La
eterna búsqueda
Hall Manly
El común de los Francmasones, así como los modernos estudiosos de
los ideales francmasónicos, se dan escasa cuenta de las obligaciones cósmicas
que toman a su cargo, desde el momento en que empiezan a investigar las sacras
verdades de la naturaleza, tal como constan en los antiguo: y modernos
rituales. Pero si miran tan superficialmente sus tareas, y no tienen sobre sí
años y años de experiencias, acabarán por considerar a la Francmasonería tan
sólo como un organismo social de una antigüedad de pocos años. Deben, pues,
darse cuenta de que las antiguas enseñanzas místicas, que se han perpetuado a
través de los ritos modernos, son sagradas, y que hay invisibles y desconocidos
poderes que moldean los destinos de aquellos que, conscientemente y por su
propia iniciativa, toman sobre sí las obligaciones de la Fraternidad.
La Francmasonería no es una cosa material; es una ciencia del alma.
No es un credo o una doctrina, sino una expresión universal de sapiente
trascendencia (El término está usado aquí como sinónimo de una secretísima y
sagrada filosofía que existió siempre, y fue la inspiración de los grandes
místicos y sabios de todas las edades, la perfecta sabiduría de Dios que se
revela a través de una jerarquía secreta de inteligencias iluminadas). La
posterior acción conjunta de los gremios medievales o, inclusive, la
construcción del templo de Salomón, como hoy se lo entiende, tiene poco, si es
que tiene algo, que ver con el verdadero origen de la Francmasonería, puesto
que ella no depende de las personalidades. En su más alto sentido no es ni
historia ni arqueología, sino un trascendente lenguaje simbólico que perpetúa,
bajo ciertos símbolos concretos, los sagrados misterios de los antiguos. Sólo
aquellos que ven en ello un estudio cósmico, el trabajo de una vida, una
inspiración divina para pensar mejor, sentir mejor y vivir mejor, con el
propósito de obtener la luz espiritual y considerar la vida diaria del
verdadero Francmasón como un medio para lograrlo, han conseguido apenas una
superficial visión interna de los verdaderos misterios de los antiguos ritos.
La antigüedad de la esencia masónica no puede ser calculada por
siglos ni milenios, porque en realidad su origen se limita al mundo de las
formas. El mundo, tal como lo vemos, es tan sólo un laboratorio experimental,
en el cual el hombre se encuentra tratando de edificar y expresar medios cada
vez mayores y más perfectos. Dentro de este laboratorio se filtran miríadas de rayos,
que descienden de otras jerarquías cósmicas (Grupo de inteligencias superiores
que rigen el proceso creador del cosmos). Tales enormes globos y orbes que
concentran sus energías sobre la humanidad y moldean sus destinos, hacen esto
dentro del mayor orden, cada cual por su lado y a su modo; el edificio masónico
puede constituir el núcleo de acción en que dichas jerarquías puedan
manifestarse, puesto que una verdadera logia es la plasmación minimizada del
universo, no sólo material sino simbólicamente, y de su labor siempre
consagrada a la gloria de su Gran Arquitecto. Libre de limitaciones de credo y
secta, el Francmasón debe erguirse como amo de toda fe; el que emprenda el
estudio de la Francmasonería sin darse cuenta de la hondura, la belleza y el poderío
espiritual de su filosofía, no podrá jamás sacar nada permanente como fruto de
sus estudios. La antigüedad de las Escuelas Esotéricas puede ser localizada por
el estudiante, muy atrás, en la aurora de los tiempos, edades y periodos que
datan de cuando apenas se estaba levantando el templo del Hombre Solar. Aquél
fue el primer Templo del Rey, dentro del cual se daban y conservaban los
verdaderos misterios de la antigua morada, y fueron los dioses de la creación y
el espíritu de la aurora los primeros en techar la logia del Maestro.
El hermano iniciado comprueba que sus llamados símbolos y rituales
son meras fórmulas elaboradas por la sabiduría a fin de perpetuar ideas
incomprensibles para el hombre medio. También se da cuenta de que sólo algunos
Francmasones de hoy saben o aprecian el místico significado que se encierra en
los rituales. Con fe religiosa, quizá perpetuamos la forma, adorándola en lugar
de la vida, pero aquellos que no han reconocido la verdad en la rigidez del
ritual, que no han podido reconocer la esencia a través de su envoltura en
palabras bien rimadas, no son Francmasones, a pesar de sus grados ostensibles y
de sus honores externos.
Tomado del Libro "Claves Perdidas de la Francmasonería".
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