidad de esoterismos– ya estaban introducidos en las logias.

Los escoceses ganaron la partida en Francia y Ale­mania, imponiendo en el continente una versión diferen­te a la del relato inglés. Los ritos de ascendencia escocesa se expandirían luego por todo el mundo, en permanente competencia con los ingleses que, pese a todo, lograron imponer ciertos criterios de regularidad, es decir, reservar­se el derecho de reconocer o no a quienes trabajan según los Antiguos Linderos.[1] Las Constituciones de Anderson, si bien reflejaban la tendencia protestante de los Hannover, lograron establecer un marco que sería, en el futuro, punto de encuentro entre enemigos irreconciliables y una herra­mienta insuperable para el ejercicio de la Tolerancia.

Pero hay una segunda razón: Comenzaba el Siglo de las Luces y los hombres de la Ilustración traían nuevas ideas que ponían en jaque a las instituciones (la monarquía absoluta y la Iglesia). La tensión crecía entre la aristocra­cia conservadora y la incipiente aparición del libre pensa­miento. Al mismo tiempo se creaban sectas que, alentadas por las luchas religiosas, se apresuraban a asestar un golpe mortal a la Iglesia que veía amenazada su preeminencia.

Los hombres de la Ilustración querían transformar la sociedad, volviéndola más justa; las sectas, por el contra­rio, buscaban una revolución sangrienta.

La Revolución Francesa aniquiló la masonería cris­tiana escocesa del siglo XVIII e impuso una nueva en la que tuvo gran influencia la secta de Adam Weishaupt, “Los Iluminados de Babiera”, más conocida con el nombre de Illuminati.

La masonería francesa post revolucionaria tenía sus propias razones para hacer todos los esfuerzos posibles por aniquilar cualquier resabio de una masonería caballe­resca de ascendencia escocesa. Diremos que fue implaca­ble y que asesinó, sistemáticamente, a miles de masones.[2]

Hay una tercera razón: A los masones liberales, que rechazan todo vínculo de la masonería con las institucio­nes del Antiguo Régimen, no les resulta cómoda la pre­sencia de Ordenes de Caballería en el escenario masónico, pues como tales, todas tenían su modelo en la tradición católico-romana.[3]

La narración que contiene este libro bien podría ser una novela de intrigas y complots con final trágico, sin embargo no lo es; pues se trata de hechos rigurosamente ciertos. Describe la trama de acciones políticas y militares que ubican a la francmasonería en el centro mismo de las conspiraciones que asolaban a Europa en el siglo XVIII. Refleja esa época y tiene la manifiesta intención de dar por tierra con la imagen estereotipada del masón que, de pron­to, deja de construir catedrales y se convierte en un intelectual especulativo. Hubo en el medio un proceso de trans­formación que acompañó a los grandes cambios que sufría la sociedad. La masonería moderna debió moldearse en medio de graves apremios, y si aún conserva su prestigio es porque nunca abandonó su sitio preponderante entre los actores que construyen la historia. ­

Tal vez por eso la masonería sigue generando ex­pectativas, y su historia –en gran parte aún desconocida– siempre nos sorprende.

Sabiendo que actualmente subsisten casi las mis­mas diferencias que enfrentaron a los primeros masones de la era moderna, es inevitable que este libro sea contro­vertido, sólo por el hecho de sostener que esa masone­ría caballeresca, que muchos rechazan, todavía está viva y constituye la culminación de la Vía Iniciática que sigue siendo el mayor tesoro de la francmasonería. Todo lo de­más bien podría reemplazarse por un partido político o por un club filantrópico.

Conviene advertir al lector desprevenido que, al igual que en mis publicaciones anteriores, no encontrará en este libro un manual de simbología ni una lista de ma­sones famosos. Apenas una descripción general de la ma­sonería y su historia pretérita en el primer capítulo. Este libro trata de la otra masonería, la que construyó las gran­des conspiraciones de los últimos tres siglos porque, esen­cialmente, es la herramienta más grande jamás concebida para el arte de la construcción política. Sin embargo, su lectura puede ser abordada tanto por masones como por lectores interesados en la masonería y su relación con el poder y la política.

[1] Se denomina Antiguos Linderos (Old Charges) al conjunto de ordenanzas y Consti­tuciones de los antiguos canteros de la Edad Media.
[2] Ver “El Mito de la Revolución Masónica”. 2º Parte; La masonería quebrada.
[3] Al respecto remitimos al trabajo de Ferran Juste Delgado sobre Ordenes de Caballería de Tradición católico-romana, (Barcelona, 2001).
http://eduardocallaey.blogspot.com.ar/2012/03/ordenes-de-caballeria-de-tradicion.html19

http://eduardocallaey.blogspot.com/

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