Las
cualidades del verdadero francmasón
Hall Manly
Todo verdadero Francmasón se da cuenta de que no hay sino una sola
Logia, la del Universo, y una sola Hermandad, la compuesta por todos cuantos
existen y se mueven en cualquiera de los planos de la Naturaleza. Sabe, además,
que el Templo de Salomón es realmente el Solar del Hombre: - Sol - Om - On -,
el Rey del Universo, manifestándose a través de los tres constructores
primordiales. Se percata de que su voto de hermandad y fraternidad es
universal, y que minerales, plantas, animales y hombres, todos están incluidos
en el verdadero Taller Masónico. Su deber como Hermano mayor con todos los
reinos de la Naturaleza a su albedrío, lo distingue como el artífice creador
que preferirá morir antes que faltar a ésta su gran obligación. Ha consagrado
su vida, ante el altar de su purificada conciencia, y se halla deseoso y alegre
por servir a los inferiores por medio de los poderes recibidos de una superior
jerarquía. El Francmasón místico, al adquirir ojos para ver más allá del ritual
legible, reconoce la unidad de la vida, expresada a través de la diversidad de
las formas.
El verdadero discípulo de la más profunda Francmasonería ha dejado
para siempre de lado la adoración de la personalidad. Con su poderosa
penetración, percibe que todas las formas existentes y su posición frente a los
asuntos materiales carecen de importancia para él, comparadas con la vida que
se está gestando dentro de sí mismo. Todo el que permite que las apariencias o
manifestaciones mundanas lo aparten de las tareas que a sí mismo se ha asignado
en el ejercicio de la vida Francmasónica, es un fracasado, porque la
Francmasonería es una ciencia abstracta cuya meta final es el desarrollo
espiritual íntegramente. La prosperidad material no es una medida para el
engrandecimiento del alma. El verdadero Francmasón se da cuenta de que, detrás
de esas diversas formas, hay una, vinculada al Principio de la Vida: el
resplandor de la creación en todas las cosas vivientes. Es esta Vida la que él
considera cuando mide el valer del hermano. Es a esta Vida a la que él apela
para reconocer la Unidad espiritual. Comprende que el descubrimiento de esta
chispa de Dios es lo que hace a él un miembro consciente de la Gran Logia
Cósmica. Sobre todo, deberá llegar a comprender que esa divina chispa brilla
tan resplandeciente en el cuerpo de un enemigo como en el del Hermano más
querido. El verdadero Francmasón ha aprendido a ser eminentemente impersonal en
pensamiento, en acción y en deseo.
El verdadero Francmasón no está obligado por ningún credo. Se da
cuenta, mediante la luz resplandeciente de la jerarquía de su Logia, de que,
como Francmasón, su religión debe ser universal: Cristo, Buda o Mahoma, el
nombre importa menos que el resplandor de la luz de quien la lleva. Él
reverencia todo santuario, se inclina ante el altar, sea mezquita, catedral o
pagoda, dándose cuenta, gracias a su recto entendimiento, de la unidad de toda
verdad espiritual. Todos los verdaderos Francmasones saben de aquellos que no
son sino paganos y que, aunque tienen grandes ideales, no viven de acuerdo con
ellos. Saben que todas las religiones no son sino una misma leyenda aunque
contada de diversa manera por personas cuyos ideales pueden diferir, pero cuyos
grandes propósitos se hallan de acuerdo con los mismos ideales que él sustenta.
Por el Norte, Este, Sur y Oeste se extienden las diferentes clases
del pensamiento humano, y mientras los ideales del hombre difieren en
apariencia, ocurre que una vez que todo se ha dicho, y las formas
cristalizadas, con sus erróneos conceptos, son puestas de lado, sólo queda una
verdad fundamental: todo lo establecido, en el fondo, es contribución a la
construcción del Templo por la que el Francmasón labora desde el momento de su
iniciación. Ningún verdadero Francmasón puede ser de estrechas miras, porque su
Logia es la expresión divina de la amplitud. En ningún gran trabajo hay jamás
lugar para mentes de estrecha percepción.
El Verdadero Francmasón debe desarrollar el poder de observación.
Debe estar eternamente buscando en todas las manifestaciones de la Naturaleza
aquello que intuye y no tiene, a causa de no haber sabido trabajar en acertada
dirección. Debe convertirse en un estudioso de la naturaleza humana y ver en quienes
le rodean, las varias y evolucionadas expresiones de una compacta Inteligencia
espiritual. El Rito espiritual de su Logia está presente ante él en cada acto
de sus compañeros. Toda la iniciación masónica es un secreto abierto, porque
todos pueden verlo tanto en las transitadas avenidas de una urbe como en lo más
entrañable de la selva. El Francmasón ha jurado que diariamente extraerá de la
vida corriente un mensaje para sí y lo incorporará al templo de su Dios.
El Francmasón trata de aprender todo lo que redunda en mayor
servicio del Divino Plan, y convertirse en el instrumento mejor en manos del
Gran Arquitecto, en eterna labor por desarrollar la vida a través de las cosas
creadas. El Francmasón se da cuenta, además, de que los votos, hechos por su libre
voluntad, le dan la divina ocasión de ser un vivo instrumento en las manos de
un Maestro Constructor.
El verdadero Maestro Francmasón entra en su logia con un supremo
pensamiento en la mente: “¿Cómo podré yo, individualmente, ser más útil al Plan
Universal? ¿Qué puedo hacer yo para ser capaz de interpretar los misterios que
aquí se desarrollan? ¿Cómo puedo yo vislumbrar el secreto de las cosas que
jamás intuirá quien carezca de espiritual visión?”.
El verdadero Francmasón es supremamente altruista para toda
expresión y aplicación de los poderes que le han sido conferidos. Ningún
verdadero Hermano busca nada para sí mismo, sino que emprende labores
altruistas para el bien de todos. Ninguna persona que asuma una obligación
espiritual puede ya colocarse al margen de su ejercicio, de lo contrario no es
merecedora ya ni del más vil de los desempeños. La verdadera Luz sólo llega a
quienes, aun sin poder gran cosa, siempre dan alegremente todo cuanto poseen.
Tomado del libro "Las Claves Perdidas de la Francmasonería".
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