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martes, 12 de febrero de 2013

"Logia Ecclesia" El poder Masónico dentro del Vaticano



Hace ya muchos años que leí una obra titulada "Se pedirá cuenta", publicada por un sacerdote en la citada obra, pero si recuerdo sus aspectos fundamentales, que trataban sobre los antecedentes sobre el "desencuentro" entre Luciani y Marzinkus. 

También opina el autor que la muerte de Juan Pablo I fué un asesinato. Aúnque no puedo certificar, en éste momento, la literalidad exacta de lo que voy a relatar, si puedo expresar, a grosso modo, lo que va a continuación. 

Todos los que conocieron a Albino Luciani coinciden en calificarlo como un buen sacerdote, un buen pastor, un hombre honesto y una persona agradable. Siendo Patriarca de Venecia, se encontró, de la noche a la mañana, con el señor Calvi -un amigote de Marzinkus- hizo una operación de compra de un modesto banco de crédito agrícola en el que la mayoría de los sacerdotes diocesanos de Luciani tenían sus modestos ahorros. Aquella operación de "ingeniería financiera" llevada a efecto por el Ambrosiano, tuvo, como efecto inmediato, dejar sin sus capitales al clero de la diócesis de Venecia. 

Luciani se dirigió a Roma y pidió cita a Marzinkus. Una vez en presencia del todopoderoso capitoste del IOR (Instituto per le Ópere di Religione), expuso su pretensión de conocer, de primera mano, las causas del desafuero cometido con su clero diocesano. 

La respuesta fué algo parecido a ésto..."¿Acaso no tiene Vuestra Eminencia asuntos a qué dedicarse en Venecia, para venir a molestarme con nimiedades? Acto seguido le señaló la puerta. De modo que hubo de volver a su diócesis tal y como había venido. Su criterio fué que sus curas habían sido, lisa y llanamente, víctimas de una estafa. Ahora debemos hacer un inciso y explicar lo que es el IOR, o Banco del Vaticano. 

Fué creado por una orden de Pío XI el 7 de Junio de 1929, con un capital de 81 millones de dólares -equivalentes a 900 millones actuales-. El Primer director de la Administración Especial encargada de administrar y gestionar a esta institución fué Bernardino Nogara. Hay que señalar que ninguno de sus sucesores ha promovido ninguna auditoría interna jamás; y que es una administración opaca, que no deja constancia ni registro alguno de sus operaciones, realizadas en el más absoluto de los secretos. 

El propio auditor del Vaticano, cardenal Edmund Sozoka, afirmó que carecía de control y desconocía la forma de operar del IOR. En 1967, Pablo VI creó la Prefectura de Asuntos Económicos, que era una oficina de Contabilidad General que puso a cargo de su amigo el cardenal Egidio Vagnozzi. Algo raro debió ver Vagnozzi, cuando resolvió dimitir al poco tiempo de su nombramiento. Naturalmente, se le puso "bajo Secreto Pontificio". La verdad es que el nexo de unión del IOR con la Santa Sede, carece de estructuras definidas y es poco claro; y el único órgano de control al que está so metido es el propio Pontífice. Naturalmente, Marzinkus operaba con entera libertad, y se asociaba con gente poco recomendable. Calvi, Sindona, Ortolani -miembro del Gobierno italiano, diputado y masón reconocido- Licio Gelli, jerarca de la Logia P2, eran algunos de sus poco recomendables "socios". 

Especial atención merece Sindona, asesor financiero de la Mafia, relacionado con las "familias" Gambino, Colombo, Bonanno, Lucchese, Genovese, Spatola e Inzerillo. Sindona conoció a Montini cuando éste, a cargo de la diócesis de Milán, solicitó su ayuda para financiar la "Casa de la Madonnina", importante obra social destinada a socorrer a madres necesitadas y desvalidas. Sindona acudió a la llamada y solucionó las necesidades de numerario a través de un holding -FASCO.AG- creado con los beneficios obtenidos por la venta de la Banca Privata Finanziaria (BPF), en la que gestionó intereses mafiosos. 

Ahora es necesario centrar nuestra atención en la Masonería. Esta Orden fué repetidamente condenada por la Iglesia. La primera sanción fué realizada por Clemente XII por medio de la bula "In Eminenti", el 28 de Abril de 1738. Allí se prohibía a los católicos pertenecer a ella y asistir sus ceremonias, bajo pena de excomunión. El pontífice afirmaba que la Masonería impedía al indivíduo acercarse en forma total a la religión, obligándole a anteponer su lealtad a una sociedad secreta antes que a Dios. Benedicto XIV con la bula "Providas" de 18 de Mayo de 1751, ratificó la condena de su antecesor. Pío VII en 1814, León XII en 1825 y Pío IX en 1865 revalidaron la condena. Y el Papa León XIII, en su encíclica "Humanum Genus" de 1884, ponía en guardia a los fieles ante los avances de la sociedad masónica y ratificaba la condena de sus antecesores. 

Ahora es necesario explicar cómo, a pesar de todos los interdic tos papales, la Masonería influyó, decisívamente en la Iglesia. Echamos la vista atrás y nos encontramos en el día 3 de Junio de 1963, fecha del fallecimiento de Juan XXIII, el Papa Bueno. A los pocos días, en una propiedad de las afueras de Roma, "Villa Grottaferrata", propiedad de Ortolani, masón reconocido, una serie de cardenales simpatizantes de la Orden, capita neados por Giacomo Lercaro, de Bolonia, se pusieron de acuerdo para promocionar en el próximo Cónclave el nombre de Montini como papable. 

De ésa decisión parece que fué informado el propio interesado, que ni negó ni afirmó. El Cónclave comenzó el 19 de Junio de 1963; y dos días después, en la quinta votación, fué elegido Giovanni Battista Montini, que adoptó el nombre de Pablo VI. Su primera decisión fué nombrar a Ortolani "Gentilhombre de Su Santidad". Desde entonces, los masones influyeron tan decisívamente en El Vaticano que, lograron que en el Concilio Ecuménico Vaticano II, se eliminasen definitivamente las condenas a la Masonería formuladas reiteradamente por tantos pontífices anteriores. Se cuenta y no se acaba acerca de la nómina de príncipes de la Iglesia simpatizantes con la Orden masónica. 

Con toda la reserva posíble citaré los enumerados por Eric Frattini en su Obra "La Santa Alian za". Allí expresa que los citados a continuación formaban parte de la conocida como "Logia Ecclesia": Cardenal Agustín Bea, Secretario de Estado con Juan XXIII. Sebastiano Baggio, prefecto de la Sagrada Congregación de Obispos. Agostino Casaroli, Secretario de Estado con Juan Pablo II. Achille Lienart, arzobispo de Lille. Pasquale Macchi, secretario privado de Pablo VI. Salvato re Pappalardo -éste fué "papable" en el penúltimo Cónclave- arzobispo de Palermo. Michele Pellegrino, arzobispo de Turín. Ugo Poletti, vicario de la diócesis de Roma. Jean Villot, Secretario de Estado con Pablo VI, del que volveremos a ocuparnos.

 Volvamos con Albino Luciani. Para decir que, tras su elección al solio pontificio, completamente inesperada para él y para otros muchos, se encontró en condiciones de ocuparse de algunos asuntos pendientes. Dicho con toda la reserva que merece al caso -más que nada por la fragilidad de mi memoria- parece ser que se reunió con el cardenal Villot, y le expuso claramente la necesidad de que, sin demora ni excusa, se le facilitase un informe sobre la situación económica de la Iglesia, acompañado de un resumen de la actividad de los diferentes dicasterios a lo largo del último año. La actitud del pontífice no dejaba lugar a dudas, y Villot se ocupó, personalmente, de recabar la in formación solicitada. 

Aquí no iba a ocurrir como con Pablo VI, que encargaba cosas que nunca recibía, y callaba. La segunda reunión con Villot se celebró una vez que Juan Pablo I hubo estudiado con detenimiento la documentación solicitada. Entonces le dijo al Secretario de Estado que aquello no podía seguir así. Que la verdadera iglesia no podía ser un banco dedicado a la usura y a operaciones poco limpias. Que en modo alguno se podía tolerar la influencia de la sociedad masónica que repugnaba profundamente la conciencia de los verdaderos pastores del pueblo de Dios. Que estaba decidido a "lavar" a la Iglesia y entregarla sus fieles, que sí eran verdaderos cristianos, al revés que los que usaban el nombre de Cristo para corromper, robar, extorsionar y cometer toda clase de abusos. Y que iba a comenzar inmediatamente, convocando un Sínodo de obispos en donde expondría éstas y otras cuestiones pertinentes. 

No le dió tiempo. Apareció muerto una madrugada, a los 33 días exactos de su pontificado. Que si fué un ataque cardíaco -eso decía el certificado médico oficial-; que si no podía ser porque estaba sano...Nada se supo de cierto. De todo se hizo cargo Villot, que impidió que se le hiciera autopsia al difunto con la excusa de que a ningún pontífice se le practicó antes; o bien, según otra versión, que no permitió la publicación de los resultados de la que se realizó. No hay nada claro. Y esto es lo que lleva, junto a la declaración de la monja que lo cuidaba -a la que se ordenó silencio- acerca de que el Papa no tomaba medicación que denotase enfermedad grave... a la sospecha. 

Existe sin embargo, la versión de que en el momento de su fallecimiento estaba leyendo documentación relacionada con los temas arriba citados, pero que alguien sustituyó por un devocionario, para hacer ver que en el momento del óbito estaba entregado a la oración. Algo que tampoco se podrá aclarar. Naturalmente, a la vista de lo anterior, la versión de asesinato no se puede certificar, por más que así lo piense el autor de la obra citada. Pero no ca be duda que, de ser ciertos los extremos relatados, Albino Luciani iba a re novar la Iglesia. De verdad. No pudo ser. Y nunca sabremos por qué.

Vicente Alcoseri

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